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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Capitalismo ?arty?

La economía liberal tuvo que sacrificar algunas de las ventajas del viejo mundo, y una de las más dolorosas fue la pérdida de la amabilidad. El sistema exige un cableado hostil de requerimientos y obligaciones para subsistir, incluso en precariedad. Aquel paseante ilustrado que cruzaba los bulevares europeos con bombín y bastón, y saludaba inclinando la cabeza, se convirtió en un individuo robotizado al compás de una racionalidad calculada que no entiende de cortesías. Feo en su moral, cínico incluso, el liberalismo buscó abrigo en la belleza, como si esta pudiera aliviar su carga. “El capitalismo artístico aparece como un vehículo mayor de estetización del mundo y la vida”. Así arranca Gilles Lipovetsky su nuevo ensayo: La estetización del mundo (Anagrama), que firma junto a su colaborador Jean Serroy. Ante un panorama cada vez más desagradable y uniforme que parece diseñado por el mismo arquitecto encargado de levantar centros comerciales, hoteles, aeropuertos y urbanizaciones clónicas, Lipovetsky se propone reconocer la aportación estética del capitalismo: sus costumbres excelsas pero también sus fracasos. El pasado otoño cené con Lipovetsky y Montse Ingla -Antoni Munné como maestro de ceremonias- en Farga, después de una de las Converses a La Pedrera, donde el sociólogo que ha analizado con más empeño el aire de los tiempos, ya nos adelantó el retrato de la nueva burguesía. Como reacción ante la lógica hiperracional, esta se refugia en una onda estética, intuitiva y emocional, deseos de que todo a su alrededor sea bonito, además de aromático y experiencial. Este es el paisaje que en poco menos de un cuarto de siglo hemos habitado: una sociedad de marca, con costumbres sibaritas, que ha exaltado el paladar y se ha convertido globalmente en gourmet -hoy, incluso los niños cocinan-. La afición por decorar nuestras casas, ya no sólo para recibir y deslumbrar, sino para coleccionar una serie de pequeños placeres que sustituyen la falta de oráculos, es un perfecto ejemplo. También nuestro alrededor ha dado un vuelco espectacular: el escenario urbano está poblado de bicicletas y monopatines, de coches eléctricos y runners con auriculares. Los viandantes andan mirando sus pantallas, a no ser que corran, entonces miran al infinito. En los cafés, la gente también se centra en las pantallas, y se puede comer exactamente el mismo croissant o beber el mismo café en cincuenta puntos de una ciudad y miles de ciudades en el mundo. Una producción prefabricada servida con música de Band of Horses, aroma de caramelo y wifi. Paisajes fríos, anodinos e indistintos convergen con una predisposición a sustituir la amabilidad por el estilo y la espontaneidad por el marketing. Reclamamos personalidad en unos tiempos antipáticos en que la experiencia estética parece ser la panacea, no tanto como exaltación sino como pose. (La Vanguardia)

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26 de enero de 2015
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La casta y el ?lomanismo?

