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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Respaldos compatibles

En el avión, siento una presión hostil en mi espalda, y me vuelvo para comprobar si se trata de uno de esos niños aficionados a dar pataditas al ritmo de una diabólica percusión. Es un hombre joven que, cuando estira las piernas, deja asomar un trozo de calcetín por el hueco del reposabrazos. Soportar un pie ajeno a la altura de mi codo rebasa el listón de la tolerancia estética y olfativa. Ríete de la proxemia, la distancia social que tácitamente acordamos respetar para no invadir al otro con nuestro chasis o nuestro aliento. Cuando me dispongo a pedirle educadamente que cese tal vejación, el asiento de delante se abalanza hacia mí y cierra de golpe mi ordenador portátil. Justo en ese mismo momento, el comandante nos desea que disfrutemos del vuelo. Por asuntos parecidos a este -con el añadido de que coincidieron varios viajeros que tenían un mal día- este verano aterrizaron de emergencia al menos tres aviones de los cielos norteamericanos. En el vuelo 1462 de United Airlines, de Newark a Denver, dos pasajeros llegaron a las manos porque uno instaló un tope que impedía que el de delante se despanzurrara a gusto. El creador del Knee Defender (protege-rodillas), que cuesta poco más de 20 dólares, asegura que cada día vende más, trazando un ambiguo diagnóstico acerca de los derechos del pasajero. Quien paga un billete también paga por poder reclinar su silla (no las llamemos butacas, sólo las hay en preferente). Y a la vez paga para que su cuerpo, y su ordenador, viajen a salvo de magulladuras y golpes secos. Las compañías aéreas no se pronuncian aún en este viejo debate en torno a la posición moral que hay que adoptar cuando, al ofrecer una comodidad para unos, creas una incomodidad para otros; lo que viene a ser como una buena y una mala idea juntas. Las ventajas casi siempre van de la mano de los inconvenientes, pero aun así el diseño de los protocolos de urbanidad y los derechos que, en teoría, asisten a los usuarios son demasiado imperfectos. En agosto, los retrasos de Vueling a Mallorca o Eivissa han dado muestra del elevado grado de resiliencia de los viajeros, esparcidos entre hamburgueserías y cajas de ensaimadas. Suena la alarma de convertir el puente aéreo -la joya de Iberia, con excelentes profesionales al frente y trato personalizado- en un borreguero, mientras que las líneas low cost quieren sofisticarse sin peajes. La única opción que les queda a los menoscabados pasajeros, criaturas encajonadas en asientos de 43 cm (que en los años ochenta casi llegaban a los 50), es la de acogerse a un estado mental que suavice los estragos del neoindividualismo, abortando su primer impulso: echar fieramente el respaldo hacia atrás.

(La Vanguardia)

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10 de septiembre de 2014
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Piloto automático

No es la señal de que ha terminado un tiempo ingrávido, con la suerte echada al sol y los dedos pegajosos de helado. Ni siquiera que vuelvan las rutinas, algunas de las cuales esperamos impacientes pues nos ocupan de falsas urgencias. Sólo hace falta observar el ritmo desenfrenado que ha adquirido la actualidad a partir de septiembre para concluir, una vez más, que el tiempo es invento. Pujol soltó su bumerán antes de que se abriera el cielo de agosto, panzudo y laxo, justo cuando nos disponíamos a tomar distancia de la realidad, cosa que hay que hacer al menos dos veces al año. Hubo estupor, indignación, decepción, ingenuidad y tristeza, sentimientos que se anclaron a las boyas y flotaron haciéndose los muertos. En su letargo, se insuflaron de vigor para reaparecer con las uñas bien afiladas justo cuando los periódicos aumentan el número de páginas. Una calma sostenida, irreal, que, justo cuando los colegios inician su limpieza a fondo, reventaría sus costuras. No sé bien si hemos vuelto o nos han devuelto a la rutina. Hace años que el libre albedrío ha sido puesto seriamente en duda por la neurociencia. Activada de nuevo la maquinaria del sistema, parece que no hay tregua para seguir pensando, o mejor, creyendo en las musarañas. El jaleo diario, incluso en los pueblos, disipa la somnolencia y la promesa de encontrarse a uno mismo. Y los propósitos se van aguando, al mismo ritmo que el bronceado, porque tampoco estaban antes en nuestras vidas, y ya íbamos tirando. Aún más determinados que de costumbre por la teoría y la práctica económicas -el precio del dinero cae por los suelos; como ya sabíamos en vacaciones, Francia entra en recesión…- una onda expansiva invita a tomar conciencia. Se trata del mindfulness, como se denomina ahora a la capacidad de tener conciencia plena sobre el presente. La indulgencia va en los genes: dicen que en el espejo nos vemos mejores de cómo somos gracias a un mecanismo de supervivencia. Pero también el pánico está inscrito en el ADN. “Incluso cuando en apariencia las cosas van bien, tengo la sensación de estar en el filo mismo de la navaja, entre el éxito y el fracaso, entre justificar mi existencia y revelar que no merezco estar vivo”, escribe Scott Stossel en Ansiedad (Seix Barral), una narración lúcida y divertida de su lucha vital contra el gran mal de nuestro tiempo. El ruido mental abstrae y aísla. Conectamos el piloto automático para que dé órdenes al cuerpo sin enterarnos. Sobran las coartadas con las que podemos envolver nuestra impotencia. Decimos “no puedo con esto, o con lo otro” pero nos las vamos arreglando, como le sucedió a Stossel, que acabó rentabilizando su ansiedad con un best seller. Puede que de todos los propósitos, el más sensato sea el de seguir viviendo algunos días como si fueran de agosto, porque, más que un mes, agosto es un estado mental, desocupado y pleno, acaso el único mes del año en el que no nos hace falta el piloto automático.

