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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Ostras y caracoles

Otra de las palabras clave de nuestro tiempo, que tanto vale para el consumo, los negocios o el tiempo libre, es “experiencia”. O mejor dicho, su adjetivación forzada y pedante: “experiencial”. Nada que ver con su sentido vital y filosófico, que la define como el conocimiento adquirido a partir de una vivencia. Un acontecimiento que te permite acceder a un nuevo grado de percepción. Un descubrimiento. Y si bien la experimentación ha salido de los parámetros de la política o la empresa, incapaces de asumir más riesgos, cobra cuerpo en la intimidad de los individuos. Eso sí, declinada en su faceta más hedonista y a menudo superficial, para poder lograr sensaciones coloridas que contribuyan a disipar la grisalla de la economitis mundial. Siguiendo esta lógica, tras los viajes, la gastronomía o los tratamientos de belleza, le ha tocado el turno al sexo, entendido como un parque temático del siglo XXI con variopintas atracciones, que van desde los juguetes sexuales hasta los intercambios de pareja o el porno casero. Y, con inusitado desparpajo, abundan los testimonios en las revistas femeninas, que remarcan la división entre goce y sentimiento. Tanto es así que la bisexualidad -femenina- se despacha con la etiqueta de tendencia social. Cada vez es más frecuente la confesión por parte de las celebridades de que han probado las ostras y los caracoles (parafraseando a Marco Licinio Craso del Espartaco de Kubrick), acaso porque el impacto de las mismas se convierte en trending topic y polémica segura. La última ha sido el desiderátum de Miranda Kerr. El ángel de Victoria’s Secret y exmujer de Orlando Bloom acaba de declarar a GQ que está abierta a descubrir cosas nuevas: “Admiro tanto a hombres como a mujeres. Quiero experimentar. Nunca digas nunca…”. Y lo más curioso es que impacta su intención antes incluso de consumarla. Kerr se une al aluvión de pseudosalidas del armario, que suelen coincidir con campañas de promoción de películas, discos o marcas personales. Las actrices Angelina Jolie y Drew Barrymore oficiaron de pioneras, usando descripciones bien gráficas. “He amado a algunas mujeres, y me he acostado con ellas. Si te gustan y les quieres dar placer, el hecho de ser mujer te da ventaja: sabes perfectamente la manera de tocar”, confesó Jolie. Mientras que la pequeña del clan Barrymore aseguraba que “estar con una mujer es como explorar tu propio cuerpo a través de otra persona”. Lady Gaga, Megan Fox, Lindsay Lohan, Amber Heard… hasta Amy Winehouse, a pesar de cantarle locamente enamorada a su chulo presidiario, les reconoció a sus íntimos que “hay algo muy satisfactorio en el hecho de estar con una mujer”. Todas chicas, acaso demostrado que no temen a su definición sexual porque nuestra sociedad está fatigada de escándalos. En cambio, no encuentro apenas declaraciones de hombres bi: ¿será que no existen?

(La Vanguardia) Foto: Julia Fullerton-Batten

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7 de abril de 2014
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Rosas y abrazos

