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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales como Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), Icon de El País, Marie Claire, y Woman. Ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (El País, Vogue, la cadena SER, Onda Cero, TV3 y TVE) y ha publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Actualmente es columnista de La Vanguardia y directora del Magazine

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Amor y garganta

«Enfriar», dicen quienes hablan de sentimientos como si fueran chefs y lo mismo mandan el deseo al congelador que licuan la impaciencia con nitrógeno. Pero, cómo hacerlo cuando te inviste lo grandioso y en tu alma ya no atardece. De qué modo vas a enfriar las palpitaciones, el pensamiento en espiral que empieza y acaba en sí mismo y, de tan idealizado, no acierta a recordar con transparencia ni el último beso. Un hechizo que produce agujetas, sudor en las manos y en las sienes, que te quita el hambre, que te hace levantarte de la cama de un salto. Cómo se le puede llamar amor a una patada en el estómago. Gozar y sufrir, andar y desandar, aire en las manos. El enamorado se recrea en un dolor hermoso, entre la voracidad y la melancolía de saber que aquello no durará siempre. Pero ni la experiencia es capaz de sobreponerse al éxtasis. La piel más dulce que nunca. Los ojos brillantes. Las costumbres barridas. Qué insignificantes se vuelven los harapos del pasado, esos otros nombres que un día amaste y luego padeciste. La tenaz asignatura del olvido, cuando te entrenaste para borrar excepto en los días malos. Entonces, volvió a aparecerse lo que pudo haber sido. Y qué estúpidas parecen ahora aquellas corralas, cómo perdimos el tiempo, nos decimos con la alegría pintada en las mejillas, hábiles al lograr que los silencios sean más turquesa. Enamorarse es parecido a sentir que cada día llegan los Reyes Magos. Ya no te conformas con el indoloro método de vivir de puntillas, sin hacer ruido. Hablas más fuerte, ríes con más garganta, y no hay penumbra que no pueda iluminarse. Renunciarías a ver el mar por estar a su lado. Estiras la agenda, haces auténticos malabarismos para juntar horas, apagar el teléfono, vencer la urgencia a su lado. No puedes dejar de pensar en sus manos pequeñas. En su peca encima del labio. Aún no has descubierto lo que calla y que, al cabo de un tiempo, emergerá de la misma forma que una espinilla. Ahora dices que la amarás con todo lo que es, con el equipaje y las cicatrices. Dramático como eres. Como todos. En el poemario Traductor de sueños por Babilonia, de Sergio Oiarzabal ?fallecido demasiado joven?, leo: «Es preciso amar como la vez primera, como si fuese la última vez, es preciso; con el corazón sepultado por mil piedras o atravesado por estrellas fugaces; y almar hondo, hondo; y almar dulce, dulce; y almar sin reservas y sin memoria alguna». Todo eso es preciso: almar. Solo el miedo paralizante puede llegar a enfriar la fiebre del enamorado que ya dejó de andar de puntillas sin temerle al incendio. Dulce tortura, pero tortura al fin y al cabo, es sentir que falta el aire cuando el otro no sabe, no contesta. Tan ridícula como inevitable es la idea de que un hilo misterioso les ha cosido, que la vida es turquesa, que las sirenas existen.

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5 de diciembre de 2014
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La vida balanceada

Hace unos días saludé a una vieja conocida, una escritora que no ha cumplido los cincuenta, y le pregunté cómo estaba: “Muy aburrida”, respondió. En unos tiempos en los que todo el mundo anda ocupadísimo, abrumado por un sinfín de obligaciones -muchas autoimpuestas-, su comentario bien podía ser una boutade tratándose de una profesional de éxito que publica un libro cada año y medio y que acude a las tertulias. Pero ¿y si fuera cierto?, ¿cuál sería la razón?, y ¿por qué me lo contaba a mí, con quien, a pesar de mantener una buena relación, no coincide más que muy de vez en cuando en actos literarios? ¿Una llamada de atención, una originalidad frente a los miles de quejicas que nunca tienen tiempo? El aburrimiento es una de las cenicientas de la psicología, y, en general, se le reprocha al tedio la escasa habilidad de mantener la atención sobre uno mismo o su entorno. “No entiendo cómo la gente puede aburrirse”, dice Karl Lagerfeld, a quien irritan aquellos pobres de espíritu que han perdido la curiosidad por la vida: descubrir, ya sea un libro o un entorno privilegiado. Pero cabe contemplar que incluso a los antaño hiperactivos un buen día el sinsentido les agarrota la nuca. La repetición ya no posee el encanto de la rutina protectora, sino que agrisa las tardes hasta que todos los días parecen el mismo, e incluso las novedades son más soporíferas. Desde las esperas latosas que impacientan a quien vive atropelladamente hasta los largos viajes en coche o tren donde los niños preguntan diez mil veces cuánto falta, existe un hilo conductor en los variados tipos de aburrimiento: la atención desenfocada. Un déficit que extiende el fastidio por encima del día, como un paté de foie gras. Leí que el aburrimiento tiene más que ver con la respuesta interior que damos a nuestras propias circunstancias que las propias circunstancias. No hay nadie más responsable que uno mismo de su nivel de bostezos, que en las sociedades modernas a menudo se relacionan con la falta de emociones, estímulos y amigos. Una de las causas que conducen y potencian la adicción es el aburrimiento. Su veneno es temible. Por ello nos ocupamos más de la cuenta, hacemos planes y programamos un sinfín de actividades que a menudo incumpliremos, alcanzando una porción de culpa y otra de placer al cancelarlos. Ocupamos a los niños temiendo que se aburran -que, en cambio, es cuando verdaderamente se forma el carácter- o porque nosotros también estamos terriblemente atareados. Pero entre morir de aburrimiento o hacerlo de estrés, existe una duna que bordea las dos orillas del Leteo: la vida balanceada, entre la acción y la contemplación. Si no lo haces tú, nadie lo va a hacer por ti.

