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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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El hombre del jersey beige

Millones de chaquetas de tweed, camisas a cuadros y trajes oficiales -adjetivados igual que los coches ídem: Audis negros con cristales ahumados que escenifican la representación de un estatus- desembarcan estos primeros días del otoño en las tiendas de ropa para hombre. Aunque la pasarela internacional exhiba rabiosas tendencias que desafían la uniformidad, ávida por mostrar desacato estético, las avenidas de Occidente se llenan de hombres enfundados en jerséis beige y americanas gris marengo que igualan ambición e intención. Y ahuyentan la temeraria sombra del riesgo, que únicamente cotiza en tanto que altavoz mediático. El sistema de la moda se rige por una lógica perversa: los diseñadores resuelven sus creaciones durante seis meses, intentando ser únicos, los mejores, bajo la presión de la prensa especializada y los compradores, pero son meros eslabones de un sofisticado engranaje. Las firmas de lujo que los contratan codifican mensajes de deseo en forma de millonarias inversiones publicitarias de las que están tan necesitados los medios, mientras que las marcas de la llamada moda pronta, o low cost, se benefician de esas campañas y ponen en sus escaparates el mismo modelo con peores materiales pero a precios imbatibles. La ropa masculina asume su convencionalidad en época de profundas y sucesivas mutaciones. Porque el hombre del traje gris, ese estereotipo alumbrado en los años cincuenta, cuando los primeros brókers se hacían limpiar los zapatos en la Grand Central Station, ha devenido hoy en el hombre del jersey beige. Hace unos años se reeditó la novela de Sloan Wilson que acuñó dicha etiqueta, prologada por Jonathan Franzen, quien afirmaba: “Esta novela consigue capturar el espíritu de los cincuenta. El conformismo incómodo, la evasión del conflicto, el quietismo político, el culto a la familia nuclear y la aceptación de los privilegios de clase”. Valores que permanecieron como absolutos durante más de sesenta años, y que el desgaste social de una crisis enquistada ha erosionado: la gente sale a la calle, no le teme al conflicto; se cuestionan los privilegios de clase y la familia se ha pluralizado. Aún así, el hombre del jersey beige ha emprendido su conquista planetaria. Sastrería industrial, o mejor dicho oficial, pero con patrones más sofisticados que los del sastre de Camps. Un carácter burgués uniformiza la debilitada eurozona: no es hora de extravagancias exquisitas. Aquellos políticos de UCD con trajes de Cortefiel son hoy populares o socialistas vestidos de Massimo Dutti y Mango, mientras que la izquierda escarlata compra las camisas en Alcampo. La pasarela palpita, la calle bosteza. Todo cambia excepto el aburrimiento. (La Vanguardia)

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24 de septiembre de 2014
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Generación Z

Qué ociosa abstracción la de tratar de ponerse en la piel de quienes hoy tienen dieciocho años. Y no me refiero a indagar en la promesa de que al final del túnel se halla el verdadero futuro, conectado siempre a las redes sociales, sino a descubrir cuál es su posición frente al amor, la justicia social o la extinción de las abejas. Antes, las etiquetas generacionales las acuñaban los poetas pero hoy las ponen los publicistas. La agencia neoyorquina Sparks & Honey ha bautizado a los chavales que hoy tienen 18 años como generación Z (con la generación X, también llamada baby boomer, y los millennials de la generación Y, han terminado con el abecedario). Se trata de un paraguas que engloba a 2.000 millones de jóvenes nacidos en torno al año 1995 que conforman una casta que se augura estelar: formada, afanosa, colaborativa y en busca de alternativas para mejorar este mundo en crisis. Los observo en sus fiestas, como la que organizó Nike el pasado domingo en el Casino de Madrid, muchos de ellos tan disfrazados como en los ochenta, con sus tatuajes rabiosos, metales en el cuerpo y esas horrendas barbas talibanas -por mucho tengan que ver con la subcultura hipster, de la que se han acabado hartando hasta ellos mismos-. Ahí están, como Walt Witmans bíblicos e iluminados que escuchan a Imagine Dragons y se agujerean la lengua para enfatizar su identidad. Poco sabemos de lo que hay debajo de las suelas de sus New Balance, de sus sudaderas 24 horas, o de sus cabellos teñidos. “Soy rubio natural, pero tengo los ojos azules y no quiero parecer nórdico”, me decía Diego, un sagaz diseñador veinteañero al cual con incontinente docencia le dije: “Disfruta de tu rubio, lo que daríamos para que el nuestro fuera auténtico”. Aseguran que el 60% de los miembros de la generación Z aspira a un trabajo que sea “socialmente relevante”, en el sentido de ser útil (cuando apenas un 30% de los Y lo tenía tan claro). La cantinela del emprendedor ha calado en ellos, no tanto por sus megáfonos como por la conciencia de que el trabajo dependerá más de la propia iniciativa que de los departamentos de recursos humanos (el 72% quiere crear su propio negocio). En lo tocante a sus valores, parecen ser más tolerantes con la diversidad -racial, sexual, generacional- que sus predecesores, y también son definidos como “más conservadores”: una encuesta masiva de los centros de Control de Enfermedades concluye que fuman, beben y se pelean menos (aunque mandan y reciben watsaps o suben cosas a las redes mientras conducen), y que “tienen costumbres más sanas que las de hace 20 años”. Aunque celebremos que la especie mejore, desde nuestra superioridad adulta pensaremos en lo que nunca cambia: desde los celos a la decepción, el desaliento de la felicidad, el duelo inevitable, o el vacío de las tardes de domingo. Pero una vez también tuvimos dieciocho años, cuando las X, Y o Z no tenían ninguna importancia. (La Vanguardia)