Han vuelto los poetas de domingo -algo así como los pintores de Montmartre- a las campañas electorales. “Poesía costurera”, denominaba con desprecio Coco Chanel al resultado de quienes glosaban de forma excelsa y metafórica las colecciones de moda. La videonecrológica del PP para las europeas calienta motores, a falta de candidato (a mes y medio de los comicios). ¿Por qué no regodearse, pues, en la vieja cantinela de “la culpa de todo es de Zapatero”? Sin dar nombres, con finura madrileña de la que destripa al adversario tejemaneando un chascarrillo y unos huevos rotos en Lucio. “Nadie os echa de menos”, dice una voz en off, y una triste rosa se marchita en un rincón. La campaña de Elena Valenciano, en cambio, quiere ser cariñosa. Después de haber hablado tan bien francés en público -fue alumna del Liceo-, se convierte en fenómeno viral al declarar: “Yo vi que el Rey paró el 23-F”. Cuán elevado coste puede acarrear la mala filología: bastaba un neutro “yo fui testigo”. Entonces era telefonista en Ferraz y aquella noche asumió una gran responsabilidad. Genio y figura. Años de tenacidad, entrega y partido. En plenas primarias, le preguntaron qué haría en caso de que Rubalcaba perdiera, si también tendría que abandonar la primera línea. Su respuesta en El País fue colosal: “No, yo soy su número dos, pero estaba aquí antes que él”. En el primer cartel electoral propone: “Hagamos una campaña de abrazos, de encuentro con la gente”. Lo que parece significar que se abrazará con los ciudadanos que se cruce por la calle, una iniciativa que recuerda a la de Juan Mann y sus “Abrazos Gratis”, que al abalanzarse afectuosamente sobre los viandantes, emocionaba y enfurecía a partes iguales. Ojo, la política emocional tiene mucho riesgo. Que se lo pregunten a Zapatero cuyos guardaespaldas me contaron que debían vigilar con especial atención a las señoras motivadas y bajitas que le agarraban del cuello hasta contracturarle. Los abrazos y las rosas también han tomado París; y en el cambio de gobierno de Hollande, a la desesperada, parece completarse la cuadratura del círculo, aunque en esta ocasión mucho se guarde Ségolène Royal de ser apodada ‘la Zapatera’. Después de una sufrida travesía del desierto en la que el ángel de Ségolène -tan femenina, tan francesa, mujer de vestido con falda de vuelo en lugar de pantalón- pareció desvanecerse, regresa a la primera línea. Sus propios compañeros la crucificaron con el mantra de siempre: “¿Quien cuidará de sus hijos?” se preguntaban. Ocurren estas cosas con la igualdad: ¿se imaginan una campaña de abrazos para todos en la que el candidato fuera un hombre? El rey Karl Después de convertir el Grand Palais en supermercado durante su último desfile y de asistir como reina madre al Baile de la Rosa de Mónaco, el diseñador de Chanel ha confesado por fin a ZEITmann por qué nunca se quita las gafas de sol. Sus excentricidades no son más que la construcción de un personaje con el que se blinda: guantes de motorista hasta para comer, talco en su coleta, joyas antiguas, y sus sempiternas gafas de sol, creíamos que para esconder la edad. Tuve ocasión de verlo sin ellas, y aseguro que su lifting es de calidad. Ahora dice que a causa de un golpe estuvo a punto de perder un ojo, y decidió no quitárselas, para protegerse. A los ochenta años sigue en primera fila, emulando a Coco, que volvió a triunfar con la misma edad. Shaki y los paletos Aún no me he recuperado de los zafios insultos que recibió el otro día Shakira en el campo del Espanyol (“Shakira es una puta” vociferaban). ¿Por qué? ¿Por qué es pareja de un jugador señero del Barça? ¿Por qué ha versionado una canción en catalán -Boig per tu-, con su encantadora facilidad para los idiomas? ¿Por qué además de componer, cantar, producir y bailar estudió en UCLA? ¿O por qué su último álbum ha sido número uno en sesenta y nueve países en iTunes? En la aldea global se perpetran todavía paletadas de esta magnitud, que no comprenden ni toleran la diversidad cultural y el mestizaje. Machismo de cavernas. Grotesco espectáculo el de quienes confunden un acto de amor con un Freedom for Catalonia. Grace-Nicole-Julie El caso es que Ségolène regresa cuando hace mutis Valérie, según la prensa, el detonante de la separación de la pareja. Curiosa declinación del mal en femenino, como si Hollande fuera un angelito. Coincide el traspaso con el estreno, por fin, de “Grace de Mónaco”. Que se aireen los rifirrafes entre Rainiero y la musa de Hitchcock, y sus melancolías, no ha gustado nada a los Grimaldi, que han decidido ningunear el estreno. Pero además de las desavenencias del matrimonio, cuenta como la actriz acabó mediando con De Gaulle para impedir que el principado fuera anexionado por Francia, mientras el Rey jugaba en el casino. ¿Y saben quién dobla a Nicole/Grace? Piruetas del destino: Julie Gayet, la novia de Hollande. (La Vanguardia)

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5 de abril de 2014
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La vida no és el temps que fa

