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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Bombón

Soy de piropear aquello que me gusta y a quien me gusta. No ahorro en lisonjas ni requiebros cuando, desde un atuendo hasta un brillo en los ojos o un perfume, me agradan. ¿O es que sólo hay que decirlo a través del botón de Facebook? Admirar levemente y atrapar el momento sin miedo a encontrar las palabras para decir “me gusta” es una forma de salir de uno mismo y de afinar la mirada. También de elogiar los aciertos ajenos en unos tiempos demasiado ensimismados en el propio ombligo. Dirán que se trata de cortesías y no de verdaderos piropos, que según el Observatorio contra la Violencia de Género y su presidenta, Ángeles Carmona, deben ser erradicados al constituir una invasión de la intimidad de las mujeres. Porque son actos de violencia. Pero ¿a qué piropos se refieren? ¿O es que los varones hipersexualizados aúllan hoy por las calles y no nos hemos enterado? Porque en España, al igual que en muchos otros países occidentales, las artes de la seducción se fueron diluyendo a medida que nos quedábamos absortos ante las pantallas. Hace tiempo que el piropo callejero entró en decadencia. “Tienes unos ojos preciosos, ¿lo sabes?”, le decía Jean Gabin a Michèle Morgan en El muelle de las brumas, y en Francia, durante años, fue un mantra para ligar. Aquella inocencia se esfumó, al igual que la represión de una España negra, donde llegó a ser prohibido por el Código Penal durante la dictadura de Primo de Rivera, considerado como una costumbre viciosa. Las burbujas festivas de los ochenta trajeron aquel burdo “estás como un tren” -o “como un camión”-, pero ¿quién querría parecerse a un tren o un camión? Improvisados, ocasionales, ingeniosos, también ordinarios, los piropos han conformado un género espontáneo, popular y masculino que, por decoro, ha obligado a las mujeres a bajar la cabeza, aunque en más de una ocasión les hayan subido el ánimo. De joven era de las que se plantaban ante aquel albañil salido que se atrevía a soltar alguna burrada exigiéndole disculpas y pidiéndole que, por su propio bien, se autocensurara. Existen miles de testimonios de guarrerías que un tipo crecido se ha sentido con la autoridad suficiente para estampar contra una mujer, en su mayoría joven. Pero los piropos ofensivos pueden ser neutralizados por una misma -esto no es India ni Egipto- sin necesidad de paternalismos y prohibiciones. En su lugar, que se afinen los valores en la educación para la igualdad, que se haga una pedagogía basada en el respeto y el acercamiento entre sexos. Más ética y menos tonterías: ¿o acaso no ofende más la invisibilidad o la indiferencia que el hecho de que alguien te haga viajar en el tiempo con aires añejos y risibles? (La Vanguardia)

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21 de enero de 2015
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Las ciudades invivibles

