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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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?Crackphone?

Alrededor de una mesa cinco mujeres enumeran lo primero que se quitan al llegar a casa. Los tacones, coinciden todas. Bajarse del pedestal que te eleva, cimbrea la cintura y levanta las nalgas. A pesar de las advertencias de la podología, el tacón es símbolo estético de andares coquetos, de feminidad, moda, bajismo, también fetichismo. Ahora bien, sólo en público. Puede que exista alguna excéntrica que guste de andar por casa encima de unos stilettos de diez centímetros, pero liberarse de los tacones forma parte del saludable protocolo de la intimidad. Un símbolo de lo que significa regresar a la estatura real. Las cinco mujeres continúan describiendo su ritual liberador: después vienen los anillos, pendientes y pulseras. ?Todo lo que pesa o aprieta?, dicta una. Sujetadores con aros, cinturones, medias? y los añadidos: lentillas, piercings, rímel, separadores de juanetes, describen sin pudor. Pero, mientras casi por instinto se liberan uno a uno de los abalorios que visten su yo público, confiesan sentirse incapaces de despojarse de su móvil, como si se tratara de una auténtica prótesis. Entre los hombres ocurre algo parecido: al llegar a casa, lo primero que hacen es vaciarse los bolsillos de cartera, chatarra y llaves; también se desprenden de los zapatos y el cinturón. Y les costará separarse de su smartphone, incluso desearían una funda impermeable para meterlo con ellos bajo la ducha. Somos movildependientes, y no sólo por el imperioso acceso a la comunicación, sino por la necesidad de sentir que alguien piensa en nosotros, nos sigue, nos retuitea; que contamos con ese alguien parecido a un espectador de nuestra vida a fin de que nuestros actos tengan mayor sentido. También se da el caso contrario: la posibilidad de narcotizarnos frente a su pantalla gracias a la feria de estímulos que es capaz de almacenar. En Francia, el presidente François Hollande ha decretado que todos sus ministros deberán dejar el móvil a las secretarias antes de entrar en la sala del Consejo. Se ha acabado la excusa de no atender en nombre de lo inaplazable. Algunas compañías tecnológicas francesas han anunciado que sus ejecutivos deberán mantenerse desconectados un mínimo de once horas diarias, como medida protectora. La hipercomunicabilidad golpea la conciliación entre vida profesional y vida familiar. Cuando un hijo te pide que dejes el móvil de lado, en verdad te sientes igual que un adolescente, incapaz de discernir lo urgente de lo importante. Y, como el tabaco, decides que te lo quitarás de encima al entrar por la puerta de casa. Pero, sigilosamente, acudirás allí donde esté, como el adicto en busca de la dosis, y si está apagado, lo encenderás porque su mudez es la nada.

(La Vanguardia)

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16 de abril de 2014
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El último minuto

¿Por qué hay personas previsoras que se organizan minuciosamente para acometer una tarea y otras que, por más que lo intenten, siempre lo hacen todo en el último minuto? Los primeros, más que puntuales, realizan sus entregas con antelación a la fecha señalada; y cuando acuden a una cita llegan con tiempo suficiente para permitirse el lujo de perderlo. Eso es lo que piensan quienes sienten que no tienen ni un minuto para malgastar y apuran las horas como si fueran elásticas. De los primeros se dice que son metódicos; los segundos, caóticos. Pero la precipitación no siempre es mala, depende de la fuerza de las ideas, y de las conexiones entre consciente e inconsciente. Si no, ¿por qué a pesar de posponer racionalmente un asunto, no podemos quitárnoslo de la cabeza hasta que lo afrontamos? También se puede llegar a soñar con el deber aplazado: a mí me ocurrió cuando empecé a escribir artículos. Si no lo tenía resuelto, aquella noche mi inconsciente se afanaba en buscar un tema para la columna, y alguna miga llegué a recoger en la vigilia. Hitchcock contaba su experiencia en un colegio jesuita célebre por su rectitud moral y su disciplina, y reconocía que le ayudó a perfilar su sentido del suspense. “El método de castigo era altamente dramático: el pupilo debía decidir cuándo acudir. Y dirigirse a la habitación especial donde se hallaba el cura o el hermano lego encargado de administrarlo. Algo parecido a dirigirte tu propia ejecución”. “Decidir cuándo”, ahí está el quid de la cuestión. El adolescente Hitch comprobó que la mayoría de sus compañeros retrasaba la sesión de azotes con correa hasta última hora del día. Así, al castigo físico se le añadía una losa autoimpuesta que los angustiaba durante toda la jornada. En cambio, si se recibía inmediatamente, tras las lágrimas y el escozor pronto llegaba el alivio. Por pereza, parálisis o carácter postergamos lo que sabemos que tendremos que encarar irremediablemente -lo llaman procrastinación-, aun sintiendo el látigo del minutero, la angustia del tiempo que expira, la boca seca. No siempre se advierte diferencia entre el resultado de quienes realizan una actividad con tiempo y quienes la han hecho a última hora. “No me lo he preparado demasiado y me ha salido mejor que nunca”, les he oído decir a varios conferenciantes. Cierto es que la inspiración llega cuando uno suda, pero la daga de la presión desquicia a unos mientras que revitaliza a los otros. Según una investigación realizada en la Universidad de Colorado, de la que informa la revista Time, la procrastinación se hereda. El profesor Daniel Gustavson y su equipo concluyen que el dejarlo todo para el último momento no es sino una adaptación evolutiva a nuestra era de planes y agendas. Genes impulsivos a la búsqueda de un relámpago de suspense.