Doha és arena i vidre. El desert i el nou món coronats pels gratacels dels premis Pritzker. Entrepans de petroli i gas, de fons d’inversions en deute internacional; d’expatriats occidentals que manen i esclaus de Bangladesh o Sri Lanka que obeeixen; de capricis que passen a les arques sobiranes, com Harrod’s, Valentino o els Cézannes que ha comprat la filla de la xeiquessa, un dels personatges més literaris de l’actualitat. La nova Cleopatra vestida d’alta costura, amb turbants tan ben posats com els de les milionàries americanes al Lido de Venècia, ha assolit el prodigi de revolucionar la imatge de la dona islàmica en la primera línia de la diplomàcia internacional, sense cap escàndol. Són les set, ja és fosc, i siguis on siguis sents el cants dels muetzins des dels altaveus de la mesquita que perforen la tarda. Arriba a ser plàcid el so, de tan absurd. No és harmònic, però en els seus desacords sempre hi ha una segona veu que vibra i que es plany en la inclinació de la pregària. A mi em fa sentir una mena de por romancera, però també una malenconia que  estova les hores. I les arrossega. Les hores, quins personatges. És difícil entendre-t’hi. Algunes passen amb parsimònia, com un núvol gras, i d’altres, ni les coneixes, perquè s’emporten la frustració d’haver-les maltractat.  O d’haver passat en blanc. Sentir-se productiu és un mandat dels nostres temps, tan important com reinventar-se, paraula de la qual renego. Quant els hi duren les reinvencions als reinventats? L’experiència no serveix de res, perquè sempre ets igual i diferent a la vegada. La vida no té dreceres. Ara no sé si era la vida o l’amor allò que no tenia dreceres segons James Salter. Però val per als dos. Com m’agrada la descoberta de Salter. El sentiment èpic que hagi rebut el sabó de la crítica i hagi venut llibres quan ja no ho esperava, als vuitanta anys. “No té sentit”, li vaig llegir. Slater escriu amb arquitectura tan temperada com nua, plecs de vida cristal·lins i a la vegada abissals. A Años luz,  Salter escriu: “La vida és el temps que fa”. Però la vida es transforma, i ha d’abrigar allò que ha viscut per no perdre la fletxa del temps. Ell: “El que al principi era nou, curiós, a poc a poc forma una crosta vital inextricable, la rialla s’atura, és com un aprenentatge difícil que no acabarà mai. Ell no reconeixia les festes. Ni tan sols els diumenges tenien sentit: eren temibles, tancats com un llibre.” Ella: “Tenia quaranta-set anys, els cabells bonics i abundants i les mans fortes. Semblava que tot allò que havia conegut i llegit, les filles, les amistats, coses que en algun moment havien estat dispars i discrepants, per fi s’havien calmat i trobat el seu lloc interior. L’aclaparava un sentiment de collita, d’abundància. No tenia res a fer i esperava.” Els seus personatges que comencen tan bé, singulars, capaços de saber beure vi com cal, acaben estimbant-se contra l’adversitat que ells mateixos convoquen, tot buscant l’efecte contrari. Però no tenen intenció de tornar enrere. De fet, ningú no torna enrere, per molt que s’equivoqui. Fa mandra. Decidir és descartar i viure és anar morint. Només ens salva obrir els ulls de tant en tant, quan el vent fa bambolejar els estors blancs de la cambra, o la nena camina contenta, fent saltirons, després de veure Peter Pan i va repetint: “Crec en les fades, crec en les fades, crec en les fades.” La nena escriu contes. D’ossets que es troben amb un ratpenat que els vol punxar. O de trapezistes-amazones, que és el que ella vol ser de gran, i tot sovint pregunta per què encara no l’hem portat a lliçons de trapezi. A mi que em fa por llançar-me de cap a la piscina. La nena no s’inquieta davant les dones tapades a Qatar, però quan veu un home amb turbant i posat sever diu: “Mira, aquest sembla el moro Juan”. Ja ho sé, és políticament incorrecte però l’hi vaig ensenyar jo. Era un ressò llunyà de la infantesa. No sé perquè dèiem “el moro Juan” al poble quan parlàvem d’algun ésser exòtic i barbut. Ens feia riure, amb el trist encant de la ximpleria. Avui els moros són àrabs, i val més que rentem els prejudicis. Aixequen city centers damunt del desert, salven la malmesa economia europea invertint en deute, mengen dàtils i sucs de llimona amb menta i únicament pel fet d’haver nascut a Qatar cobren 6.000 euros al mes. Aquí, la vida no és el temps que fa, que deia el Salter. Perquè es viu enganyant la calor i l’aire condicionat funciona les 24 hores del dia en edificis que es comuniquen amb altres mitjançant els omnipresents laberints interiors. Als carrers, al Suck o a Katara, la ciutat de la cultura, hi ha lones penjades del terrats i aspersors que humidifiquen la xafogor. Avui m’he trobat una dona jove al lavabo d’un centre comercial que es descobria lentament, enretirant-se el vel que li cobria la cara per complet, deixant només un forat per als ulls. A sota portava el cabell recollit, amb una orquídia com les de la Billie Holliday, i anava maquillada com una porta: els llavis perfilats, les celles tatuades. Admiro el seu pentinat, un secret sol visible en espais interiors, i amb aquesta mena de confiança anònima que sovint borbolla en la vida de pas, o millor dit, en el trànsit de la vida que ens convida a traspassar portes, li pregunto si se sent mirada pels homes. “I tant”, em diu, i afegeix: “Em miren molt, em reconeixen, i de vegades xiuxiuegen”. Insisteixo: com poden admirar-la si va coberta com un fantasma. Ella riu i assegura: “Em veuen, saben llegir el cos i el rostre”. Això sí, quan viatja a Europa i només que l’avió escampi del territori aeri nacional, canvia l’abaia per uns texans, s’encaixa unes converse i es corona un barret. Lliure?, diu que se’n sent sempre, que tan sols es tracta de codis. Codis. Donar la mà, inclinar-se capendavant, tocar-se el cor amb el palmell de la mà, dos, tres petons, un copet a l’esquena, ajuntar lesmans i moure-les amunt i avall? pins, puks, barres, targes, vises, passwords ? La vida és un codi, però el secret rau a saber descodificar-la. “Què sent a l’escriure en tercera persona per oposició a la primera?”, pregunta Hermione Lee a Philip Roth en una entrevista a The Paris Review , i aquest respon: “Què sent al mirar a través d’un microscopi quan se n’ajusta la lent? Tot depèn de quant es vol apropar l’objecte nu a l’ull nu. I al revés. Depèn d’allò que es desitja ampliar i en quina mesura” De Roth acabo de llegir Engaño: les converses entre dos amants continguts que s’acompanyen en el seu dol existencial. Roth escriu en primera persona per oposició a la tercera: una realitat imaginada? El protagonista és un escriptor americà de mitjana edat que es diu Philip i viu a Londres; ella, una anglesa intel·ligent i resignada. “Què estàs perdent, el combat o la bellesa?”, li pregunta ell. “Ambdues coses, crec que estan connectades”, diu ella. “No has de perdre el combat”. “Em temo que això no depèn totalment d’una”. Gairebé res no depèn totalment d’una. Sovint sobrevé el buit. La dimissió crua, el sentiment dolorós, la pèrdua del sentit, de les idees i de les paraules. Cada any rellegeixo la Carta de Lord Chandos ?d’Hugo von Hofmannsthal? a Sir Francis Bacon explicant-li la seva renúncia a escriure. És tan dolorosa. Poètica i retòrica, vida i forma es parteixen per la meitat, i la paraula ja no aconsegueix traslladar el sentit de les coses. La vida no es pot anomenar com tampoc es pot domesticar. Als avions tot sembla possible. Tornem cap a la primavera. No hi ha telèfons, no hi ha distraccions, solament núvols que pasturen com un ramat de bens. Escric i llegeixo embotida al seient de Qatar Airways on tant en enlairar com en aterrar posen l’anunci del Barça, amb en Puyol rebentant un torreta amb el cap. La música de Jackie Wilson ?( Your Love Keeps Lifting Me) Higher & Higher ? encomana un sentiment eufòric de futur per encetar, amagant que només som titelles dalt del boeing qatarí. L’emmirallament d’una realitat aliena no té res a veure amb nosaltres. A la nena li cau el suc de taronja al damunt. No portem roba de recanvi, li relligo la meva samarreta com un vestit. Podria no haver-ho escrit, però són les dentegades que volen aturar el naufragi de la identitat, notaris de la vida que passa volant i tant li fot el temps que fa. (Catorze)

