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Escrito por

José Saramago

José Saramago (Azinhaga, 1922-Tías, Lanzarote, 2010) es uno de los escritores portugueses más conocidos y apreciados en el mundo entero. En España, a partir de la primera publicación de El año de la muerte de Ricardo Reis, en 1985, su trabajo literario recibió la mejor acogida de los lectores y de la crítica. Otros títulos importantes son Manual de pintura y caligrafía, Levantado del suelo, Memorial del convento, Casi un objeto, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa, El Evangelio según Jesucristo, Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, El hombre duplicado, Ensayo sobre la lucidez, Las intermitencias de la muerte, El viaje del elefante, Caín, Claraboya y Alabardas. Alfaguara ha publicado también Poesía completa, Cuadernos de Lanzarote I y II, Viaje a Portugal, el relato breve El cuento de la isla desconocida, el cuento infantil La flor más grande del mundo, el libro autobiográfico Las pequeñas memorias, El cuaderno, José Saramago en sus palabras, un repertorio de declaraciones del autor recogidas en la prensa escrita, El último cuaderno, Qué haréis con este libro. Teatro completo y El cuaderno del año del Nobel. Recibió el Premio Camoens y el Premio Nobel de Literatura.

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Expulsión

Espero que a estas horas los agresores de Vital Moreira ya hayan sido identificados. ¿Quienes son, finalmente? ¿Qué les hizo proceder de forma tan repudiable? ¿Qué relaciones partidarias son las suyas? Sin duda la respuesta más clarificadora será la que se de a la última pregunta. A Vital Moreira le han llamado ?traidor?, y esto, se quiera o no se quiera, es bastante claro para que lo tomemos como el cordón umbilical que relaciona el despreciable episodio de la manifestación del 1º de Mayo con la salida de Vital Moreira del Partido Comunista hace veinte años. En este momento estamos asistiendo a algo ya conocido, todo el mundo, con la más clara falta de sinceridad, pide disculpa a todo el mundo o exige, como vestales ofendidas, que otros se disculpen. De repente, nadie parece interesado en saber quienes fueron los agresores, dignos continuadores de aquellos célebres matones que ejercieron una importante actividad política a través de la porra en épocas pasadas. No tanto por contrariar, sino por cuestión de higiene mental, me gustaría saber qué relación orgánica existe (si existe) entre los agresores y el partido del que soy militante hace cuarenta años. ¿Son militantes también ellos? ¿Son meros simpatizantes? Si son sólo simpatizantes, el partido nada podrá contra ellos, pero, si son militantes, sí, podrá. Por ejemplo, expulsarlos. ¿Qué dice a esta idea el secretario general? ¿Serán provocadores ajenos a la política, desesperados por sufrir esta crisis y que piensan que el enemigo es el PS y su candidato independiente a las elecciones europeas?? No se puede simplificar tanto, ni en la calle ni en los despachos. Aunque lo hayan incluido en la lista de los candidatos, el Premio Nobel de Literatura nunca se encontrará con su amigo Vital Moreira en el Parlamento Europeo. Se diría que la culpa es suya, pues siempre quiso ir en lugar no elegible, pero también habrá que decir que sobre él en ningún momento se ejerció la mínima presión para que no fuese así. Ni siquiera la Asamblea de la República pudo conocer mis brillantes dotes oratorias? No me quejo, más tiempo he tenido para mis libros, pero lo que es, es, y alguna explicación tendrá que tener. Que espero que no sea la de considerarme a mí también traidor, pues aunque militante disciplinado, no siempre he estado de acuerdo con decisiones políticas de mi partido. Como, por ejemplo, la de presentar listas separadas para el Ayuntamiento de Lisboa, que, a lo que se ve, vamos a entregar a Santana Lopes, eso sí, sin que nadie haya perdido la virginidad del pacto municipal. Me apetece decir ?Dios nos valga?, porque nosotros parecemos incapaces.



