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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Entre el viejo y el nuevo mundo

En el viejo mundo, glosas, églogas y elegías en nombre de la duquesa de rompe y rasga, la rebelde, libre, la más moderna, aún con esa mota melancolía que tiñe el rictus de las herederas. “La señora era muy sencilla”, dicen los vecinos, una frase que encierra un mundo. El jueves, los sevillanos salieron a la calle como solo saben hacerlo ellos, a golpe de emoción desbordada. No en vano fue la más flamenca -y se descalzaba con la misma desvergüenza que las gitanas-, siendo 14 veces Grande de España. “Pura conmoción, nunca se había visto nada igual”, me cuenta el Loco de la Colina mientras rescata las entrevistas que le hizo. Quintero hubiera tenido que entrevistarlo a él, a Alfonso Díez, seguro que la duquesa lo hubiese deseado. “Cuidad de él cuando yo no esté”, les pedía a los amigos más cercanos. Este fin de semana, Díez, 64 años, de familia bien palentina, funcionario en excedencia, se ha convertido en el nuevo viudo de España. El que creían un remake de Porfirio Rubirosa, Rubi para los amigos, que sedujo a Doris Duke (dueña de Camel) y a Barbara Hutton, pero con target más maduro. El machismo arraigado y la querencia de los españoles por el chiste zafio contribuyó a que se acusara a Díez de casi todo lo imaginable, de cazaherencias a gay con complejo de Edipo. La tradición, a la inversa, de los ancianos Ecclestone que se casan con veinteañeras. O de los mitómanos que se ponen los trajes de ella. Marguerite Duras lo escribió así: “Me ha ocurrido esta historia a los 65 años con Y. A., homosexual. Es sin duda lo más inesperado de esta última parte de mi vida, lo más terrorífico, lo más importante”. Se llevaban 40. Acaso lo que resulta más sorprendente en las crónicas del fallecimiento de la duquesa que abrió el tarro de los amores tardíos, indolente a burla y escarnio, es el detalle con que se pormenoriza el reparto de la herencia de la Casa de Alba. Sin duda algo inaudito haber hecho testamento en vida para que familia y casta bendijeran al sospechoso y apuesto Alfonso. “Espero que te haya podido demostrar lo que te quise, lo que te quiero y lo que te querré” escribió él sobre la corona de rosas rojas. En el nuevo mundo, otra mujer abandera una avanzadilla bien distinta, equilibrando tradición, códigos culturales y lujo. ¿Puede ser moderna una mujer musulmana? Con cincuenta y cinco años, la madre del emir (y de seis hijos más) ha retado a la negra abaya que lucen obligatoriamente sus correligionarias con trajes de alta costura, y sustituye el velo con sus audaces turbantes que cada vez dejan asomar más pelo. El periódico local Península publica casi diariamente sus fotos en portada visitando escuelas de niños desfavorecidos con looks informales o luciendo sus Cartier de esmeraldas en actos internacionales. Cuando aparece en las bodas de la realeza, como la última en Marruecos, nos transporta a las atmósferas cargadas de shisha y rasoul, y trae un eco de Sherezades modernas que exhiben sus hiyabs fashion a fin de salir de la negritud que las envuelve en la vida pública. En su vida privada, no tengan duda, mujeres de rompe y rasga. Prototipo sexy ¿Qué tendrán en sus genes las antípodas, tierra de canguros y koalas, desiertos, lana, vino, ópalos y la gran barrera de coral, para engendrar señores con la envergadura de Chris Hemsworth o Hugh Jackman? La revista People -¡qué seríamos sin listas!- acaba de elegir al marido de Elsa Pataky “el hombre vivo más sexy 2014″, honor mediático que inauguró hace 19 años su compatriota Mel Gibson. Rubio, 31 años, 1,90, siempre se deja fotografiar en las playas australianas con Elsa y los niños, o surfeando. “Ya no tengo que lavar los platos, ni cambiar más pañales: estoy por encima de eso”. La broma se le atraganta, aunque debe de ser muy embarazoso ir a comprar Fairy sabiéndose el “vivo más sexy” del mundo… Repóquer A primeros de los noventa Josep Font -entonces firmaba con Luz Díaz- esculpía patrones sobre las tendencias minimalistas alentadas por los japoneses en la pasarela. Su delicadeza y timidez era casi enfermiza. Le he seguido de cerca, he acudido a desfiles aquí y en París; extraordinarias siluetas entre Dior y Alma Tadema. Y lo he visto triunfar en Nueva York: Cate Blanchett, las Santo Domingo y otras it girls visten ahora DelPozo (firmada por él). Ha recibido el premio Nacional de Diseño de Moda (30.000 euros) tras un repóquer de grandes, como Pertegaz o Blahnik. Se le reconoce por su prêt-à-couture manierista, sólida. “Lo que más ilusión me hace es donar el premio a la lucha contra el cáncer y el alzheimer”. Puro Font, alma elegante. Un señor editor Me descubrió a los grandes contemporáneos, me presentó a Emmanuel Carrère, y de vez en cuando me envía un correo dictado a su secretaria, empeñado en ser off line. Son razones suficientes para considerar a Herralde mi editor estrella, con el permiso del excelso gremio. Hace poco he recibido Deconstructing Anagrama, un catálogo con la selección de los títulos vivos de Anagrama, que este año cumple 45. Pocos escritores se le han resistido -no consiguió a Borges-, algunos se han ido diciendo que paga mal, otros temen tanto su criterio implacable como bendicen que sepa reírse tan bien. Y están los que celebran que haya rescatado tantos clásicos “negligidos” como dice él, con su brillo en unas retinas que no miran, taladran, forever young. (La Vanguardia)