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4 de abril de 2014
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Compromiso

 

Valga de una vez por todas que nosotras no estamos buscando desesperadamente el compromiso como tantas veces usted ha creído. Ni mucho menos queremos atrapar su libertad como si usted fuera Bambi y nosotras unas depredadoras obsesionadas con echarle el lazo. No hay nada más latoso para nuestra especie que depender de un hombre después de dos siglos luchando por ser autónomas e independientes. Vale que decir «mi marido» socialmente puede conferir una supuesta coartada. Pero también obliga a trabajosas servidumbres, como las cenas de empresa con cónyuge. A mi alrededor, no conozco a ninguna mujer que acepte enfrentarse al amor como si fuera una hoja de Excel. Al contrario. Prefieren enfangarse hasta los muslos, aun sin tener ninguna certidumbre del camino que enfilan. A veces el amor es puro espejismo, otras una hondonada que conmueve, sacude y monitoriza el instinto. A pesar de todo, la maldita fobia al compromiso sigue a la orden del día. Mujeres que juegan a las adivinanzas, que se ven sumidas en un espiral perverso consistente en interpretar los mensajes de su amor igual que si fueran textos de Joyce. Mujeres que me dicen: «No sabe, no contesta». Que una mujer le pregunte por las fechas de sus vacaciones o se interese por los fines de semana en que le tocan los niños no significa que quiera tenerlo bajo llave, en una especie de zulo emocional donde a veces usted se autorrepresenta, insignificante como un ratoncito mientras sospecha que ella es una manipuladora de campeonato. Por eso sale despavorido en lugar de razonar el asunto. Porque, ¿cuál es su idea de la libertad? ¿No querer obligarse a cerrar la puerta de las posibilidades? ¿Pensar que no pueden exigirle que ya nunca más pueda abrazar una nueva piel, «única», diferente a todas, hasta que se convierta en fastidio? En las parejas siempre suele haber uno que está más colgado del otro; a veces va por rachas ?y eso es estupendo?, pero hay hombres y mujeres que deciden interpretar el mismo papel toda su vida. De demandante. Como si el otro pudiera colmar los propios vacíos y complejos. Ellos, aterrorizados por no dar la talla o malvivir en un pozo de reproches. Ellas, enfebrecidas por la idea de exclusividad y totalitarismo amoroso, como si el amor fuera una enfermedad ?y a veces lo es?. De sobras sabemos que cuando ella le dice «te necesito» usted siente que una arcada de ansiedad le paraliza el estómago. Ocurre igual al revés, siempre que esa necesidad no sea para los dos una ferviente expresión de eros. Por lo demás, sepa que las mujeres del siglo XXI son muy prácticas, por ello a menudo le sacan la agenda, pero eso no significa que quieran aherrojarlo. Y si ante eso usted desaparece porque se siente inhibido y controlado, es posible que al principio lloren y vayan a cortarse el pelo, o se apunten a un curso de hata yoga, fantaseando aún con que usted pueda regresar. Si lo hace, amigo, está muerto.

(Icon)

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3 de abril de 2014
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La hora fantasma