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2 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Javier Ortiz

Uno más que se ha ido. Cuando las circunstancias me trajeron a esta isla africana para vivir en ella largas temporadas, alternadas con otras en Lisboa, no tardé mucho en conocer, a través de Pilar, a algunos periodistas que me impresionaron por serlo de un modo bastante diferente de aquel o de aquellos a que estaba habituado en mi país. Eran éstos Manuel Vincent, Raúl del Pozo, Juan José Millás y Javier Ortiz. Alta calidad literaria, fina argucia de espirito, sentido de humor en altísimo grado, he ahí lo que los caracterizaba y todavía los caracteriza a todos, excepto a Javier Ortiz, que acaba de morir. De los cuatro, Javier siempre fue el más políticamente activo. Hombre de izquierda que nunca ocultó o suavizó sus ideas, consiguió el prodigio de mantener la más firme de las posturas ideológicas cuando, siendo aún periodista en El Mundo, fue el único que contrarió, sin ninguna concesión oportunista, la deriva derechista de un periódico que su director, Pedro J. Ramírez, hizo caer en los amorosos brazos de José María Aznar. Ahora ha muerto, no habrá respuesta a la pregunta que regularmente hacíamos: ?¿Que dirá de esto Javier Ortiz??. Nuestras relaciones tuvieron un momento particularmente afortunado cuando le di una entrevista que acabaría siendo publicad, también con textos de Noam Chomsky, James Petras, Edward W. Said, Alberto Piris y Antoni Segura, en un libro que él editó, Palestina existe! (Editorial Foca). Recién llegado yo de Israel, donde había dejado un rastro de escándalo político y a punto de partir hacia Estados Unidos, donde iba a presentar un libro y dar algunas conferencias, nuestra entrevista fue, toda ella, hecha por e-mail, sobrevolando el Atlántico y el continente norteamericano, de costa a costa. Conocí entonces mejor a Javier Ortiz, su inteligencia, el brillo de su dialéctica, y, lo mejor de todo, su cualidad humana. Muchos no saben que Javier escribió su obituario, un texto supremamente irónico y desmitificador, digno de ser publicado en todos los periódicos. Es una pena que no se haga. Sería el momento de dedicarle una última sonrisa, ésta que tengo en la cara y que, de alguna manera, está negando su muerte. OBITUARIO Javier Ortiz, columnista Falleció ayer de parada cardio-respiratoria el escritor y periodista Javier Ortiz. Es algo que él mismo, autor de estas líneas, sabía muy bien que sucedería, y que por eso pudo pronosticar, porque no hay nada más inevitable que morir de parada cardio-respiratoria. Si sigues respirando y el corazón te late, no te dan por muerto. Así que en ésas estamos (bueno, él ya no). Javier Ortiz fue el sexto hijo de una maestra de Irún, María Estévez Sáez, y de un gestor administrativo madrileño, José María Ortiz Crouselles. Sus abuelos fueron, respectivamente, un señor de Granada con aspecto de policía -lo que tal vez se justifique considerando el hecho de que era policía-, una señora muy agradable y culta con allure y apellido del Rosellón, un honrado y discreto carabinero orensano con habilidades de pendolista y una viuda de Haro casada en segundas nupcias con el recién mencionado, Javier Estévez Cartelle, del que se derivó el nombre de pila de nuestro recién difunto. Si algún interés tienen todos estos antecedentes, cosa que dista de estar clara, es el de demostrar que, en contra de lo que suele pretenderse, el cruce de razas no mejora el producto. (Obsérvese qué gran variedad de procedencias se puso en juego para acabar fabricando a un vasco calvo y bajito.) La infancia de Javier Ortiz transcurrió en San Sebastián, ciudad que le venía muy a mano, porque nació allí. Se dedicó básicamente a mirar lo que había por sus cercanías, en particular el pecho de las señoras -ahora que ya está muerto podemos descubrir ese inocente secreto suyo-, y a estudiar cosas tan peregrinas como las ciudades costeras del Perú, de las que no logró olvidarse hasta su postrer respiro. Los jesuitas trataron de encauzarlo por el buen camino, pero él descubrió muy pronto que era comunista. Eso malogró del todo su carrera religiosa, ya de por sí poco prometedora, sobre todo desde que notó con desagrado el interés que algunos sacerdotes ponían en sus partes pudendas. Su primer trabajo como escribidor, aparecido en una página del periódico del colegio, fue, curiosamente, una necrológica, con lo que cabría decir que su carrera como periodista ha resultado capicúa, singular circunstancia de la que muy pocos podrían presumir, aún en el improbable caso de que lo pretendieran. A los 15 años, hastiado de las injusticias humanas -algunas de las cuales seguían teniendo como referencia obsesiva los pechos femeninos-, decidió hacerse marxista-leninista. Los años siguientes tuvo que emplearlos en averiguar qué era eso que acababa de hacerse, a lo que contribuyeron decisivamente algunos esforzados miembros de la Policía política franquista. A partir de lo cual, se dedicó con gran entusiasmo a cultivar el noble género del panfleto. Sin parar. A diario. Año tras año. Fue cambiando de punto de residencia, no siempre por voluntad propia -ahí merecen especial mención sus estancias carcelarias y su exilio, primero en Burdeos, luego en París-, pero jamás varió su inquebrantable afán de agitador político, que él pretendía haber adquirido, por absurdo que parezca -y sea, de hecho-, en la lectura de Los documentos póstumos del Club Pickwick, de don Carlos Dickens, y de las Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Padarox, de don Pío Baroja. Burdeos, París, Barcelona, Madrid, Bilbao, Aigües, Santander… Recorrió incontables sitios y holló innúmeros parajes sin parar de escribir, erre que erre. Zutik!, Servir al Pueblo, Saida, Liberación -y Mar, y Mediterranean Magazine- y El Mundo, y una docena de libros, y varias radios, y algunas televisiones… Por escribir, incluso escribió para otros y otras, ejerciendo de negro en momentos de particular penuria. También lo hizo a veces por amistad. Movido por la lectura del Selecciones de Reader’s Digest y otras publicaciones estadounidenses tan aficionadas a ese género de operaciones, un día decidió calcular cuántos kilómetros cubrirían sus escritos, en el caso de colocarlos todos en una sola larguísima línea de cuerpo 12. El resultado de la estimación fue concluyente: ocuparían la tira. En materia de amores (de la que sería injusto decir que careciera de alguna experiencia), también fue capicúa. Decía que las mejores mujeres, las más cariñosas y las más nobles con las que compartió sus días (sin desdeñar dogmáticamente a ninguna otra), le resultaron la primera y la última. Aunque la favorita le apareciera por medio: su hija Ane. Y todo para acabar con algo tan vulgar como la muerte. Por parada cardio-respiratoria, como queda dicho. En fin, otro puesto de trabajo disponible. Algo es algo. ______ Javier Ortiz, escritor y columnista, nació en Donostia-San Sebastián el 24 de enero de 1948 y murió ayer en Aigües (Alicante), tras dejar escrito el presente obituario.