(La Vanguardia)

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8 de septiembre de 2014
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Setenta años con la fórmula ideal

El ideal llega cada miércoles a los quioscos desde hace setenta años, debidamente hilvanado con bodas de ensueño, mansiones coloniales con amplias balaustradas y posados de lujo con personajes siempre dispuestos a empezar “una nueva etapa”. Dice Karl Ove Knausgard, con su escritura deshollinadora e irritante, en Un hombre enamorado (Anagrama) que “antes de Dostoievski, el ideal, incluso el ideal cristiano, siempre era puro y fuerte, pertenecía al cielo, a aquello inalcanzable para casi todo el mundo. La carne era frágil, la mente débil, pero el ideal inquebrantable”. Hasta que el ideal bajó a la tierra a posar para los fotógrafos y celebrar “la espuma de los días”. Así definió el primer ¡Hola! una pareja enamorada que vivía en Barcelona: El periodista palenciano Antonio Sánchez Gómez y su mujer, Mercedes Junco Calderón. Inquebrantable ha permanecido su ideal de felicidad, cuidadosamente diagramado por sus editores, capaces de captar el mundano vaivén que ha ido sustituyendo las barbacoas por las estatuas de Buda. La amabilidad almirabarada y los buenos sofás han conformado la fórmula de un tipo de couché rosa que, desde aquella primera portada, mitad figurín mitad ecos de sociedad, no ha podido ser emulado por ninguno de sus efímeros competidores. Para algunos despistados es aún una revista de peluquería, periodismo tout court, pero no existe voyeurismo capaz de idealizar la fama y de retratar la vanidad como el suyo. No podían encontrar, como celebración de su longeva vida, mejor ejemplo del ideal del siglo XXI para sus veinte millones de lectores en sus 30 ediciones que la boda de Brad Pitt y Angelina Jolie, en exclusiva mundial. Lo que la marca Apple significa en tecnología, la empresa Brangelina lo representa en Hollywood. Una leyenda contemporánea, carismática, multicultural, sin publicistas. Ellos mismos controlan su imagen: se plantan ante la homofobia, la violencia sexual o los abusos en los campos de refugiados. Su historia narra el encuentro entre un chico listo que iba para periodista (pero lo dejó semanas antes de graduarse para conquistar Hollywood con trescientos dólares en el bolsillo) con la hija de Jon Voight, de infancia oscura y belleza amenazadora. Hace sólo diez años llevaba colgado al cuello un frasquito de sangre de su marido, Billy Bob Thornton, pero un día Lara Croft dio paso a la Embajadora de Naciones Unidas, con camiseta ajada trascendiendo su filmografía de bajos vuelos. De sobra son conocidos sus comienzos adúlteros, pero su inteligencia semiótica -cuando ella regresaba de Camboya, él visitaba a niños enfermos de sida en África- ha podido con todo. Esta semana la originalidad barría a la excentricidad en una boda familiar (pocos se casan con seis hijos en primaria que dibujan los bordados del velo y se parten de risa en la ceremonia). Aún y así, todo parecía real, incluso el amor: luz blanca, pieles rosadas, y una conjura contra la sarnosa envidia. En este mundo desajustado, los cuentos de hadas sólo son encantadores si tienen fotogenia. El peso del apellido La hija de los Kirchner, con la misma nariz del padre, le pidió prestado el Facebook a la presidenta de Argentina para replicar informaciones publicadas en La Nación sobre su vida de lujo en Nueva York. En el mensaje abunda en todo tipo de detalles -incluido links- sobre la residencia de estudiantes donde habitó mientras estudiaba cine. “Lo que sí merece algunas reflexiones es cómo gente de presunto ‘nivel intelectual’ se ocupa de mentir y fabular sobre una chica de entonces, apenas 19 años. No es que me guste estar contando mi vida personal, pero ¿qué querés?”, lamenta Florencia, que añade que su pecado es ser hija de sus padres. La penalización por apellidos es un asunto que ocupa a las masas resentidas: hay que pagar el impuesto. Todopoderoso “A lo grande”, esa parece ser la fórmula del éxito de Amancio Ortega. Cada semana aparece una noticia de los metros ganados por sus Zara & cía. Edificios emblemáticos en las millas de oro, desde la Quinta Avenida hasta el paseo de Gràcia resumen su estrategia: Tratar el low cost como alta costura. Esta semana, orquestada por el dandy chic Eric Yerno, se ha inaugurado su nueva tienda-bandera de Massimo Dutti en la calle Serrano. Durante años, en la fábrica de Arteixo, con lavabos mixtos, una empleada que hoy es una célebre estilista le pedía dentífrico prestado a un señor con el que coincidía cada sobremesa. Sólo al cabo de dos años supo que se trataba de su jefe. Bajo perfil, altos vuelos. Un genio del lujo “Existe un lujo antes de Carcelle y otro después de Carcelle”, dijo el dueño de Printemps, Paolo de Cesare, cuando se anunció hace dos años que Yves Carcelle abandonaba la dirección de Louis Vuitton y pasaba a regir su propia fundación. En veinte años había conseguido convertir una marca de maletas artesanales en la quintaesencia del lujo contemporáneo. Siempre dio luz verde al talento: apoyó a diseñadores como Marc Jacobs y a artistas que, como Takashi Murakami, dotaron de innovación y aspiración a la firma. Un parisino simpático que se sentaba en el suelo con los periodistas y husmeaba pasión e ideas bajo las sillas. Fue un genio del marketing sin voluntad de serlo.