(La Vanguardia) Ilustración: Pere Llobera

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3 de diciembre de 2014
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Contra las tinieblas

Una náusea compulsiva, un hueco en el pecho, el ánimo desgajado. Eso es lo que siento ante las noticias de niños asesinados por padres o nuevas parejas de sus madres, además de una cruda incomprensión del mal radical. Porque este es el único nombre -ni desamor o desesperación valen- al acto de utilizarlos como armas arrojadizas en un conflicto de pareja. Me acerco a las noticias de menores víctimas de la violencia machista dosificando la información, precavida. Tengo que leerlas a trozos, no enteras de golpe, igual que me sucede ante las escenas violentas con menores en una película: antes me tapaba los ojos, ahora, sin complejos, le doy al off. Cómo vamos a entenderlo. Qué clase de piltrafa inhumana cruza el límite entre el bien y el mal dando muerte a lo que más debería proteger. Miro a los pequeños en clase de piano de mi hija pequeña, cómo se sientan tan gozosamente, aplastando las manos bajo los muslos y balanceando las piernas; o las carotas que se hacen cuando empiezan a aburrirse; su inocencia tan diáfana, y al tiempo el único espejo para que los adultos recuperemos uno de los primeros sentidos de la vida: todo parece posible. Dos niñas de 7 y 9 años fueron asesinadas por su padre en San Juan de la Arena, Asturias. La pequeña Argelys, también de nueve años, enterrada en un pozo junto a su madre, tras morir a manos de quien fue su compañero. Estas noticias llegaban en la semana en la que se celebra en el mundo entero el día contra la Violencia de Género. Desde hace tiempo se viene alertando acerca del peligro al que están expuestas las víctimas más débiles de estos conflictos: los niños, utilizados como pelotas de goma para ser lanzadas al corazón de quien ha enfurecido a la maltrecha autoridad. Save the Children calcula que, cada año, entre 100 y 200 millones de niños presencian escenas violentas entre sus progenitores/cuidadores. Muchos de ellos sufren daños físicos y psicológicos allí donde deberían estar más a salvo, y las secuelas les acompañan toda la vida al extremo de condicionar su vida adulta, incluso la decisión de tener hijos. Tanto reformar leyes y leyecitas, y ¿acaso se han tomado medidas extremas para proteger a los pequeños en un entorno violento? El programa electoral del PP incluía la incorporación de los niños a los sujetos activos que necesitan protección -en la actual ley figuran como población vulnerable que sufre de forma colateral la violencia contra las mujeres-, pero hoy por hoy maltratadores condenados, hombres violentos, siguen disfrutando de un régimen de visitas. ¿Cómo se puede obligar a abrazar a tu verdugo? ¿Qué perversión del amor familiar es esa? Todas las medidas son pocas frente a los filicidas que nos provocan esta náusea paralizante. Mientras, nuestros representantes andan entretenidos con sus sainetes de politicastros y picapleitos. Esto es urgente. (La Vanguardia)

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1 de diciembre de 2014
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Poderosas piernas