(La Vanguardia)

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14 de abril de 2014
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Sin saltos de tigre

Hubo un tiempo en el que en las tiendas italianas del paseo de Gràcia podrías encontrarte e Eto’o o Ronaldinho comprando bolsos de Vuitton, acompañados por su incondicional troupe de palmeros. Las estiradas dependientas los escrutaban con un mohín de condescendencia, mientras ellos pedían más relojes de oro al peso. Hablamos de 2007, el último año en el que todo el mundo se sentía todavía rico, guapo, alto y famoso. Y no digamos los exóticos cracks. Sus propias fotos en Facebook y Twitter, como la que nos ha regalado este año Ronaldinho, posando en un jacuzzi custodiado por cinco mujeres sumergidas con el trasero en pompa, siguen perpetuando su impúdica vanidad. Al final de aquella etapa, corrían en boca de todos las descripciones de escenas lujuriosas en discotecas. Y la prensa flasheaba instantáneas que probaban su emparejamiento con top-models y misses del mundo entero. Porque no sólo los narcotraficantes tienen éxito con la belleza despampanante. Basta dinero y coraje para hechizar a la vulnerable cáscara de la hermosura. El talento atrae al talento, predican las multinacionales que se jactan de creativas. El héroe en el campo, el que juega bonito, el que maravilla a la audiencia, lleva implícita un aura de superhombre. Que se le lo pregunten a Iniesta, disfrazado ahora de Spiderman en un anuncio de Sony, que obliga al público a admirar sus ceñidas mallas más allá de su pálida flema. Que los futbolistas de élite son unas máquinas sexuales forma parte de la misma lógica que abre todo tipo de pesquisas acerca de la sexualidad de los toreros. El lugar común del as del balón convertido en rey del kamasutra permanece intacto y las declaraciones de Scolari en la conferencia “Falar de futebol”, en la que acabó falando de sexo, sirven de composición de lugar. El entrenador de la selección canarinha va más allá de prohibir o permitir con naturalidad las relaciones sexuales en la concentración, y alerta acerca de las acrobacias o malabarismos sexuales. “Ni por parte de ellos, ni de sus acompañantes”, llegó a matizar. Y todas las miradas se dirigieron a Neymar, de nuevo libre como el mar. Guardiola y Simeone, el nuevo triunfador, el deseado (también crucificado al ser visto con otra pseudomodelo, Carla Pereira) competirán como entrenadores carismáticos y estrategas en la Champions. Como telón de fondo, el subidón brasileño atraviesa otro imaginario universal y el Mundial palpita de deseo. Decae la libido azulgrana, se habla de fin de ciclo… ¡Al tiempo! Es la hora de entonar con Vinicius y su samba de Banção: “Mas pra fazer um samba com beleza e preciso um bocado de tristeza Senao nao se faz um samba nao. Sarabá!”. La bilis negra Hay familias con las que se ceba el infortunio, y España sabe de ello: los Panero, los Castilla del Pino, los Haro Ibars, o los Suárez. Sobre ellas se posa el fantasma de la bilis negra -así denominaban los griegos a la melancolía- cual cadena de un collar cuyas cuentas se van rompiendo, una tras otra. Encuentran muerta a Peaches Geldof sin causas aparentes, ni drogas ni suicidio (su madre Paula Yates murió de una sobredosis de heroína y su padrastro, por supuesta autoasfixia erótica). Peaches tenía una vida aparentemente hogareña, feliz, y unas facciones de eterna lolita melancólica. “Están contando los días hasta que muera, como mi madre. No es justo”, declaró hace años. La muerte nunca es justa. El ducado Suárez El todo Madrid habla de la hija de Marian, Alejandra Romero. A sus 24 años, abogada, sobriedad castellana y melena lacia, es la heredera del título nobiliario que el Rey concedió a su abuelo. Se declara orgullosa de recibirlo, pero huye del foco. Los efectos de la ley de Igualdad para la Sucesión de Títulos Nobiliarios de 2006, una vieja reivindicación de las aristócratas activistas, se han hecho sentir, trastocando los planes del hijo mayor, el portavoz de la familia Adolfo Suárez Yllana. Cuentan que suplicó al Rey conservar el título, aunque él lo desmintiera, igual que negó el libro de Pilar Urbano y declaró su “enmienda a la totalidad”. Un título. Un ducado. Tan invisibles como el traje del emperador. Belleza con precio Rob Lowe ha asegurado en la presentación de la segunda parte de sus memorias que la belleza es una tragedia. Porque ser guapo se convierte en un gran inconveniente si no se alcanza un buen grado de estabilidad emocional. De don divino, puede convertirse en adormidera que aísla y autodestruye. Lowe triunfó demasiado joven, igual que Justin Bieber, como tantos niños encantadores a los que las pantallas deglutieron. Quien en los ochenta formaba pandilla con aquellos Rebeldes (Cruise, Dillon o Swayze) hoy cumple 50 con una declaración de sobriedad. “El único camino al éxito es la rectitud”, dice después de haberse bebido (y ligado) entera la noche de Manhattan. Lowe, precoz para todo, incluso para escribir unas memorias con 50 tacos. (La Vanguardia)