(La Vanguardia)

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6 de septiembre de 2014
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Armarios

La vida en los armarios ha tenido buena cinematografía, como si una corriente centrífuga atrajera hacia ellos todo lo que no sabes dónde guardar, aunque sean los últimos lugares donde deban esconderse los secretos. Mi abuela custodiaba las cartas más íntimas junto a paquetes de Winston en un cajón, debajo del de las corbatas; entonces tabaco y amor aún iban juntos en la frase.También hay armarios que encierran libros prohibidos, como el Necronomicón, de Lovecraft. Y películas como Dos hombres y un armario en la que, de la mano de un jovencísimo Roman Polanski, los protagonistas se pasean por las calles de una ciudad cualquiera en un alegato contra la intolerancia. La expresión salir del armario se popularizó en los años sesenta, y los primeros Orgullos funcionaron como outings públicos, incluso a traición. Ha surgido un debate en las redes a partir de las declaraciones de la periodista Sandra Barneda en Telecinco, en las que, a propósito de la salida al armario de miss Canarias, pedía que se acabara con etiquetas y armarios y que se respetara la opción personal de cada uno, para acabar ratificando que ella está muy satisfecha de ser como es. La ortodoxia homosexual la acusó de ambigüedad, esgrimiendo la escasa visibilidad de lesbianas. Como si se hubiera de actuar por mandato. Goethe añadió a la segunda edición de Las desventuras del joven Werther la siguiente frase: “Sé hombre y no me sigas. ¡Síguete a ti mismo!”, debido a que muchos jóvenes se habían suicidado emulando el ejemplo de su apasionado protagonista. La resistencia al outing lésbico trasciende a la presión social y a la doble misoginia: muchas mujeres conocidas no quieren acarrear con el crédito de presentadora, empresaria o ministra lesbiana. Mejor sin subtítulo. Desde siempre, aunque no lo reconociera hasta poco más de año y medio, Jodie Foster fue aquella actriz y directora “lesbiana”, y Martina Navratilova aquella tenista “bollera”. Y así como los gais ya invitan a las autoridades a sus bodas, descorchando poder, las féminas homosexuales no poseen ni una tercera parte de su normalización pública. Por el contrario, el lesbian chic hace veinte años que está de moda. Imágenes sexis y descaradas, de chicas besándose y rozando su piel desnuda continúan encarnando la quintaesencia del lujo en afiches protagonizados por Kate Moss y Rihanna o Cara Deleavingne y Ondria Hardin. Mientras la bisexualidad trendy se agita con frivolidad y glamur, no pocas adolescentes que se descubren amando a otra mujer se sienten atrapadas en su secreto. “He sufrido durante años porque me daba miedo decirlo. Estoy cansada de esconderme y de mentir por omisión”, declaró la actriz Ellen Page, cuando decidió abrir su cajón.

(La Vanguardia)

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3 de septiembre de 2014
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La empatía y los Pujol

En las cenas de este verano que declina, uno de los comentarios más recurrentes sobre el caso Pujol empezaba con un nombre: Marta. “Detrás de todo está la Ferrusola”, escuchaba a los cuatro vientos. Muchos la dibujan como ambiciosa y maquiavélica, dura de pelar, la matriarca, “una bruja”, sustantivo que sigue adjetivando a las mujeres cuando se les quiere negar cualquier rasgo de feminidad. De aquellos vítores de “això és una dona” que endulzaron sus oídos en plena efervescencia del pujolismo, ha pasado al desprecio de quienes antaño la veneraron. Su causticidad, con esa media sonrisa resabiada, y su coraje inmortalizado en aquel vuelo libre, además de un parco vestuario, resumían el estilo Ferrusola: familia y nación, sacrificio y austeridad. En 1980, cuando Pujol ganó las elecciones, decidieron que con siete hijos no se iban a mudar a la Casa dels Canonges, decorada sobriamente por Bibis Salisachs en 1976, cuando la ocupó con su marido, Juan Antonio Samaranch, entonces presidente de la Diputación de Barcelona. Cuatro años después, la revista ¡Hola! solicitó un reportaje sobre la familia -hasta entonces sólo se habían ocupado de los Suárez-, y accedieron. Había que jugar fuerte en España. Los reporteros visitaron el piso de General Mitre, y ante la desalmada austeridad del crucifijo en el cabecero decidieron que el reportaje se haría en la Casa dels Canonges. La casa de los Pujol no tenía foto: ni sombra de ostentación. Durante su estancia en Queralbs, los medios han vigilado a la pareja y han mostrado a un Pujol sereno, sonriente incluso, y empático. Frente a ella, en cambio, la cámara se ha topado con un bloque de hielo. Y la imagen ha congelado el rostro de “la mala”, lo sea o no. Pero hay otro personaje que ha mutado también en estereotipo a lo largo de este caso: “la ciudadana Victoria Álvarez”. En EE.UU. probablemente sería una heroína digna de un biopic de Hollywood; aquí, lo más suave que le han dicho ha sido “mujer despechada”. De “fulana” a “montajista”, si bien ella insiste en que todo saltó, no por despecho, sino por la encerrona del micrófono oculto en La Camarga, Álvarez ha pisado todos los platós contando que no quiso ser cómplice de un saqueo de millones que iban y venían en maleteros. Pero su personaje se ha quedado en carne rosa y amarilla, con aplausos del público y cautela informativa. A pesar de ser la espoleta del culebrón, su testimonio carece de relato y su credibilidad es cuestionada, acaso por otro cliché: el de la chica del gángster. Dirán, un artículo más sobre el tratamiento de las mujeres en los medios, y sus etiquetas: buenas y brujas, monjas y putas. Se podría abundar en ello, pero lo que en verdad demuestran ambos personajes es la importancia de la empatía en el juicio público: al lado de Marta y de Victoria, Pujol pasa por un sabio despistado y alegre, un estadista ajeno a cuestiones mundanas. (La Vanguardia)

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1 de septiembre de 2014
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Entre el edén y la ?happy hour?