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22 de noviembre de 2014
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La excepción

Hay realidades que preferimos compadecer sin verlas, o mejor dicho, sin pensarlas. “Mira, una chabola”, decimos a pie de autovía, cuando avistamos una caja de yeso y latón con cartel: “aquí vive gente”. ¡Zas! Sólo ha sido un fogonazo, y raudos ahuyentamos la imagen de esa miseria carcomida que hasta tiene que alertar de que aquel tugurio está habitado. Cuando a la pobreza extrema le sumamos la explotación sexual, el maltrato o el abandono, el resultado es prácticamente imposible de digerir en una sociedad que bracea tratando de atisbar vías de regeneración. En la que ser político significa recibir un sueldo bajo, pero también viajar en business a diestro y siniestro; una sociedad en la que la desigualdad dilata su brecha mientras la debilitada clase media no renuncia a decorar su vida con un poco de jazz y un gin-tonic. ¿Cómo contemplar desde la política-sofá las dramáticas realidades que habitan el mismo mundo que nosotros? Hoy me refiero a ese algo menos del 1% de los abortos practicados en España a los que chicas menores de edad se enfrentaron solas. Porque el resto, 9 de cada 10 según los datos de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo, (Acai), lo hacen acompañadas por sus padres, biológicos o legales. Sólo un dato más: confrontemos los 913 embarazos interrumpidos por menores recogidos en dicho estudio (realizado entre enero y septiembre de este año) con los casi 34.000 de jóvenes menores de 20 años en Reino Unido el pasado 2013. Es poco probable que pensara en ellas el PP cuando, en bloque, se se encendió contra esta medida que contempla la llamada Ley Aído -y que aún aguarda su modificación, por mucho que el proyecto de reforma de Gallardón y él mismo fuesen retirados-. En esos casos contados, excepcionales, porque la moral acartonada nunca contempla la excepcionalidad, ni por abajo ni por arriba. Muchachas que viven muy lejos de casa: algunas llegaron a España en busca de un futuro, y, sin haber alcanzado la mayoría de edad, se quedaron embarazadas. También hay chicas cuyos padres las abandonaron o están muertos, o en la cárcel, y sobreviven como pueden, pero sobre todo están solas. Esa es la excepción. Desde la política-sofá es más fácil hacer demagogia, sostener que promueve el desarraigo y rompe el vínculo de la hija con los padres, que alienta a la desestructuración familiar. Lo mejor que podría hacer el Gobierno es dejar de toquetear la ley por pura ideología, no jugar más con el complejo asunto del aborto después de tanta confusión infértil y tantas amenazas a mujeres y médicos hasta que la respuesta de una sociedad más madura que sus propias intenciones, los obligó a rectificar en nombre del sentido común. Detrás de una cifra hay seres humanos: dejen en paz a ese 0,84% de muchachas que a su lado no tienen una madre o un padre para guarecerlas. La Vanguardia

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17 de noviembre de 2014
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Los no políticos y una de lotería

