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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Hablar por las uñas

¿Qué somos las mujeres sin manos? Sin los dedos que abrochan sujetadores, se colocan los pendientes con un gesto concentrado o hurgan en el fondo del bolso. Manos que extienden cremas hidratantes sobre la piel de sus hijos, que aún anudan corbatas o atusan cariñosamente el pelo de los maridos. Manos laboriosas que se entrelazan en el ancho páramo de la convivencia a esa hora en la que tanta falta hace tener otra cerca para sentirla dentro de la tuya. Hay mujeres que son auténticas virtuosas del arte de mover las manos. Algunas incluso hipnotizan con sus movimientos. Las extienden, agitan, repican las uñas en la mesa con golpecitos lentos y secos, las hacen girar como una mariposa o las abren en un gesto que viene a ser mitad súplica mitad ofrenda. En algunos países del sudeste asiático, el peso de la danza no se apoya en los pies sino en las manos, que van dibujando formas en el aire. Como las bailaoras de flamenco. Hubo un tiempo, a finales de los noventa, en que se pusieron de moda las clases de sevillanas en los gimnasios. A veces me quedaba mirándolas tras el cristal: señoras con el pelo mojado, embutidas en un traje de faralaes. Veinte mujeres, cuarenta manos y cuatrocientos dedos en tensión; muchas sensaciones emergían, pero todas ajenas al tacto. En casi todas las culturas, cuando una mujer se siente sobreexpuesta, le sobran las manos. No sabe dónde meterlas. Es un asunto particularmente visible en las fotos:te sobran, no sabes qué hacer con ellas. El auge del llamado ?nail art? en verdad representa una prótesis decorativa de gran sofisticación. ¿Por qué hoy las mujeres se pintan las uñas de azul o amarillo? Del rojo oscuro de Cleopatra a aquellos primeros colores sólidos que popularizó Eleanor Roosevelt, la moda de decorar las uñas se ha convertido en un nuevo ?nicho? de mercado. La carta de colores y filigranas, de esmaltes permanentes y brillos, se extiende en un catálogo infinito como si quisiera neutralizar las uñas mordidas, las manos agrietadas o los dedos retorcidos. A veces contemplo a aquellas que se acarician a sí mismas mientras esperan en un aeropuerto. Si son mujeres, prueben la diferencia de hacerlo con las uñas descuidadas o recién pintadas. Qué inexplicable sentimiento de eficacia aportan unas manos, como se dice, ?arregladas?. No en vano, el arreglo ha sido una circunstancia connatural de nuestra condición, un adjetivo que ha determinado dos categorías muy claras: mujeres arregladas y mujeres dejadas. En ambos casos, no puedo dejar asociarlas a un taller de reparación. Y es que en realidad, los esmaltes de uñas no son más que una composición refinada de la pintura de coches.

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2 de octubre de 2013
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Buscarse la vida en Marte