Entre Magaluf y Formentor no sólo hay kilómetros de olivos y enebros, acantilados pardos, bofetadas de azul cián y huertos de coles, acaso una cortina invisible que separa dos espacios morales y dos visiones del mundo. La del cuerpo extraviado y la del espíritu reencontrado. Mis padres pasaron su luna de miel en la isla, y dieciséis años más tarde pisaba los mismos empedrados que había visto en el álbum de fotos, gracias a un encuentro de jóvenes poetas que participábamos en los Jocs Florals y recitábamos versos en la playa: Carles Torner y Alfred Bosch, entre ellos. Eso ocurrió hace mucho tiempo, entre las frutas libidinosas de Ábaco y la estela mítica de la librería Cavall Verd. Después llegaron las fotos de la Mallorca de los celebrities y Marivent, de Claudia Schiffer y los Douglas en S’Estaca (este año no se les ha visto). La Mallorca de los artesanos y la cultural: los conciertos en Pollença o el Festival Chopin de música de Valldemossa. De Barenboim a Miguel Poveda. En sus calas, descansan desde la familia Swarovski, Alfonso Cortina, los Polanco o Plácido Arango hasta Madame Bettenncourt, que pasea despacio con sombrero de paja. “Mallorca tendría que ser el Palm Beach de Europa”, me cuenta el empresario y presidente de la Fundación Macba, Leopoldo Rodés , que veranea junto a su esposa, Ainhoa Grandes, en la isla desde hace doce años. “Siempre les digo a los mallorquines que han vendido muy mal la isla. Mallorca posee todas las ventajas de la civilización y ninguno de sus inconvenientes. Pero hay dos Mallorcas, su imagen internacional sigue siendo la bloques de cemento, playas llenas y borrachera, pero un 60% de Mallorca es virgen; es la mejor isla de Europa”. La misma mirada de Rodés atravesó la retina de Adan Diehl, millonario y poeta argentino. Cuando recaló en Formentor, padeció una suerte de síndrome de Stendhal: aquella belleza tenía que servir de refugio para artistas. Y con ese ímpetu levantó el hotel Formentor y los jardines tropicales que acogerían a almas elegantes en busca de nuevas palabras para nombrar la belleza. “Un lugar parecido a la felicidad”, dijo años más tarde Borges cuando le entregaron el Premio Formentor en un ex aequo de infarto: él y Samuel Beckett. En el año 31, Francesc Cambó -y su colaborador, Joan Estelrich- organizaron la Semana de la Sabiduría ante la roca telúrica, con el conde Hermann von Keyserling empeñado en comunicar “impulsos vitales” en lugar de teorías. Allí estaban, entre otros, un joven Pla y el inevitable Gómez de la Serna. Aquellos fueron los cimientos sobre los que, en 1959, se iniciarán las Conversaciones Poéticas, sobre poesía y con la poesía. En los años cincuenta el hotel fue adquirido por la familia Buadas. Y nació el Club de los Poetas. Las fotos que recoge el libro Formentor. Una utopía posible ilustran el afán de modernidad, así como la huella de unos días de vino, rosas y letras, en los que mujeres elegantes con escotes halter fumaban Gitanes. Cuando Simón Pedro Barceló adquirió el viejo hotel, era consciente del increíble legado cultural que acompañaba al mito. Había que devolver la voz a los poetas y darle a sus salones por los que pasaron Italo Calvino, Churchill, Le Corbusier o Rainiero y Grace un nuevo pulso. Con Basilio Baltasar al frente como presidente del jurado se reinstauró el Premio Formentor de las Letras en el 2011 (patrocinado por los Barceló y los Buadas). Este año, un jurado formado por Ignacio Vidal-Folch, Cristina Fernández Cubas, Eduardo Lago, Aurelio Major y Basilio Baltasar eligió a Enrique Vila-Matas, por la elegancia literaria con la que ha renovado los horizontes de la novela así como por inventar nuevos procedimientos literarios que le han valido un lugar de honor en la literatura internacional. Hoy a las ocho, cuando en Magaluf y San Antonio comiencen los viacrucis autodestructivos, con su pachanga narcotizada, mamadings y balconings: cuando los veraneantes con abarcas paseen por Port Portals, y cuando las celebrities adoradas por los paparazzis, como Carlos Moyá y Carolina Cerezuela, posen con felicidad familiar para la foto, en el otro extremo, a resguardo de la Serra de Tramontana y de la sociabilidad elitista, Enrique Vila-Matas recogerá el Formentor en la cascada de verdes que le hizo llorar de joven. Y leerá: “Este 30 de agosto del 2014 se cumplen 50 años exactos del día de 1964 en que visité, con mis padres y mis dos hermanas, este hotel y, al caer la tarde y llegar la hora de irnos, en las escalinatas que escoltadas por cipreses descienden hasta el mar, inicié un movimiento de resistencia para impedir que dejáramos el lugar. Qué pudo pasar para que incluso llorara en las escalinatas? ¿Por qué tanta desesperación al oír que nos íbamos?”, se pregunta el escritor. Apunta que esas lágrimas pertenecían a la nostalgia del futuro: en la isla vivía Paula de Parma, a quien conocería doce años después y se convertiría en su mujer. Además de ese destello de belleza que roba el corazón de quien siente su flecha, en el cabo Formentor, una gamuza de neblina abre las cortinas que separan la realidad de la ficción.