Se anuncian nevadas a lo largo y ancho del hemisferio norte, de nuevo el eco de aquel sobrecogedor Joyce/Huston: “Caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”. Un gélido invierno con el Vértice Polar dinámico abrevia los días, saturados de una luz gelatinosa que influye en el ánimo. La borrasca barre la política europea. La popularidad de François Hollande en mínimo histórico: Un residual 13%. David Cameron pillado en falta, comprando amigos en Facebook (más de 7.000 libras del partido para sumar seguidores), y suspende para más de la mitad de los británicos. En la siempre difícil de gobernar Italia, la estrategia del primer ministro Renzi de acorralar al Partido Democrático y su sindicato afín, la CGIL, le va a costar un huelga general prenavideña. Tampoco nos queda Portugal: chinos, brasileños y angoleños compran las deficitarias empresas públicas a precio de saldo. Y aquí, una vez entregados a la vida no ya light sino zero, y a los no lugares de la hipermodernidad, descubrimos que el nuestro, más que el presidente del no, es el no presidente. Porque no reconocer un conflicto supone agravarlo. Los habitantes de estos lares somos expertos en ello. Más allá del océano, Obama llega de China y anuncia que regularizará a cinco mil inmigrantes. Aún es un desiderátum, pero las hienas republicanas han activado todas las alarmas; lo advertía André Maurois: “Todo deseo estancado es un veneno”. El presidente de EE.UU. viaja en su Air Force One y masca su bubblegum hasta en casa del presidente Xi Jinping y su esposa, la pizpireta Peng Liyuan, soprano del ejército a quien Putin le puso una capa sobre los hombres ante el bochorno de su marido y sus recatados ciudadanos. Qué aleatorios son los códigos socioculturales. Los mandarines se suenan sin pañuelo y andan en calcetines pero braman ante un acto de galantería. Y ver a Obama rumiar su chicle concentradamente en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico les produce auténtica urticaria. “Hábitos de ex fumador”, dieron como excusa, como si no supiéramos que quien mastica chicles de nicotina sigue enganchado. Siempre ha sido feo rechinar los molares en público, pero Obama es la quintaesencia de la política a lo Hermano mayor. Tiene un lado de adicto y otro de poeta del pueblo, abraza enfermeras que acaban de pasar el ébola y enlaza con solemnidad y cariño la espalda de la Nobel encarcelada durante 15 años en Birmania. Los Obama podrían representar el papel de esos vecinos ejemplares y solidarios que le guardan un décimo del gordo de Navidad al pobre diablo que no ha comprado porque ya no cree en nada, y mucho menos en la suerte. En España, los publicitarios de la Lotería Nacional quieren contribuir a recuperar la fe y se sirven de dos buenos actores: el que encarna el ánimo torturado, y el gordito y bonachón que le regala unos milloncetes al perdedor. Puede que los emotivos cuentos de Navidad deban de recuperar su prestigio, pero en este caso ni los niños de San Ildefonso se lo tragan. Sin mantón La familia de Isabel Pantoja intensifica estos días una maniobra mediática -no llega a estrategia- que puede resumirse con el hashtag #pantojalibertad . Tiene más de sórdido que de folklórico este proceso. Mientras Jaume Camps sale de la cárcel con su bolsa de fin de semana, la mujer que acabó atrapada por la mano que mecía su mantón -Julián Muñoz, su “cachuli” del alma- debe de ser encerrada entre rejas. Acusada de cooperar en el blanqueo de las sacas de billetes de la Operación Malaya, su próximo ingreso en un penal parece un guión de Almodóvar. Sus hijos, que tanto han alentado la popularidad-basura, hacen campaña de tuits y memes, con su madre clavada en la cruz, y se preguntan si la justicia es igual para todos. Monotonías vivas Cuando lo conocí en Formentor sentí gran envidia por aquellos que fueron sus alumnos en la universidad de Westminster. Cuánta melancolía sentí por haberme perdido la experiencia estética de escucharle hablar de Eliot o McCullers -a quien tradujo, además de Nabokov o Pavese- con su metro ochenta y tres y su mirada tan torva como tierna. Juan Antonio Masoliver Ródenas, decano de la crítica literaria española y de La Vanguardia, ha escrito sus Monotonías en El ciego en la ventana (Acantilado). “La nostalgia es un espejismo al que es preciso combatir, porque recoge e idealiza un pasado que probablemente no existió”. Monotonías: qué buen hallazgo para nombrar el nonsense y la paradoja, combatir la lógica y deshollinar ideas. Polémica XXL “Más que polémica, sinceridad: Para Calvin Klein, casi todas somos gordas”, escribió una tuitera al estallar el último caso del trueque de tallas. Y todo porque la modelo y actriz Myla Dalbesi anuncia una colección de ropa interior para “todo tipo de mujeres” -es decir, “llenitas”- que responde a una 42. ¡Una obesa en la moda!, dicen unos. Otros recuerdan que la talla más vendida en España es la 44. Lo políticamente correcto consiste en hacerle ascos a la mujer Modigliani, ahora bien, que no le pongan a una robusta como ejemplo porque su aspiración es la delgadez . Pero, ¿alguien duda que el mercado no está capacitado para asimilar la publicidad de modelos reales? ¿O la culpa, como siempre, la tiene la moda?

(La Vanguardia)

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15 de noviembre de 2014
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Un domingo luxemburgués