Se anuncia el peligro de extinción de las abejas, pero en jardines y terrazas, cuando sacas comida, nunca se habían visto tantas. Parece que, a falta de flores y debido al exceso de química que las aniquila, buscaran la presencia humana a fin de convivir con nosotros con la promesa de no agredir, sólo incordiar, como el ciudadano de a pie que revolotea demandando civismo y naturaleza a medida que a su ciudad le estallan las costuras. El excedente de turistas altera el paisaje acostumbrado, y la búsqueda de un lugar tranquilo se convierte en un imposible en los centros de las principales urbes del mundo, convertidas en un gran centro comercial marcado por una estética de pastiche. La Rambla de Barcelona ha devenido un parque temático con sus voceros en la puerta, entre todos a cien de souvenirs, mesones de jamón y tribus de turistas adocenados o bárbaros. Hay que intuir lo que fueron un día, recordar que las bajábamos casi en solitario cuando íbamos a comer al Amaya. En la Gran Vía madrileña, bocinas y humos, animadores de las cadenas de tiendas que se clonan de norte a sur, fast food y ropa de ganga llegan a descontextualizar a algunos establecimientos añejos, como Loewe. Bolsos de refinadas pieles que reposan sobre nobles boiseries al lado de montaditos a euro y otros bocados prefabricados. No hay fin de semana o festivo en que sus cascos históricos no se colapsen. En Madrid, calles cortadas -e incluso bocas de metro cerradas debido al gentío- complican el acceso a la llamada almendra central. Y, aun así, manadas humanas renquean con dificultad por sus aceras, acompañados de bolsas y niños, y, admirablemente, con una sonrisa en los labios. Qué placer sentirá, me pregunto a menudo, esa gente inmune a la oclofobia que demuestra su querencia por las aglomeraciones: ¿acaso porque en ellas siente que de verdad existe? Mientras, la población de Barcelona desciende, pero su trajín crece al ritmo que marca el turismo de compras. Uno de cada tres viajeros que la visitan asegura que el shopping es su principal finalidad, y, así, más de una tercera parte de los ingresos generados por el turismo se deben al comercio. En el 2013, Barcelona recibió 7,5 millones de forasteros que clonaron itinerarios e imaginarios. Desde la London School of Economics vaticinan el superdesarrollo de las megalópolis, modelo Blade runner, que en las próximas décadas crecerán hasta un 80%. Si estas predicciones son ciertas, urbanistas y políticos deberían afanarse en resolver el conflicto urbanización contra civilización. Habitar no siempre es sinónimo de vivir, tanto en los slums de Bombay como en la banlieue parisina. El filósofo, geógrafo y sociólogo francés Henri Lefebvre -del que el pasado año se tradujo por fin al castellano su Urbanización de la sociedad- afirmaba que es imposible inmovilizar lo urbano, pero, visto lo visto, lo verdaderamente urgente es humanizar las ciudades donde vivimos. (La Vanguardia)

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19 de enero de 2015
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Saber perder y saber ganar

Qué bien ha soportado François Hollande la pesadumbre sobre sus espaldas, demostrando que la solemnidad del duelo esta hecha para él, una solemnidad contundente y laica donde la palabra tiene crédito y verso: “Francia está de pie”. Con su gabán negro, corbata azul marino, y un rictus que expresaba determinación y lucha, pero también dolor y consuelo, ha liderado no sólo un país, sino un estado de ánimo, fiel al deber y la dignidad. El presidente de la República más impopular de la historia ha incrementado en cinco puntos su valoración pública, pues ha sido capaz de unir a una nación golpeada y perpleja haciendo piña con las democracias occidentales, víctimas en potencia de la fanática amenaza. Quien fuera fontanero mayor del PSF, avezado taponador de fugas de honor y ambición, el Hollande ridículo con casco de moto al salir de su cita galante, o el que fue capaz de pasar de hombre normal a mezquino, según su ex, Valérie Trierweiler, un personaje despreciativo como sólo saben serlo los franceses de barbilla esquinada, se ha topado con el aliento helado de la historia. “A la literatura no se llega por casualidad” escribía mi admirado Vila-Matas en Kassel no invita a la lógica, añadiendo que es un destino oscuro, y que es muy probable que se llegue mediante un “golpe en la nuca en un callejón oscuro”. Hollande debió sentir algo parecido al aliento helado y el golpe en la nuca en el homenaje a los policías asesinados. Las imágenes ponen un nudo en la garganta: una madre rota, la de Clarissa Jean-Philippe que sólo repite: “No estaba preparada para irse, la necesito a mi lado, d’accord?”. Hollande le acaricia la espalda, asiente, le habla delicadamente, con el cuerpo y los sentidos. Pero sólo se respira el sinsentido de la muerte. En la vida hay que saber ganar y saber perder. Lo decía mi padre poco antes de morir en los pasillos de Bellvitge, mirando el tráfico desde los ventanales. Pero saber ganar siempre ha tenido peor escenografía que saber perder. La voz de Cristiano Ronaldo es mucho más dulce en su lengua materna, pero ni aún así es capaz de traspasar el umbral de percepción emocional al recibir esa bolinha. Su grito de falsa alegría heló la sangre del auditorio. “Cristiano Ronaldo gana su tercer Balón de Oro y ruge como un demente”, titulaba el cronista de USA Today. Comprendo que muchos de estos chicos, cracks con balones de oro, no han tenido una infancia fácil, pero, aún así, me pregunto quién les arrebató la empatía. Cristiano ya no podrá ejercer de marido de Irina Shayk, como David lo es de la triunfal diseñadora Victoria Beckham (que ha conseguido demostrar que durante años fue víctima de esos peluqueros-psicólogos que se aprovechan de las crisis existenciales). Irina no le gustaba a la señora Dolores Aveiro: una rusa demasiado guapa que nunca estaba en casa. Pero él se vale solito para fotografiarse con su lencería para apretar las mandíbulas y sentirse un héroe. Posar, facturar, y meter bolinhas: ¡Uuuuuuuuh! ¿Cómo no vamos a preferir la épica de la derrota? La antidiva / Blanca Portillo