Los hombres se muestran mucho más solícitos ante las mujeres que llevan zapatos de tacón frente a las que calzan plano. Con esta rotundidad concluye un entretenido estudio del departamento de Psicología Social de la Universidad de Bretagne-Sud, presto a identificar los códigos de imagen que influyen en la atracción sexual. En el experimento, las investigadoras debían utilizar diferentes alturas de tacón para realizar las encuestas-trampa. A mitad del interrogatorio, dejaban caer un guante al suelo. Y el resultado fue unánime: si se alzaban sobre tacones de más de nueve centímetros, el varón se prestaba raudo a recoger la prenda, pero si iban con zapatillas deportivas, apenas un ligero movimiento de barbilla, que lo recogieran ellas. La desinhibición femenina también tiene aditivos: los hombres que preguntaban a mujeres una dirección, agarrando una funda de guitarra, consiguieron con mayor facilidad su teléfono que quienes acarreaban una bolsa de deporte (un 31% frente al 9%). Ellas, subidas a unos stilettos; ellos, con guitarra al hombro, una sencilla fórmula que evidencia la ardua tarea de reventar el tópico: la encantadora torpeza femenina que busca un punto de apoyo cuando baja una cuesta, y el ideal romántico que rasga las cuerdas de una guitarra en noches de bohemia e ilusión. Además de tacones, las mujeres de edad indeterminada -pongamos a partir de los 42- saben que les ha llegado la hora de lucir las piernas. Ni escote, ni tríceps, ni espaldas al aire… Cómo sigue encandilando, sino, Jennifer López, a sus 45 años. Siempre presta a lucir muslo, la popstar ya no es nada sin un body, pieza que desnuda más que viste, como volvió a demostrar en la gala de los AMA. ¿Acaso no lo hicieron también Tina Turner o Madonna? Mujeres que no temen a su cuerpo, ni siquiera a sus rodillas, como Eva Longoria, Alicia Sánchez-Camacho, Susan Sarandon -a sus 68 años con novio de treinta y tantos- o Mariló Montero, que acaba de debutar como novelista. O Aguirre. Las piernas de las mujeres de edad indeterminada solo pueden lucirse sin complejos cuando lo que quieren expresar no es seducción sino poder. De Sol Daurella publicaron una foto con las piernas cruzadas y medias de rejilla, además de gafas de ver, recién nombrada consejera del Santander. Nada que ver con la prolongada apertura en la falda larga que vestía Corinna el día nacional de Mónaco, ese microclima con baños de mar y bancos, donde ha hallado cobijo. Princesa y alemana, pero siempre en el charco de un escándalo. Ahora nos enteramos que el Ajuntament de Barcelona le pagó 8,3 millones para organizar dos galas del deporte, en 2006 y 2007, uno y dos años antes de la llegada de la gran crisis. El domicilio social de su empresa radica en Malta, ella viaja como un VIP, asida a su Kelly y forrada de Armani -el modisto preferido de Charlenne, ya con la canastilla a punto-. Las Corinnas de este mundo ocupan un buen lugar afuera, pero a la vez habitan muchísimos lugares en su mundo de dentro. Su misterio no está en las piernas. Un mito moderno Uno de los placeres de esta vida es escuchar y leer a un sabio como Carlos García Gual, que se declara “diverso y frívolo, un maestro en minúsculas”. Este catedrático y traductor de textos clásicos ha escrito sobre la biblioteca mitológica de Apolodoro, la batalla de Salamina, el enigmático mito de Edipo y con la misma solvencia ha rastreado las huellas de las Sirenas: esa “llamada del placer que te tienta a desviarte del deber”. Se trata de un ensayo soberbio que arranca con una oportuna originalidad. Es un comentario de texto sobre la canción de Llach Abril 74: “Companys si coneixeu el cau de la sirena…”. Su último must: Una historia mínima de la mitología (Turner). Iniciarse en Gual es una garantía de plenitud. Días de queso y rosas Elegante, serena, también distante, Christine Lagarde encarna la aristocracia del poder femenino, con sus chaquetas de cashmere y sus bolsos de Hermès. Si fuera un animal, sería un pez; de hecho en su juventud fue subcampeona nacional de ballet acuático. Según la edición gala de Vanity Fair, es la francesa más influyente del mundo, y con una gran elipsis la sitúan como la tercera vía para enderezar la República, a pesar de su imputación por negligencia en un asunto de Crédit Lyonnais. Ella asegura que pensar en Francia equivale a sentir nostalgia de sus quesos, sus bistrots y sus rosas. También se permite reivindicar las Lehman Sisters: “El origen de la crisis radica en un exceso de testosterona”. Fuera de la plaza Los toreros deben ser carne de cañón para los psicoanalistas: matan aquello que más aman. Para plantarse delante de seis reses en Las Ventas hay que tener, sin duda, mucho valor, aunque también para quitarse el traje de luces, lanzarse a la pista de ¡Mira quién baila! y ganar el talent show. Eso le ocurrió a Miguel Abellán, denunciado por dedicar “palabras menospreciantes y lascivas” a una mujer y agredir a su acompañante -secundado por su cuadrilla-. Hace años, el crítico taurino Javier Villán se salvó de una embestida a volapié del diestro, su padre y algunos compañeros de paseíllo. Y todo por escribir que “los toros en puntas acojonan a los toreros”. ¡Cómo se pueden confundir aún los cojones con la hombría! (La Vanguardia)