El show de la realidad en formato televisivo se ha convertido en un nuevo aguijón de subsistencia. Más allá de los cinco minutos de gloria y de la obsesión por la fama como activo -no tanto para sumar fortuna como para sedar vanidades y conseguir mesa en un restaurante-, hoy a través de los realities se consigue una profesión. A poder ser vocacional. Ahí está el llamado Project Runway -un concurso de diseñadores de moda gracias al cual el ganador puede financiar su colección-, los histriónicos Master chef o La voz, de donde se sale con la promesa de un luminoso futuro laboral y una campaña promocional gratuita. En Italia, RAI3 estrenará el próximo noviembre Masterpiece, un talent show para escritores que mezclará literatura y emociones, presumiblemente no a la manera de Bernard Pivot en su mítico Apostrophes, ni de nuestro Joaquín Soler Serrano y sus espléndidas conversaciones sobre literatura y vida, sino, supuestamente, de forma vistosa, comercial, “atractiva para el gran público”, como suele decirse. Escritores expuestos a la grasienta cotidianidad de la convivencia y convertidos en protagonistas de un exhibicionismo de primer orden: sus inseguridades, bloqueos, manías, sus euforias y rituales, la necesaria soledad del que alinea palabras para narrar una historia, pero sobre todo ese manojo incierto de celos, lágrimas y libidos alimentarán la parrilla televisiva a cambio de ver su nombre en la tapa de un libro. “A día de hoy, o te presentas a un reality o emigras”, me decía el otro día una joven que no ha conseguido adaptarse en Munich y que forma parte del casi medio millón de españoles que, según el INE, emigraron el año pasado (desde 2008 el número de jóvenes expatriados ha crecido un 41%). Buscarse la vida lejos como solución a la crisis, al desempleo o la precariedad y a la desesperación ha definido siempre los movimientos migratorios, incluso los de las aves. Desarraigo frente a supervivencia. Aunque cada vez más radical, como acaba de plantear una organización llamada Mars One que supera el formato del reality: se trata de emigrar para siempre a Marte. Hasta el momento han recibido más de 200.000 solicitudes, entre ellas casi 4.000 desde España. En 2023 un equipo convenientemente formado “se convertirá en el primer grupo de seres humanos que viajan a Marte para vivir allí el resto de sus vidas”, afirman sus promotores, que también dejan claro que el retorno es inviable económica y tecnológicamente. Y además, “tras un tiempo en Marte, el cuerpo no sería capaz de habituarse de nuevo a las condiciones gravitatorias de la Tierra”. I’m a stranger here myself, titulaba Odgen Nash uno de sus libros de poemas. Así nos vemos un poco más cada día, extraños para nosotros mismos, habitantes de la nada dispuestos incluso a plantar lechugas en Marte sin billete de vuelta. (La Vanguardia)

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30 de septiembre de 2013
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Obreras de la moda

De nuevo la pasarela. Esa adicción juvenil. Ese negocio monumental. La exaltación estética, aspiracional. Vuelve lo de siempre, la recreación del pasado con un barniz de novedad capaz de encender el deseo y reproducir en un lenguaje universal sus consignas a fin de capturar el aire del tiempo. “Los años se secan como hojas”, escribe el autor del momento, el recuperado John Salter, de moda como los pantalones al tobillo o las botas con tachuelas. Pero, mientras la prosa sin pedrería de Salter se lee como un descubrimiento, los diseños que estos días desfilan en las semanas de la moda -ahora, la de París- se exhiben como una evidencia. Ni teorías a lo Barthes ni poesía costurera en las crónicas. Lo que en verdad cotiza es la nomenclatura: las marcas, las tendencias y, muy especialmente, las modelos. Los rankings de las mejor pagadas se han convertido ya en un tópico, aunque siempre aparezcan en las páginas de cotilleo. Mientras se encumbra a las más famosas, tan indispensables para cualquier inauguración, campaña o reportaje, una legión de muchachas anónimas, algunas vulnerables muñecas de porcelana -como cantaba Serrat-, se visten y desvisten varias veces al día ante un director de casting que las escruta sin piedad. El 30%, según la organización Model Alliance, ha sufrido tocamientos o ha sido despedida por no perder dos kilos. La mayoría tiene entre 15 y 22 años y su mayor esfuerzo consiste en estar delgadas. Engordar un kilo significa una derrota. Las que llegan a las pasarelas internacionales representan un privilegiado 2%. Hay niñas de quince años a quienes un fotógrafo les pide que se desnuden. Una de ellas confesaba que se escondió en el baño a llorar, pero luego lo hizo, posó. A veces trabajan doce horas seguidas. Y no son pocas las que, a Dios gracias, reciben un traje y la cena como único salario. Los abusos sexuales siempre han acompañado a esta profesión sobre la que pesa la acusación de frivolidad, prebendas, objetualización del cuerpo y narcisismo. Vivir de la imagen, en verdad, tiene algo que ver con la prosa rasa de Salter: hay que asumir una actitud ganadora desde el primer momento. Pero la realidad esconde demasiadas historias sórdidas, y hablar de los derechos de las modelos parece un asunto muy diferente que el resto de reivindicaciones laborales. Garantizar los mismos derechos que amparan cualquier otro oficio es lo que pretenden asociaciones como Equity o Model Alliance: regular horarios, limitar la edad de las chicas para trabajar, controlar el mobbing y los abusos… Porque bajo las alfombras del glamur existe un sucio suburbio en el que se cometen auténticos atropellos contra las bellas obreras de la moda. (La Vanguardia)