Los actores discretos no abundan y menos si, como ella, son monstruos sagrados para la profesión. Blanca Portillo puede apuntarse estos dos tantos, y algunos más: una predilección militante por la pureza del teatro frente a los vaivenes del cine, una versatilidad que le permite interpretar o dirigir con idéntico talento, y un verbo clarísimo. Como cuando tiró de la manta descubriendo el politiqueo que lastra a la cultura en su fugaz paso por la dirección del Festival de Mérida, o ahora, que, con la complicidad de Juan Mayorga, apunta y dispara a un mito nacional. “Tenorio es un personaje deleznable”, dice y añade: “No es un transgresor ni un hedonista, más bien un psicópata”. Dirigir teatro significa revisar mitos. La nueva Oprah / Mark Zuckerberg

Ha descubierto -¡por fin!- que leer un libro puede ser una aventura fascinante. Su primer propósito del año -el anterior fue aprender chino, y en el 2009 ponerse corbata- ha consistido en montar un club de lectura, que convierte en bestseller todo lo que toca, al estilo del poder prescriptivo de Oprah. Sorprendido y abrumado ha declarado sentirse el autor del primer libro recomendado, Moisés Naim, que en menos de tres horas agotó todos los ejemplares de El fin del poder. El treinteañero disruptivo creador de Facebook también se sumó al “Yo soy Charlie”, a lo que una escritora tibetana Tsering Woeser replicó: “¿Ha olvidado algo Zuckerberg?”, acusándolo de tener doble rasero al censurar en su red a activistas chinos. ¿Los recomendará en su club? Saca pecho / Rania de Jordania

Hace cuatro años, los fastos de su 40.º cumpleaños -celebrado cuando el país ardía tras la enfebrecida Primavera árabe-, añadieron a sus trajes de alta costura un plus de frivolidad intolerable. Tras un prolongado silencio, Rania sorprendió hace poco a la prensa internacional, en un encuentro tecnológico en Abu Dhabi, alertando al Estado Islámico de que “su cruzada para secuestrar al mundo árabe” fracasaría. En el Huffington Post escribió una tribuna por los niños asesinados en Pakistán. Y acudió a la manifestación contra la barbarie en París. Al día siguiente los judíos ortodoxos se ocuparon de borrarla de la foto. ¿Por mujer o por palestina? Así de incoherente puede llegar a ser la defensa de los derechos humanos.