(La Vanguardia)

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30 de agosto de 2014
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?Catalonia social people?

 

Loles Vidal era el alma de la Torre del Remei: un delicioso palacete modernista que la familia Albó encargó al arquitecto Freixa a primeros de siglo como casa de veraneo, con el fin de atenuar los estragos de un desengaño amoroso que padeció una de las hijas. Desde que lo regentara en los años noventa junto a su marido, el gran chef de Martinet, Josep M. Boix, se erigió como el centro neurálgico de la Cerdanya, esa comarca con forma de cazuela, según Josep Pla. El Remei es un hotel donde se come muy bien, con lago, ermita y unos inabarcables jardines que al atardecer se difuminan desde el verde violento hasta una neblina lechosa que recubre el bosque de los tilos. Juan Carlos I, Margaret Bush, Aznar, Querejeta, Indurain, Néstor Luján -que vivía allí la mitad del año- Eduardo Mendoza, Javier Marías (que paseaba estos días entre las apreciadas secuoyas) han recalado aquí. Loles Vidal murió el pasado 21 de julio. “No quiso ceremonia, no quiso darnos dolores de cabeza, ni necrológica siquiera”, me cuenta Josep Maria. Elegante y firme, digna, inteligente, en abril decidió que no habría más quimio. Le pidió a su hija y a sus nietos que regresaran a Estados Unidos; no son tiempos para quedarse en España. La pubilla de la armería Vidal de la Seu, una de las mejores maîtres de España, defendía los canelones de toda la vida y el estómago en calma. Se levantaba al salir el sol y se sentaba a tomar café bajo un castaño centenario. Elegía la soledad-palabra, no la soledad-sentimiento, como compañía junto a sus perros, Lluna y Boira. “¿Los lugares preferidos de Loles en La Cerdanya? El Remei -responde Josep Maria-, esto la llenaba por completo. No salía de aquí si no era para ir a Barcelona o a París”. Años noventa. Desfile de Chanel. Pocos invitados españoles. Una mano en el hombro: es ella y su pelo travieso; ella y sus botines de punta; ella y su interpretación afrancesada del zumo de naranja. El sin ti será una soledad solitaria. A los cinco días después de la muerte de la mestressa del Remei, se casaba la hija de Carles Vilarubí -marido de Sol Daurella, presidenta de Coca-Cola y una de las empresarias más poderosas; en verano sube en bicicleta la collada de Toses-. Pujol acababa de inculparse, y se desconocía aún hasta qué extremo marcaría la agenda del verano. “Que se vayan a Alemania él y sus hijos”, musitaban algunos invitados de la crème catalana, incluso quienes escuchimizaban los vínculos que durante años mantuvieron con “casa nostra”. En la Cerdanya, la burguesía catalana suele veranear durante la segunda quincena de agosto, después de haber salado su piel en las aguas de la Costa Brava o de Menorca. “El fenómeno de la tercera residencia”, me cuenta Julia Otero, que veranea en la zona. Muchas familias catalanas hacen doblete entre l’Empordà y la Cerdanya. Desde Narcís Oller con su Pilar Prim, hasta Ramon Casas o el propio Gaudí se sintieron atraídos por el magnetismo que rodea el lago medieval y el club de golf de Puigcerdà. Hará unos treinta años, se empezó a poner de moda subir de Pedralbes a Bovir. Dicen que Josep Lluís Núñez -que posee uno de los más impresionantes miradores de la zona- puso a la Cerdanya en el mapa empresarial de Catalunya. Entre la sierra de l’Albera i les Gavarres, entre el mar y la montaña, se extiende la sociabilidad catalana del veraneo. Ahí están los caminos de tierra que esconden residencias descomunales, invisibles desde fuera, como marca la proverbial discreción autóctona. En el ya clásico Mas Torrent, Antoni Vila Casas, el empresario que vendió Prodesfarma, se convirtió en mecenas y forró de buenos cuadros l’Empordà y organiza una cita cada verano. Lo que antes era el Big Rock de Palamós, ara lo es el Simpson de Llafranc -el watching people- aunque el agosto del who is who barcelonés -que no cabe en el artículo- frecuenta tan solo las cenas privadas. Se invitan entre ellos, como en el juego de la oca: de Aiguablava (Duran i Lleida, este año huésped de Enrico Letta, o Antoni Brufau) a Fonteta (Josep Esteve, Luis Conde, Sixte Cambra, Joan Verdaguer) o a Fontanilles (Emili Cuatrecasas), a S’Agaró (Albert Costafreda), a Llafranc (Josep Creuheras) o a Tamariu (Maria Reig)… Las páginas amarillas vips están inflacionadas. Aunque el 25% de la propiedad de la urbanización La Gavina es rusa y ucraniana. Ahí luce el simbólico hotel, este año de fiesta porque las hermanas Ensesa han reabierto la histórica Taverna del Mar que reingresa en el mapa gastronómico mediterráneo. Casas escondidas entre las rocas y casas soñadas, como la que en los sesenta le encarga Romy Schneider al arquitecto de moda en la Costa Brava, Prats Marsó, espinilla romántica que utiliza Màrius Carol para arrancar Un estiu a l’Empordà. “El suquet de peix de Portabella no ha sido sustituido como tal, acaso por la vendimia y el civet de Luís Conde”, cuenta Albert Arbós, periodista y autor de un viejo e interesante libro sobre Tarradellas, La conciencia de un pueblo. Entre l’Empordà y la Cerdanya, los burgueses ilustres que reciben suelen decir que no quieren nombres, sino amigos. En las noches refrescadas por el agosto otoñal, a menudo nombres y amigos intercambian los papeles. Y sin dress code ni fiestas de la espuma, se evidencia una vez más que la política también es para el verano.