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1 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gripe aviar (2)

Continuemos. El año pasado, una comisión convocada por el Pew Research Center publicó un informe sobre la ?producción animal en granjas industriales, en el que se llamaba la atención para con el grave peligro de que la continua circulación de virus, característica de las enormes varas o rebaños, aumentase las posibilidades de aparición de nuevos virus por procesos de mutación o de recombinación que podrían generar virus más eficientes en la transmisión entre humanos?. La comisión alertó también de que el uso promiscuo de antibióticos en las factorías porcinas ? más barato que en ambientes humanos ? estaba proporcionando el auge de infecciones estafilocóquicas resistentes, al mismo tiempo que las descargas residuales generaban manifestaciones de escherichia coli y de pfiesteria (el protozoário que mató a millares de peces en los estuarios de Carolina del Norte y contagió a decenas de pescadores). Cualquier mejora en la ecología de este nuevo agente patogénico tendría que enfrentarse al monstruoso poder de los grandes conglomerados empresariales avícolas y ganaderos, como Smithfield Farms (porcino y vacuno) y Tyson (pollos). La comisión habló de una obstrucción sistemática de sus investigaciones por parte de las grandes empresas, incluidas unas nada recatadas amenazas de suprimir la financiación de los investigadores que cooperaron con la comisión. Se trata de una industria muy globalizada y con influencias políticas. Así como el gigante avícola Charoen Pokphand, radicado en Bangkok, fue capaz de desbaratar las investigaciones sobre su papel en la propagación de la gripe aviar en el sudeste asiático, lo más probable es que la epidemiología forense del brote de la gripe porcina choque contra la pétrea muralla de la industria del cerdo. Eso no quiere decir que no vaya a encontrarse nunca un dedo acusador: ya circula en la prensa mexicana el rumor de un epicentro de la gripe situado en una gigantesca filial de Smithfield en el estado de Veracruz. Pero lo más importante es el bosque, no los árboles: la fracasada estrategia antipandémica de la Organización Mundial de la Salud, el progresivo deterioro de la salud pública mundial, la mordaza aplicada por las grandes transnacionales farmacéuticas a medicamentos vitales y la catástrofe planetaria que es una producción pecuaria industrializada y ecológicamente sin discernimiento. Como se observa, los contagios son muchos más complicados que el hecho de que entre un virus presumiblemente mortal en los pulmones de un ciudadano atrapado en la tela de intereses materiales y la falta de escrúpulos de las grandes empresas. Todo está contagiando todo. La primera muerte, hace ya largo tiempo, fue la de la honradez. Pero ¿podrá, realmente, pedírsele honradez a una transnacional? ¿Quién nos acude? Una plaza en México