Madrid es portentoso en sus mezclas, sobre todo porque no son forzadas, ni tan siquiera estratégicas, sino que surgen de forma espontánea como si un superglue uniera con suavidad los extremos más resistentes. Veamos sino: En el afrancesado barrio de Chamberí Carmen Lomana reúne en su salón admirablemente tapizado a Juan Carlos Monedero, Cristina Cifuentes, Elena Benarroch, las Nancys Rubias, militares de la casa del Rey, inspectores de Hacienda y algunas señoras “muy carcas”. Lomana es una dama encantadora y divertida, con un físico californiano -una mezcla de Linda Evans y Gwyneth Paltrow-, aunque fuera niña de Donosti (con abuelos que hicieron las Américas) y le chifle Cataluña, de donde era su madrina, Pepita Valerí, “procedían de Cadaqués, pero vivían en la calle Balmes”. Se quedó viuda a los 46 años y se entregó al vestuario y las antigüedades. Hasta que, bien pasados los 50, inició una nueva vida sin proponérselo. Puede que algunos reparos hacía ella procedan de su habla parsimoniosa y engolada. Pero ningún prejuicio de pija boba la amedrenta: “Aldeanismo y punto”. No los tuvo Monedero cuando, tras llamarle ella en Twitter “impertinente y curilla” y añadir que tenía muchas preguntas que hacerle, la respondió “te tiro el guante, cuando y donde quieras”. Se citaron en el Pepe Botella de Malasaña y ambos quedaron satisfechos y sorprendidos: “Parece un trotskista malhumorado, pero tiene mucho encanto, es interesante y humilde”. La aleación Lomana-Monedero es una estampa mediática de alto voltaje. Él, un profesor brillante con look postadolescente a los cincuenta tacos, que completó su formación en Alemania -nada menos que en Heidelberg y con Klaus von Beyme- necesita epatar, algo común entre la plana mayor de Podemos, un partido asambleario y buenrollista, pero con egos por todo lo alto. Además, uno de los diktats internos consiste en acercarse a caras conocidas e influencers para derribar muros preconcebidos. Lomana -que votaba al PP y ahora no los quiere ni ver, “han mentido y abandonado a los españoles”- ha ejercido estos días de analista política en las radios: “Los quieren machacar. ¡Y venga con el sambenito bolivariano! Él ha cobrado por un trabajo, no como los otros que han cobrado por nada. Y, además, ha traído el dinero a España”. Y continúa, con una lógica imparable: “Esto les ha sobrepasado; no ganarán las elecciones, aunque tengan mucho tejido social que empatiza con ellos… Aún no están para gobernar. Igual dentro de cuatro años”. Podemos recuerda a una start-up. No tanto por su factor de innovación, ya que rescatan L’estaca, pero sí por su cuadrilla de entregados partidarios que echan horas a destajo sin remuneración material mientras a sus jefes, consultores bien pagados a quienes les buscan muertos en el armario, no les mueve tanto la vocación de servicio público como demostrar que representan la intelligentsia patria y saben que uno de los grandes errores de esta vida es ser un descastado. Gitano vertical / Kelian Jiménez En Casa Patas nadie deja las maderas tan curtidas como Kelian Jiménez, gitano de Caños Rotos, el barrio más flamenco de Madrid y cuna de artistas, donde se crió con los grandes y aprendió con ellos. El suyo es un baile tan rabioso como vertical.Tan doloroso como soberano. Rizos suaves y brillantes, foulard de lunares, de negro y perfumado y con sus tacones cuadrados para doblarse a compás, sin que la técnica (virtuosa) mate al duende, el bailador es capaz de crear nuevas sombras chinescas que hacen llorar a los japoneses más aflamencados. Con Arrieritos somos, su compañía, ha coreografiado historias del éxodo, o las 13 rosas. Kelian no es marketing. Es una suerte encontrar tanta delicadeza y majestuosidad en la escena: un rey gitano puro. Rififí en el PP / Luis Bárcenas No sé si se acordarán de las películas de gángsters de Delon, Belmondo y compañía allá por los setenta: Círculo rojo, El clan de los sicilianos o Borsalino. Solían comenzar con la salida de prisión del protagonista -Delon, evidentemente-, para sobresalto de sus enemigos. Hace dos noches me las devolvió a la mente la excarcelación de Bárcenas, Luis el cabrón, de Soto del Real. Sobre todo sus palabras para Rajoy (y eso que no tenía “mensajes para nadie”): “Le he hecho caso y he sido fuerte. El PP no tiene nada que temer”. Y levantó los cuatro dedos, en homenaje a sus excompañeros del pabellón 4. Si el final de la historia se parece también a los de aquellos polars, en Génova deben estar haciendo ya sesiones de cineclub. Romance remake / Lara y Fernando Nunca he entendido a las guapas televisivas que se maquillan los párpados de día como si fuera de noche. Con lo hermosas que lucen sin tanto maquillaje ni esas uñas largas que asustan a los niños. Pero su receta debe funcionar porque pasan de una cadena a otra con vértigo y ritmo, sobre todo si han ejercido como Lara Álvarez de periodista deportiva sexy reconvertida en presentadora sexy. Álvarez protagoniza ahora un romance-secuela del de su colega Sara Carbonero. Tras los coqueteos con Sergio Ramos, ha cambiado no sólo de cadena sino la hierba por el paddock, ennoviada ahora con Fernando Alonso. Los amores de revista a la velocidad de la fórmula 1 y al decir de Sabina: “La frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”. (La Vanguardia)