El 9-N en la zona alta, digamos noble, burguesa, estirada, también romántica. Entre Sant Gervasi y la Bonanova siempre se me aparecen los jardines abandonados de Mercè Rodoreda como un fantasma literario capaz de subvertir el orden del paisaje. Por ello espío las zarzas silvestres tras las tapias, los espejos rotos, las ventanas cerradas hasta oler el polvo de los muebles cubiertos por sábanas blancas y secretos macilentos. Donde la ciudad acaricia Montjuïc y se acomoda en su loma frente a un horizonte de mar. Donde las torres novecentistas se convirtieron en clínicas privadas y algunas pastelerías siguen envolviendo el croissant con papel y celo. Zona de alto standing, la preferida de los psicoanalistas argentinos, los colegios bien, los gimnasios pijos y los clubs de intercambio de parejas con interiorismo de autor. En el barrio habitan las familias de siempre que han cultivado elegancia y apellidos a pesar de ir a menos, muchos de ellos castellanohablantes: Arturus o Alfonsus, Doris, Pettys, Cucas, resignados frente a los nuevos ricos que ya se hicieron viejos y cuya tercera generación posee el nivel C2 de catalán. Me pareció verlos a todos en la larga fila. Grupos de vecinos que apenas se dirigen palabra por no molestarse confraternizaban en un domingo de café largo y lluvia fina. Los niños jugaban en la plaza con aire festivo, como lo hacen cuando saben a sus padres contentos. La cola para votar en La Salle rodeaba dos calles. Cochecitos de gemelos y sillas de ruedas empinando la calle Solsonès, gafapastas con camisas de cuadros y mujeres sin maquillaje que se quitaban el miedo: “Hoy toca votar con el corazón, no con la razón”. El florista Prats, personaje rodorediano por excelencia, regentaba en soledad su tienda ya adornada de Navidad al estilo exuberante de la Quinta Avenida. “Quin torrent de gent”, decía tras las vitrinas de abetos blancos con cupcakes y donuts colgantes. “Es algo inaudito, no lo había visto desde el Estatut”. Hacía frío. Un vecino fue a por una olla de caldo para los voluntarios. “Creía que aquí, en la Bonanova, votarían cuatro gatos”, comentaban sorprendidos los más CiU. Nadie saltaba de alegría, pero en sus comisuras se leía la plenitud de la eficacia, como si acabaran de hacer sábado. Catalanes contenidos, alexitímicos, prudentes, pusilánimes, liberales, democristianos, exvotantes del PP soliviantados por un sentimiento que difícilmente toleran: el desprecio. En el mediodía luxemburgués del 9-N en la Bonanova, el cielo encapotado, las cafeterías bullendo, reinaba un clima de civilizada rebeldía parecida a la de los jóvenes cuando se independizan, no tanto por ser diferentes, sino por la voluntad de querer serlo. (La Vanguardia)

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12 de noviembre de 2014
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Pelos comprometidos

La firma turca de cosméticos Epila ha lanzado al mercado un espray depilatorio para hombres. Y para ilustrar la pilosidad “invasiva”, ha utilizado en sus anuncios la foto de uno de los cerebros del 11-S, Jalid Sheij Mohamed, después de ser torturado, con los ojos vidriosos y una desbordante capilaridad en pecho. “Estos pelos no desaparecerán si usted continúa a la espera”, reza el eslogan. Los responsables de la pequeña compañía aseguran que ignoraban la identidad del individuo al elegir la foto y se justifican alegando que se trata de una imagen muy popular en su país, objeto de mofa y a menudo tuneada. Así de banal. Mohamed ha cristalizado en el imaginario como hombre-oso en lugar de uno de los autores del atentado que cambió las agujas del reloj del orden mundial y los protocolos de seguridad internacional, aquel día que, al igual que el 11-M en Madrid, estrenaba la mañana limpia y por arrugar. La viralidad con que se cargan las imágenes supone a menudo la pérdida de su significado, hasta el extremo de desgajarse de su contenido. Se falsean, o fakean, mensajes y carteles sin cesar, cada cual más gracioso. Y el hambre de ingenio, en unos tiempos donde la genialidad ha entrado en decadencia, es transgresora siempre que pueda esconderse en el anonimato de la red. La descontextualización marca tendencia: las revistas de moda mandan a sus fotógrafos a carnicerías para fotografiar a las modelos cortando un bistec con la mano enjoyada. Y los hipsters se apropian de las barbas largas, con ecos bíblicos, amish, talibanes e incluso mendicantes, para autoafirmar una personalidad abierta, independiente y audaz que se depila el pecho aunque se adorne la cara con pelos (y flores) mutando por completo su rostro -ríete de Renée Zellweger-. El frenesí de pelo entre los hombres llega al extremo de utilizarse con fines comprometidos. Movember -contracción de moustache (bigote) y november (noviembre)- es una iniciativa que nació en Australia hace más de un década pero que se ha globalizado y vitalizado recientemente. El objetivo consiste en que el mayor número de hombres posible se deje bigote para concienciar a su género de que su salud importa, y así prevenir el cáncer de próstata y de testículos, o hacer emerger la verdadera cara de la depresión masculina. La Movember Foundation fue elegida en el 2002 entre las 100 oenegés más destacables del mundo; por tanto, parece seria. Así que noviembre será ahora el mes mundial del bigote: dejárselo crecer para reivindicar una realidad servida a discreción, como si los hombres no tuvieran depresiones, cánceres ni se suicidaran mucho más que las mujeres a tenor del escaso foco mediático del asunto. Puede que este sea un gesto global que vaya más allá de lucir bigotito, una vez difuminada la frontera entre el sexo débil y el sexo fuerte. Porque la salud de los hombres también es la salud de las mujeres, y viceversa. (La Vanguardia)