Me imaginaba a un señor en lo alto de un campanario, que, en lugar de cantar las campanadas como se hace en Fin de Año, hacía girar la ruedecilla para adelantar el reloj una hora. El señor era un mandado, por lo que mi rabia infantil no se dirigía hacia él, sino contra la mano negra que había decidido que España, psicológicamente, estuviera más cerca de la relojería de Alemania que de las islas Canarias. Así las cosas, había momentos en los que creía entrar en una ficción: en la vida de los españoles eran las tres, pero en mi fuero íntimo y secreto, continuaban siendo las dos. De esta forma, podía levantarme una hora antes y acostarme una hora más tarde que el resto. Hasta que, teatralmente, acababa cediendo y seguía como un peón el horario impuesto, siempre apurando el minuto a fin de que cupieran más cosas en él, como una maleta a punto de estallar que para cerrarla tienes que sentarte encima de ella. Algo había de cierto en todo ello, aunque no lo sabría hasta mucho después: Franco se empeñó en cenar a la misma hora que Hitler, y por ello, parando la cuerda de la neutralidad, colocó las agujas de los relojes nacionales en la sintonía que el Reich había impuesto en todos los territorios ocupados (GMT+1:00). Hasta entonces, España se adaptaba a los husos horarios del meridiano de Greenwich -que le corresponde, como al vecino Portugal, por su situación geográfica-. Y aunque según argumenten sus abanderados se ahorre mucha energía, hay algo antinatural en ello, como si se le practicara un lifting al minutero. Hacer y deshacer, adelantar y retrasar, y sobre todo creer que ganamos la partida al tiempo cuando en verdad prosperamos en el caos horario. Aunque varias asociaciones -como la que ya hemos citado en otras ocasiones, la Comisión Nacional de Racionalización de los Horarios Españoles- peleen para que el Gobierno cambie esa medida (al igual que otras de las que tomó el Caudillo), seguimos viviendo una hora fantasma dos veces al año. La gente que se escucha por dentro siente una descompensación entre sus ritmos circadianos y su agenda. Y los niños, en su llantina al desperezarse obligados, nos cuestionan sobre la fuerza de la costumbre de ese amanecer oscuro que veinticuatro horas antes refulgía prometedor. Combatiremos en nuestra batalla contra el tiempo combinando horarios de infarto en un país en el que hay que salir tarde de la oficina para ganarse el respeto. Correremos, un café tras otro, aunque ya estemos bastante nerviosos. Y recordaremos lo que decía Kierkegaard: “La ansiedad es el vértigo de la libertad”, para perdonarnos y reconocer que necesitamos del estrés para alimentar la imaginación. Como si dentro del reloj siguiera viviendo un señor mandado. (La Vanguardia)

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2 de abril de 2014
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En nombre de Freud

Uno de mis reportajes soñados -que ojalá me encarguen algún día- consiste en viajar por el mundo de diván en diván, empezar en Buenos Aires y terminar en París. Tenderme en ellos, y desde esa comodísima posición, averiguar qué asuntos se despliegan allí: un poco de insomnio y otro de desamor, de inseguridad u obsesión; y así poder acercarme al vaho que empaña los cristales del gabinete cuando aparece el fantasma del padre o se mata a la madre, freudianamente hablando. El psicoanálisis es tremendamente cinematográfico: su penumbra, su chaise longue con un trapito para reposar la cabeza, sus silencios. Cuántas escenas hemos contemplado de personajes que se tumban de espaldas al analista e inician un monólogo, que a la vez es una especie de discurrir. Y qué ramillete de chistes. “No se crea que soy como la peluquera, a la que se le cuentan los avatares de la semana”, me dijo en una ocasión una psicoanalista que exigía un esfuerzo por parte de sus pacientes para “elaborar” y “transferir” los ruidos interiores. Este año se conmemoran los 75 años de la desaparición de Freud, de quien, a su muerte, el poeta W.H. Auden dijo: “No es una persona sino todo un clima de opinión”. En su casa-museo de Viena lo celebran con una muestra sobre los viajes del médico, por los Alpes austriacos, Baviera, sus excursiones a Italia y Grecia para estudiar a los clásicos, o sus conferencias en EE.UU. Un viajero alrededor de la psique humana: “En general, carece de importancia el tema con el cual se comienza el análisis, puede ser la biografía, la historia clínica o los recuerdos infantiles del paciente. Ahora bien, de cualquier manera es necesario dejarle hablar y elegir libremente el punto de partida. Actúe como un viajero sentado junto a la ventanilla de un tren que le cuenta al que va en el asiento interior como va cambiando el panorama ante sus ojos”. La inestabilidad psíquica es un signo de los tiempos. El consumo de ansiolíticos se ha duplicado en España en la última década, y la depresión será, según la OMS, la segunda causa de muerte en el siglo XXI. Fobias y adicciones son consecuencia de una cultura del exceso que causa infelicidad y legaliza la transgresión. A pesar de haberlo desahuciado, y de contar con vigorosos detractores, las consultas de los psicoanalistas no sufren la crisis. Todo lo contrario. El malestar contemporáneo busca una tabla. Conocerse, explicarse, aceptarse. La cultura del yo se enfrenta, en la época más narcisista de la historia, al dilema de los procesos inconscientes de los que el yo ni siquiera tiene noticia… ¿Somos desconocidos para nosotros mismos? Ya es hora que descorramos los cortinones del tabú que aún significa recibir terapia. Y que no entrenemos sólo el cuerpo, sino también la mente, para contarnos cómo va cambiando el paisaje interior.

(La Vanguardia)

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31 de marzo de 2014
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España en vela