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24 de enero de 2015
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Bombón

Soy de piropear aquello que me gusta y a quien me gusta. No ahorro en lisonjas ni requiebros cuando, desde un atuendo hasta un brillo en los ojos o un perfume, me agradan. ¿O es que sólo hay que decirlo a través del botón de Facebook? Admirar levemente y atrapar el momento sin miedo a encontrar las palabras para decir “me gusta” es una forma de salir de uno mismo y de afinar la mirada. También de elogiar los aciertos ajenos en unos tiempos demasiado ensimismados en el propio ombligo. Dirán que se trata de cortesías y no de verdaderos piropos, que según el Observatorio contra la Violencia de Género y su presidenta, Ángeles Carmona, deben ser erradicados al constituir una invasión de la intimidad de las mujeres. Porque son actos de violencia. Pero ¿a qué piropos se refieren? ¿O es que los varones hipersexualizados aúllan hoy por las calles y no nos hemos enterado? Porque en España, al igual que en muchos otros países occidentales, las artes de la seducción se fueron diluyendo a medida que nos quedábamos absortos ante las pantallas. Hace tiempo que el piropo callejero entró en decadencia. “Tienes unos ojos preciosos, ¿lo sabes?”, le decía Jean Gabin a Michèle Morgan en El muelle de las brumas, y en Francia, durante años, fue un mantra para ligar. Aquella inocencia se esfumó, al igual que la represión de una España negra, donde llegó a ser prohibido por el Código Penal durante la dictadura de Primo de Rivera, considerado como una costumbre viciosa. Las burbujas festivas de los ochenta trajeron aquel burdo “estás como un tren” -o “como un camión”-, pero ¿quién querría parecerse a un tren o un camión? Improvisados, ocasionales, ingeniosos, también ordinarios, los piropos han conformado un género espontáneo, popular y masculino que, por decoro, ha obligado a las mujeres a bajar la cabeza, aunque en más de una ocasión les hayan subido el ánimo. De joven era de las que se plantaban ante aquel albañil salido que se atrevía a soltar alguna burrada exigiéndole disculpas y pidiéndole que, por su propio bien, se autocensurara. Existen miles de testimonios de guarrerías que un tipo crecido se ha sentido con la autoridad suficiente para estampar contra una mujer, en su mayoría joven. Pero los piropos ofensivos pueden ser neutralizados por una misma -esto no es India ni Egipto- sin necesidad de paternalismos y prohibiciones. En su lugar, que se afinen los valores en la educación para la igualdad, que se haga una pedagogía basada en el respeto y el acercamiento entre sexos. Más ética y menos tonterías: ¿o acaso no ofende más la invisibilidad o la indiferencia que el hecho de que alguien te haga viajar en el tiempo con aires añejos y risibles? (La Vanguardia)

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21 de enero de 2015
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Las ciudades invivibles