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25 de septiembre de 2013
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La crisis, las abejas y el Papa

Hay datos concluyentes de que estrenamos una nueva era. Y no sólo por los archiconocidos argumentos de cambios de paradigma. Ocurren a diario transformaciones que nos mantienen en vilo, cada vez más habituados al sobresalto. Frente a la desconfianza de los cínicos que nunca han creído que los lazos de la fraternidad humana sean naturales, sino producto del interés común, aflora una nueva sensibilidad. O mejor dicho, una transformación ética que promueve otros baremos para medir el valor de lo tangible y lo intangible bajo unos criterios bien distintos a la lógica capitalista del sistema de precios. Hoy, incluso la supervivencia de las abejas se ve amenazada (gran tema que hace unas semanas publicaba Time en portada, alertando sobre el uso de pesticidas y sobre todo dibujando un mundo donde cada vez se plantan menos flores). Una excelente metáfora sobre estos tiempos la que planteaba la revista al aventurar que habrá que crear abejas robóticas porque la tercera parte de los alimentos humanos son polinizados por abejas, según la Wikipedia; y su labor representa quince mil millones de dólares de valor en los cultivos, según Time. Las alternativas para suplir lo que se extingue a menudo pasan por la deshumanización, como el polen de acero frente a los enjambres naturales que tantas veces han representado el trabajo en equipo y la organización de grupo. Las colmenas abandonadas a causa de la amenaza de los pesticidas simbolizan el éxodo, interior y exterior de una sociedad cada vez más empobrecida. No sólo la bancarrota de los estados provoca un cambio de actitud; una demanda casi histérica de protección se multiplica frente al desplome del Estado del bienestar: educación, sanidad, pensiones… Y parecen razones suficientes para neutralizar la sociofobia que ha permanecido en tantos discursos liberales. Lo analiza con hallazgos César Rendueles en Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital. (Capitán Swing). “Un sistema económico basado en un arrogante desprecio por las condiciones materiales y sociales de la subsistencia humana está condenado a caer en un proceso autodestructivo cuya única finalidad es tratar infructuosamente de reproducirse”, afirma el autor. Las medidas urgentes que penalizan a la ciudadanía, ahora esos 33.000 millones de recortes en pensiones, evidencian de nuevo que los discursos sobre la austeridad son de cartón piedra, y que la dignidad es un valor perdido. Hubiera querido dedicar esta columna a las palabras sinceras, diferentes, revolucionarias, del papa Francisco. Al significado de los puentes que tiende para combatir las distancias sociales y las exclusiones. Y al final he escrito sobre abejas y sociofobias. Pero basta terminar con una frase suya que debería de convertirse en nuevo mandamiento universal: “No se puede hablar de la pobreza sin experimentarla”. (La Vanguardia)

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23 de septiembre de 2013
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Poderosos y psicópatas