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12 de abril de 2014
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No digas machismo

Los guardias urbanos -ridículamente llamados agentes de movilidad- que le pusieron una multa a Esperanza Aguirre y le pidieron los papeles del coche eran dos hombres “bastante machistas”, según ha declarado la presidenta del PP de Madrid en su periplo por los medios. “Bastante”, curioso adverbio de cantidad para amortiguar el peso de la acusación, porque machista, al igual que racista o budista, se es o no se es. ¿Es posible hacer debate de género a partir de una infracción de tráfico y el común rebote de quien la comete? Los agentes han declarado, por escrito, que Aguirre estaba nerviosa, que le faltaba documentación, y que arrancó el coche al estilo Fast & Furious y casi atropella a uno de ellos mientras derribaba la moto del otro. “Ya saben ustedes dónde vivo”, les espetó. Así se funciona en Madrid. Mucho señoritingo, don por aquí, doña por allá, y moral de limpiabotas. En el programa La mañana de TVE, presentado por Mariló Montero, Aguirre aseguró que todo había sido provocado por ser quien es, porque le tienen manía, y porque corrieron a buscar la foto. E insistió: “Hay mucho machismo”. A modo de despedida, la locuaz presentadora hizo chanza: “Espero que por lo menos fueran apuestos”. A lo que Esperanza, rauda, contestó entre risas: “Sí, no estaban nada mal”. Si esta conversación la hubieran mantenido dos hombres, acerca de unas agentes de movilidad del sexo femenino, hubieran saltado todas las alarmas sexistas. A punto de ser juzgada por desobediencia a la autoridad, Aguirre recurre al subterfugio del machismo -rebatido y negado por el Ayuntamiento de Madrid (con todos los respetos, resulta poco verosímil la escena de dos agentes de la movilidad discriminando a Esperanza Aguirre por el hecho de ser mujer)-. Y a unas risas sobre lo buenos que estaban los agentes. Del mismo modo que el término “fascista”, convenientemente vaciado de contenido político-histórico, puede lanzársele a la cara al adversario -sea, casi, cual sea su signo, desde a Gallardón, Rosa Díez, pasando por Vidal-Quadras, Putin o hasta a la oposición venezolana-, la acusación de “machista” supone a menudo una cortina de humo para escabullirse de situaciones complicadas. Un fuera de contexto socorrido al que día a día se acogen algunas mujeres con cargos públicos y privados a fin de amortiguar su caída y no salir tan mal paradas. Mientras, en el mundo real, suman aquellas que sufren la discriminación en sus carnes, en sus nóminas y en sus vidas, aunque no tengan una cámara a mano para denunciarlo. Utilizar el machismo como coartada es una irresponsabilidad, una forma de banalizarlo, una zancadilla en la carrera por la igualdad.

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9 de abril de 2014
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Ostras y caracoles

