Soy de piropear aquello que me gusta y a quien me gusta. No ahorro en lisonjas ni requiebros cuando, desde un atuendo hasta un brillo en los ojos o un perfume, me agradan. ¿O es que sólo hay que decirlo a través del botón de Facebook? Admirar levemente y atrapar el momento sin miedo a encontrar las palabras para decir “me gusta” es una forma de salir de uno mismo y de afinar la mirada. También de elogiar los aciertos ajenos en unos tiempos demasiado ensimismados en el propio ombligo. Dirán que se trata de cortesías y no de verdaderos piropos, que según el Observatorio contra la Violencia de Género y su presidenta, Ángeles Carmona, deben ser erradicados al constituir una invasión de la intimidad de las mujeres. Porque son actos de violencia. Pero ¿a qué piropos se refieren? ¿O es que los varones hipersexualizados aúllan hoy por las calles y no nos hemos enterado? Porque en España, al igual que en muchos otros países occidentales, las artes de la seducción se fueron diluyendo a medida que nos quedábamos absortos ante las pantallas. Hace tiempo que el piropo callejero entró en decadencia. “Tienes unos ojos preciosos, ¿lo sabes?”, le decía Jean Gabin a Michèle Morgan en El muelle de las brumas, y en Francia, durante años, fue un mantra para ligar. Aquella inocencia se esfumó, al igual que la represión de una España negra, donde llegó a ser prohibido por el Código Penal durante la dictadura de Primo de Rivera, considerado como una costumbre viciosa. Las burbujas festivas de los ochenta trajeron aquel burdo “estás como un tren” -o “como un camión”-, pero ¿quién querría parecerse a un tren o un camión? Improvisados, ocasionales, ingeniosos, también ordinarios, los piropos han conformado un género espontáneo, popular y masculino que, por decoro, ha obligado a las mujeres a bajar la cabeza, aunque en más de una ocasión les hayan subido el ánimo. De joven era de las que se plantaban ante aquel albañil salido que se atrevía a soltar alguna burrada exigiéndole disculpas y pidiéndole que, por su propio bien, se autocensurara. Existen miles de testimonios de guarrerías que un tipo crecido se ha sentido con la autoridad suficiente para estampar contra una mujer, en su mayoría joven. Pero los piropos ofensivos pueden ser neutralizados por una misma -esto no es India ni Egipto- sin necesidad de paternalismos y prohibiciones. En su lugar, que se afinen los valores en la educación para la igualdad, que se haga una pedagogía basada en el respeto y el acercamiento entre sexos. Más ética y menos tonterías: ¿o acaso no ofende más la invisibilidad o la indiferencia que el hecho de que alguien te haga viajar en el tiempo con aires añejos y risibles? (La Vanguardia)