El asunto de la personalidad siempre ha sido sumamente atractivo. No hay más que ver el ascendente que aún mantiene la astrología en las relaciones sociales, como si preguntar por el horóscopo en un primer encuentro fuera una manera popular de desvelar algunos rasgos del carácter -que curiosamente sus portadores, sean aries o virgo, suelen aceptar con agrado-. Melancólicos, coléricos, sanguíneos o flemáticos, en la clasificación de los cuatro temperamentos humanos que elaboró Hipócrates conocer al otro pasa por poder catalogar la pasta de la que está hecho. Aun sabiendo que una prolija colección de máscaras acompaña la presentación del individuo en sociedad, e incluso ante uno mismo. Los psicópatas, asegura Kevin Dutton, autor de La sabiduría de los psicópatas, abundan en las altas esferas y, de hecho, algunas de sus características son indispensables para ostentar el poder actuando bajo presión. Como el arte de pisotear a quien les tose sin que les tiemble el labio. Ni autocrítica, ni sentimiento de culpa, ni inseguridad; una capa de barniz es incapaz de oscurecer del todo la frialdad de su mirada esencial para tomar decisiones de gran calado. Pero no siempre es posible detectar la falta de empatía, el sentimiento de omnipotencia o la obsesión por el control como rasgos de personalidades psicópatas. ¿Requerimientos necesarios para inquebrantables mandatarios? Como Putin, amigo del sanguinario El Asad, convertido ahora en prohombre global por haber detenido una nueva guerra en Siria ganando por la mano en capacidad de liderazgo al propio Obama. ¿Recuerdan al Putin de Beslán, y la escuela que su ejército asedió para acabar con un comando de terroristas chechenos -y de paso con más de 170 niños-; o del teatro moscovita donde también se asfixiaron con los gases 129 rehenes inocentes? Por no citar a Litvinenko, Politkóvskaya o a su opositor, reciente candidato a la alcaldía de Moscú, Navalni, y otros adversarios políticos de este exagente del KGB. De la misma forma que escuchamos “un poco de ansiedad es buena”, tras la lectura del libro de Dutton uno se medio convence de que un punto de psicopatía también lo es en este mundo raro. Durante el curso de su investigación, el autor los ha conocido en todos los círculos y ámbitos de la vida, empezando por su padre. Y aparte de los Hannibal Lecter, también ha hallado “psicópatas que, lejos de devorar a la sociedad desde dentro, han servido, mediante una tranquila desenvoltura y tomando decisiones muy duras, para protegerla y enriquecerla”. Otro cosa sería su fiabilidad. Los que no son compasivos, ni dudan, ni tan siquiera sueñan, pueden cambiar el destino de un país, sí, con un rictus terrorífico. (La Vanguardia)

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18 de septiembre de 2013
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Uno de cada cinco

Hay historias de familia que se graban en la médula del ser como hierro caliente. Moldean ya no la personalidad o la conducta, sino algo que va más allá: llamémosle alma, inconsciente, disco duro. Perolos asuntos de familia no dan para demasiados titulares. Porque el ámbito privado ha merecido siempre una sagrada inviolabilidad, hasta que estalla en catarsis o se enquista para siempre. Este verano he leído algunos libros que por un lado paladean y por otro se enfangan en la edad de la inocencia. Desde ?El vino de la juventud? de John Fante, en el que recuerda su pálpito cuando halla en un baúl una foto de su madre, aún joven y bella pero ?en la cocina estaba mi madre, prisionera entre cazos y sartenes; una mujer que ya no era la encantadora mujer de la fotografía?; hasta el arrollador y adictivo ?Nada se opone a la noche?, en el que la prosa de Delphine de Vigan fondea en una compleja historia de familia que demuestra cómo el primer sabor a veces amargo de la infancia se adhiere, imperturbable, al resto de la vida. El discurso de los niños siempre ha sido secuestrado por los adultos. Nosotros le ponemos palabras, registramos sus simbologías, observamos sus proyecciones y buscamos el significado de sus lágrimas. Pero permanece oculta una realidad acerca de la cual ellos carecen de voz para que emerja, y que aún no forma parte del discurso de los adultos: la realidad de los abusos. Puede que este titular reciente sea menos nuevo de lo que imaginamos: ?el 90% de los abusos sexuales a menores son cometidos por miembros de la familia?, o este otro: ?uno de cada cinco niños es víctima de la violencia sexual, incluida la violación antes de los 18 años?. Lo difunde la campaña del Consejo de Europa contra la violencia sexual sobre niños, niñas y adolescentes puesta en marcha hace tres años. En España, a través de la FAPMI ?la Federación de Asociaciones para la Prevención del Maltrato infantil- se insta a los mayores a convertirse en agentes de prevención, y a concienciarnos de nuestro compromiso ante esa lacra mucho más apegada a la condición humana de lo que suponíamos. Desde denunciar una web nociva o bien educar previniendo y creando entornos poco intimidantes en base a una regla básica: ?los secretos buenos les hacen felices, los malos no?. Hasta bien entrada la democracia en España, a partir de los ochenta, no se empezó a adquirir conciencia de que los asuntos de malos tratos a mujeres en el domicilio conyugal tenían que ver con la violencia, y no con la pasión. Con el abuso de poder del más fuerte sobre el más débil. Y con el sometimiento propio de aquellos que confunden el amor con un perverso asunto de propiedades. En el caso de la violencia, y concretamente de la sexual contra los pequeños, la mala noticia es ése ?uno de cada cinco?, y la buena, que nuestra sociedad parece ya lo suficiente madura para afrontarlo sin más prórrogas.