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17 de enero de 2015
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Ciudad herida

“¡La Revolución Francesa! Pues sin la Revolución Francesa yo vendería naranjas en las calles de Ajaccio”, contaba Proust que murmuraba la princesa Mathilde, sobrina de Napoleón, acerca del asunto de nacimiento y rango. Orgullosa humildad combinada con un tosco realismo. Así es Francia: la exquisitez del camembert y la rudeza del salchichón, la porcelana de Sèvres y la loza del bidet, la grasa de las rillettes y la mantequilla de los croissants. Las costumbres parisinas en aquellos salones del XVIII dejaron como poso una galante exhibición del republicanismo chovinista. A los artistas que publicaron sus primeras novelas, en parte, por sus buenas relaciones cortesanas, les atraían tanto las actitudes de las nobles como las costumbres de las costureras. Aquel París de salones con espejos desbordaba con su afición provocadora. ¿Orgullo de clase? No, aspiraba a mucho más: a la grandeur. Hoy en París se fuma mucho. Por la Rue Lafayette, todas las razas y estaturas enlazan un cigarro tras otro en las bocas de metro. En el Flore, los camareros que leyeron a Sartre sirven el pollo asado y frío y el huevo duro, que siguen nutriendo la identidad nacional. En el Grand Palais, la exposición de la formidable -y aún desconocida- Niki de Saint Phalle transgrede los límites posibles de las figuraciones, así como todo lo anteriormente nombrado y conocido. Contemplo vídeos de la artista, que primero fue modelo para Vogue y luego un espíritu libre, hechizada en el Park Güell, autora de las Nanas, esa eclosión de feminidad fuera del canon con sus mujeres gigantes, orondas, coloreadas. Ella habla de la épica del disparo, y agarra escopetas con colores. Dispara, sí, tiros libres a sacos de óleos, celebrando la libertad, y su sinsentido: “Un arte de la desmesura en busca de la alegría”. En Montmartre las viejas chanteuses aún salen los domingos, con bufanda, gorra garçonnière, cigarro y organillo. El barrio se ha sofisticado, pero aun y así conserva ese mohín de libertad. Unos músicos africanos tocan al pie de las escaleras de la iglesia. Y la ciudad, envuelta en neblinas, se extiende a tus pies como una ilusión óptica que sigue oliendo a queso, ahora azul. El otro día, cuando contemplé cómo se apagaban las luces de la torre Eiffel, sentí la conmoción de un pueblo que siempre se ha rendido a las escenografías libertarias. “Sabíamos que estábamos amenazados, como otros países del mundo, porque somos un país de libertad”, dijo Hollande, con precisión. El debate hoy no puede limitarse a pragmatismo frente a moralidad, ni a los derechos doblegados por la seguridad. El salafismo yihadista aborrece un lápiz tanto como una falda. Es el estigma de los cobardes: confundir el nombre de Dios con la venganza. Pero, sobre todo, arremete contra aquellos que no quieren vivir de rodillas y prefieren morir de pie en nombre de las más rigurosas y exquisitas libertades. (La Vanguardia)

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14 de enero de 2015
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Mentes sospechosas