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30 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gripe aviar (1)

No sé nada del asunto y la experiencia directa de haber convivido con cerdos en la infancia y en la adolescencia no me sirve de nada. Aquello era más una familia híbrida de humanos y animales que otra cosa. Pero leo con atención los periódicos, oigo y veo los reportajes de radio y televisión, y, gracias a alguna lectura providencial que me ha ayudado a comprender mejor los bastidores de las causas primeras de la anunciada pandemia, tal vez pueda traer aquí algún dato que aclare a su vez al lector. Hace mucho tiempo que los especialistas en virología están convencidos de que el sistema de agricultura intensiva de China meridional es el principal vector de la mutación gripal: tanto de la ?deriva? estacional como del episódico ?intercambio? genómico. Hace ya seis años que la revista Science publicaba un artículo importante en que mostraba que, tras años de estabilidad, el virus de la gripe aviar de América del Norte había dado un salto evolutivo vertiginoso. La industrialización, por grandes empresas, de la producción pecuaria rompió lo que hasta entonces había sido el monopolio natural de China en la evolución de la gripe. En las últimas décadas, el sector pecuario se transformó en algo que se parece más a la industria petroquímica que a la bucólica finca familiar que los libros de texto en la escuela se complacen en describir? En 1966, por ejemplo, se contaban en Estados Unidos 53 millones de cerdos distribuidos en un millón de granjas. Actualmente, 65 millones de puercos se concentran en 65.000 instalaciones. Eso significa pasar de las antiguas pocilgas a los ciclópicos infiernos fecales de hoy, en los que, entre el estierco y bajo un calor sofocante, dispuestos para intercambiar agentes patogénicos a la velocidad del rayo, se amontonan decenas de millones de animales con más que debilitados sistemas inmunitarios. No será, ciertamente, la única causa, pero no puede ser ignorada. Volveré al asunto. Una plaza en México



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29 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Recuerdos

Somos la memoria que tenemos, sin memoria no sabríamos quienes somos. Esta frase, que me brotó en la cabeza hace muchos años, en el fervor de una de las múltiples conferencias y entrevistas a las que el trabajo de escritor me obliga, además de parecerme, inmediatamente, una verdad fundamental, de esas que no admiten discusión, se reviste de un equilibrio formal, de una armonía entre sus elementos que, pensaba, contribuiría mucho para una fácil memorización por parte de oyentes y lectores. Hasta donde mi orgullo llega, y me apresuro a declarar que no llega muy lejos, me vanagloriaba de ser el autor de la frase, aunque, por otro lado, la modestia, que tampoco me falta del todo, me susurraba de vez en cuando al oído que era tan cierta como afirmar con toda seriedad que el sol nace por oriente. Es decir, una obviedad. Pues bien, hasta las cosas aparentemente más obvias, como parecía que era ésta, pueden ser cuestionadas en cualquier momento. Es ese el caso de nuestra memoria, que, a juzgar por informaciones recientísimas, está pura y simplemente en riesgo de desaparecer, integrándose, por así decirlo, en el grupo de las especies en vías de extinción. Según esas informaciones, publicada en revistas científicas tan respetables como Nature y Learn Mem, se ha descubierta una molécula, denominada ZIP (vaya nombre), capaz de borrar todas los recuerdos, buenos o malos, felices o nefastos, dejando el cerebro libre de la carga recordatoria que va acumulando a lo largo de la vida. El niño que acaba de nacer no tiene memoria y así nos íbamos a quedar nosotros también. Como decía el otro, la ciencia avanza que es una barbaridad, pero yo, esta ciencia no la quiero. Me he habituado a ser lo que la memoria hizo de mí y no estoy del todo descontente con el resultado, aunque mis actos no siempre hayan sido los más afortunados. Soy un bicho de la tierra como cualquier ser humano, con cualidades y defectos, con errores y aciertos, déjenme quedarme así. Con mi memoria, ésa que yo soy. No quiero olvidar nada.