(La Vanguardia)

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16 de septiembre de 2013
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Muertos de risa

Sería un eufemismo decir que sentimos estupor al escuchar a nuestros políticos el pasado sábado rematando la venta de la candidatura olímpica de Madrid. “Los españoles son gente muy divertida”, decían, en un discurso más parecido al de un relaciones públicas de discoteca de la costa. Estéticamente, y por una cuestión de credibilidad, hubiera convenido cualquier otro adjetivo. Imaginemos esa España cachonda con más de cuatro millones y medio de parados muertos de risa. Chistosa, noctámbula, bailonga, como les gusta creer a esos turistas incandescentes que ignoran que esos tablaos, jaranas y capeas se montan sólo para ellos. Porque el parque temático de un país estereotipado en la chanza hace tiempo que resultó cansino, y sobre todo desajustado para la gran mayoría de sus habitantes. Pensemos si no en todos esos científicos que han tenido que exiliarse para poder seguir investigando, o la comunidad cada vez más amplia de expatriados que se buscan la vida donde pueden, a pesar de añorar su casa. Y no precisamente por echar de menos la fiesta, sino por un extrañamiento bastante más hondo, que guarda relación con el sentimiento de pertenencia. El llamado paradigma de Hemingway, alimentado por una mezcla de pasión bajo el sol, faralaes, vino y burladeros, tiñe aún los cristales con los que acostumbramos a ser vistos. Cuando la Unión Europea muestra la riqueza cultural de sus países, elige casi siempre un torero para plasmar la identidad española. Pero ahora nos encontramos, además, con que parece que sus gobernantes tampoco pueden abstraerse del estereotipo, precisamente cuando nuestro país se halla lacerado por una profunda crisis que ha tocado incluso a su identidad. Habría que considerar el porqué de tanta impostura. Tokio supo jugar la carta del discurso emocional, y consiguió invertir la tragedia y escenificar una demostración de fortaleza y determinación. En el speech final de la candidatura madrileña, tenazmente ensayado e interpretado por la alcaldesa, primó el escapismo. “Relaxing cup of café con leche…”. ¿De qué sirven tantos asesores? ¿Nadie supo alertar del inglés macarrónico, de la sobreactuación, del derroche de prepotencia? La candidatura de la austeridad se caracterizaba por el exceso: de comitiva, arrojo, triunfalismo. De Fukushima a Tokio, los japoneses han querido reescribir una nueva verdad donde lo sagrado convive con la solvencia del dinero. El ridículo de Madrid no es el de sus gentes ni el de su paisaje palpitante, generoso, caótico, sino una muestra más de que el distanciamiento de la sociedad respecto a los políticos está directamente relacionado con lo alejados que están del resto de sus conciudadanos. (La Vanguardia)

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11 de septiembre de 2013
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Confianza en red