Con Elvis Presley me hice mayor, o eso creí entonces. Estrené tocadiscos con un doble de Grandes éxitos, cuando los elepés se escuchaban despacio, canción tras canción. Variábamos nuestras filias, y había meses en que lo dábamos todo por unos zapatos de gamuza azul y otros en que nos agitábamos presas de la sincopada Fever. En la salita del piano, con mis hermanos, puntuábamos los temas y siempre ganaba Suspicious minds, uno de los hits que me sigue acompañando cuando quiero mejorar el humor o subir el ritmo, que viene a ser lo mismo. Elvis te metía algo en el cuerpo: un nervio, un coraje, un cuento de Dickens. Su madre se parecía a algunas mujeres de nuestro pueblo, fondona y natural, incapaz de sofisticarse aunque su hijo fuera el Rey. Luchó con agallas para que la pobreza no los despojara de su dignidad, no soportaba que su pequeño pudiera llegar a ser un hillbilly, el gentilicio que designa a los habitantes de las áreas rurales más remotas y atrasadas. Gracias a sus películas (más de treinta) viajábamos por todo el mundo, de forma muy especial a Hawai, donde ambientábamos todos los sueños que pueden enredarnos a los catorce años. Pero sobre todo conseguía que sintiéramos la música como algo que formaba parte de nosotros. Un chico pobre que había logrado alcanzar la cima moviendo la pelvis -y rodillas- como nadie: ¡claro que todo era posible! Ayer Elvis, de estar vivo, hubiera cumplido ochenta años. Su muerte nos partió una tarde larga de agosto, en la que revisábamos nuestra colección de sellos. Fue la primera muerte lejana que sentimos como de la familia, sobre todo porque no podíamos concebir que fuera mortal. Hoy sus descendientes y representantes mercadean con su legado, vendiendo los jets privados con baños de oro y alcobas de cinco estrellas que adquirió sólo dos años antes de morir. “La primera vez que oí la voz de Elvis supe que jamás podría trabajar para alguien, que nadie iba a ser mi jefe. Oírlo por primera vez fue como huir de la cárcel”. La declaración es de Bob Dylan. Lennon y McCartney, Springsteen o Nick Cave también se crecieron con su voz. Injustamente condenado en el imaginario colectivo por sus excesos, sus monos con pedrería y sus hinchazones narcóticas, no hubo nadie más valiente que él para hacer rock and roll. En los penales españoles debería escucharse El rock de la cárcel, ahora que están más pobladas que nunca de vips, acrónimo cada vez más desprestigiado y hortera, como la capa de Elvis. Recuerdo con auténtico estupor la boda de Rocío Jurado y Ortega Cano, a la que, por caprichos azarosos, asistí. Y fui testigo de aquel “estamos tan a gustito”, un desafinado ebrio que se convirtió en desliz premonitorio. El torero ha salido de permiso y el cambio ha sido impresionante: Más sereno, saludable y delgado. Ninguna cirugía estética hubiera obrado tal hazaña. “Hay mucho tiempo para pensar y madurar el futuro de mi vida y mentalmente me encuentro muy bien. La verdad es que no hay mal que por bien no venga”. ¿Poco tiempo para pensar? Un mal muy español. Exilio ‘vintage’ / Russian Red Hoy la cantante Russian Red se despide de España, rumbo a Los Ángeles donde se traslada de forma definitiva -ay, cómo si algo pudiera ser definitivo a los treinta años-. Lourdes Hernández es una de las voces más personales del pop español. En una ocasión, le hicimos un cuestionario en Marie Claire, y le preguntamos si era de derechas de izquierdas, a lo que respondió, con la boca pequeña, que más bien de derechas. Y claro, se armó la grande, como si alguien llamado Russian Red tuviera que justificar su nombre cuando pocas veces el significante guarda relación con el significado. Hoy pone a la venta gran parte de su armario: “Vestidos usados por todo el mundo”, dice, fiel a su espíritu indie, ahora que lo vintage tiene los días contados. Icono ‘fashion’ / Joan Didion

Ha escrito libros sobrecogedores, como El año del pensamiento mágico -sobre la muerte inesperada de su marido seguida de su hija-, películas escalofriantes, como Pánico en Needle Park, y centenares de artículos en prensa, de Vogue a The New York Times, pasando por Life, Esquire o The New York Review of Books. Ahora, a sus 80 años, Joan Didion se convierte, de la mano de Phoebe Philo y Juergen Teller, en icono fashion, desplazando a la top Daria Werbowy como imagen de la firma francesa Céline. Gafas de sol y colgante XXL, negro riguroso, su característica media melena plateada, y el allure de quien ha estado siempre por encima de las circunstancias. ¡Cuántas jóvenes escritoras le deben su estilo a Joan Didion! El antihéroe / Michael Keaton

Me cuentan que en Hollywood hay una regla de oro no escrita -se lo contó al crítico Andrés Rubin de Celis el actor Rod Steiger- que garantiza el total respeto de la profesión al intérprete que, por muchas vueltas que dé en la montaña rusa de la fama, la taquilla y la cirugía, logra completar tres décadas “en el candelero”. Michael Keaton, que estrena la aplaudida Birdman (encarna a una estrella en declive), va por la cuarta. Y en plena forma: ni las candidaturas a los Globos de Oro y las quinielas de los Oscar han nublado una lucidez que le alejó, incluso cuando el teléfono no sonaba, de malos guiones y cintas de serie B. “El mundo es hoy un gran mall”, ha declarado, más antihéroe que nunca, también más sabio. (La Vanguardia)