La luz de los fanales era capaz de ahuyentar el absurdo borgiano de brillar cuando aún prende la última luz de la tarde. El haz dorado refulgía sobre la cola, que cruzaba la regia Alcalá. En el Banco de España doblaba de nuevo, hasta las puertas del Congreso, formando una doble cadena que anillaba a millares de personas. Una cola silenciosa con vasos de Starbucks y mucho paraguas. Los guardias con chalecos amarillos parecían conmovidos. La liturgia urbana, paciente, embriagada del deber de presentarle honores a Suárez, se acrecentaba a medida que caía la noche. Porque hoy, ya no importa tanto qué se hizo mal como lo que se hizo bien para poder dormir sin un arma debajo de la almohada. La gallardía, el encanto, el coraje, incluso las pícaras heterodoxias de Suárez se iban desgranando en todos los foros, mientras la ciudadanía se santiguaba o bajaba la cabeza frente al féretro, con el ritmo ligero que marcaba la ujier. “A los Calvo-Sotelo los saludaré dentro”, decía Adolfo Suárez Illana a Tere Cunillera, una de las veladoras del Congreso. Y ante las cámaras departieron en círculo, hermanados ante la doble pérdida. Entraban y salían Celia Villalobos, Carmen Alborch o Rosa Díez, y chocaba el luto riguroso en esas mujeres multicolor. Felipe González se plantó dos minutos eternos, como si hablara con él en silencio; Mas pareció rezarle un padrenuestro antes de soltar su discurso. En una esquina del vestíbulo del Salón de los Pasos perdidos -no podía rezar mejor nombre para acoger tamaña despedida-, Francisco Camps, sueltísimo y bronceado, departía con Núñez Feijóo con tal deportividad que parecían encontrarse en La isla de los políticos. No hay funeral sin chismorreo, una especie de mirador por el que desfilan rostros y apellidos. “¡Qué bueno está el negro, el marido de Sonsoles!”, decían unas señoras. A un lado se sucedía el ritual solemne, con el féretro escoltado por los cuerpos de seguridad del Estado; al otro, los nietos del presidente, bien parecidos como el abuelo, morenos abulenses con aires de galán, besaban a unos y a otros demostrando maneras de buena familia. Hijas, nueras y novias, con ojeras y Ray-Ban. A lo largo del día se había intensificado el aroma fúnebre de las rosas blancas. También había calado la honda tristeza del Rey, que desplegó el collar de la Real Orden de Carlos III con gesto delicado, puro afecto. La infanta Elena, que se santiguó como nadie, alta y rotunda, llevaba la melena desatada como símbolo de su creciente popularidad, mientras que el Príncipe y Letizia empatizaban con los hijos de Suárez, mucho menos envarados que los políticos. El torero Padilla, incansable, con su parche en el ojo, su patilla decimonónica y un manojo de pulseras de colores. Le venía bien al ambiente su aire de autenticidad y rareza. La cola palpitó hasta las dos de la madrugada, ajena al mundanal frufrú de la clase política, la aristocracia y los periodistas. Y alrededor de los Benlliures, la nostalgia de un liderazgo carismático se convertía en mantra. En el salón donde se perdieron los pasos del “puedo prometer y prometo”. No hay atajos Gwyneth Paltrow y Chris Martin anuncian que se separan, y demuestran, una vez más, que el amor no tiene atajos. Y más que líquido es gaseoso. Parecían la pareja ideal: tan guapos, tan rubios, tan arty. Y en cambio se hacen añicos, aunque en lugar de separarse “se desacoplen”. Ella y su blog arrasan con sus recetas y consejos de nutrición y decoloración. Mientras, se han filtrado sus affaires con señores muy ricos. Me contaron que la última vez que él visitó Madrid con su banda, compartió copa y cosquillas en los ojos con Russian Red, a quien el papel de reina del indie español se le ha quedado pequeño. Lourdes-Russian ha decidido mudarse a Siverlake, el barrio de moda de L.A., y se ha teñido de rubia. ¿Siguiendo los consejos de Gwyneth? Felices 40 Es guapa de libro. Y una socialité que no falta en ninguna fiesta de alcurnia.Y una de las pocas compatriotas que siguen desfilando en la alta costura (el pasado febrero, para Stephan Roland), Nieves Álvarez cumple mañana 40 esplendorosos años, esa edad en la que una mujer ya puede lucir alta joyería y soltar algún taco. Es la única modelo española que desfiló con el gran Saint Laurent, y fue portada del Vogue París. En España se ha dado un fenómeno que merecería ser bien explicado: desde Mascó, Ponte, Silva, o las algo más jóvenes Martina Klein y Vanessa Lorenzo, nunca la profesión se había alargado tanto ni mostrado sus tentáculos. Han sabido convertir su nombre en marca. Ríete de la Crawford. ¡Vivan los bávaros! Guardiola no le teme a la mermelada de arándanos, al pan negro ni a las chuletas de Sajonia. Mientras algunos compatriotas regresan, incapaces de soportar la rectitud germánica a pesar de los anuncios de una Claudia Schiffer empeñada en que prefiere a un alemán (como marca de coche), él ya ha hecho campeón al Bayern. Fiel a su estilo -pese a que críticas y envidias se van haciendo globales: que si su fútbol es aburrido, que si es un falso gurú…- demuestra un savoir faire que ya quisieran muchos líderes patrios. Habla alemán e incluso se ha disfrazado de bávaro para la fiesta de la cerveza: con pantaloncito corto y sombrero típico, jarra en mano. Lo suyo siempre ha sido la victoriosa empatía. Ladran, luego cabalgamos. (La Vanguardia)

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29 de marzo de 2014
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Una carta a Suárez