De entre las fotografías que se difundieron tras el trágico accidente ferroviario en Santiago de Compostela me impactó una en la que un hombre y una mujer se abrazaban consternados. Ambos sujetaban un objeto en su mano, que reposaba en la espalda del otro. Era un móvil. Pensé en el gesto inconsciente: el de fusionar al cuerpo, como una extensión del mismo, ese dispositivo que hoy actúa no solo como resumen de nuestro espacio social, sino de nuestra identidad. Incluso en momentos de elevada tensión emocional en los que un sentimiento irreal de pérdida paraliza el pensamiento automático hasta el extremo de ignorar si hay que avanzar el pie derecho o el izquierdo para andar, el teléfono parece el único miembro autónomo, sobradamente preparado, con autoridad.A menudo, a fin de aligerar nuestro peso, al llegar a casa nos quitamos los zapatos, los pendientes o anillos, la corbata? ?nos ponemos cómodos?, decimos. Pero, en cambio, apenas nos alejamos de los smartphones, que ahora se agarran a la muñeca en forma de reloj. Dan la hora, pero sobre todo ofrecen información y emociones. El ciudadano de los años diez practica running y a la vez en su pequeña pantalla recibe mensajes mientras corre, respira, late. Del mundo propio, el pequeño, pero también del grande, donde gracias a la red cualquier individuo puede superar el grado de confianza que mantiene con un vecino o una persona con la comparte un viaje largo en coche. El reportaje sobre la miniaturización de los móviles que publicaba La Vanguardia la semana pasada, resaltaba la siguiente hipótesis: ?el reloj puede ser sólo un paso más en el acercamiento de la máquina al cuerpo?. La fusión entre lo humano y lo digital se hace cada vez más indisociable. Ya no solo son grupos de amigos sino familias enteras repartidas por el mundo las que crean grupos de WhatsApp. Y no se conecta uno para pedir trabajo sino para encender la mecha de un nuevo proyecto. ?Internet configura el mundo real? resume Javi Creus, que fue profesor de ESADE y hoy, empujado por el pensamiento utópico, ha creado la consultoría Ideas for Change, donde ?el ciudadano colaborativo activa sus datos, capacidades o activos?. La crisis ha logrado materializar valores e incluso monetizar ?otra palabra de moda? el tiempo o la ilusión. Proliferan bancos de favores, plataformas de conocimiento abierto, el net.art con creaciones colectivas como si se tejiera un gran knut virtual. El crowfounding, como una alternativa más humana a los sistemas de crédito, ha conseguido objetivos asombrosos, y la filosofía del beneficio común se extiende y hace más generosos a los generosos convencidos, al tiempo que convence a los dudosos. Una nueva confianza va calando entre aquellos que no se quieren privar de soñar, y que aguzan su creatividad con la dosis justa de rebeldía. Un paisaje alentador frente al de la legión de parásitos que se retuercen panza al sol.

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9 de septiembre de 2013
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Soñar a lo grande

Un padre creativo. Primerizo, británico y diplomático. Conoció a JK Rowling en una fiesta en París y se emocionó. Más allá del autógrafo de rigor, se atrevió a pedirle un consejo para Charlie, su bebé: “No fumes, dejarlo es una pesadilla”. Rowling, que también mostró su generosa motivación, dejó un segundo mandato: “Haz caso a tu padre, a no ser que esté equivocado”. Tom Flechter siguió adelante en su empeño de dedicarle a su hijo una especie de manual de la sabiduría de la fama. Aunque la política haya perdido su capacidad para cautivar y hoy se arrastre cabizbaja, latosa, anémica, Flechter, ahora embajador en Líbano, no se cortó con Clinton, Bush padre. O Bruni. “Sueña a lo grande y no temas esforzarte por ello”, escribió Obama en estado puro. Curiosamente, lo mismo que rasgó en el cuaderno Bill Clinton: “Hay que soñar a lo grande”, y añadía “no olvides disfrutar de cada día”. El proyecto de Flecther es mediático. Le saldrá un libro resultón, entregará los beneficios a una oenegé solidaria que combata la maltrecha situación de los niños en el mundo, y puede que incluso alguna de sus divisas se convierta en el lema de una campaña. Hasta ahí, todo previsible. Pero ¿hasta qué punto las máximas, las reglas, los principios e incluso los aforismos determinan nuestra vida? La afición por los aforismos, por las cápsulas de pensamiento comprimido en poco menos de 140 caracteres, como un tuit, proliferan en tiempos de formatos breves, despieces y enunciados vitamínicos como un Red Bull. Esta querencia por las frases redondas y afiladas es reveladora acerca de nuestra condición de habitantes de los años 10. Afincados en la cultura del eslogan, deglutimos perlas y entrecomillados, reclamamos directrices y lecciones perspicaces, aunque su poder de fijación sea absolutamente dudoso. O mejor dicho, es el contexto el que hace agua porque el uso y, sobre todo, el abuso de poder no ha evolucionado desde hace más de dos mil años. Veamos, si no: “La mejor forma de gobierno es la que se basa en el equilibrio de poderes”, “quienes nos dirigen deberían poseer un carácter y una integridad excepcionales”, “la corrupción destruye a la nación” o “para obtener resultados es fundamental hacer concesiones”. Marco Tulio Cicerón los rubricó mientras César conquistaba las Galias, plantando la semilla de lo que debería de entenderse por un gobierno justo. Los recoge la editorial Ares y Mares en Cómo gobernar un país. Y produce escalofríos pensar que todo está escrito en los libros, y a pesar de ello, el sentido común y la ejemplaridad son tan esquivos como ese aforismo que enamora al oído pero se desvanece como una pompa de jabón. ¿Soñar a lo grande y vivir en pequeño?