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22 de septiembre de 2014
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El personaje es el mensaje

La belleza encandila pero a la vez penaliza, sobre todo en política. Discreción y uniformidad son mandatos para devenir creíble en una España donde excentricidad y glamour tienen mal encaje. Bien diferente que en Francia, con esos ministros jóvenes y charmants que ha fichado Hollande: Emmanuel Macron detenta la cartera de economía y a su brillante curriculum se añade el dato de estar casado con su antigua profesora, veinte años mayor que él. Todo tan francés y desacomplejado a fin de disipar la neblina moralista y añadirle un plus flaubertiano a las intrigas del Elíseo. En su tourné mediática, Pedro Sánchez no deja de repetir que, además de guapo, es doctor y profesor de economía, que ha estado en paro y que dejó temporalmente la política abrumado por sus corruptelas y la generación tapón que impedía el relevo generacional. La otra noche aseguró en El Hormiguero que ha regresado a ella para ?cambiar la política?. Es encomiable la elevada aspiración del flamante secretario general de PSOE, más cuando hoy difícilmente logramos cambiar una coma de nosotros mismos. El punto fuerte de Sánchez ha sido su intrepidez para lanzarse a la arena.¿El débil? su inconsistencia. Podría ser un estilo Suárez ?apuesto, amable, educado- pero para eso tendría que desmontar el viejo PSOE como Adolfo finiquitó el franquismo. En un mundo en el que los conceptos ‘aspiración’ y ‘cercanía’ han transcendido sus propios límites, hay que sustituir la metáfora por un rostro. El pasado miércoles, mientras Pablo Motos entrevistaba a Sánchez, en la pantalla de detrás aparecían imágenes de Pablo Iglesias, consiguiendo un plano superpuesto de ambos personajes. Es evidente que el candidato socialista ha aprendido la lección del profesor Iglesias: hay que estar en todos sitios a todas horas, lograr que el ciudadano de a pie conozca al menos tu cara, si no tu discurso. Ya sea entrando en directo para condenar el Toro de la Vega en Sálvame ?con una media de millón y medio de espectadores? o aguantando bromitas al lado de las marionetas de El hormiguero ?más de dos millones?. La nuestra es una democracia de espectadores, así que, hoy más que nunca, hay que tener a los medios de comunicación como aliados cuando la poderosa empatía ha suplido al contenido ideológico. Los asamblearios de Podemos siguieron a pies juntillas el mandato leninista de infiltrarse en los medios y aprovecharse de ellos para lanzar un ?mensaje populista? que, según Sánchez, da ?soluciones falsas a problemas reales”. En su caso, la lógica de convertir el puerta a puerta en share a share, se construye sobre una relectura de McLuhan: el personaje es el mensaje. Los guapos que ejercen y cobran por serlo saben que las proclamas políticas tienen un efecto insecticida sobre sus contratos. De ahí que el agente y los abogados del modelo Andrés Velencoso hayan saltado de sus sillas al ver cómo la plataforma Societat Civil Catalana utilizaba su imagen y esa frase, ya tan demodé, que un día soltó nuestro top internacional: ?soy catalán, español y ciudadano del mundo?. Si eso lo hubiera dicho un feo, aunque fuese catedrático nadie se habría enterado. Máquinas humanas Tim Cook se disfraza de Steve Jobs y presenta en vaqueros los nuevos iPhone 6 y el súper reloj inteligente ?y elegante? Apple Watch, dejando claro que la filosofía de la compañía ha sido, es y será siempre “ser los mejores, no los primeros”. No se refiere a las ventas, por supuesto, sino al viejo adagio de que “quien pega primero pega dos veces”. La relación simbólica que se creó entre la invención del transistor y el rock & roll quiere ser emulada a partir del nuevo reloj ?una máquina humana- desde el cual se pueden mandar hasta los latidos del corazón. Ni la precoz desaparición de Jobs, ni la durísima competencia de Samsung oxidan a la manzana de Cupertino. Y eso que está mordida. El hotelero cool Tras revolucionar el concepto ‘hotel’ con sus Room Mate en los centros urbanos?18 en todo el mundo?, el empresario (y ex jinete) Kike Sarasola luce swing de cintura en tiempos de consumo colaborativo con Be Mate, su nueva apuesta. ¿Que las reservas hoteleras en los centros de las grandes ciudades se resienten del alquiler de ‘apartamentos turísticos’? Únete al enemigo, además de ofrecer: “una casa lejos de casa” a tus clientes. Pisos “únicos y de diseño” en Barcelona, Madrid, Ámsterdam, Florencia, Nueva York… forman parte de la nueva estrategia de este emprendedor sin miedo y con pedigrí. Mientras el sector clama por la ruptura del ‘frente’ contra el enemigo común, Sarasola apuesta por “dar un paso adelante y tomar la iniciativa a fin de transformarse”. La plaza de hierro Inaugurar una Margaret Thatcher Square en pleno barrio de Salamanca de Madrid, eso sí que es insólito… Hasta los británicos se han sorprendido. Es el primer homenaje a “la Dama de hierro” fuera del Reino Unido. The Guardian titulaba: “curiosa referencia en unos tiempos difíciles”. El caso es que, el pasado lunes, la saliente Ana Botella, acompañada por el Embajador británico en nuestro país, Simon Manley, y Mark Thatcher, hijo de la ex Primera Ministra, bendijeron ese ricón ‘neocon’ en pleno downtown capitalino. Esperanza Aguirre, fan declarada, no podía faltar. Podrán inaugurarse tiendas de lujo, hoteles de diseño, casinos con restaurante Michelin, pero Madrid no cambia. (La Vanguardia)