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10 de enero de 2015
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El diablo se desviste

Pocos días antes de terminar el año recibí un fotomontaje en uno de esos grupos chistosos de WhatsApp titulado: “El gobierno apuesta por la transparencia”. Se trataba de un cuerpo de pasarela -aunque el rostro de la modelo había sido reemplazado por el de un sonriente Mariano Rajoy- desfilando con un vestido de tul negro bajo el cual emergían, diáfanos, pechos y muslos. El chiste pretendía dotar de sentido a lo que no lo tiene, ya que ociosos son los argumentos de la moda para justificar sus tendencias. Pero la clamorosa demanda de que se clarifique el lado oscuro de la política hallaba un correlato textual en los vaporosos tules de la moda. No sé si a la televisiva Cristina Pedroche también le llegó ese meme, pero calcadito era el vestido que lució para dar las campanadas de fin de año. Pedroche superó su objetivo: subir la audiencia de la cadena, ser trending topic, figurar cuatro días entre lo más visto de los digitales y corroborar que posee un portentoso sentido del espectáculo. Hay que tener una gran seguridad en una misma para erigirse en símbolo de la “transparencia” al enseñar las bragas ante España entera esbozando un mohín de despreocupación. “Tanto feminismo para eso”, se regodeaban los unos; “que se ponga lo que le venga en gana”, decían otros que constataban cuán habitual es ver a mujeres desvestidas en la tele, desde los rudimentarios tiempos de las mamachichos hasta las políglotas que, con escote y micro, lo mismo retransmiten un final de partido que un fin de año. Ese mismo día, la exchica Disney Selena Gómez visitaba los Emiratos y quiso fotografiarse dentro de la Gran Mezquita de Abu Dabi, aunque marcando territorio: posó avanzando un pie, de puntillas, y dejando asomar bajo la abaya un tobillo que causó tanto escándalo como las bragas negras de Pedroche. La acusaron de irrespetuosa, aunque ella tan sólo quisiera hacerse una simpática Instagram. La frontera entre maldad e ignorancia es difusa,como sostiene Joyce Carol Oates. También entre frivolidad y ramplonería. Pero bien saben estas chicas jóvenes y curvadas que todo aquello que tenga relación con exhibirse continua siendo noticia. Angelina Jolie, que ahora va de activista internacional y directora de cine, ha decidido vestirse como una estricta gobernanta. Adiós a los vertiginosos escotes y las minifaldas, desprestigiados por varios estudios según los cuales la ropa sexy incide negativamente en la valoración profesional de la mujer. O es una buscona o una curranta; una frívola o una Rottenmeier. Tópicos etiquetados. Aunque probado queda el poder de la indumentaria, pues habrán observado de qué modo tan particular visten las famosas cuando van a los juzgados. (La Vanguardia)

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7 de enero de 2015
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Los silenciados Werthers