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4 de septiembre de 2013
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Un periódico con tetas

Javier Ricou, periodista de La Vanguardia, me llamó a mitad de agosto cuando el verano aún olía el aceite de coco y los gritos de los niños anunciaban la promesa de una tarde larga. Recogía opiniones para escribir sobre el escote, a propósito del interés suscitado por una columna de Sergi Pàmies donde animaba a resolver un protocolo sobre el canalillo. Desde entonces, no he podido dejar de pensar en el asunto. Primero, por su asombrosa novedad: un periódico con tetas. Sí, periódico de verano, dirán, pero periódico al fin y al cabo. Y no tetas obvias, como las que buenamente intentan equilibrar la presencia de las mujeres en los diarios deportivos, sino tetas sin foto, sólo con narración y opiniones (deslumbrantes u ociosas) acerca de cómo mirar o cómo desear que miren un escote. Ahí está ese señor de Salou, que mientras corre diariamente por el paseo ve desfilar todo tipo de pechos que le alegran la mañana, y “todos los pechos son dignos”, postulaba (una se pregunta cómo serán unos pechos indignos, ¿los planos, los mastectomizados, los secos…?). O la barcelonesa que anima a insinuar en lugar de mostrar, viejas armas de mujer y sobre todo pasto para esos códigos repletos de sandeces que tanto han querido aleccionar el comportamiento de las mujeres: “Nunca lo hagas después de la primera cita, pregúntale por su coche, no lleves minifalda a partir de los cuarenta años ni brillantes antes de los 35…”. Cierto es que a los hombres los instruyen con otro tipo de burradas; la primera, “hazte un hombre” (esperemos que cada vez más en desuso entre los nuevos modelos de familia), pero sólo hace falta revisar la publicidad actual sobre productos de higiene femenina: desde las compresas para la regla, que ahora ya contienen unas cápsulas que se rompen mientras caminas y emanan efluvios de perfume, hasta el eslogan de una marca de desodorante: “Las mujeres fuertes no huelen”. Así es la vida de cruel, empiezas como modelo de salvaslips y terminas anunciando compresas para la incontinencia urinaria. Por ello parece ambicioso el desafío de Pàmies, ya bastan las humillaciones: un anuncio donde se muestre un código de urbanidad para el escote. Un protocolo (¿otro más?) que ponga negro sobre blanco las intenciones que se ocultan al llevar un escote en uve, redondo de cortesana, escuálido, canalillo o palabra de honor, de esos que siempre hay que tirar hacia arriba, y producen tanta compasión ajena. La única espina para dictar dicho protocolo es que la mayoría de las mujeres no saben muy bien cómo quieren ser miradas. Depende del día. Puede que en su imaginario se haya colado alguna caída de ojos de hombre Marlboro, o la intensidad de un filósofo francés, o la perversidad de un simple canalla, o el terciopelo de un encantador de serpientes, pero en realidad suelen cruzarse con hombres normales. Y así sale lo que sale: de reojo, de frente, al culo… o sin miramientos, al DNI.

(La Vanguardia)

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2 de septiembre de 2013
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El Boomeran(g)
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