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21 de septiembre de 2014
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Jaqueca universal

Cada vez es más difícil salir de casa sin un analgésico en el bolsillo. A pesar de las alarmas sobre al abuso de ibuprofenos y paracetamoles -de los que, sólo en España, se venden cerca de 50 millones de cajas de cada uno al año-, las pesadumbres diarias, acrecentadas por las multiformes caras del estrés y la crisis, empujan a servirse de una ayuda para aliviar el malestar en un gesto lícito y compasivo con nosotros mismos. La fantasía de una pastilla que combata por igual la tristeza y la faringitis ha hecho mella en nuestra sociedad, donde las constantes noticias sobre el creciente consumo de antidepresivos alertan de la descompensación entre realidad e ideal. Ya no aspiramos a conseguir la fórmula de la felicidad: nos contentamos con un aceptable grado de bienestar que nos permita minimizar las inclemencias cotidianas. De ahí que la parafarmacia se haya convertido en uno de los sectores de mercado que más crecen. Y que nuestra obsesión por vivir mejor, desactivar malos hábitos y cultivar tomates en un huerto urbano haya alcanzado un elevado grado de experiencia y sofisticación. Virginia Woolf se lamentaba de que poseamos un lenguaje rico para nombrar el amor, mientras apenas existen palabras para comunicar la fiebre o el dolor de cabeza. La propia descripción de esa niebla densa capaz de emborronar la visión que se esparce sobre las sienes no resulta demasiado atractiva para el lector, aunque la gran mayoría de los mortales nos reconozcamos en esa sensación de jaqueca pesante que nos impide mantener la frente erguida. En el siglo XIX, según cuenta la historiadora Joanna Bourke en The story of pain, el pionero de la homeopatía, Constantine Hering, proporcionaba una lista de adjetivos para ayudar a sus pacientes a verbalizar su malestar. Y les preguntaba si sus dolores eran pesados, palpitantes o punzantes… Todo un precursor del moderno cuestionario McGill, que trata de evaluar el dolor sistematizando su localización, intensidad o el tiempo que dura. En cambio, las dolencias y las enfermedades a menudo salpican el lenguaje del día a día: “Es como un cáncer”, se dice de algún fenómeno negativo que se extiende, banalizando una de las enfermedades que más inciden sobre la población. Y cuántas veces hemos escuchado decir: “Parece autista”, o “bipolar”. La ligereza con la que males tan funestos se esgrimen como metáfora, ofendiendo justamente a quienes los padecen, choca con la pobreza de imágenes que poseemos para profundizar en el malestar. El malestar invade y aísla, transforma el tiempo, enmudece; es fácil de imaginar y de sentir, pero imposible de compartir, y difícil de describir, aunque, al ponerle palabras, la sensación de control aumenta y el dolor palidece.