Albert Camus juzgó el suicidio como “el único problema filosófico verdaderamente serio”. Poco se puede añadir a este juicio de valor que concluye en su propia mudez, ya que ninguna otra luz directa extiende el autor al margen de las quimeras existenciales de sus personajes de ficción. Camus calibra el alcance del “problema”, tan grave como silenciado, ya que el suicidio es uno de los asuntos más esquinados en las sociedades prósperas, incluso cuando se convierte en la primera causa de mortalidad no natural, como es el caso. Todo aquello que nos infringe sufrimiento y mata resulta anatomizado en un modelo de organización preventivo: de los accidentes de tráfico al consumo de drogas, la violencia machista o el fracaso escolar. En los medios no escatimamos detalles de violaciones a menores, torturas y otros crímenes abyectos; la violencia está tan integrada en nuestra cultura que se juega con ella desde niños. Pero ante el suicidio: silencio. Apelamos a viejas teorías -como las de Paul Moreau de Tours (1875) y Paul Aubry (1896)- sobre el contagio y la emulación como justificante para no difundir las noticias de suicidios (a no ser que se trate de alguien famoso, cuando, siguiendo la misma lógica, el ejemplo de un ídolo puede resultar mucho más influyente). Cualquier herramienta parece inservible, incluida la capacidad de análisis, a la hora de enfrentarse al autoasesinato, como si el ser humano se inhibiera al desentrañar el contranatura que implica darse muerte a uno mismo. Los últimos datos del INE y el Departament de Salut de la Generalitat son alarmantes, una de las peores noticias al cierre del año: los suicidios crecieron un 11,3% en España, y más aún en Catalunya, un 36% en los últimos cinco años siendo la primera causa de fallecimiento entre los menores de 34 años. El Código de Riesgo que acaba de implementar la Generalitat está en la línea con los esfuerzos de la OMS, aunque en España estemos todavía bien lejos de considerarlo una cuestión política y no se hayan dispuesto estrategias específicas para combatirlo. Porque tras el medio centenar de suicidios cifrados, hay una media de 20 tentativas. En la época romántica se lo denominó “efecto Werther”, llegándose a prohibir el libro de Goethe en varios países, y en el siglo XX fueron las drogas, la exaltación del lado salvaje, la belleza del suicida también emulada al estilo Kurt Cobain -cabría recordar las palabras de su hija en respuesta a la apología suicida de Lana del Rey: “Abraza la vida porque sólo tienes una”-. “Una corriente de tristeza colectiva”, esgrimió el sociólogo Émile Durkheim como razón principal de la autoeliminación en el mundo moderno. Ahora se señala a la crisis, el paro, el horizonte corto, pero seguramente no existe una sola respuesta. Un cortocircuito, nos decimos, un apagón, pero, si hay red, alarmas y medidas, se puede volver a encender la luz. (La Vanguardia)

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5 de enero de 2015
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De adicciones y esponsorizaciones