La carta empezaba así: “Es improbable que esta carta llegue a sus manos, aun así tengo fe y creo que alguna puerta se tiene que abrir”. Y continuaba: “Soy una madre de familia numerosa, mis hijos aún son pequeños, mi marido pasa por un bache de salud y el negocio no marcha muy bien; con trabajo podemos llegar a final de mes pero llevamos seis meses de retraso para pagar los intereses de la hipoteca. A pesar de varios intentos, el banco no atiende a razones y se niega a prorrogarnos el plazo para abonar la deuda. Es más, nos han amenazado con que si en tres semanas no cumplimos, debemos abandonar la casa. Sólo necesitamos un poco de tiempo”. Con letra inclinada, de mujer leída, no era difícil apreciar que se trataba de una confesión sincera, ahogada de angustia pero a la vez con un destello de rara esperanza. La mujer cerró el sobre y escribió: “Excmo. Sr. Don Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno. Palacio de la Moncloa. Madrid”. Pagó doble franqueo, y la echó al buzón. Nadie, ni su marido, debía saberlo. Corría el año 1976. Suárez había desplegado sus hechuras de actor y una sonrisa encantadora. En la televisión emitían Hombre rico, hombre pobre, y Adolfo, falangista hijo de republicano que había jugado con mucha mano izquierda el traspaso del franquismo, tenía físicamente un aire a Peter Strauss -el hombre rico- pero, en cambio, su talante abierto y luchador recordaba más al pobre Nick Nolte. Un Suárez regio, curtido, simpático, vehemente, humilde. Un estadista, por fin ahora recuperado, que decía estas cosas: “El futuro no está escrito, porque sólo el pueblo puede escribirlo”. O “yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. No hay más que recordar la anécdota relatada por su hijo cuando el arzobispo Cañizares le preguntó, ya con la memoria extraviada: “Adolfo, ¿quieres que te administre el perdón?”, a lo que él contestó, en un rapto lúcido: “Yo siempre estoy dispuesto a dar y pedir perdón”. La respuesta llegó en diez días. A la mujer le temblaban las manos. Abrió el sobre rodeada por sus hijos. Leyó en voz alta: “Muy Sra. mía, hemos hablado con el Banco Español de Crédito y nos han comunicado que le prorrogarán el plazo para el pago de sus intereses. Esperamos que de esta manera puedan hacer frente a su situación”. Cuán inimaginable resulta hoy que un gobierno interceda ante los bancos para ayudar a sus ciudadanos. En aquellos tiempos, a pesar del inestable equilibrio del sistema, un hombre llamado Adolfo Suárez intervenía en cosas pequeñas que lo hicieron grande. Nunca he ido a despedir a muertos que no conocí; en esta ocasión lo hice para acompañar a la mujer de la carta.

(La Vanguardia)

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26 de marzo de 2014
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Las listas de la infelicidad

Vivimos tiempos de formatos cortos. Aunque internet no nos ponga dificultades en extender alfombras de contenidos ilimitados, la necesidad de seleccionar, jerarquizar y sintetizar ha convertido a las listas en un género en sí mismo. “La lista es el origen de la cultura”, según Umberto Eco. Del libro del Génesis al ranking que acaba de publicarse de los ejecutivos españoles mejor pagados, el ser humano se ampara en una de sus herramientas organizativas preferidas. Ya sea el recuento de la creación del universo en seis días; la exploración de la virtud por Benjamin Franklin, apoyada en la fijación de objetivos; la sistematización de derechos y libertades del ciudadano o el top ten de cualquier cosa: ¿por qué sentimos tanta curiosidad por conocer qué atrae a los otros? ¿Y qué clase de autoridad real -cualitativa- otorgamos a los rankings cuantitativos? Ahí están las listas morbosas, como esa que tanto revuelo ha causado de periodistas y líderes de opinión antiindependentistas que viven en Catalunya; y las escandalosas -los millones que cobran Pablo Isla de Inditex o César Alierta de Telefónica- de efecto reactivo en la sociedad, a fin de determinar que el mundo parece hundirse sólo de un lado cuando una mínima élite acumula tales dividendos. Las listas no recogen la letra pequeña, y eso las hace sexis y resolutivas, aunque la obsesión por querer clasificar incluso lo inclasificable alerta acerca de nuestra pulsión dominadora. Las más seguidas tienen que ver con el dinero, la fama o la belleza; y las culturales con lo leído, oído y vendido. También nos entretienen las listas pedagógicas o lúdicas: de los 10 mandamientos de la enseñanza de Bertrand Russell a las grandes definiciones del amor, pasando por cómo preocuparse menos por el dinero, 100 cosas curiosas que no sabías o los mejores discursos para agradecer un Oscar. El periodista científico John Tierney y el psicólogo Roy F. Baumeister han coescrito un libro sobre la fuerza de voluntad: Willpower, que ha cosechado elogios de la prensa norteamericana por desmontar la entronización de las listas. Sobre la base de la mitología cultural contemporánea, los autores llevan a cabo numerosos experimentos relacionados con el autocontrol y la motivación. Y le dedican un capítulo entero a las listas: “Una breve historia de la lista de tareas. De Dios al comediante Drew Carey”, lo titulan, demostrando que si bien esas enumeraciones de tareas pendientes nos ayudan a crear un marco para no perdernos, procurando una sensación de bienestar al permitirnos avanzar marcando cruces o tachando con firmeza los objetivos cumplidos, también producen angustia o frustración cuando se pretende abarcar demasiado, de forma que algunos objetivos entran en conflicto. Veamos si no qué sensación producen las bucket list, tan de moda: cosas que hay que hacer antes de morirse. Menudo agobio. (La Vanguardia)

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24 de marzo de 2014
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Frías y calculadoras