(La Vanguardia)

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17 de septiembre de 2014
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El error y la ambición

Es mucho más fácil reconocer el error que encontrar la verdad -Goethe de nuevo-, pero algunas veces ambos resultan imposibles de distinguir”, lo escribe Annalena McAfee en su novela ¡La exclusiva!. En cambio, qué fácil es cometer un error y cuán difícil quitar la mancha sin que deje cerco. Ana Botella nunca lo tuvo fácil, por mucho que se crea lo contrario. Recibir tantos aplausos de Gallardón como deudas fue una perniciosa herencia. Y sus errores han abultado más por ser la mujer de Aznar. Aquel spa de Portugal, con sus vapores y chorros de agua, incendió el imaginario colectivo. Luego vino el basurero colectivo en que se convirtió la capital durante un mes. Y una ciudad sucia es siempre una ciudad fallida: el olor a orines rebaja miserablemente su autoestima.Los desafíos del Madrid no-olímpico deben dar lugar a una ciudad más moderna que castiza, que aún es difícil de entender sin sus Florentinos o sus Sabinas por mucho que se multipliquen los Podemos. Pero el restyling por el que clama la ciudad aún no tiene claros candidatos. Una automovilista díscola y una motorista accidentada han emergido como los primeros nombres tras el anuncio de Botella. Ambas pertenecen a línea dura ideológica, un liberal “ordeno y mando”, sin pelos en la lengua, supervivientes en el sentido estricto de la palabra: Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes. Aguirre, animal político, teatrera y rauda, la abuela que tiene tiempo para cuidar de sus nietos, concedió siete entrevistas la semana pasada, como si ya estuviera en campaña. “Estoy en manos de la providencia. Yo no hago planes”, declaró repetidamente en una bizarra exposición. El efecto bumerán de su error al volante ha acrecentado su imagen chulesca con inmediato efecto barbacoa. A la espera de conocer el fallo de la justicia, que estimará su desafío a los agentes y la repetida cantinela de que se ensañaron con ella porque era famosa, su foco se aleja oceánicamente del nuevo estilo de liderazgo. Por su parte, Cristina Cifuentes -delegada del Gobierno en Madrid- representa el perfil más ascendente del PP, pero no logra sacudirse el papel no-tan-secundario en el “tamayazo”. De la mano de Ricardo Romero de Tejada (exsecretario general del PP de Madrid) y Dionisio Ramos (exgerente de la Complutense), Cifuentes -funcionaria técnica de la misma universidad-, formó parte del complot para conseguir los votos tránsfugas, según narran algunas investigaciones periodísticas. Y, para mayor despropósito, fue portavoz adjunta de la Comisión de Investigación del asunto. Y no encontró nada sucio en semejante fango. La “derecha moderna” es un vocativo arraigado en España, donde en cambio nunca se dice la izquierda moderna, como si ese título se lo hubiera apropiado el activismo del 15-M. Mientras tanto, el fantasma de Tierno Galván pasea por el Retiro, impaciente.

(La Vanguardia)

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15 de septiembre de 2014
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Ana, a secas