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10 de noviembre de 2014
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Amor y dientes

Llegó el día en que usted por fin entendió lo que ella le contaba. Que los celos no eran un arrebato enfermizo sino dolor, principalmente el de saberse sustituida. De que otra ocupara su mismo lugar y la reemplazara siendo el hombro que le haría de almohada, la mano enlazada al entrar en el cine. La que subiría corriendo sus escaleras y se quitaría el abrigo en el rellano para abrazarlo de puntillas. Ya no sería a ella a quien le confesaría sus demonios o le haría los chistes. Sería otra mujer, tal vez con su mismo número de pie, a la que le pasaría los dedos por el pelo hasta recorrer suavemente una mecha entre el índice y el pulgar, como solía hacer con ella. Celos por no respirar a su lado, ni ensuciarse los dedos de chocolate al poner unas trufas, ni hacer la cama juntos, agitando las sábanas con una risa tonta. Celos por haber perdido lo encontrado, incluso lo que en raptos eufóricos, desmemoriados había creído que era suyo. La rueda de la vida. Hoy es usted quien se sabe sustituido cuando vio cómo el otro le abría la puerta del coche con una media reverencia, igual que usted en los buenos tiempos. Entonces era incapaz de comprender sus celos; le provocaban un agobio de los que anudan el pecho y se ahuyentan como un mal bicho. La letanía de siempre: dónde has estado toda la tarde sola, nunca recuerdas nada, hoy era nuestro aniversario, no te creo? La cansina melodía del reproche como escenificación del amor obsesionado que quiere sentirse amado al mismo compás y no admite interferencias. Cuando empezaron, se decían el uno al otro que eran iguales, dos islas en un archipiélago. Sin apenas proponérselo, usted la atrapó en sus redes porque ella insistía en ser coral frágil y persistente, encastrada en sus hebras. Una vez conquistada, se hizo el huidizo y el caprichoso. Se repetía que, entre dos, siempre hay uno que quiere más que el otro, el que controla la relación y somete delicadamente el amor chispeante hasta convertirlo en un amor doliente. Cierto es que pertenece a los que no piensan demasiado en el querer, ocupado en otras urgencias. Acaso por ello ignoraba que en cada uno de aquellos recitales desesperados que usted capotaba hacía la tregua, ella perdía un diente. No de la boca, sino del alma. Hasta que un día se levantó con hambre y decidió que debía recuperarlos. No lo hizo por venganza, ni por orgullo, sino por un natural instinto de supervivencia. Es ocioso explicar cómo ella consiguió desengarzarse de sus redes. Me preguntará: ¿y por qué nos explica historias de mujeres en una revista para hombres? Un cuentito con moraleja, una cursilada. Sepa que yo podría ser usted, y usted yo, sin roles de género. Aunque en verdad no lo hubiera escrito si no me hubiera mandado ese correo, bello y triste, en el que me confiesa que se le ha desdentado el alma. (Icon)

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9 de noviembre de 2014
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Los sueños y los ricos