(La Vanguardia)

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23 de agosto de 2014
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Atunes, ?pijipis? y flamenquito

En el vuelo de Madrid a Jerez de la Frontera abundan las familias numerosas que parecen parientes de los Domecq, con más hípica que química en sus formas. Ellas tensan sus colas de caballo y les enderezan las perlitas a las niñas; ellos van con mocasines blandos y ansia de rebujito. También lucen las hippijas o las pijipis, aprovisionadas de canastos y raybans rumbo al hotel Hurricane de Tarifa, la meca del windsurf. En las filas de atrás se agolpan los buenos salvajes que siguen bajando a Cádiz como robinsones y que en ningún otro lugar del mundo serían tan bien recibidos, igual que los perroflautas que dormirán bajo el cielo raso en los acantilados de Caños, junto al Faro de Trafalgar, con sus pipas, guitarras y rastas. Al llegar a Jerez, el sol cae aplastado y taurino. A medida que se avanza por el autovía hasta el parque natural de los Alcornocales, los toros conforman una estampa plácida; apenas se mueven, acariciados por las garcillas, mitad garzas, mitad cigüeñas, que les lamen las garrapatas. El azul atlántico asoma de repente, como tiene que ser, desde la loma de Vejer de la Frontera. Marismas, pastelerías árabes, y flores fragantes entre las rocas. Abres la ventanilla, esnifas la brisa y entiendes el verso del poeta andaluz Vicente Núñez: “la vida no tiene más ideología que el olor”. En el tramo de costa que va del Cabo de Trafalgar a Punta Camarinal, la ruta de los atunes, se esparcen los pueblos marineros de rumba lenta que, antes incluso de los fenicios, han practicado el arte de la pesca de la almadraba. El atún aquí es una religión. Y sus sacerdotes sustituyen el palabrerío gourmet por morrillos sin homilía. La máxima autoridad en la materia es Ángel León y los veraneantes más exquisitos van en romería a Aponiente, su restaurante en El Puerto de Santa María que tras el cierre de El Bulli, se ha convertido en el nuevo templo de la experiencia gastronómico-escolástica donde, entre otros platos, se extasían con el chorizo marino o los chips de piel desgrasada de morena. Parques naturales en apenas cincuenta kilómetros de naturaleza desbordante y playas protegidas por ser zona militar, han representado la gran coartada antiladrillo. Conil, Véjer, Zahora, El Palmar, Caños de Meca y sobre todo Zahara de los Atunes componen el litoral de la Janda. “Veraneando en las playas de Cádiz”, rezan los pies de fotos de las revistas del corazón con Hugo Silva, Hiba Abouk o Francisco Rivera. El fenómeno zahareño estalló a primeros de los noventa. Para algunos afilados cronistas se convirtió en “el lounge de la socialdemocracia”, o en “la Marbella roja”. Había un buen cartel de artistas progres con casas de ensueño en la sierra Camarinal, más conocida como “la montaña de los alemanes”, ya que allí se refugiaron muchos nazis después de la Segunda Guerra Mundial antes de huir a Sudamérica. E incluso Franco les regaló terrenos. En verdad quienes llegaron primero fueron los señoritos de Jerez y Jaime Mayor Oreja, de la mano de Javier Arenas y la familia Landaluce, mucho antes que Aitana Sánchez Gijón e Imanol Arias lo pusieran en el mapa del artisteo. La actriz y su madre Fiorella hallaron pureza y dunas. Apenas había locales. Los Sánchez Gijón abrieron el chiringuito La Gata, en la playa de Zahara, y Aitana trasladó el decorado de la obra de teatro La gata sobre el tejado de zinc caliente a pie de arena. La otra cara de la Janda es el paso del Estrecho, los tres millones de autos magrebíes cargados como mulas que a mitad de agosto bordean el Cabo de la Plata. Las redadas anuales representan otro clásico: la de este verano, con 50 detenidos, incluye a dos policías y varios empresarios. Nadie quiere hablar. El trapicheo de hachís lo capitanean mujeres con bata floreada y delantal: “de algo hay que vivir en invierno”, dicen. “Esto es la gloria. Aquí no hay farolas, ni paseos marítimos, ni vallas. Es salvajismo puro”, dice Mariola Orellana, agente y mujer de Antonio Carmona. Los Carmona viven entre Madrid y Miami -triunfando y preparando nuevo sello discográfico- pero cada verano reciben a los amigos en su casa de madera de El Palmar: Carmen Machi, el clan Flores, Piedi Aguirre,hermana de Esperanza… En los chiringos actúan La Negra, Kimi-K y Lion Cortés con su Gipsy Evolution: los jóvenes han cambiado el pesar doliente por el flamenquito electrónico. Las jams y los cameos son continuos: Wyoming, Carles Benavent, Raimundo Amador, Diego Carrasco, Jerry González, cajones, congas y saxos. En El Cortijo de la Plata se han grabado varios discos, incluso David Byrne se prendó del litoral gaditano, cuenta Lala Obrero, directora artística de Solas. La oferta es tan exquisita como surrealista: allí vi los primeros kilims sobre la arena de la playa; alcancé la gloria con unos “pulpos a la escandalera” en el Ramón Pipi -un antro de pescadores-; escuché en la playa a Antonio Vega y su chica de ayer; caté caldos con Álvaro Palacios y José Andrés en el Antonio, y me sentí tan aterrada como rebautizada en las aguas salvajes que tanto gustan a los de Bilbao. Pero esa rizada idea de la libertad no sería lo mismo sin el viento. Entre el Levante y el Poniente: el uno calienta y el otro enfría, hasta despeinar el paisaje.