La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba”. Así explicaba Joan Didion como perdió a su marido con la mesa puesta, en El año del pensamiento mágico, un hermoso libro sobre el duelo. Poco podía olfatear Ana Patricia Botín el pasado miércoles que su vida abriría un segundo tomo. Me entero de la noticia en la consulta de las dentistas Vilaboa, la crème de Madrid, con Palazuelos en sus paredes. Dos damas que parecen conocer el entorno del banquero dan razón de los hechos: “Tenía un gran trancazo y dijo que le iría bien un baño caliente para estar bien al día siguiente y presentar la restauración de La educación de la Virgen, de Velázquez. Es algo muy propio de personas acostumbradas a controlar la situación y que se conocen muy bien. Pero el corazón no aguantó”. A las veinticuatro horas, el Financial Times abría su portada con la foto de Ana Patricia Botín, nombrada nueva presidenta del Santander, “el tercer banco más importante del mundo”. “Cuando me preguntan por el momento más importante de mi vida, siempre digo que fue el día que le pedí a mi marido que se casara conmigo. Yo hacía prácticas en JP Morgan y él estaba en España, a tres mil millas de distancia. Así que se lo pedí por teléfono. Creedme, se suponía que en aquellos tiempos esa no era la costumbre propia de una señorita española. Y tampoco era habitual planificar una boda en tan sólo cuatro meses; mi madre sabe bien de lo que hablo. Y, a pesar de todo, aquí estamos mi marido y yo, estupendamente”. Así hablaba Ana Patricia, invitada ilustre en el discurso de graduación de la promoción 2008 de la Universidad de Georgetown, en la que figuraba su hijo Felipe Morenés Botín. Se trata de la única información en primera persona, capaz de ilustrar su personalidad, que anida en las hemerotecas. Una mujer con iniciativa, no hay duda. Y una mujer que ha sabido aplicarse la máxima clásica: festina lente, apresúrate despacio. “En la universidad yo era una mujer con prisas”, les contaba a los recién graduados, instándoles a que antes se preguntaran para qué se tiene prisa. Detalles de su carrera meteórica, Harvard, los tres hijos antes de los 30, la difícil conciliación y el hecho de ser mujer fueron recogidos de su speech por la revista Telva como si fueran declaraciones en exclusiva. Pero la propia Ana Patricia se encargó de restaurar su leyenda en el número siguiente, aclarando que todos los entrecomillados pertenecían al discurso de Georgetown aunque fueran precedidos de preguntas. Porque ella nunca ha concedido una entrevista. Inteligente, discreta, con un fax instalado en la habitación después de haber parido, siempre ha sabido aplicarse aquel consejo de Coco Chanel “antes de salir de casa mírate al espejo y quítate algo”. Ahora, no sólo en su indumentaria, sino en su antropónimo. Porque ha decidido quitarse el segundo nombre, desvestirlo de culebrón venezolano, y llamarse Ana a secas. Hay que aligerar el yo cuando la vida cambia rápido. La novia deseada En escasos tres meses Alman Alamuddin se ha convertido en una celebrity de oro, icono del éxito y la inteligencia. Que sea abogada de causas perdidas -pero a la vez causas millonarias-, en lugar de actriz, luchadora, modelo o incluso exvelina, como las anteriores novias que paseó el voluble George Clooney le ha conferido una credibilidad inusual al romance. Como si su brillante currículum fuera una garantía de estabilidad. Aunque el histrionismo lo ha puesto él, Clooney, el novio, el hombre que se declaró soltero forever afirma ahora que le corre prisa casarse porque no soporta estar ni un minuto lejos de su amor. Demasiado cínico se ha vuelto el mundo para tanta incontinencia. Contra el mito Existe una diferencia fundamental entre Angelina Jolie y Jennifer Aniston: la primera siempre posa erguida, la segunda con lateralidad. Eso es, Aniston inclina la cabeza en un gesto entre tímido y cercano, con voluntad de agradar, mientras el mundo entero sigue viendo en ello un poso de melancolía. Porque a pesar de mantener un ritmo de dos o tres cintas al año y de lucir la melena más imitada en todo Occidente, la actriz sigue siendo aún la ex de Brad Pitt, la esposa que fue relegada por el magnetismo de Jolie. Ahora, a sus 45 años, ha anunciado embarazo revirtiendo su destino, y aquellos que un día la llamaron infértil se han apresurado a decir que es in vitro. Cuánto mito. Teatro y amor Primer gran estreno teatral de temporada, en el Marquina de Madrid: Largo viaje del día hacia la noche de Eugene O’Neill. Aciertas a ver la niebla que nombra Viky Peña, la que la aísla del mundo y a la vez aísla al mundo de ella. El escenario se azula para escuchar el sordo lamento de una sirena “que nos obliga a recordar”. Y el sueño se desmorona, entre alcohol y morfina, mientras sus personajes no aciertan a ver la salida. Ahí está en su enormidad una pareja que en la vida real se amó, tuvo hijos, y hoy sube junta al escenario. Mario Gas, imparable detrás y delante de las bambalinas, y la mejor actriz española de teatro Vicky Peña, hacen temblar de soledad. (La Vanguardia)

   

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13 de septiembre de 2014
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Respaldos compatibles