Otra de las palabras clave de nuestro tiempo, que tanto vale para el consumo, los negocios o el tiempo libre, es “experiencia”. O mejor dicho, su adjetivación forzada y pedante: “experiencial”. Nada que ver con su sentido vital y filosófico, que la define como el conocimiento adquirido a partir de una vivencia. Un acontecimiento que te permite acceder a un nuevo grado de percepción. Un descubrimiento. Y si bien la experimentación ha salido de los parámetros de la política o la empresa, incapaces de asumir más riesgos, cobra cuerpo en la intimidad de los individuos. Eso sí, declinada en su faceta más hedonista y a menudo superficial, para poder lograr sensaciones coloridas que contribuyan a disipar la grisalla de la economitis mundial. Siguiendo esta lógica, tras los viajes, la gastronomía o los tratamientos de belleza, le ha tocado el turno al sexo, entendido como un parque temático del siglo XXI con variopintas atracciones, que van desde los juguetes sexuales hasta los intercambios de pareja o el porno casero. Y, con inusitado desparpajo, abundan los testimonios en las revistas femeninas, que remarcan la división entre goce y sentimiento. Tanto es así que la bisexualidad -femenina- se despacha con la etiqueta de tendencia social. Cada vez es más frecuente la confesión por parte de las celebridades de que han probado las ostras y los caracoles (parafraseando a Marco Licinio Craso del Espartaco de Kubrick), acaso porque el impacto de las mismas se convierte en trending topic y polémica segura. La última ha sido el desiderátum de Miranda Kerr. El ángel de Victoria’s Secret y exmujer de Orlando Bloom acaba de declarar a GQ que está abierta a descubrir cosas nuevas: “Admiro tanto a hombres como a mujeres. Quiero experimentar. Nunca digas nunca…”. Y lo más curioso es que impacta su intención antes incluso de consumarla. Kerr se une al aluvión de pseudosalidas del armario, que suelen coincidir con campañas de promoción de películas, discos o marcas personales. Las actrices Angelina Jolie y Drew Barrymore oficiaron de pioneras, usando descripciones bien gráficas. “He amado a algunas mujeres, y me he acostado con ellas. Si te gustan y les quieres dar placer, el hecho de ser mujer te da ventaja: sabes perfectamente la manera de tocar”, confesó Jolie. Mientras que la pequeña del clan Barrymore aseguraba que “estar con una mujer es como explorar tu propio cuerpo a través de otra persona”. Lady Gaga, Megan Fox, Lindsay Lohan, Amber Heard… hasta Amy Winehouse, a pesar de cantarle locamente enamorada a su chulo presidiario, les reconoció a sus íntimos que “hay algo muy satisfactorio en el hecho de estar con una mujer”. Todas chicas, acaso demostrado que no temen a su definición sexual porque nuestra sociedad está fatigada de escándalos. En cambio, no encuentro apenas declaraciones de hombres bi: ¿será que no existen?

(La Vanguardia) Foto: Julia Fullerton-Batten

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7 de abril de 2014
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Rosas y abrazos

Han vuelto los poetas de domingo -algo así como los pintores de Montmartre- a las campañas electorales. “Poesía costurera”, denominaba con desprecio Coco Chanel al resultado de quienes glosaban de forma excelsa y metafórica las colecciones de moda. La videonecrológica del PP para las europeas calienta motores, a falta de candidato (a mes y medio de los comicios). ¿Por qué no regodearse, pues, en la vieja cantinela de “la culpa de todo es de Zapatero”? Sin dar nombres, con finura madrileña de la que destripa al adversario tejemaneando un chascarrillo y unos huevos rotos en Lucio. “Nadie os echa de menos”, dice una voz en off, y una triste rosa se marchita en un rincón. La campaña de Elena Valenciano, en cambio, quiere ser cariñosa. Después de haber hablado tan bien francés en público -fue alumna del Liceo-, se convierte en fenómeno viral al declarar: “Yo vi que el Rey paró el 23-F”. Cuán elevado coste puede acarrear la mala filología: bastaba un neutro “yo fui testigo”. Entonces era telefonista en Ferraz y aquella noche asumió una gran responsabilidad. Genio y figura. Años de tenacidad, entrega y partido. En plenas primarias, le preguntaron qué haría en caso de que Rubalcaba perdiera, si también tendría que abandonar la primera línea. Su respuesta en El País fue colosal: “No, yo soy su número dos, pero estaba aquí antes que él”. En el primer cartel electoral propone: “Hagamos una campaña de abrazos, de encuentro con la gente”. Lo que parece significar que se abrazará con los ciudadanos que se cruce por la calle, una iniciativa que recuerda a la de Juan Mann y sus “Abrazos Gratis”, que al abalanzarse afectuosamente sobre los viandantes, emocionaba y enfurecía a partes iguales. Ojo, la política emocional tiene mucho riesgo. Que se lo pregunten a Zapatero cuyos guardaespaldas me contaron que debían vigilar con especial atención a las señoras motivadas y bajitas que le agarraban del cuello hasta contracturarle. Los abrazos y las rosas también han tomado París; y en el cambio de gobierno de Hollande, a la desesperada, parece completarse la cuadratura del círculo, aunque en esta ocasión mucho se guarde Ségolène Royal de ser apodada ‘la Zapatera’. Después de una sufrida travesía del desierto en la que el ángel de Ségolène -tan femenina, tan francesa, mujer de vestido con falda de vuelo en lugar de pantalón- pareció desvanecerse, regresa a la primera línea. Sus propios compañeros la crucificaron con el mantra de siempre: “¿Quien cuidará de sus hijos?” se preguntaban. Ocurren estas cosas con la igualdad: ¿se imaginan una campaña de abrazos para todos en la que el candidato fuera un hombre? El rey Karl Después de convertir el Grand Palais en supermercado durante su último desfile y de asistir como reina madre al Baile de la Rosa de Mónaco, el diseñador de Chanel ha confesado por fin a ZEITmann por qué nunca se quita las gafas de sol. Sus excentricidades no son más que la construcción de un personaje con el que se blinda: guantes de motorista hasta para comer, talco en su coleta, joyas antiguas, y sus sempiternas gafas de sol, creíamos que para esconder la edad. Tuve ocasión de verlo sin ellas, y aseguro que su lifting es de calidad. Ahora dice que a causa de un golpe estuvo a punto de perder un ojo, y decidió no quitárselas, para protegerse. A los ochenta años sigue en primera fila, emulando a Coco, que volvió a triunfar con la misma edad. Shaki y los paletos Aún no me he recuperado de los zafios insultos que recibió el otro día Shakira en el campo del Espanyol (“Shakira es una puta” vociferaban). ¿Por qué? ¿Por qué es pareja de un jugador señero del Barça? ¿Por qué ha versionado una canción en catalán -Boig per tu-, con su encantadora facilidad para los idiomas? ¿Por qué además de componer, cantar, producir y bailar estudió en UCLA? ¿O por qué su último álbum ha sido número uno en sesenta y nueve países en iTunes? En la aldea global se perpetran todavía paletadas de esta magnitud, que no comprenden ni toleran la diversidad cultural y el mestizaje. Machismo de cavernas. Grotesco espectáculo el de quienes confunden un acto de amor con un Freedom for Catalonia. Grace-Nicole-Julie El caso es que Ségolène regresa cuando hace mutis Valérie, según la prensa, el detonante de la separación de la pareja. Curiosa declinación del mal en femenino, como si Hollande fuera un angelito. Coincide el traspaso con el estreno, por fin, de “Grace de Mónaco”. Que se aireen los rifirrafes entre Rainiero y la musa de Hitchcock, y sus melancolías, no ha gustado nada a los Grimaldi, que han decidido ningunear el estreno. Pero además de las desavenencias del matrimonio, cuenta como la actriz acabó mediando con De Gaulle para impedir que el principado fuera anexionado por Francia, mientras el Rey jugaba en el casino. ¿Y saben quién dobla a Nicole/Grace? Piruetas del destino: Julie Gayet, la novia de Hollande. (La Vanguardia)