Se anuncia el peligro de extinción de las abejas, pero en jardines y terrazas, cuando sacas comida, nunca se habían visto tantas. Parece que, a falta de flores y debido al exceso de química que las aniquila, buscaran la presencia humana a fin de convivir con nosotros con la promesa de no agredir, sólo incordiar, como el ciudadano de a pie que revolotea demandando civismo y naturaleza a medida que a su ciudad le estallan las costuras. El excedente de turistas altera el paisaje acostumbrado, y la búsqueda de un lugar tranquilo se convierte en un imposible en los centros de las principales urbes del mundo, convertidas en un gran centro comercial marcado por una estética de pastiche. La Rambla de Barcelona ha devenido un parque temático con sus voceros en la puerta, entre todos a cien de souvenirs, mesones de jamón y tribus de turistas adocenados o bárbaros. Hay que intuir lo que fueron un día, recordar que las bajábamos casi en solitario cuando íbamos a comer al Amaya. En la Gran Vía madrileña, bocinas y humos, animadores de las cadenas de tiendas que se clonan de norte a sur, fast food y ropa de ganga llegan a descontextualizar a algunos establecimientos añejos, como Loewe. Bolsos de refinadas pieles que reposan sobre nobles boiseries al lado de montaditos a euro y otros bocados prefabricados. No hay fin de semana o festivo en que sus cascos históricos no se colapsen. En Madrid, calles cortadas -e incluso bocas de metro cerradas debido al gentío- complican el acceso a la llamada almendra central. Y, aun así, manadas humanas renquean con dificultad por sus aceras, acompañados de bolsas y niños, y, admirablemente, con una sonrisa en los labios. Qué placer sentirá, me pregunto a menudo, esa gente inmune a la oclofobia que demuestra su querencia por las aglomeraciones: ¿acaso porque en ellas siente que de verdad existe? Mientras, la población de Barcelona desciende, pero su trajín crece al ritmo que marca el turismo de compras. Uno de cada tres viajeros que la visitan asegura que el shopping es su principal finalidad, y, así, más de una tercera parte de los ingresos generados por el turismo se deben al comercio. En el 2013, Barcelona recibió 7,5 millones de forasteros que clonaron itinerarios e imaginarios. Desde la London School of Economics vaticinan el superdesarrollo de las megalópolis, modelo Blade runner, que en las próximas décadas crecerán hasta un 80%. Si estas predicciones son ciertas, urbanistas y políticos deberían afanarse en resolver el conflicto urbanización contra civilización. Habitar no siempre es sinónimo de vivir, tanto en los slums de Bombay como en la banlieue parisina. El filósofo, geógrafo y sociólogo francés Henri Lefebvre -del que el pasado año se tradujo por fin al castellano su Urbanización de la sociedad- afirmaba que es imposible inmovilizar lo urbano, pero, visto lo visto, lo verdaderamente urgente es humanizar las ciudades donde vivimos. (La Vanguardia)

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19 de enero de 2015
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Saber perder y saber ganar

Qué bien ha soportado François Hollande la pesadumbre sobre sus espaldas, demostrando que la solemnidad del duelo esta hecha para él, una solemnidad contundente y laica donde la palabra tiene crédito y verso: “Francia está de pie”. Con su gabán negro, corbata azul marino, y un rictus que expresaba determinación y lucha, pero también dolor y consuelo, ha liderado no sólo un país, sino un estado de ánimo, fiel al deber y la dignidad. El presidente de la República más impopular de la historia ha incrementado en cinco puntos su valoración pública, pues ha sido capaz de unir a una nación golpeada y perpleja haciendo piña con las democracias occidentales, víctimas en potencia de la fanática amenaza. Quien fuera fontanero mayor del PSF, avezado taponador de fugas de honor y ambición, el Hollande ridículo con casco de moto al salir de su cita galante, o el que fue capaz de pasar de hombre normal a mezquino, según su ex, Valérie Trierweiler, un personaje despreciativo como sólo saben serlo los franceses de barbilla esquinada, se ha topado con el aliento helado de la historia. “A la literatura no se llega por casualidad” escribía mi admirado Vila-Matas en Kassel no invita a la lógica, añadiendo que es un destino oscuro, y que es muy probable que se llegue mediante un “golpe en la nuca en un callejón oscuro”. Hollande debió sentir algo parecido al aliento helado y el golpe en la nuca en el homenaje a los policías asesinados. Las imágenes ponen un nudo en la garganta: una madre rota, la de Clarissa Jean-Philippe que sólo repite: “No estaba preparada para irse, la necesito a mi lado, d’accord?”. Hollande le acaricia la espalda, asiente, le habla delicadamente, con el cuerpo y los sentidos. Pero sólo se respira el sinsentido de la muerte. En la vida hay que saber ganar y saber perder. Lo decía mi padre poco antes de morir en los pasillos de Bellvitge, mirando el tráfico desde los ventanales. Pero saber ganar siempre ha tenido peor escenografía que saber perder. La voz de Cristiano Ronaldo es mucho más dulce en su lengua materna, pero ni aún así es capaz de traspasar el umbral de percepción emocional al recibir esa bolinha. Su grito de falsa alegría heló la sangre del auditorio. “Cristiano Ronaldo gana su tercer Balón de Oro y ruge como un demente”, titulaba el cronista de USA Today. Comprendo que muchos de estos chicos, cracks con balones de oro, no han tenido una infancia fácil, pero, aún así, me pregunto quién les arrebató la empatía. Cristiano ya no podrá ejercer de marido de Irina Shayk, como David lo es de la triunfal diseñadora Victoria Beckham (que ha conseguido demostrar que durante años fue víctima de esos peluqueros-psicólogos que se aprovechan de las crisis existenciales). Irina no le gustaba a la señora Dolores Aveiro: una rusa demasiado guapa que nunca estaba en casa. Pero él se vale solito para fotografiarse con su lencería para apretar las mandíbulas y sentirse un héroe. Posar, facturar, y meter bolinhas: ¡Uuuuuuuuh! ¿Cómo no vamos a preferir la épica de la derrota? La antidiva / Blanca Portillo