En el avión, siento una presión hostil en mi espalda, y me vuelvo para comprobar si se trata de uno de esos niños aficionados a dar pataditas al ritmo de una diabólica percusión. Es un hombre joven que, cuando estira las piernas, deja asomar un trozo de calcetín por el hueco del reposabrazos. Soportar un pie ajeno a la altura de mi codo rebasa el listón de la tolerancia estética y olfativa. Ríete de la proxemia, la distancia social que tácitamente acordamos respetar para no invadir al otro con nuestro chasis o nuestro aliento. Cuando me dispongo a pedirle educadamente que cese tal vejación, el asiento de delante se abalanza hacia mí y cierra de golpe mi ordenador portátil. Justo en ese mismo momento, el comandante nos desea que disfrutemos del vuelo. Por asuntos parecidos a este -con el añadido de que coincidieron varios viajeros que tenían un mal día- este verano aterrizaron de emergencia al menos tres aviones de los cielos norteamericanos. En el vuelo 1462 de United Airlines, de Newark a Denver, dos pasajeros llegaron a las manos porque uno instaló un tope que impedía que el de delante se despanzurrara a gusto. El creador del Knee Defender (protege-rodillas), que cuesta poco más de 20 dólares, asegura que cada día vende más, trazando un ambiguo diagnóstico acerca de los derechos del pasajero. Quien paga un billete también paga por poder reclinar su silla (no las llamemos butacas, sólo las hay en preferente). Y a la vez paga para que su cuerpo, y su ordenador, viajen a salvo de magulladuras y golpes secos. Las compañías aéreas no se pronuncian aún en este viejo debate en torno a la posición moral que hay que adoptar cuando, al ofrecer una comodidad para unos, creas una incomodidad para otros; lo que viene a ser como una buena y una mala idea juntas. Las ventajas casi siempre van de la mano de los inconvenientes, pero aun así el diseño de los protocolos de urbanidad y los derechos que, en teoría, asisten a los usuarios son demasiado imperfectos. En agosto, los retrasos de Vueling a Mallorca o Eivissa han dado muestra del elevado grado de resiliencia de los viajeros, esparcidos entre hamburgueserías y cajas de ensaimadas. Suena la alarma de convertir el puente aéreo -la joya de Iberia, con excelentes profesionales al frente y trato personalizado- en un borreguero, mientras que las líneas low cost quieren sofisticarse sin peajes. La única opción que les queda a los menoscabados pasajeros, criaturas encajonadas en asientos de 43 cm (que en los años ochenta casi llegaban a los 50), es la de acogerse a un estado mental que suavice los estragos del neoindividualismo, abortando su primer impulso: echar fieramente el respaldo hacia atrás.

(La Vanguardia)

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10 de septiembre de 2014
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Piloto automático

No es la señal de que ha terminado un tiempo ingrávido, con la suerte echada al sol y los dedos pegajosos de helado. Ni siquiera que vuelvan las rutinas, algunas de las cuales esperamos impacientes pues nos ocupan de falsas urgencias. Sólo hace falta observar el ritmo desenfrenado que ha adquirido la actualidad a partir de septiembre para concluir, una vez más, que el tiempo es invento. Pujol soltó su bumerán antes de que se abriera el cielo de agosto, panzudo y laxo, justo cuando nos disponíamos a tomar distancia de la realidad, cosa que hay que hacer al menos dos veces al año. Hubo estupor, indignación, decepción, ingenuidad y tristeza, sentimientos que se anclaron a las boyas y flotaron haciéndose los muertos. En su letargo, se insuflaron de vigor para reaparecer con las uñas bien afiladas justo cuando los periódicos aumentan el número de páginas. Una calma sostenida, irreal, que, justo cuando los colegios inician su limpieza a fondo, reventaría sus costuras. No sé bien si hemos vuelto o nos han devuelto a la rutina. Hace años que el libre albedrío ha sido puesto seriamente en duda por la neurociencia. Activada de nuevo la maquinaria del sistema, parece que no hay tregua para seguir pensando, o mejor, creyendo en las musarañas. El jaleo diario, incluso en los pueblos, disipa la somnolencia y la promesa de encontrarse a uno mismo. Y los propósitos se van aguando, al mismo ritmo que el bronceado, porque tampoco estaban antes en nuestras vidas, y ya íbamos tirando. Aún más determinados que de costumbre por la teoría y la práctica económicas -el precio del dinero cae por los suelos; como ya sabíamos en vacaciones, Francia entra en recesión…- una onda expansiva invita a tomar conciencia. Se trata del mindfulness, como se denomina ahora a la capacidad de tener conciencia plena sobre el presente. La indulgencia va en los genes: dicen que en el espejo nos vemos mejores de cómo somos gracias a un mecanismo de supervivencia. Pero también el pánico está inscrito en el ADN. “Incluso cuando en apariencia las cosas van bien, tengo la sensación de estar en el filo mismo de la navaja, entre el éxito y el fracaso, entre justificar mi existencia y revelar que no merezco estar vivo”, escribe Scott Stossel en Ansiedad (Seix Barral), una narración lúcida y divertida de su lucha vital contra el gran mal de nuestro tiempo. El ruido mental abstrae y aísla. Conectamos el piloto automático para que dé órdenes al cuerpo sin enterarnos. Sobran las coartadas con las que podemos envolver nuestra impotencia. Decimos “no puedo con esto, o con lo otro” pero nos las vamos arreglando, como le sucedió a Stossel, que acabó rentabilizando su ansiedad con un best seller. Puede que de todos los propósitos, el más sensato sea el de seguir viviendo algunos días como si fueran de agosto, porque, más que un mes, agosto es un estado mental, desocupado y pleno, acaso el único mes del año en el que no nos hace falta el piloto automático.