La anomalía, llámesele disfunción, patología, adicción o deriva, se ha convertido en regla. Porque tantas fatigas reportan el éxito y la fama como la más anónima de las intrascendencias. Cuando voy al programa de Julia Otero, me tomo siempre un café en la Rambla y no puedo dejar de observar a esas mujeres, sentadas en la barra, que piden su tercer carajillo con un vaso de agua, arregladas y sonrientes, aunque con la mirada tan aniñada como abotargada. No somos nadie para juzgar antes de intentar comprender: que su instinto de supervivencia aún es capaz de protegerlas, en un frágil equilibrio que puede derrumbarse al primer aleteo. Cada vez conozco más mujeres que beben solas. A medida que los hijos crecen y las casas se vacían, necesitan anestesiar el sueño, enturbiar la cabeza, sentir una energía que no les pertenece pero que gracias a la desinhibición del alcohol sienten como propia; entretener el lenguaje del alma, que pocas veces coincide con el lenguaje del cuerpo. En una ocasión me contaron la historia de una profesional, en proceso de rehabilitación, que se bebió el frasco de Chanel 5: era lo más parecido al whisky que tenía en casa. Mal asunto el de enjuiciar a quienes tropiezan y acaban orillados. Ahí está el gran Johnny Depp, ese eterno chico que, después de Eduardo Manostijeras, Jack Sparrow y sus piratas del Caribe, Willy Wonka y otros éxitos -a menudo de la mano de su amigo Tim Burton-, se ha dejado ver ebrio y confundido ante un micro, hasta el extremo de anunciar que va a tratar su alcoholismo. Depp ha cumplido cincuenta, una edad peligrosa para quienes aún no han logrado serenar el alma. Los estragos de la fama suelen pasar factura cuando la juventud se diluye, igual que las más sofisticadas sopas instant. Ya no se es ni el más original ni el más guapo pero, sobre todo, ya no se es primicia. ¿Cómo reavivar la fe en uno mismo? Y, más aún, ¿cómo mantenerse en primera línea durante muchos años sin caerse al foso de los leones? El santoral de la fama -siguiendo la ex excelente metáfora creada por Margarita Riviere- sigue caracterizado por el martirologio de quienes, a cambio de subir al Olimpo, tuvieron que tragar veneno. De Philip Seymour Hoffman o Robbin Williams, muertos (o autoeliminados) este año, hasta las chicas malas de Hollywwod que entran y salen de las clínicas de rehabilitación como si fueran spas, la peligrosidad de la exposición radica, sobre todo, en quedarse sin el propio yo. Se sustituye por otro, con química, física o tatuajes. Ese ha sido el caso de Maradona, que, de venir a España en adelante -cuando la reforma del Código Penal del PP se apruebe, asunto que, en este particular, aplaudo-, podría ser condenado a cuatro años de cárcel por incitar a la violencia machista. “Perra” se ha tatuado en el pecho, dedicado a su novia. Pero lo peor es que la susodicha, Rocío Oliva, se ha fotografiado pizpireta al lado de un Diego burleta, con la tinta del tattoo aún fresca. Excesos, enfermedad, desvarío, pero también violencia, desprecio, sordidez, precipicio. Eso ocurre en un mundo esponsorizado, en el que las tradiciones se revientan con mal gusto: qué burrada lo de brindar con cerveza en Nochevieja, ¡si al menos fuera Cola-Cao! Última voluntad El gobierno del Reino Unido ha lanzado una web que hace pública la última voluntad y testamento de todos los ciudadanos fallecidos desde 1958. Una de las más consultadas -previo pago de 10 libras (más de 12 euros), que así han tasado el morbo- es la de Lady Di, a la que los británicos no olvidan. Ella resume los años 90 donde los trajes de Versace y los bolsos de Dior aniquilaban las florecillas Liberty y reinventaban el glamur. Ella lo combinó con la prosa de las onegés y el desamor. Los británicos ahora quieren cotillear la letra pequeña: saber qué fue de su anillo de compromiso de zafiro y diamante o la Tiara Spencer, como si fueran de la familia, no en vano un gran porcentaje de los británicos ha soñado que tomaba té con su Reina. Obsesivas néspotas Le llaman “management de la excelencia”, e impera en los reglamentos de varias empresas asiáticas. Si una azafata derrama un zumo encima tuyo, su compañera la puede delatar por el bien de la compañía y será despedida, porque no se admite torpeza alguna. Hace unos días a la aún vicepresidenta de Korean Air (un chaebol coreano al estilo Samsung o Hyundai, donde “la familia” tiene cargos, privilegios y pasea todo tipo de arrogancias) le sirvieron unas nueces de macadamia sin emplatar. Cho-Hyun-ah actuó con la lógica de la excelencia: echando al supervisor al instante, aunque ello retrasara el vuelo. El nepotismo en el nuevo mundo reúne lo peor del viejo, pero además es formalmente miserable y hortera. Siempre Acabo el año leyendo a Kundera. En la solapa de La fiesta de la insignificancia (Tusquets), un retrato de Catherine Hélie que enamora. “Milan Kundera nació en Chequia y desde 1975 vive en Francia”. Así firman los clásicos en vida. El libro es un surrealista divertimento: viejos que beben, recuerdan a sus madres y observan a las chicas por la calle admitiendo que el centro de seducción ha pasado de los pechos, los muslos o el trasero, al ombligo, como muestra de la intrascendencia y el egocentrismo actual. Después abrí “La broma”, y allí está el joven Ludvick -tan joven Kundera- que por una boutade sobre el optimismo del régimen, cae en desgracia. Una ácida delicia. Los años pasan pero su prosa, cortada al vacío, ya es eterna. (La Vanguardia)

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3 de enero de 2015
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El Boomeran(g)
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