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5 de abril de 2014
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La vida no és el temps que fa

Doha és arena i vidre. El desert i el nou món coronats pels gratacels dels premis Pritzker. Entrepans de petroli i gas, de fons d’inversions en deute internacional; d’expatriats occidentals que manen i esclaus de Bangladesh o Sri Lanka que obeeixen; de capricis que passen a les arques sobiranes, com Harrod’s, Valentino o els Cézannes que ha comprat la filla de la xeiquessa, un dels personatges més literaris de l’actualitat. La nova Cleopatra vestida d’alta costura, amb turbants tan ben posats com els de les milionàries americanes al Lido de Venècia, ha assolit el prodigi de revolucionar la imatge de la dona islàmica en la primera línia de la diplomàcia internacional, sense cap escàndol. Són les set, ja és fosc, i siguis on siguis sents el cants dels muetzins des dels altaveus de la mesquita que perforen la tarda. Arriba a ser plàcid el so, de tan absurd. No és harmònic, però en els seus desacords sempre hi ha una segona veu que vibra i que es plany en la inclinació de la pregària. A mi em fa sentir una mena de por romancera, però també una malenconia que  estova les hores. I les arrossega. Les hores, quins personatges. És difícil entendre-t’hi. Algunes passen amb parsimònia, com un núvol gras, i d’altres, ni les coneixes, perquè s’emporten la frustració d’haver-les maltractat.  O d’haver passat en blanc. Sentir-se productiu és un mandat dels nostres temps, tan important com reinventar-se, paraula de la qual renego. Quant els hi duren les reinvencions als reinventats? L’experiència no serveix de res, perquè sempre ets igual i diferent a la vegada. La vida no té dreceres. Ara no sé si era la vida o l’amor allò que no tenia dreceres segons James Salter. Però val per als dos. Com m’agrada la descoberta de Salter. El sentiment èpic que hagi rebut el sabó de la crítica i hagi venut llibres quan ja no ho esperava, als vuitanta anys. “No té sentit”, li vaig llegir. Slater escriu amb arquitectura tan temperada com nua, plecs de vida cristal·lins i a la vegada abissals. A Años luz,  Salter escriu: “La vida és el temps que fa”. Però la vida es transforma, i ha d’abrigar allò que ha viscut per no perdre la fletxa del temps. Ell: “El que al principi era nou, curiós, a poc a poc forma una crosta vital inextricable, la rialla s’atura, és com un aprenentatge difícil que no acabarà mai. Ell no reconeixia les festes. Ni tan sols els diumenges tenien sentit: eren temibles, tancats com un llibre.” Ella: “Tenia quaranta-set anys, els cabells bonics i abundants i les mans fortes. Semblava que tot allò que havia conegut i llegit, les filles, les amistats, coses que en algun moment havien estat dispars i discrepants, per fi s’havien calmat i trobat el seu lloc interior. L’aclaparava un sentiment de collita, d’abundància. No tenia res a fer i esperava.” Els seus personatges que comencen tan bé, singulars, capaços de saber beure vi com cal, acaben estimbant-se contra l’adversitat que ells mateixos convoquen, tot buscant l’efecte contrari. Però no tenen intenció de tornar enrere. De fet, ningú no torna enrere, per molt que s’equivoqui. Fa mandra. Decidir és descartar i viure és anar morint. Només ens salva obrir els ulls de tant en tant, quan el vent fa bambolejar els estors blancs de la cambra, o la nena camina contenta, fent saltirons, després de veure Peter Pan i va repetint: “Crec en les fades, crec en les fades, crec en les fades.” La nena escriu contes. D’ossets que es troben amb un ratpenat que els vol punxar. O de trapezistes-amazones, que és el que ella vol ser de gran, i tot sovint pregunta per què encara no l’hem portat a lliçons de trapezi. A mi que em fa por llançar-me de cap a la piscina. La nena no s’inquieta davant les dones tapades a Qatar, però quan veu un home amb turbant i posat sever diu: “Mira, aquest sembla el moro Juan”. Ja ho sé, és políticament incorrecte però l’hi vaig ensenyar jo. Era un ressò llunyà de la infantesa. No sé perquè dèiem “el moro Juan” al poble quan parlàvem d’algun ésser exòtic i barbut. Ens feia riure, amb el trist encant de la ximpleria. Avui els