(La Vanguardia)

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8 de septiembre de 2014
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Setenta años con la fórmula ideal

El ideal llega cada miércoles a los quioscos desde hace setenta años, debidamente hilvanado con bodas de ensueño, mansiones coloniales con amplias balaustradas y posados de lujo con personajes siempre dispuestos a empezar “una nueva etapa”. Dice Karl Ove Knausgard, con su escritura deshollinadora e irritante, en Un hombre enamorado (Anagrama) que “antes de Dostoievski, el ideal, incluso el ideal cristiano, siempre era puro y fuerte, pertenecía al cielo, a aquello inalcanzable para casi todo el mundo. La carne era frágil, la mente débil, pero el ideal inquebrantable”. Hasta que el ideal bajó a la tierra a posar para los fotógrafos y celebrar “la espuma de los días”. Así definió el primer ¡Hola! una pareja enamorada que vivía en Barcelona: El periodista palenciano Antonio Sánchez Gómez y su mujer, Mercedes Junco Calderón. Inquebrantable ha permanecido su ideal de felicidad, cuidadosamente diagramado por sus editores, capaces de captar el mundano vaivén que ha ido sustituyendo las barbacoas por las estatuas de Buda. La amabilidad almirabarada y los buenos sofás han conformado la fórmula de un tipo de couché rosa que, desde aquella primera portada, mitad figurín mitad ecos de sociedad, no ha podido ser emulado por ninguno de sus efímeros competidores. Para algunos despistados es aún una revista de peluquería, periodismo tout court, pero no existe voyeurismo capaz de idealizar la fama y de retratar la vanidad como el suyo. No podían encontrar, como celebración de su longeva vida, mejor ejemplo del ideal del siglo XXI para sus veinte millones de lectores en sus 30 ediciones que la boda de Brad Pitt y Angelina Jolie, en exclusiva mundial. Lo que la marca Apple significa en tecnología, la empresa Brangelina lo representa en Hollywood. Una leyenda contemporánea, carismática, multicultural, sin publicistas. Ellos mismos controlan su imagen: se plantan ante la homofobia, la violencia sexual o los abusos en los campos de refugiados. Su historia narra el encuentro entre un chico listo que iba para periodista (pero lo dejó semanas antes de graduarse para conquistar Hollywood con trescientos dólares en el bolsillo) con la hija de Jon Voight, de infancia oscura y belleza amenazadora. Hace sólo diez años llevaba colgado al cuello un frasquito de sangre de su marido, Billy Bob Thornton, pero un día Lara Croft dio paso a la Embajadora de Naciones Unidas, con camiseta ajada trascendiendo su filmografía de bajos vuelos. De sobra son conocidos sus comienzos adúlteros, pero su inteligencia semiótica -cuando ella regresaba de Camboya, él visitaba a niños enfermos de sida en África- ha podido con todo. Esta semana la originalidad barría a la excentricidad en una boda familiar (pocos se casan con seis hijos en primaria que dibujan los bordados del velo y se parten de risa en la ceremonia). Aún y así, todo parecía real, incluso el amor: luz blanca, pieles rosadas, y una conjura contra la sarnosa envidia. En este mundo desajustado, los cuentos de hadas sólo son encantadores si tienen fotogenia. El peso del apellido La hija de los Kirchner, con la misma nariz del padre, le pidió prestado el Facebook a la presidenta de Argentina para replicar informaciones publicadas en La Nación sobre su vida de lujo en Nueva York. En el mensaje abunda en todo tipo de detalles -incluido links- sobre la residencia de estudiantes donde habitó mientras estudiaba cine. “Lo que sí merece algunas reflexiones es cómo gente de presunto ‘nivel intelectual’ se ocupa de mentir y fabular sobre una chica de entonces, apenas 19 años. No es que me guste estar contando mi vida personal, pero ¿qué querés?”, lamenta Florencia, que añade que su pecado es ser hija de sus padres. La penalización por apellidos es un asunto que ocupa a las masas resentidas: hay que pagar el impuesto. Todopoderoso “A lo grande”, esa parece ser la fórmula del éxito de Amancio Ortega. Cada semana aparece una noticia de los metros ganados por sus Zara & cía. Edificios emblemáticos en las millas de oro, desde la Quinta Avenida hasta el paseo de Gràcia resumen su estrategia: Tratar el low cost como alta costura. Esta semana, orquestada por el dandy chic Eric Yerno, se ha inaugurado su nueva tienda-bandera de Massimo Dutti en la calle Serrano. Durante años, en la fábrica de Arteixo, con lavabos mixtos, una empleada que hoy es una célebre estilista le pedía dentífrico prestado a un señor con el que coincidía cada sobremesa. Sólo al cabo de dos años supo que se trataba de su jefe. Bajo perfil, altos vuelos. Un genio del lujo “Existe un lujo antes de Carcelle y otro después de Carcelle”, dijo el dueño de Printemps, Paolo de Cesare, cuando se anunció hace dos años que Yves Carcelle abandonaba la dirección de Louis Vuitton y pasaba a regir su propia fundación. En veinte años había conseguido convertir una marca de maletas artesanales en la quintaesencia del lujo contemporáneo. Siempre dio luz verde al talento: apoyó a diseñadores como Marc Jacobs y a artistas que, como Takashi Murakami, dotaron de innovación y aspiración a la firma. Un parisino simpático que se sentaba en el suelo con los periodistas y husmeaba pasión e ideas bajo las sillas. Fue un genio del marketing sin voluntad de serlo.