Para qué hablar de tragedias folklóricas y montoncitos depositados en el juzgado, pudiendo hacerlo de los estrepitosamente ricos. El afán por conocer quién es el primero de la lista empuja en todas las direcciones, del Balón de Oro al ranking de Forbes, que mantiene el morbo en los buenos y en los malos tiempos. Han transcurrido ya seis años desde el inicio de la crisis, y solo nos quedaría uno si tuviéramos un interpretador de sueños como aquel sabio José que tan acertadamente descifró los del faraón egipcio, de las siete vacas y las siete espigas en una parábola de cómo la abundancia y la euforia dan paso a la escasez y la precariedad. En nuestra época indignada, no pocos josés de la economía mundial auguran, echando mano de la teoría de ciclos (que se viene cumpliendo desde 1929), una nueva sacudida global para 2015 y el más allá. Aún es tiempo, parece, de recoger las sobras y guardarlas para el día siguiente. Veamos un ejemplo: el gasto medio de los españoles en ropa es de 450 euros al año, muchísimo menos de lo que lleva encima cualquier ministro o ministra (exactamente la mitad si ellas llevan un bolso de Miu Miu, y una cuarta parte si ellos lucen un Audemars Piguet). Por eso el pueblo está dispuesto a agarrarse a la coleta de Pablo Iglesias, indiscutiblemente el hombre del año. Con su tan glosada ropa de marca blanca y sus deportivas representa y gasta lo que el español medio. Empatía y escaños, esa es la ecuación que persiguen los dreamers, un nuevo oficio que viene a significar un paso más que el de coach, aunque sea una osadía presentarse como conseguidor de sueños. El caso es que entre nuestros top Forbes lucen dos gallegos universales: Amancio Ortega y Julio Iglesias. Qué gran habilidad tienen los gallegos, forjados en una cultura que huye del enfrentamiento, evitando siempre que sea posible decir sí o no. Mejor decir hey, como el tanoréxico Julio, el hombre que mejor ha cantando con la mano en el pecho. Melódico, desacomplejado, tremendamente fértil y ávido por los pantalones con cordones en la cintura, ha sido pasto de los últimos memes como éste no apto para menores: “Me río por no follar”. Durante muchos años encarnó a España, hasta que se hizo internacional. Es el único artista de la lista, pero no ha ganado sus 850 millones de patrimonio sólo con su voz y sus contoneos, sino gracias a acaudaladas inversiones inmobiliarias. El rey de Zara en cambio, se hizo enorme en su pueblo de adopción. Habría que recordar que el gran Ortega empezó copiando aunque la moda no entiende de copyrights, y por ello hay que celebrar la complejísima estrategia con la que ha inditexizado el mundo entero trascendiendo el eterno debate sobre copia y original. Al contrario que Iglesias -Julio, no Pablo- él no vende sino que compra edificios emblemáticos en todo el planeta. Los nuevos ciudadanos Kane de perfil bajo encaran el porvenir acaso sin la necesidad de recurrir a josés. Parménides y sus amigos decían que todos los misterios se hallan en los sueños. Hoy los oráculos los controla Deloitte. Y la abuela Paca Una muchacha lleva cada día la comida a su padre, jardinero de los terrenos del Palacio Real de Madrid. Dos paseantes se cruzan invariablemente en su camino. El más joven no es rey, pero sí príncipe de las letras castellanas: Rubén Darío. Ella, Francisca Sánchez, una humilde e iletrada veinteañera, le amará, inspirará, y le dará cuatro hijos. Entre pinos, gorriones y arroyos, el amor se inflama lleno de dificultades: “No pidas paz a mis brazos, / que a los tuyos tienen presos: / son de guerra mis abrazos, / y son de incendio mis besos”. La periodista Rosa Villacastín ha reconstruido en La princesa Paca la apasionante -y apasionada- historia de su abuela materna, una delicia biográfica para mitómanos y románticos que empieza su aventura editorial americana. Mínima invasión Arrancaba la semana en La Vanguardia con una imagen del doctor Antonio de Lacy con la última generación del robot Da Vinci Xi en el quirófano del Clínic, el primer centro sanitario de Europa que incorpora este procedimiento para cirugías mínimamente invasivas y máximamente controladas. De Lacy tiene club de fans desde hace años, primero porque no abre cuerpos para extraer tumores sino que utiliza orificios naturales. Segundo, porque no cree en la suerte en cirugía sino en la precisión. De pequeño, cosía pechugas de pollo. Dice que un cirujano ha de ser como un gato al tocar objetos sin romperlos. Ahora asesorará a la expansión del robot por Europa. De nuevo, la sanidad catalana, lo mejor de la casa. Hasta en la sopa Hay celebrities tan enganchadas a la fama que no pueden renunciar ni cinco minutos a ella, y, así, se afanan desesperadamente en copar titulares, por muy chuscos que estos sean. Como Kim Kardashian, de la que, en apenas unas horas, sabemos que anda buscando su segundo hijo -monitorizada y todo-, que ha lucido un nuevo (y marciano) look con las cejas camufladas, que da clases para conseguir un megatrasero y que su padrastro, Bruce Jenner, ex campeón olímpico de decatlón, ha sido cazado travestido por la revista National Enquirer. Alguien dijo que la fama es fácil de conseguir, pero difícil de merecer. Siempre habría que conservar el punto justo de timidez y vergüenza para no hacer el ridículo. (La Vanguardia)

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8 de noviembre de 2014
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Podemos en el parque

En el parque, después de andar con la cabeza en los pies o de pensar con todo el cuerpo, me planto en la zona de los columpios donde un grupo de personas, en su mayoría jubilados, hacen chi kung, una especie de meditación en movimiento que además endereza el cuerpo. Algunos ejercicios son más orientales que otros, como ese que llaman “separar las aguas”: una serie de movimientos circulares con las manos. O el del arquero, que se nota que es de los que más gustan: simulas que sostienes un arco invisible y lanzas una flecha. Tirar y aflojar, como hay que hacer en la vida. Al ser nueva, no alcanzo a completar el mito de poner la mente en blanco y de vez en cuando miro de reojo a la gente que pasa y nos observa entre sorprendida e inquieta. Imagino el panorama: cruzar apresuradamente el parque para ir al trabajo y encontrarse frente a un corro madrugador que traza dibujos en el aire, se golpea los riñones e incluso boxea contra el viento exhalando un gruñido para liberar -dicen- la energía negativa. A veces les sonrío pero, incómodos, vuelven la cabeza. La gente, de buena mañana, se mira con recelo como si diéramos por hecho que no nos soportaríamos, y mucho menos a esas horas. Pero en círculos como este del chi kung, donde cada día dirige la clase un voluntario, nada separa al artrósico del ansioso o al parado del ocioso; se tienden las manos. Es así como la señora Carmen, bien entrada en los setenta, con el pelo cano y una chaqueta tejana, comenta al final de la clase: “Esta semana van a venir al barrio los de Podemos”. Y tanto el italiano, que habla un español con acento caribeño, como el hombre que, a pesar de que ya haya entrado el frío, siempre va en manga corta, preguntan cuándo. Es entonces cuando percibes con nitidez que, más allá de neopopulistas o chavistas irredentos dispuestos a bananizar España, Podemos es un partido atrapalotodo que va a los parques soltando lastre ideológico para atraer a todos aquellos que “pueden convertir la indignación ciudadana en cambio político”. Eso sí, con un toque de esencia izquierdista old school: del “asaltar el cielo” marxista a L’estaca de Lluís Llach. El mainstream los demoniza, los políticos clásicos advierten sobre sus riesgos, y los más románticos recuerdan a aquel PSOE de Felipe, inexpertos y cuarentañeros ellos, pero con más de diez millones de votos y la voluntad de enterrar un sistema que constreñía al pueblo. Las expectativas de Podemos son colosales: jóvenes, irredentos, respondones y superpreparados en unos tiempos donde a los jubilados, a los parados y a los ni-ni nada les importa la política. Lo que en verdad debe demostrar Podemos es lo que nadie ha conseguido aún: que el poder no corrompe. (La Vanguardia)