moros són àrabs, i val més que rentem els prejudicis. Aixequen city centers damunt del desert, salven la malmesa economia europea invertint en deute, mengen dàtils i sucs de llimona amb menta i únicament pel fet d’haver nascut a Qatar cobren 6.000 euros al mes. Aquí, la vida no és el temps que fa, que deia el Salter. Perquè es viu enganyant la calor i l’aire condicionat funciona les 24 hores del dia en edificis que es comuniquen amb altres mitjançant els omnipresents laberints interiors. Als carrers, al Suck o a Katara, la ciutat de la cultura, hi ha lones penjades del terrats i aspersors que humidifiquen la xafogor. Avui m’he trobat una dona jove al lavabo d’un centre comercial que es descobria lentament, enretirant-se el vel que li cobria la cara per complet, deixant només un forat per als ulls. A sota portava el cabell recollit, amb una orquídia com les de la Billie Holliday, i anava maquillada com una porta: els llavis perfilats, les celles tatuades. Admiro el seu pentinat, un secret sol visible en espais interiors, i amb aquesta mena de confiança anònima que sovint borbolla en la vida de pas, o millor dit, en el trànsit de la vida que ens convida a traspassar portes, li pregunto si se sent mirada pels homes. “I tant”, em diu, i afegeix: “Em miren molt, em reconeixen, i de vegades xiuxiuegen”. Insisteixo: com poden admirar-la si va coberta com un fantasma. Ella riu i assegura: “Em veuen, saben llegir el cos i el rostre”. Això sí, quan viatja a Europa i només que l’avió escampi del territori aeri nacional, canvia l’abaia per uns texans, s’encaixa unes converse i es corona un barret. Lliure?, diu que se’n sent sempre, que tan sols es tracta de codis. Codis. Donar la mà, inclinar-se capendavant, tocar-se el cor amb el palmell de la mà, dos, tres petons, un copet a l’esquena, ajuntar lesmans i moure-les amunt i avall? pins, puks, barres, targes, vises, passwords ? La vida és un codi, però el secret rau a saber descodificar-la. “Què sent a l’escriure en tercera persona per oposició a la primera?”, pregunta Hermione Lee a Philip Roth en una entrevista a The Paris Review , i aquest respon: “Què sent al mirar a través d’un microscopi quan se n’ajusta la lent? Tot depèn de quant es vol apropar l’objecte nu a l’ull nu. I al revés. Depèn d’allò que es desitja ampliar i en quina mesura” De Roth acabo de llegir Engaño: les converses entre dos amants continguts que s’acompanyen en el seu dol existencial. Roth escriu en primera persona per oposició a la tercera: una realitat imaginada? El protagonista és un escriptor americà de mitjana edat que es diu Philip i viu a Londres; ella, una anglesa intel·ligent i resignada. “Què estàs perdent, el combat o la bellesa?”, li pregunta ell. “Ambdues coses, crec que estan connectades”, diu ella. “No has de perdre el combat”. “Em temo que això no depèn totalment d’una”. Gairebé res no depèn totalment d’una. Sovint sobrevé el buit. La dimissió crua, el sentiment dolorós, la pèrdua del sentit, de les idees i de les paraules. Cada any rellegeixo la Carta de Lord Chandos ?d’Hugo von Hofmannsthal? a Sir Francis Bacon explicant-li la seva renúncia a escriure. És tan dolorosa. Poètica i retòrica, vida i forma es parteixen per la meitat, i la paraula ja no aconsegueix traslladar el sentit de les coses. La vida no es pot anomenar com tampoc es pot domesticar. Als avions tot sembla possible. Tornem cap a la primavera. No hi ha telèfons, no hi ha distraccions, solament núvols que pasturen com un ramat de bens. Escric i llegeixo embotida al seient de Qatar Airways on tant en enlairar com en aterrar posen l’anunci del Barça, amb en Puyol rebentant un torreta amb el cap. La música de Jackie Wilson ?( Your Love Keeps Lifting Me) Higher & Higher ? encomana un sentiment eufòric de futur per encetar, amagant que només som titelles dalt del boeing qatarí. L’emmirallament d’una realitat aliena no té res a veure amb nosaltres. A la nena li cau el suc de taronja al damunt. No portem roba de recanvi, li relligo la meva samarreta com un vestit. Podria no haver-ho escrit, però són les dentegades que volen aturar el naufragi de la identitat, notaris de la vida que passa volant i tant li fot el temps que fa. (Catorze)