(La Vanguardia)

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6 de septiembre de 2014
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Armarios

La vida en los armarios ha tenido buena cinematografía, como si una corriente centrífuga atrajera hacia ellos todo lo que no sabes dónde guardar, aunque sean los últimos lugares donde deban esconderse los secretos. Mi abuela custodiaba las cartas más íntimas junto a paquetes de Winston en un cajón, debajo del de las corbatas; entonces tabaco y amor aún iban juntos en la frase.También hay armarios que encierran libros prohibidos, como el Necronomicón, de Lovecraft. Y películas como Dos hombres y un armario en la que, de la mano de un jovencísimo Roman Polanski, los protagonistas se pasean por las calles de una ciudad cualquiera en un alegato contra la intolerancia. La expresión salir del armario se popularizó en los años sesenta, y los primeros Orgullos funcionaron como outings públicos, incluso a traición. Ha surgido un debate en las redes a partir de las declaraciones de la periodista Sandra Barneda en Telecinco, en las que, a propósito de la salida al armario de miss Canarias, pedía que se acabara con etiquetas y armarios y que se respetara la opción personal de cada uno, para acabar ratificando que ella está muy satisfecha de ser como es. La ortodoxia homosexual la acusó de ambigüedad, esgrimiendo la escasa visibilidad de lesbianas. Como si se hubiera de actuar por mandato. Goethe añadió a la segunda edición de Las desventuras del joven Werther la siguiente frase: “Sé hombre y no me sigas. ¡Síguete a ti mismo!”, debido a que muchos jóvenes se habían suicidado emulando el ejemplo de su apasionado protagonista. La resistencia al outing lésbico trasciende a la presión social y a la doble misoginia: muchas mujeres conocidas no quieren acarrear con el crédito de presentadora, empresaria o ministra lesbiana. Mejor sin subtítulo. Desde siempre, aunque no lo reconociera hasta poco más de año y medio, Jodie Foster fue aquella actriz y directora “lesbiana”, y Martina Navratilova aquella tenista “bollera”. Y así como los gais ya invitan a las autoridades a sus bodas, descorchando poder, las féminas homosexuales no poseen ni una tercera parte de su normalización pública. Por el contrario, el lesbian chic hace veinte años que está de moda. Imágenes sexis y descaradas, de chicas besándose y rozando su piel desnuda continúan encarnando la quintaesencia del lujo en afiches protagonizados por Kate Moss y Rihanna o Cara Deleavingne y Ondria Hardin. Mientras la bisexualidad trendy se agita con frivolidad y glamur, no pocas adolescentes que se descubren amando a otra mujer se sienten atrapadas en su secreto. “He sufrido durante años porque me daba miedo decirlo. Estoy cansada de esconderme y de mentir por omisión”, declaró la actriz Ellen Page, cuando decidió abrir su cajón.

(La Vanguardia)

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3 de septiembre de 2014
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El Boomeran(g)
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