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29 de noviembre de 2014
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Hojas de hierba

Recuerda aquella vez que encontró de lo más natural pagar en negro al fontanero, y así ahorrarse el IVA? ¿O cuando pidió que aquellos trescientos eurillos se los abonaran a través de su cuñada porque entonces usted cobraba el paro y no iba a darse de baja por trescientos eurillos?, a lo que le respondieron: “Sin problema”. ¿Y los equilibrismos que urdía con su gestor cuando la declaración de renta aún no la visaban los algoritmos de Hacienda? Nunca hubiera dicho que aquello fuera una falta de ética, como si la supervivencia humana, a cualquier escala, no se compusiera de un alto grado de condescendencia y otro de adulación. También prometía que nunca maldeciría a la madre o al padre de sus hijos, hasta que se divorciaron y la frustración, envenenada con rencor, le golpeó las tripas. Como es otoño, llueve, y la alfombra de hojas es ya rojiza; recuerda también que fue cobarde y calló cuando difamaron a su mejor amigo. “¿Para qué crear más tensión?”, pensó, inútil nobleza, aunque luego se detestara. Y a pesar de todo se siente un tipo -o una tipa- decente que colabora con oenegés y va a los museos. Cumple con sus responsabilidades, madruga, trabaja a riesgo de perderse muchas cosas de la vida, educa a sus hijos y los graba en la función de Navidad. Ahora es testigo de unos tiempos que ponen a prueba el carácter, en los que se deprecia la picaresca una vez emprendida la cruzada contra la malversación, el blanqueo, la corrupción. Sócrates en Portugal, al que tanto admiramos, entre rejas. Aquí, cárceles llenas de nombres sonoros: Núñez, Pantoja, Matas… estirpes y oligarquías empapeladas, y los políticos íntegros pagando el alto coste de los políticos corruptos. Érase una vez, hace menos de ocho años, en que nuestra sociedad se regía por unos códigos laxos y no sólo se pagaba al fontanero en negro. Conductas propias de una cultura que adulaba la riqueza y los privilegios aunque cabría preguntarse si ahora estamos valorando la honradez por convicción o bien, en cuanto se pudiera, se volvería corriendo al viejo patrón. Por ello, cuando una onda de ejemplaridad y civismo se extiende hasta por el autobús, acaso crea que debe expiar su otro yo en lugar de sentirse un pequeño y esporádico impostor. Cortar malezas, regenerarse, volver a leer Hojas de hierba de Walt Whitman (en su nueva edición bilingüe de Galaxia Gutenberg), esa epopeya enardecida que agita tanto la turbulencia como la esperanza y que se entiende con otra intensidad ahora que cuando éramos jóvenes. “Mejorar es una de las palabras de la tierra. La tierra ni se retrasa ni se apresura. No es sólo hermosa a medias: sus defectos y excrecencias revelan tanto como sus perfecciones”. (La Vanguardia) Imagen: Julia Fullerton-Batten

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26 de noviembre de 2014
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Un gin-tonic con Pedro