A Beyoncé, Jennifer Gardner, Condoleezza Rice, Diane von Fürstenberg o Sonia Sotomayor no les gusta que las llamen mandonas. Fichadas por Sheryl Sandberg, directora operativa de Facebook, todas ellas protagonizan el vídeo Ban Bossy, en el que reivindican la palabra jefa. Y recuerdan cuando de pequeñas nos decían: “No levantes la mano, ni la voz. No tomes el mando. Si lo haces no le gustarás a la gente”. Un adocenado consejo que repartió toneladas de inseguridad entre las almas femeninas, y cuya vigencia ha quedado comprobada en sangrantes juicios públicos que incumben a mujeres tan distintas como la princesa Letizia, y su “déjame hablar”; Carme Chacón, con su esmoquin; Mercedes Alaya, con su trolley y sus modelitos, y su inédita sonrisa renovando los sagrados votos del matrimonio; Arantza Quiroga, que ha pasado de deseada a díscola, y Alicia Sánchez-Camacho y su vía crucis entre Madrid y las banderas independentistas, o la intensita -le dicen- Isabel Coixet, que ahora tendrá nada menos que a Juliette Binoche a sus órdenes, y a quien le siguen preguntando en las entrevistas por qué se va tan lejos a rodar, cuestión a la que ni Bayona, ni Fresnadillo se enfrentan. Sandberg es la nueva gurú de la feminidad combativa. Detesta las voces heterodoxas del nuevo feminismo que sostienen que una mujer no puede tenerlo todo, y que, en lugar de excluir la biología, hay que surfear las olas del determinismo y la cultura patriarcal que nos ha ido envolviendo como capas de cebolla. En ellas se agazapan las fantasías que engordaron el ideal del hombre protector que nos rescatara de la melancolía existencial. Y la constatación de cierta impostura: ¿acaso es un imperativo mostrarse seria para gozar de mayor credibilidad? Cospedal afirmó en una ocasión que sí, que puede que a fin de que la tomaran en serio se hiciera la antipática. Es arriesgado agitar tanta retórica en el mismo frasco. Sandberg ha desarrollado una carrera impresionante recibiendo el apoyo de varios hombres. También cuenta con una brigada de cuidadoras que la ayudan a conciliar, así como con una fortuna de más de mil millones. En su superventas Lead it animaba a las mujeres a trepar y denunciaba que cuando ascienden, se les escupa una lluvia de dardos: Fría y calculadora, ambiciosa, conflictiva, marimacho, trepa o incluso loca. No sé si a ella le ha ocurrido, con lo bien que le han ido las cosas, ni el por qué de su superioridad moral. He buscado Sandberg españolas, y no las encuentro. Claro que hay mujeres poderosas y preparadas, pero apenas se cuentan las lideresas. ¿Por que no permitir entonces que nos tachen de mandonas? Puede ser incluso cariñoso. Antes nos llamaban frígidas. Hippie y cínico Neil Young sale de su habitáculo repleto de contradicciones: “Escribir es muy cómodo, tiene pocos gastos y es una forma estupenda de pasar el tiempo”, asegura con cinismo y sin poesía. Young es de estos tipos al que sólo nos gustaría escucharlos, pero del que preferiríamos ignorar sus filias políticas e incluso culturales. Asegura, por ejemplo, que juega con trenecitos pero no lee libros, porque interfieren en su proceso creativo. De El sueño de un hippie, traducido al español por Malpaso, dice Young, a sus 68 años, que ha sido escrito sin estar fumado, porque el médico le aconsejó que dejara las drogas. Lo cuenta con más pedagogía Boy George que con nuevo disco declara que le ha costado 47 años aprender a no ser autodestructivo. Media vida. Las señoras Jagger Bianca Jagger hace años que cambió los focos por las oenegés. Su esmoquin blanco, escotado, con pamela, marcó un antes y un después en las bodas de famosos. Conversé con ella y me ilustró acerca del viaje interior de una mujer cuya notoriedad arranca al casarse con Mick Jagger. También he conocido a Jerry Hall, su opuesto. Rubia chispeante, cansada de ser una has been, ha acabado por montar una agencia de modelos con sus hijas. Ser novia o mujer del Rolling debe ser un trabajo en sí mismo. L’Wren Scott destacaba por alta, y delgada, con una feminidad muy masculina. De nuevo se entona la triste balada de los suicidas fashion, que parecen tenerlo todo, incluido un ático en Manhattan, cuando no se tiene nada. La Pantojita Si en este país los asuntos populares se enfocaran con cierta profundidad, más allá del consabido morbo, la maternidad de Isabelita se hubiera acompañado de una matraca de reportajes sobre los embarazos adolescentes y el riesgo de exclusión social que corren esas chicas que, de la noche a la mañana, pasan de jugar con muñecas a tener un bebé en brazos y abandonan los estudios. Aquí, prima el vodevil, representado por la pintoresca familia de la folklórica, cuyos últimos años han alumbrado más tropiezos que triunfos. También la mofa: a su hija le han criticado que saliera “demasiado peinada” del hospital, idolatrando que con dieciocho años sea madre. Ahora, a esperar la exclusiva de la nueva familia derrochando felicidad y photoshop. (La Vanguardia)

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22 de marzo de 2014
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El Boomeran(g)
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