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4 de abril de 2014
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Compromiso

 

Valga de una vez por todas que nosotras no estamos buscando desesperadamente el compromiso como tantas veces usted ha creído. Ni mucho menos queremos atrapar su libertad como si usted fuera Bambi y nosotras unas depredadoras obsesionadas con echarle el lazo. No hay nada más latoso para nuestra especie que depender de un hombre después de dos siglos luchando por ser autónomas e independientes. Vale que decir «mi marido» socialmente puede conferir una supuesta coartada. Pero también obliga a trabajosas servidumbres, como las cenas de empresa con cónyuge. A mi alrededor, no conozco a ninguna mujer que acepte enfrentarse al amor como si fuera una hoja de Excel. Al contrario. Prefieren enfangarse hasta los muslos, aun sin tener ninguna certidumbre del camino que enfilan. A veces el amor es puro espejismo, otras una hondonada que conmueve, sacude y monitoriza el instinto. A pesar de todo, la maldita fobia al compromiso sigue a la orden del día. Mujeres que juegan a las adivinanzas, que se ven sumidas en un espiral perverso consistente en interpretar los mensajes de su amor igual que si fueran textos de Joyce. Mujeres que me dicen: «No sabe, no contesta». Que una mujer le pregunte por las fechas de sus vacaciones o se interese por los fines de semana en que le tocan los niños no significa que quiera tenerlo bajo llave, en una especie de zulo emocional donde a veces usted se autorrepresenta, insignificante como un ratoncito mientras sospecha que ella es una manipuladora de campeonato. Por eso sale despavorido en lugar de razonar el asunto. Porque, ¿cuál es su idea de la libertad? ¿No querer obligarse a cerrar la puerta de las posibilidades? ¿Pensar que no pueden exigirle que ya nunca más pueda abrazar una nueva piel, «única», diferente a todas, hasta que se convierta en fastidio? En las parejas siempre suele haber uno que está más colgado del otro; a veces va por rachas ?y eso es estupendo?, pero hay hombres y mujeres que deciden interpretar el mismo papel toda su vida. De demandante. Como si el otro pudiera colmar los propios vacíos y complejos. Ellos, aterrorizados por no dar la talla o malvivir en un pozo de reproches. Ellas, enfebrecidas por la idea de exclusividad y totalitarismo amoroso, como si el amor fuera una enfermedad ?y a veces lo es?. De sobras sabemos que cuando ella le dice «te necesito» usted siente que una arcada de ansiedad le paraliza el estómago. Ocurre igual al revés, siempre que esa necesidad no sea para los dos una ferviente expresión de eros. Por lo demás, sepa que las mujeres del siglo XXI son muy prácticas, por ello a menudo le sacan la agenda, pero eso no significa que quieran aherrojarlo. Y si ante eso usted desaparece porque se siente inhibido y controlado, es posible que al principio lloren y vayan a cortarse el pelo, o se apunten a un curso de hata yoga, fantaseando aún con que usted pueda regresar. Si lo hace, amigo, está muerto.

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3 de abril de 2014
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La hora fantasma