Madrid tiene estas cosas, en un pispás puedes organizar una tertulia con un líder sin padecer los estragos de la cansina burocracia; basta con levantar el teléfono y llamar a the right people, como se dice ahora. No hace falta un salón de actos, mejor el cuerpo a cuerpo en un bar, como siempre han gustado las tertulias verdaderas. Hace tres días, Pedro Sánchez llegó al Válgame Dios, un restaurante-lounge regentado por Beatriz Álvarez, protectora de artistas -habrá que ir pensando en montar asociaciones que los amparen igual que a los animales ante la tan arraigada pretensión de que la cultura es gratis-, dispuesto a conversar sin otro objetivo que el de dejarse conocer fuera de la pantalla, y de paso sumar migas. Entre el público, mezclilla de seda y lana: Garrigues Walker -esa derecha que votó a Felipe-, el músico Carlos Jean -”fui del PP veinte años, hasta que lo dejé”-, los hijos de Paco de Lucía, la investigadora del Elcano Carola García-Calvo, José Luis García Berlanga, o los periodistas Màxim Huertas y Fernando Rodríguez-Lafuente repartidos entre sillas y sofás vintage. Los contertulios le preguntaban sobre los jueces, futuribles pactos, el efecto Podemos; la aristócrata María Figueroa -hermana de Natalia-, que reconoció haber votado siempre al partido, reclamó una urgente regeneración, y añadió: “Por cierto, ¿qué pensáis hacer con Pedro J.?”. No había micro. Con sed, pero sobre todo con audacia, Sánchez pidió un gin-tonic. A medida que bajaba la lima, mostraba su fair play. Tanto que ni chistó cuando le llamamos “fontanero discreto de Pepe Blanco” -”se pueden interpretar así las cosas”, dijo-. Ni cuando se le recriminaron las herencias de Felipe y Zapatero y el peso del aparato. Más zorro que bambi, qué a gusto se despachó con Podemos, ahora que él también coge el autobús en Bruselas y va en low cost: “Lo fácil es montar un partido político, lo difícil es el cambiar uno que ha sido el primero. Con Podemos tengo que descubrir qué quieren ser de mayores”. Más allá de los 1.800 euros de la beca de Errejón (“mi sueldo en la universidad era de 1.200″), Sánchez se presenta como un joven que no está quemado y que se ha rodeado de un equipo de desconocidos para la renovación, una vez descorchado el tapón generacional por Felipe VI. Una apuesta en consonancia con la tendencia de profes líderes como Pablo Iglesias y Alberto Garzón. Pdr Snchz, que ha eliminado las vocales para ser más ¿austero, original, 3.O?, también ha tenido que lidiar con el mito del guapo idiota. En el Válgame prometió colgar trimestralmente en internet una relación de viajes, gastos, sueldos y patrimonios. Tampoco se olvidó de Catalunya: “El problema existe”, “hay que cambiar la Constitución”, y, cómo no, unas briznas de ironía: “Pujol nos ha demostrado que Catalunya no es Suiza”. No fue un gin-tonic, fueron dos.

(La Vanguardia)

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24 de noviembre de 2014
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Entre el viejo y el nuevo mundo

En el viejo mundo, glosas, églogas y elegías en nombre de la duquesa de rompe y rasga, la rebelde, libre, la más moderna, aún con esa mota melancolía que tiñe el rictus de las herederas. “La señora era muy sencilla”, dicen los vecinos, una frase que encierra un mundo. El jueves, los sevillanos salieron a la calle como solo saben hacerlo ellos, a golpe de emoción desbordada. No en vano fue la más flamenca -y se descalzaba con la misma desvergüenza que las gitanas-, siendo 14 veces Grande de España. “Pura conmoción, nunca se había visto nada igual”, me cuenta el Loco de la Colina mientras rescata las entrevistas que le hizo. Quintero hubiera tenido que entrevistarlo a él, a Alfonso Díez, seguro que la duquesa lo hubiese deseado. “Cuidad de él cuando yo no esté”, les pedía a los amigos más cercanos. Este fin de semana, Díez, 64 años, de familia bien palentina, funcionario en excedencia, se ha convertido en el nuevo viudo de España. El que creían un remake de Porfirio Rubirosa, Rubi para los amigos, que sedujo a Doris Duke (dueña de Camel) y a Barbara Hutton, pero con target más maduro. El machismo arraigado y la querencia de los españoles por el chiste zafio contribuyó a que se acusara a Díez de casi todo lo imaginable, de cazaherencias a gay con complejo de Edipo. La tradición, a la inversa, de los ancianos Ecclestone que se casan con veinteañeras. O de los mitómanos que se ponen los trajes de ella. Marguerite Duras lo escribió así: “Me ha ocurrido esta historia a los 65 años con Y. A., homosexual. Es sin duda lo más inesperado de esta última parte de mi vida, lo más terrorífico, lo más importante”. Se llevaban 40. Acaso lo que resulta más sorprendente en las crónicas del fallecimiento de la duquesa que abrió el tarro de los amores tardíos, indolente a burla y escarnio, es el detalle con que se pormenoriza el reparto de la herencia de la Casa de Alba. Sin duda algo inaudito haber hecho testamento en vida para que familia y casta bendijeran al sospechoso y apuesto Alfonso. “Espero que te haya podido demostrar lo que te quise, lo que te quiero y lo que te querré” escribió él sobre la corona de rosas rojas. En el nuevo mundo, otra mujer abandera una avanzadilla bien distinta, equilibrando tradición, códigos culturales y lujo. ¿Puede ser moderna una mujer musulmana? Con cincuenta y cinco años, la madre del emir (y de seis hijos más) ha retado a la negra abaya que lucen obligatoriamente sus correligionarias con trajes de alta costura, y sustituye el velo con sus audaces turbantes que cada vez dejan asomar más pelo. El periódico local Península publica casi diariamente sus fotos en portada visitando escuelas de niños desfavorecidos con looks informales o luciendo sus Cartier de esmeraldas en actos internacionales. Cuando aparece en las bodas de la realeza, como la última en Marruecos, nos transporta a las atmósferas cargadas de shisha y rasoul, y trae un eco de Sherezades modernas que exhiben sus hiyabs fashion a fin de salir de la negritud que las envuelve en la vida pública. En su vida privada, no tengan duda, mujeres de rompe y rasga. Prototipo sexy ¿Qué tendrán en sus genes las antípodas, tierra de canguros y koalas, desiertos, lana, vino, ópalos y la gran barrera de coral, para engendrar señores con la envergadura de Chris Hemsworth o Hugh Jackman? La revista People -¡qué seríamos sin listas!- acaba de elegir al marido de Elsa Pataky “el hombre vivo más sexy 2014″, honor mediático que inauguró hace 19 años su compatriota Mel Gibson. Rubio, 31 años, 1,90, siempre se deja fotografiar en las playas australianas con Elsa y los niños, o surfeando. “Ya no tengo que lavar los platos, ni cambiar más pañales: estoy por encima de eso”. La broma se le atraganta, aunque debe de ser muy embarazoso ir a comprar Fairy sabiéndose el “vivo más sexy” del mundo… Repóquer A primeros de los noventa Josep Font -entonces firmaba con Luz Díaz- esculpía patrones sobre las tendencias minimalistas alentadas por los japoneses en la pasarela. Su delicadeza y timidez era casi enfermiza. Le he seguido de cerca, he acudido a desfiles aquí y en París; extraordinarias siluetas entre Dior y Alma Tadema. Y lo he visto triunfar en Nueva York: Cate Blanchett, las Santo Domingo y otras it girls visten ahora DelPozo (firmada por él). Ha recibido el premio Nacional de Diseño de Moda (30.000 euros) tras un repóquer de grandes, como Pertegaz o Blahnik. Se le reconoce por su prêt-à-couture manierista, sólida. “Lo que más ilusión me hace es donar el premio a la lucha contra el cáncer y el alzheimer”. Puro Font, alma elegante. Un señor editor Me descubrió a los grandes contemporáneos, me presentó a Emmanuel Carrère, y de vez en cuando me envía un correo dictado a su secretaria, empeñado en ser off line. Son razones suficientes para considerar a Herralde mi editor estrella, con el permiso del excelso gremio. Hace poco he recibido Deconstructing Anagrama, un catálogo con la selección de los títulos vivos de Anagrama, que este año cumple 45. Pocos escritores se le han resistido -no consiguió a Borges-, algunos se han ido diciendo que paga mal, otros temen tanto su criterio implacable como bendicen que sepa reírse tan bien. Y están los que celebran que haya rescatado tantos clásicos “negligidos” como dice él, con su brillo en unas retinas que no miran, taladran, forever young. (La Vanguardia)