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5 de noviembre de 2014
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El perro

Ah cuando los moribundos vuelven a la vida después de un viaje solitario por el dolor y las sondas. Cuando van despertando sus pulmones callados, el corazón tímido, el estómago esquivo. “Ya toma líquidos”, dicen. Es una señal de oro, el zumo que se acomoda a la boca para recorrer dócilmente el laberinto de órganos. Después viene el simulacro de la ducha, la bendición de sentir el chorro del agua caliente deslizándose sobre el cuerpo, aunque sólo sea un trozo de carne. En una habitación de hospital, la vida de afuera permanece ajena, tan lejos con sus risas y sus motores. Y no digamos si ese cuarto es el de una paciente infectada por el virus del Ébola y que durante su agonía sólo pudo ver rostros humanos por el teléfono. El viernes, El País reproducía una conversación de Teresa Romero con su marido: “No quiero entrevistas, lo que yo necesito es a mi perro”. “¡Sólo quiero que me den a mi perro… ¿Qué le han hecho a mi perro esos hijos de su madre? ¡¿Por qué me lo han matado?!”, se oye gritar a Teresa, llena de rabia e impotencia, escribía el periodista José Antonio Hernández. Traspasar la intimidad de ese cuarto del hospital es algo así como llegar hasta el fondo de una mina. Y no sólo por el peligro letal y las escafandras, sino por escenificar el estado de ánimo de un ser humano víctima de una gestión política de pandereta en la cual el consejero de Sanidad llegó a acusarla, sumida en estado de extrema gravedad, de mentirosa. También porque delata una psicosis que, al margen de la ética animalista que tanto ha calado en nuestra sociedad, decidió matar al perro sin seguir protocolo alguno, en una expresión de ridícula firmeza. Cuál debe de ser el grado de desesperación al regresar desde las mortajas a la vida, sin aquello que tanto sentido le daba. Excalibur, la espada del rey Arturo, un curioso nombre para un american stafford, fue fulminado por una praxis chapucera que, lejos de modales europeos, lo hizo a la manera de una tribu supersticiosa. Como tantos, he seguido testigo admirada del amor que se profesan los animales y sus dueños. De cómo se parecen: en realidad hablar del animal significa hablar de ellos mismos. Cuando murió mi abuelo su perra Ona, cada tarde a la hora en que él tocaba a Bach y La cumparsita, se enroscaba en los pedales del piano y gemía. No podía haber elegido más certeras palabras Lord Byron para despedir a su terranova, Boatswain: “Tenía todas las virtudes humanas sin ninguno de sus defectos”. La historia está cosida de historias sentimentales de gran calado donde a menudo prevalece el sentimiento de indefensión del animal, escuetamente protegido por las leyes. En una habitación del hospital Carlos III una moribunda regresa a la vida con rabia y duelo. Y con una historia que cuestiona si este país está preparado para la emergencia. En esta ocasión Josef K fue el perro. Pero lo podemos ser todos. (La Vanguardia)

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3 de noviembre de 2014
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De ?it girls? a ?it women?