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28 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los niños vestidos de negro

Me contó una amiga querida ? la pintora Sofía Gandarias ? que, hace algunos años, durante una visita de trabajo a Sri Lanka, antiguo Ceilán, se sorprendió al encontrar en las calles a grupos de niños vestidos con túnicas negras. No le pareció que se tratara de una señal distintiva de alguna casta o etnia particular, sobre todo porque ningún adulto vestía de esa manera. De pregunta en pregunta, de indagación en indagación, acabó encontrando una explicación para las insólitas vestimentas. Las familias de esos niños habían sido convencidas para entregar a sus hijos a militantes del islamismo en su versión violenta, la jihad, para que acaben convirtiéndose en mártires de la revolución islamista, o, dicho con otras palabras, se pongan un día un chaleco cargado de explosivos y vayan a hacerlos explosionar en un mercado, una discoteca, una estación de autobuses, en el sitio donde puedan causar más muertes. Ignoro si a esos padres y esas madres les pagaron compensaciones materiales o si todo acabó en la promesa fácil de una entrada inmediata en el paraíso de Alá. No lo sé. No sé si aquellos niños de túnica negra todavía estarán a la espera de que les llegue su hora o si ya no pertenecen a este mundo. No sé nada. Y me voy a quedar por aquí. No es que me falten las palabras, es que me repugnan.



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27 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Eduardo Galeano

Gran alborozo en las redacciones de los periódicos, radios y televisiones de todo el mundo. Chávez se aproxima a Obama con un libro en la mano, es evidente que cualquier persona razonable pensará que la ocasión para pedirle un autógrafo al presidente de Estados Unidos está mal elegida, allí, en plena reunión de la cumbre, pero, al final, no, se trata de una delicada oferta de jefe de Estado a jefe de Estado, nada menos que Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano. Claro que el gesto iba cargado de intenciones. Chávez pensaría: ?Este Obama no sabe nada de nosotros, entonces casi no había nacido, Galeano le enseñará?. Esperemos que así sea. Lo más interesante, además de que se agotaran Las venas en Amazon, ya que pasaron en un instante de un modestísimo lugar en la lista de ventas hasta la gloria comercial del ?best-seller?, del cincuenta y tantos mil al segundo puesto en la clasificación, fue lo rápido y aparentemente concertados que aparecieron los comentarios negativos, sobre todo en la prensa, tratando de descalificar, en algún que otro caso con ciertos matices benevolentes, el libro de Eduardo Galeano, insistiendo en que la obra, además de excederse en análisis mal fundamentados y en marcados preconceptos ideológicos, estaba desactualizada en cuanto a la realidad presente. Pues bien, Las venas abiertas de América Latina se publicó en 1971, hace casi cuarenta años, luego, a no ser que su autor fuese una especie de Nostradamus, sólo con un hercúleo esfuerzo imaginativo sería capaz de pronosticar la realidad de 2009, tan diferente ya de los años inmediatamente anteriores. La denuncia de los apresurados comentaristas, además de mal intencionada, es bastante ridícula, tanto como lo sería la acusación de que la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, por ejemplo, escrita en el siglo XVII por Bernal Díaz del Castillo, abunda, también ésta, en análisis mal fundamentados y con marcadísimos preconceptos ideológicos. La verdad es que quien pretenda ser informado sobre lo que pasó en América, de esa América, desde el siglo XV, sólo ganará leyendo el libro de Eduardo Galeano. Lo malo de esos y otros comentaristas que se enjambran por ahí es que saben poco de Historia. Ahora solo nos falta ver como aprovechará Barack Obama la lectura de Las venas abiertas. Buen alumno parece ser.