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22 de noviembre de 2014
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La excepción

Hay realidades que preferimos compadecer sin verlas, o mejor dicho, sin pensarlas. “Mira, una chabola”, decimos a pie de autovía, cuando avistamos una caja de yeso y latón con cartel: “aquí vive gente”. ¡Zas! Sólo ha sido un fogonazo, y raudos ahuyentamos la imagen de esa miseria carcomida que hasta tiene que alertar de que aquel tugurio está habitado. Cuando a la pobreza extrema le sumamos la explotación sexual, el maltrato o el abandono, el resultado es prácticamente imposible de digerir en una sociedad que bracea tratando de atisbar vías de regeneración. En la que ser político significa recibir un sueldo bajo, pero también viajar en business a diestro y siniestro; una sociedad en la que la desigualdad dilata su brecha mientras la debilitada clase media no renuncia a decorar su vida con un poco de jazz y un gin-tonic. ¿Cómo contemplar desde la política-sofá las dramáticas realidades que habitan el mismo mundo que nosotros? Hoy me refiero a ese algo menos del 1% de los abortos practicados en España a los que chicas menores de edad se enfrentaron solas. Porque el resto, 9 de cada 10 según los datos de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo, (Acai), lo hacen acompañadas por sus padres, biológicos o legales. Sólo un dato más: confrontemos los 913 embarazos interrumpidos por menores recogidos en dicho estudio (realizado entre enero y septiembre de este año) con los casi 34.000 de jóvenes menores de 20 años en Reino Unido el pasado 2013. Es poco probable que pensara en ellas el PP cuando, en bloque, se se encendió contra esta medida que contempla la llamada Ley Aído -y que aún aguarda su modificación, por mucho que el proyecto de reforma de Gallardón y él mismo fuesen retirados-. En esos casos contados, excepcionales, porque la moral acartonada nunca contempla la excepcionalidad, ni por abajo ni por arriba. Muchachas que viven muy lejos de casa: algunas llegaron a España en busca de un futuro, y, sin haber alcanzado la mayoría de edad, se quedaron embarazadas. También hay chicas cuyos padres las abandonaron o están muertos, o en la cárcel, y sobreviven como pueden, pero sobre todo están solas. Esa es la excepción. Desde la política-sofá es más fácil hacer demagogia, sostener que promueve el desarraigo y rompe el vínculo de la hija con los padres, que alienta a la desestructuración familiar. Lo mejor que podría hacer el Gobierno es dejar de toquetear la ley por pura ideología, no jugar más con el complejo asunto del aborto después de tanta confusión infértil y tantas amenazas a mujeres y médicos hasta que la respuesta de una sociedad más madura que sus propias intenciones, los obligó a rectificar en nombre del sentido común. Detrás de una cifra hay seres humanos: dejen en paz a ese 0,84% de muchachas que a su lado no tienen una madre o un padre para guarecerlas. La Vanguardia