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16 de agosto de 2014
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La ?jet happy?

La moda casi siempre es porque sí, a pesar de que persista la manía de revolver en el pozo de los porqués en busca de respuestas que argumenten sus caprichos. El estilo, en cambio, es porque no: se acomoda y se mimetiza con el hábitat e incluso transmite ideología en un respingo de identidad retadora. De la misma forma que las mujeres catalanas presumen de vestir de manera más sobria -y más asimétrica- que las madrileñas, las diferencias estéticas entre derechas e izquierdas se evidencian más en verano, especialmente en el Sur, donde se demuestra una vez más que “la mirada crea el horizonte” (Banville). Vean sino a los ilustres veraneantes de Marbella con estilo ídem -ellas remetidas en turquesas y altas cuñas con swaroskis; ellos, polos amarillo pollito y camisas al viento- respecto a los amantes de las playas atuneras de Cádiz, amañados con un deje entre sensual y homeless: shorts con el forro de los bolsillos asomando por debajo del denim y desastradas camisetas. En tan solo dos horas y media de viaje en coche, de Málaga a Cádiz, se palpa el estereotipo, y ¡hasta qué extremo!. Del puro al porro, de las sevillanas con mantel al flamenco de chiringuito, de Terelu Campos a Aitana Sánchez Gijón. El paisaje a la altura de Sotogrande, cegadoramente encendido con un sol que al atardecer se sumerge en el mar como un huevo estrellado, resume con rectitud la casta que separa esos 27 km de costa mediterránea del Atlántico más jondo. El intelectual y bon vivant Edgar Neville, y el aristócrata español Ricardo Soriano, impulsaron la primera Marbella, un paraíso suavemente tropical bendecido por un microclima extraordinario capaz de lavar el más arduo prejuicio calvinista. Neville levantó su Malibú, con costras de leyendas hollywoodienses. Entre clínicas de adelgazamiento y lujosas villas donde recalaban Deborah Kerr, Laurence Olivier o Audrey Hepburn, el príncipe Alfonso de Hohenlohe se erigió en embajador del glamur y la nobleza. La fiesta de sesenta aniversario de su particular Ítaca: el Marbella Club, acaba de reunir ni más ni menos que a los Longoria, Orleans, los Abelló y su huésped, Jaime de Marichalar. De los duques de Kent, o Rainiero y Grace a un soplar de Antonio el bailarín y Conchita Montes, permanece un olor acre y un puñado de buenas fotos. Sucedieron los Thyssen, Von Bismarcks, Fürstenbergs, Prusia y “los choris”, así le llaman al grupo de Yeyo Llagostera, Luis Ortiz (Gunilla) y otros conseguidores. Los nuevos forajidos no se hicieron esperar. El moderno bandolerismo hizo bruñir las campanas de un mundo corrupto, un fake completo. Pero muchos madrileños le habían comprado casa a Gil y pusieron de moda ir a Puente Romano a ver pasar famosos. Este verano, en Moa, un spa del centro comercial de Guadalmina, José María Aznar ha acudido a masajearse los pies: reflexología podal. Una buena metáfora para la extensión marítima del Madrid cañí. Marbella quiere pasar página, volver a estar de moda porque sí, reivindicar su honradez -de cintura para arriba- sacudir las sobras de la ignominia en Puerto Banús y fregar sus máculas faranduleras. Este verano, en sus playas se pasean las it girls televisivas: Paula Echevarría o Amaya Salamanca; Se espera a María Teresa Campos y a su rubia familia, y se hace patente la diáspora ibicenca: los recelosos nacionalistas españoles vuelven a las raíces, como Cari Lapique y Carlos Goyanes. Aquí hay suficiente caché para que Julio Iglesias le cante el happy birthday a un millonario ruso, y motivos suficientes para que Antonio Banderas ocupe ese “espacio estético-moral” que hace años coronó a Julio en Ojén. Esta semana, el poderoso Banderas trajo a sus amigos exconvictos, Stallone y Wesley Snipes, al festival multicultural y solidario Starlite. Tal es el poder del exmarido de Melanie que le entregará un premio al hombre más rico del mundo Carlos Slim. La noticia es qué este haya aceptado recogerlo. En el Trocadero Arena, baluarte popular frecuentado por Famaztella (Josemaría y Ana), Ángel Acebes o Iñaki Oyarzábal, también le dan de comer al jefe de seguridad de François Hollande, a no demasiados metros de las fastuosas cenas de millonarios sirios en Grey Albion, donde los pisos pequeños tienen mil metros cuadrados, con búnker de seguridad en el sótano. Ignacio González, por supuesto, comanda Madrid desde Guadalmina. Si pinchan el vídeo Marbella happy also, podrán contemplar a Carmen Lomana, Manuel Santana o la propia alcaldesa, M. Ángeles Muñoz, marcando con aspavientos la cancioncilla endorfínica del año, eso sí, bailotean por calles tan inmaculadas como las de Singapur. No en vano Marbella siempre ha alardeado de “limpia”. Otra metáfora, más imperfecta. Al vídeo le hace falta Cospedal, cuya pertenencia al club marbellí quedó grabada en nuestro imaginario cuando concedió una entrevista a Efe en el 2009 acusando al Gobierno de espiar a dirigentes de su partido: Estepona-sur-Mer de fondo. Sí, el vídeo pide a gritos la presencia de Cospedal porque rubricaría con su determinación la estética de esta jet happy que echa la nuca hacia atrás, en la noche marbellí, mientras el resto de España resopla desdeñosamente.