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24 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De la imposibilidad de este retrato (2)

Entretanto, el pintor va pintando el retrato de Fernando Pessoa. Está en el comienzo, no se sabe todavía qué rostro elegirá, lo que se puede ver es una levísima pincelada de verde, quizá salga de aquí un perro de ese color para conjuntarlo con un jockey amarillo y un caballo azul, salvo si el verde es sólo el resultado físico y químico por estar el jockey sobre el caballo, como es su profesión y gusto. Pero la gran duda del pintor no tiene nada que ver con los colores que tendrá que emplear, esa dificultad la resolvieron los impresionistas de una vez para siempre, solo los hombres antiguos, los de antes, no sabían que en cada color están todos los colores: la gran duda del pintor es si hay que tener una actitud reverente o irreverente, si pintará esta virgen como S. Lucas pintó la otra, de rodillas, o si tratará a este hombre como el triste desgraciado que fue realmente ridículo para todas las camareras de hotel y escribió cartas de amor ridículas, y si, así autorizado por él mismo, podrá reírse de él pintándolo. La pincelada verde, por ahora, es solamente la pierna del jockey amarillo colocada por este lado de acá del caballo azul. Mientras el maestro no agite la batuta, la música no romperá lánguida y triste, ni el hombre de la tienda comenzará a sonreír entre las memorias de la infancia del pintor. Hay una especie de ambigüedad inocente en esta pierna verde, capaz de transformarse en verde perro. El pintor se deja conducir por la asociación de ideas, para él, pierna y perro se convertirán en meros heterónimos de verde: cosas mucho más increíbles que ésta han sido posibles, no es de extrañar. Nadie sabe lo que pasa en la cabeza del pintor mientras pinta. El retrato está hecho, se juntará a las diez mil representaciones que lo precedieron. Es una genuflexión devota, es una carcajada de burla, da lo mismo, cada una de estos colores, cada uno de estos trazos, sobreponiéndose unos a otros, acercan el momento de la invisibilidad, ese negro absoluto que no reflejará ninguna luz, ni siquiera la luz fulgurante del sol, que haría entonces al breve brillo de una mirada, en frente a apagarse tan pronto. Entre la reverencia y la irreverencia, en un punto indeterminable, estará, tal vez, el hombre que Fernando Pessoa fue. Tal vez, porque tampoco eso es cierto. Albert Camus no lo pensó dos veces cuando escribió: ?Si alguien quiere que lo reconozcamos, basta que diga quien es?. En la mayoría de los casos, a lo más lejos que llega quien a tal aventura ose sujetarse es a decir qué nombre le pusieron en el registro civil. Fernando Pessoa, probablemente, ni a tanto. No le bastaba ser al mismo tiempo Caeiro y Reis, conjuntamente Campos y Soares. Agora que ya no es poeta, sino pintor, y va haciendo su autorretrato, qué rostro pintará, con que nombre firmará el cuadro, en su ángulo izquierdo, o derecho, porque toda la pintura es espejo, de qué, de quién, para qué? El brazo se levanta, por fin, la mano sostiene una pequeña hasta de madera, desde lejos diríamos que es un pincel, pero hay motivos para sospechar: en él no se transporta un color verde, o azul, o amarillo, no se ve ningún color, ninguna pintura. Este es el negro absoluto con que Fernando Pessoa, con sus propias manos, se hará invisible. Pero los pintores seguirán pintando.



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23 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De la impossibilidad de este retrato (1)