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17 de noviembre de 2014
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Los no políticos y una de lotería

Se anuncian nevadas a lo largo y ancho del hemisferio norte, de nuevo el eco de aquel sobrecogedor Joyce/Huston: “Caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”. Un gélido invierno con el Vértice Polar dinámico abrevia los días, saturados de una luz gelatinosa que influye en el ánimo. La borrasca barre la política europea. La popularidad de François Hollande en mínimo histórico: Un residual 13%. David Cameron pillado en falta, comprando amigos en Facebook (más de 7.000 libras del partido para sumar seguidores), y suspende para más de la mitad de los británicos. En la siempre difícil de gobernar Italia, la estrategia del primer ministro Renzi de acorralar al Partido Democrático y su sindicato afín, la CGIL, le va a costar un huelga general prenavideña. Tampoco nos queda Portugal: chinos, brasileños y angoleños compran las deficitarias empresas públicas a precio de saldo. Y aquí, una vez entregados a la vida no ya light sino zero, y a los no lugares de la hipermodernidad, descubrimos que el nuestro, más que el presidente del no, es el no presidente. Porque no reconocer un conflicto supone agravarlo. Los habitantes de estos lares somos expertos en ello. Más allá del océano, Obama llega de China y anuncia que regularizará a cinco mil inmigrantes. Aún es un desiderátum, pero las hienas republicanas han activado todas las alarmas; lo advertía André Maurois: “Todo deseo estancado es un veneno”. El presidente de EE.UU. viaja en su Air Force One y masca su bubblegum hasta en casa del presidente Xi Jinping y su esposa, la pizpireta Peng Liyuan, soprano del ejército a quien Putin le puso una capa sobre los hombres ante el bochorno de su marido y sus recatados ciudadanos. Qué aleatorios son los códigos socioculturales. Los mandarines se suenan sin pañuelo y andan en calcetines pero braman ante un acto de galantería. Y ver a Obama rumiar su chicle concentradamente en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico les produce auténtica urticaria. “Hábitos de ex fumador”, dieron como excusa, como si no supiéramos que quien mastica chicles de nicotina sigue enganchado. Siempre ha sido feo rechinar los molares en público, pero Obama es la quintaesencia de la política a lo Hermano mayor. Tiene un lado de adicto y otro de poeta del pueblo, abraza enfermeras que acaban de pasar el ébola y enlaza con solemnidad y cariño la espalda de la Nobel encarcelada durante 15 años en Birmania. Los Obama podrían representar el papel de esos vecinos ejemplares y solidarios que le guardan un décimo del gordo de Navidad al pobre diablo que no ha comprado porque ya no cree en nada, y mucho menos en la suerte. En España, los publicitarios de la Lotería Nacional quieren contribuir a recuperar la fe y se sirven de dos buenos actores: el que encarna el ánimo torturado, y el gordito y bonachón que le regala unos milloncetes al perdedor. Puede que los emotivos cuentos de Navidad deban de recuperar su prestigio, pero en este caso ni los niños de San Ildefonso se lo tragan. Sin mantón La familia de Isabel Pantoja intensifica estos días una maniobra mediática -no llega a estrategia- que puede resumirse con el hashtag #pantojalibertad . Tiene más de sórdido que de folklórico este proceso. Mientras Jaume Camps sale de la cárcel con su bolsa de fin de semana, la mujer que acabó atrapada por la mano que mecía su mantón -Julián Muñoz, su “cachuli” del alma- debe de ser encerrada entre rejas. Acusada de cooperar en el blanqueo de las sacas de billetes de la Operación Malaya, su próximo ingreso en un penal parece un guión de Almodóvar. Sus hijos, que tanto han alentado la popularidad-basura, hacen campaña de tuits y memes, con su madre clavada en la cruz, y se preguntan si la justicia es igual para todos. Monotonías vivas Cuando lo conocí en Formentor sentí gran envidia por aquellos que fueron sus alumnos en la universidad de Westminster. Cuánta melancolía sentí por haberme perdido la experiencia estética de escucharle hablar de Eliot o McCullers -a quien tradujo, además de Nabokov o Pavese- con su metro ochenta y tres y su mirada tan torva como tierna. Juan Antonio Masoliver Ródenas, decano de la crítica literaria española y de La Vanguardia, ha escrito sus Monotonías en El ciego en la ventana (Acantilado). “La nostalgia es un espejismo al que es preciso combatir, porque recoge e idealiza un pasado que probablemente no existió”. Monotonías: qué buen hallazgo para nombrar el nonsense y la paradoja, combatir la lógica y deshollinar ideas. Polémica XXL “Más que polémica, sinceridad: Para Calvin Klein, casi todas somos gordas”, escribió una tuitera al estallar el último caso del trueque de tallas. Y todo porque la modelo y actriz Myla Dalbesi anuncia una colección de ropa interior para “todo tipo de mujeres” -es decir, “llenitas”- que responde a una 42. ¡Una obesa en la moda!, dicen unos. Otros recuerdan que la talla más vendida en España es la 44. Lo políticamente correcto consiste en hacerle ascos a la mujer Modigliani, ahora bien, que no le pongan a una robusta como ejemplo porque su aspiración es la delgadez . Pero, ¿alguien duda que el mercado no está capacitado para asimilar la publicidad de modelos reales? ¿O la culpa, como siempre, la tiene la moda?