Ocurrió hace más de quince años en el Florida Park, un edificio enclavado en el Retiro, construido en tiempos Fernando VII, que antes de ser una bullanguera sala de fiestas fue galería de caza e incluso balneario. En los setenta se convirtió en el plató de José Maria Íñigo donde Lola Flores interpretó ese momento cumbre del folklore arrebolado: “El pendiente, Íñigo, no lo quiero perder, por favor”, profirió en plena actuación. A mitad de los noventa, bajo su amenazante lámpara de araña, allí organizamos la entrega de los premios de una revista. Se inauguraba la fórmula de cabecera más patrocinador, photocall, famosos y retorno mediático. Presentaba El Gran Wyoming, y entre los premiados: Almodóvar, Luz Casal o Joaquín Cortés. Pero quien destacó fue la entonces ministra socialista Cristina Alberdi, que al recoger su trofeo criticó agriamente un desfile de diez años de moda española denunciando que aquello suponía un retroceso para la mujer. Incluso Wyoming sugirió en tono de chanza que le arrebatáramos el trofeo. Pero entonces, las it girls aún no habían tomado las revistas femeninas, ni los premios estaban tan bien amortizados, aún se apuntaba al prestigio y la diversidad de sus valedores. Al cabo de unos meses, comentando el suceso con una ex colaboradora de Alberdi, esta se mostró muy extrañada : “Pero si ella guardaba los rulos en un cajón del despacho y montaba en cólera si se perdían…”. El pelo de las mujeres públicas era entonces anatema. Bigudíes, cepillos duros, espumas y secadores de pie esculpían cabezas trabajadísimas, herederas de Farrah Fawcett o Nancy Reagan, levantando un muro de protección al tiempo que atributo estético. Hoy hay poca peluquería en la política: ni las Anas -Pastor y Mato- ni Susana Díaz o Joana Ortega lucen artificiosos peinados, y qué decir de la propia Ana Botella, cada vez más indie. Pero nos queda Esperanza Aguirre. Nadie luce el brushing como ella. Un clasicismo sénior de quien fomentaba la rivalidad entre sus dos colaboradores íntimos, el taciturno Ignacio González y el campechano Francisco Granados, jinete del Apocalipsis que pasaba por paleto aunque fuera buen conocedor de cómo se manda el dinerito fresco a Suiza. Ahora, Rajoy la considera “un activo de primera”, mientras que la llamada derecha moderna quiere mandarla a jugar con sus nietos. Probablemente Esperanza se sienta una it woman, etiqueta que defiende mi querida Pastora Vega -a ella le va como anillo al dedo-, en contraposición a la estética aniñada, con botas de cowboy, eye liners de Cleopatra y una exuberancia carnosa al estilo de Sara Carbonero o Paula Echevarría, las it girls españolas entronizadas por los medios off y on line. Sí, después de tantos excesos, corruptelas, cirugías y lacas, mientras ellas anuncian suavizantes y lencería, una nueva generación de it women sin peluquería asiste atónita a la gran debacle, con los rulos en el cajón. Y esa ausencia de peluquería en política no es sino una metáfora de la imperiosa necesidad de desinfección con champús antipiojos a riesgo de acabar con el pelo ralo. Vuelta al ruedo Sale airoso -y, sobre todo, inocente- de las dagas de quienes le acusaban de haber saqueado al Barça hasta arruinarlo. Tildado de prepotente, errático en sus exhibiciones festivas con botellas magnum, bellas mujeres y camisetas negras made in Italy, los jueces exoneran al presidente con más logros y proezas, entre ellas, escuchar a Cruyff y encargar a Guardiola que reinventara el fútbol. Ignoro si sus coqueteos con la política le han pasado factura, pero sus dotes de comunicador, su carisma exultante y los cuatro millones de beneficios que parece que dejó al club, lo colocan en posición de retorno. Algún día habrá que escribir la historia de lo que ocurre con héroes caídos y apuñalados, una vez restituido su honor. ¿Podrá ser todo como antes? Resistencia obliga No echábamos de menos la provocadora altanería del ministro Wert. Defenestrado Gallardón, cabría haberle supuesto un mayor protagonismo. Pero su baja popularidad y la gallega estrategia de esperar a que amaine el temporal, le mantenían alejado de titulares. Ahora, el inmenso Jordi Savall vuelve a ponerle en el ojo del huracán al rechazar el premio Nacional de Música por el “dramático desinterés y la grave incompetencia en la defensa y la promoción del arte y de sus creadores”. No es ni mucho menos el primero: Javier Marías, Santiago Sierra o Josep Soler rehusaron premios por los mismos motivos. La autocrítica parece urgente. La cultura es de los pocos lugares a los que se puede regresar cuando hace frío. El bufón cargante No hay gente tan cargante como quienes se empeñan en ser graciosos. El cantante británico Robbie Williams es un perfecto ejemplo de la desesperación por epatar, abusando de lo que él cree que es humor: su mujer rompiendo aguas en el paritorio y él a su lado, haciendo vídeos y fotos para subirlas a YouTube. Hasta que su esposa acaba por torcer el gesto, en plena cascada de contracciones; aunque a él lo único que le parece interesar es ser famoso. Al abandonar el hospital incluso convenció a la molida partera de que empujara -con dificultad- una silla de ruedas con el papá y su bebé en brazos. Coleridge sentenció que “a ninguna mente bien organizada le falta sentido del humor”. La del pesado Robbie debe de estar manga por hombro. (La Vanguardia)

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1 de noviembre de 2014
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El Boomeran(g)
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