Este texto fue prólogo del catálogo de una exposición de retratos de Fernando Pessoa en la Fundación Calouste Gulbenkian a principios de los años 80, creo que en 85. Como me parece que no hará mala figura en este blog, aquí lo traigo. Qué retrato de sí mismo pintaría Fernando Pessoa si, en vez de poeta, hubiera sido pintor, y de retratos? Colocado de frente ante el espejo, o de medio perfil, oblicuando la mirada a tres cuartos, como quien, de sí mismo escondido, se espía ¿qué rostro elegiría y por cuanto tiempo? El suyo ¿diferente según las edades, semejante a cada una de las fotografías que de él conocemos, o también el de las imágenes no fijadas, sucesivas entre el nacimiento y la muerte, todas las tardes, noches y mañanas, comenzando por la Plaza de S. Carlos y acabando en el Hospital de S. Luís? ¿El de un Álvaro de Campos, ingeniero naval formado en Glasgow? ¿El de Alberto Caeiro, sin profesión ni educación, muerto de tuberculosis en la flor de la edad? ¿El de Ricardo Reis, médico expatriado de quien se perdió el rastro, a pesar de algunas noticias recientes obviamente apócrifas? ¿El de Bernardo Soares, ayudante de contable en la Baixa lisboeta? ¿O de otro cualquiera, fuera Guedes o Mora, ésos tantas veces invocados, innumerables, ciertos, probables e posibles? ¿Se representaría con sombrero en la cabeza? ¿Con la pierna cruzada? ¿Con un cigarro entre los dedos? ¿Con gafas? ¿Con la gabardina puesta o sobre los hombros? ¿Usaría un disfraz, por ejemplo, quitándose el bigote y descubriendo la piel subyacente, de súbito desnuda, de súbito fría? ¿Se rodearía de símbolos, de cifras de la cabala, de signos del zodiaco, de gaviotas en el Tajo, de muelles de piedra, de cuervos traducidos del inglés, de caballos azules y jockeys amarillos, de premonitorios túmulos? ¿O, al contrario de estas elocuencias, se quedaría sentado delante del caballete, de la tela blanca, incapaz de levantar un brazo para atacarla o defenderse de ella, a la espera de otro pintor que viniera a intentar el imposible retrato? ¿De quién? ¿De cuál? De una persona que se llamó Fernando Pessoa comienza a tener justificación lo que de Camões ya se sabe. Diez mil figuraciones, dibujadas, pintadas, modeladas, esculpidas, acabaron haciendo invisible a Luís Vaz, lo que todavía permanece de él es lo que sobra: un párpado caído, una barba, una corona de laurel. Es fácil de ver que Fernando Pessoa también va camino de la invisibilidad, y, teniendo en cuenta la ocurrente multiplicación de imágenes, provocada por apetitos sobreexcitados de representación y facilitadas por un dominio generalizado de las técnicas, el hombre de los heterónimos, ya voluntariamente confundido en las criaturas que produjo, entrará en el negro absoluto en mucho menos tiempo que el otro de una cara sola, aunque de voces no pocas. Acaso será ése, quién sabe, el perfecto destino de los poetas, perderse en la substancia de un contorno, de una mirada gastada, de un pliegue en la piel, y disolverse en el espacio, en el tiempo, sumidos entre las líneas de lo que consiguieron escribir, si del rostro sin facciones ni limites todavía alguna cosa llega a entrometerse, está garantizado el día en que incluso ese poco será definitivamente arrojado fuera. El poeta no será más que memoria fundida en las memorias, para que un adolescente pueda decirnos que tiene en sí todos los sueños del mundo, como si tener sueños y declararlo fuese primera invención suya. Hay razones para pensar que la lengua es, toda ella, obra de poesía. (Continuará)



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22 de abril de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Camisola

Cuando hoy salí del hospital, fresco como una rosa, traía comigo dos satisfacciones. Una, la de haberme visto libre, finalmente, de una impertinente bronquitis que desde hace meses, con altos y bajos, parecía no querer abandonarme, aunque esta vez ha tenido que resignarse e ir en búsqueda de otro hospedero. Ojalá no lo encuentre. La segunda satisfacción era de diferente naturaleza. Sucede que en este pequeño hospital de Lanzarote, ciertamente con sorpresa de quien me lea, trabajan nada más y nada menos que 17 o 18 enfermeros procedentes de Portugal, de la zona del Miño la mayor parte. Sucede también que, antes de salir, tuve que hacer una radiografía de tórax para que quedase debidamente documentado que el paciente, como suele decirse, está bien y se recomienda. Yo llevaba puesto lo que hoy llamamos un ?jersey?, luego fue un ?jersey? lo que me quité y dejé sobre una silla. El enfermero, portugués de Felgueiras, debía comprobar si las placas habían resultado técnicamente satisfactorias y, para eso, tuve que pasar a un compartimento de al lado. Dijo: ?Son solo dos minutos, después le doy la camisola?. Creo que me estremecí. No había oído la palabra desde hace unos treinta años, tal vez más, y aquí, en Lanzarote, a dos mil kilómetros de la patria, un joven enfermero de Felgueiras, sin imaginarlo, va y me dice que la lengua portuguesa todavía existe. Bendita bronquitis.



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21 de abril de 2009
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