(La Vanguardia)

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15 de noviembre de 2014
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Un domingo luxemburgués

El 9-N en la zona alta, digamos noble, burguesa, estirada, también romántica. Entre Sant Gervasi y la Bonanova siempre se me aparecen los jardines abandonados de Mercè Rodoreda como un fantasma literario capaz de subvertir el orden del paisaje. Por ello espío las zarzas silvestres tras las tapias, los espejos rotos, las ventanas cerradas hasta oler el polvo de los muebles cubiertos por sábanas blancas y secretos macilentos. Donde la ciudad acaricia Montjuïc y se acomoda en su loma frente a un horizonte de mar. Donde las torres novecentistas se convirtieron en clínicas privadas y algunas pastelerías siguen envolviendo el croissant con papel y celo. Zona de alto standing, la preferida de los psicoanalistas argentinos, los colegios bien, los gimnasios pijos y los clubs de intercambio de parejas con interiorismo de autor. En el barrio habitan las familias de siempre que han cultivado elegancia y apellidos a pesar de ir a menos, muchos de ellos castellanohablantes: Arturus o Alfonsus, Doris, Pettys, Cucas, resignados frente a los nuevos ricos que ya se hicieron viejos y cuya tercera generación posee el nivel C2 de catalán. Me pareció verlos a todos en la larga fila. Grupos de vecinos que apenas se dirigen palabra por no molestarse confraternizaban en un domingo de café largo y lluvia fina. Los niños jugaban en la plaza con aire festivo, como lo hacen cuando saben a sus padres contentos. La cola para votar en La Salle rodeaba dos calles. Cochecitos de gemelos y sillas de ruedas empinando la calle Solsonès, gafapastas con camisas de cuadros y mujeres sin maquillaje que se quitaban el miedo: “Hoy toca votar con el corazón, no con la razón”. El florista Prats, personaje rodorediano por excelencia, regentaba en soledad su tienda ya adornada de Navidad al estilo exuberante de la Quinta Avenida. “Quin torrent de gent”, decía tras las vitrinas de abetos blancos con cupcakes y donuts colgantes. “Es algo inaudito, no lo había visto desde el Estatut”. Hacía frío. Un vecino fue a por una olla de caldo para los voluntarios. “Creía que aquí, en la Bonanova, votarían cuatro gatos”, comentaban sorprendidos los más CiU. Nadie saltaba de alegría, pero en sus comisuras se leía la plenitud de la eficacia, como si acabaran de hacer sábado. Catalanes contenidos, alexitímicos, prudentes, pusilánimes, liberales, democristianos, exvotantes del PP soliviantados por un sentimiento que difícilmente toleran: el desprecio. En el mediodía luxemburgués del 9-N en la Bonanova, el cielo encapotado, las cafeterías bullendo, reinaba un clima de civilizada rebeldía parecida a la de los jóvenes cuando se independizan, no tanto por ser diferentes, sino por la voluntad de querer serlo. (La Vanguardia)

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12 de noviembre de 2014
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El Boomeran(g)
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