(La Vanguardia)

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9 de agosto de 2014
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Los ?beautiful? y el postureo con chanclas

Por la mañana apareció Inglaterra, verde y desconocida entre las nubes”. Lo que hubiese dado por escribir una frase como esta. Mucho más que un arroz con bogavante en el Real Playa, un hotel rústico a cien euros la noche cuyo lujo exclusivo consiste en estar enclavado en la misma arena de la playa del Mitjorn. Incluso daría mucho más que el adictivo café con leche en Roca Bella, la mañana aún por desenvolver, donde italianas de incierta edad lucen unos hombros tremendamente elegantes y la braga del bikini subida hasta las lumbares, con las nalgas al aire. El personaje del libro que estoy leyendo, de James Salter, llega a Londres en un avión, y mientras a él se le aparece Inglaterra, nosotros, desde el ferry, contemplamos las primeras visiones de los molinos de Sant Francesc. El verde atlántico y literario de Salter frente al turquesa mediterráneo de las Pitiüses, cuyo principal embrujo consiste en la danza del levante que espuma las aguas y desangra el atardecer sobre campos de vid y olivos. Lo leído y lo vivido a veces crean gozosos paralelismos, como cuando se está enamorado y cualquier pequeña coincidencia parece una señal del destino. Avistar el perfil de Formentera, dejando atrás el yate negro como un bloque de pisos, de Armani, o el The Shark de Cavalli en aguas ebrias de Dom Pérignon, es un alivio de presunta sencillez. El slow summer de Formentera contrasta con el vértigo ibicenco, donde las discotecas, los dj, y las drogas químicas asociadas al clubbing, han alcanzado la categoría de atractivo turístico internacional. Existen varias webs inglesas que publicitan permisos de conducir falsos para que los menores puedan entrar en los clubs. En Platja d’en Bossa, los chiringuitos de siempre se han convertido en beach clubs, arrastrados por la fama de las últimas adquisiciones de Matutes: el Hard Rock o el Usuaïha Los adultos ricos cuentan con un surtido más sofisticado desde que Eivissa ha apostado por el turismo de lujo compitiendo con Cerdeña o Santorini. Porque el objetivo no son los europeos de siempre atraídos por las reliquias del flower power, sino los magnates rusos acompañados de una decena de escorts que reservan mesa en Lío -el espectacular cabaret dirigido por el actor de Tricicle Joan Gràcia- o en Cipriani. En el mar residen desde Naomi Campbell, Kate Moss, a Andrea Casiraghi, Bruce Springsteen, Puff Daddy, Orlando Bloom o Di Caprio. Cuando hay una buena fiesta, en la residencia de Pino Saglioco, desembarcan a tierra. Entre los patrios, la baronesa Thyssen, Cayetana Guillén Cuervo, Rosa Clarà -cuyo barco se llama White- o Eugenia Martínez de Irujo, son algunas de las asiduas a este mito cultural del mediterráneo donde aún se aplaude la salida y la puesta de sol. A tan sólo media hora de crucero, los payeses de Formentera me cuentan sus alianzas con los ecologistas para proteger sus parques naturales de las empanadas de cemento y caviar. En bicicleta por Ses Salines, advierto lo sufrida que es la gente que ni en verano puede replegarse como un cangrejo al sol. La beautiful people pertenece al siglo XX. Ahora se le llama “postureo”, eso sí, con esas nefastas chanclas globales. Bellinis universales Giuseppe Cipriani era un afamado camarero en la Venecia de los años treinta que gracias al pago de la deuda de un americano, Harry Pickering, abrió el Harry’s Bar, donde inventó el bellini y el carpaccio (en honor a Giambellio y Vittore Carpaccio). Su nieto, que se llama como él, ha franquiciado la marca familiar como se hace a menudo con las firmas de lujo. El Cipriani de Eivissa -abrió en el 2012- a 300 euros el cubierto, es un must y su propietario uno de los hombres influyentes de la fauna y flora local, este verano amigo especial de la modelo Esther Cañadas. En el Cirpiani, esta semana llegaron a las manos Orlando Bloom y el juguete roto Justin Bieber. Dicen que Di Caprio se puso de pie y aplaudió la torta. Acroyoga viral Carles Sans, junto a su mujer Maria Antònia Rodríguez, son un clásico de la isla que, nada más llegar a Eivissa, se visten de blanco con guayabera y túnica, respectivamente. Hace unos días, fueron a cenar a Lío junto a Carles Puyol y Vanesa Lorenzo, donde asistieron a un espectáculo representado por unos virtuosos acróbatas rumanos. Al día siguiente, Puyol -7 millones de seguidores en Twitter colgó una foto de su pareja -experimentada yogui- sobre las palmas de sus manos y se la mandó a Tricicle. Este le replicó con otra foto: mandíbula apretada y una Barbie encima de sus manos. Puyol, muerto de risa, la colgó en sus redes y el efecto ventilador no se hizo esperar. El acroyoga es trending topic. Dos tallas menos Lo conocí hace quince años en Nueva York, a través de Paulina Rubio, entonces muy cowboy girl que colaboraba en sus campañas. Enseguida escuché que Roberto Cavalli no era diseñador, sino estilista, una diferencia que tienen muy en cuenta italianos y franceses. Pero Cavalli resucitó el animal print -dicho sin manías, el estampado leopardo- los drapeados y conceptualizó el uniforme de las MILF. El caso es que mientras otros se hundían, el imperio Cavalli se extendía desde China a Miami o Dubái -donde ya tiene tiene sendos restaurantes. El tercero lo acaba de abrir en Eivissa, a sus 73 años, dispuesto a robarle mesas a Giuseppe Cipriani y a seguir detestando a las mujeres que visten como un hombre. (La Vanguardia)

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2 de agosto de 2014
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El Boomeran(g)
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