Me imaginaba a un señor en lo alto de un campanario, que, en lugar de cantar las campanadas como se hace en Fin de Año, hacía girar la ruedecilla para adelantar el reloj una hora. El señor era un mandado, por lo que mi rabia infantil no se dirigía hacia él, sino contra la mano negra que había decidido que España, psicológicamente, estuviera más cerca de la relojería de Alemania que de las islas Canarias. Así las cosas, había momentos en los que creía entrar en una ficción: en la vida de los españoles eran las tres, pero en mi fuero íntimo y secreto, continuaban siendo las dos. De esta forma, podía levantarme una hora antes y acostarme una hora más tarde que el resto. Hasta que, teatralmente, acababa cediendo y seguía como un peón el horario impuesto, siempre apurando el minuto a fin de que cupieran más cosas en él, como una maleta a punto de estallar que para cerrarla tienes que sentarte encima de ella. Algo había de cierto en todo ello, aunque no lo sabría hasta mucho después: Franco se empeñó en cenar a la misma hora que Hitler, y por ello, parando la cuerda de la neutralidad, colocó las agujas de los relojes nacionales en la sintonía que el Reich había impuesto en todos los territorios ocupados (GMT+1:00). Hasta entonces, España se adaptaba a los husos horarios del meridiano de Greenwich -que le corresponde, como al vecino Portugal, por su situación geográfica-. Y aunque según argumenten sus abanderados se ahorre mucha energía, hay algo antinatural en ello, como si se le practicara un lifting al minutero. Hacer y deshacer, adelantar y retrasar, y sobre todo creer que ganamos la partida al tiempo cuando en verdad prosperamos en el caos horario. Aunque varias asociaciones -como la que ya hemos citado en otras ocasiones, la Comisión Nacional de Racionalización de los Horarios Españoles- peleen para que el Gobierno cambie esa medida (al igual que otras de las que tomó el Caudillo), seguimos viviendo una hora fantasma dos veces al año. La gente que se escucha por dentro siente una descompensación entre sus ritmos circadianos y su agenda. Y los niños, en su llantina al desperezarse obligados, nos cuestionan sobre la fuerza de la costumbre de ese amanecer oscuro que veinticuatro horas antes refulgía prometedor. Combatiremos en nuestra batalla contra el tiempo combinando horarios de infarto en un país en el que hay que salir tarde de la oficina para ganarse el respeto. Correremos, un café tras otro, aunque ya estemos bastante nerviosos. Y recordaremos lo que decía Kierkegaard: “La ansiedad es el vértigo de la libertad”, para perdonarnos y reconocer que necesitamos del estrés para alimentar la imaginación. Como si dentro del reloj siguiera viviendo un señor mandado. (La Vanguardia)

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2 de abril de 2014
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En nombre de Freud

Uno de mis reportajes soñados -que ojalá me encarguen algún día- consiste en viajar por el mundo de diván en diván, empezar en Buenos Aires y terminar en París. Tenderme en ellos, y desde esa comodísima posición, averiguar qué asuntos se despliegan allí: un poco de insomnio y otro de desamor, de inseguridad u obsesión; y así poder acercarme al vaho que empaña los cristales del gabinete cuando aparece el fantasma del padre o se mata a la madre, freudianamente hablando. El psicoanálisis es tremendamente cinematográfico: su penumbra, su chaise longue con un trapito para reposar la cabeza, sus silencios. Cuántas escenas hemos contemplado de personajes que se tumban de espaldas al analista e inician un monólogo, que a la vez es una especie de discurrir. Y qué ramillete de chistes. “No se crea que soy como la peluquera, a la que se le cuentan los avatares de la semana”, me dijo en una ocasión una psicoanalista que exigía un esfuerzo por parte de sus pacientes para “elaborar” y “transferir” los ruidos interiores. Este año se conmemoran los 75 años de la desaparición de Freud, de quien, a su muerte, el poeta W.H. Auden dijo: “No es una persona sino todo un clima de opinión”. En su casa-museo de Viena lo celebran con una muestra sobre los viajes del médico, por los Alpes austriacos, Baviera, sus excursiones a Italia y Grecia para estudiar a los clásicos, o sus conferencias en EE.UU. Un viajero alrededor de la psique humana: “En general, carece de importancia el tema con el cual se comienza el análisis, puede ser la biografía, la historia clínica o los recuerdos infantiles del paciente. Ahora bien, de cualquier manera es necesario dejarle hablar y elegir libremente el punto de partida. Actúe como un viajero sentado junto a la ventanilla de un tren que le cuenta al que va en el asiento interior como va cambiando el panorama ante sus ojos”. La inestabilidad psíquica es un signo de los tiempos. El consumo de ansiolíticos se ha duplicado en España en la última década, y la depresión será, según la OMS, la segunda causa de muerte en el siglo XXI. Fobias y adicciones son consecuencia de una cultura del exceso que causa infelicidad y legaliza la transgresión. A pesar de haberlo desahuciado, y de contar con vigorosos detractores, las consultas de los psicoanalistas no sufren la crisis. Todo lo contrario. El malestar contemporáneo busca una tabla. Conocerse, explicarse, aceptarse. La cultura del yo se enfrenta, en la época más narcisista de la historia, al dilema de los procesos inconscientes de los que el yo ni siquiera tiene noticia… ¿Somos desconocidos para nosotros mismos? Ya es hora que descorramos los cortinones del tabú que aún significa recibir terapia. Y que no entrenemos sólo el cuerpo, sino también la mente, para contarnos cómo va cambiando el paisaje interior.

(La Vanguardia)

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31 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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