Los actores discretos no abundan y menos si, como ella, son monstruos sagrados para la profesión. Blanca Portillo puede apuntarse estos dos tantos, y algunos más: una predilección militante por la pureza del teatro frente a los vaivenes del cine, una versatilidad que le permite interpretar o dirigir con idéntico talento, y un verbo clarísimo. Como cuando tiró de la manta descubriendo el politiqueo que lastra a la cultura en su fugaz paso por la dirección del Festival de Mérida, o ahora, que, con la complicidad de Juan Mayorga, apunta y dispara a un mito nacional. “Tenorio es un personaje deleznable”, dice y añade: “No es un transgresor ni un hedonista, más bien un psicópata”. Dirigir teatro significa revisar mitos. La nueva Oprah / Mark Zuckerberg

Ha descubierto -¡por fin!- que leer un libro puede ser una aventura fascinante. Su primer propósito del año -el anterior fue aprender chino, y en el 2009 ponerse corbata- ha consistido en montar un club de lectura, que convierte en bestseller todo lo que toca, al estilo del poder prescriptivo de Oprah. Sorprendido y abrumado ha declarado sentirse el autor del primer libro recomendado, Moisés Naim, que en menos de tres horas agotó todos los ejemplares de El fin del poder. El treinteañero disruptivo creador de Facebook también se sumó al “Yo soy Charlie”, a lo que una escritora tibetana Tsering Woeser replicó: “¿Ha olvidado algo Zuckerberg?”, acusándolo de tener doble rasero al censurar en su red a activistas chinos. ¿Los recomendará en su club? Saca pecho / Rania de Jordania

Hace cuatro años, los fastos de su 40.º cumpleaños -celebrado cuando el país ardía tras la enfebrecida Primavera árabe-, añadieron a sus trajes de alta costura un plus de frivolidad intolerable. Tras un prolongado silencio, Rania sorprendió hace poco a la prensa internacional, en un encuentro tecnológico en Abu Dhabi, alertando al Estado Islámico de que “su cruzada para secuestrar al mundo árabe” fracasaría. En el Huffington Post escribió una tribuna por los niños asesinados en Pakistán. Y acudió a la manifestación contra la barbarie en París. Al día siguiente los judíos ortodoxos se ocuparon de borrarla de la foto. ¿Por mujer o por palestina? Así de incoherente puede llegar a ser la defensa de los derechos humanos.

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17 de enero de 2015
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Ciudad herida

“¡La Revolución Francesa! Pues sin la Revolución Francesa yo vendería naranjas en las calles de Ajaccio”, contaba Proust que murmuraba la princesa Mathilde, sobrina de Napoleón, acerca del asunto de nacimiento y rango. Orgullosa humildad combinada con un tosco realismo. Así es Francia: la exquisitez del camembert y la rudeza del salchichón, la porcelana de Sèvres y la loza del bidet, la grasa de las rillettes y la mantequilla de los croissants. Las costumbres parisinas en aquellos salones del XVIII dejaron como poso una galante exhibición del republicanismo chovinista. A los artistas que publicaron sus primeras novelas, en parte, por sus buenas relaciones cortesanas, les atraían tanto las actitudes de las nobles como las costumbres de las costureras. Aquel París de salones con espejos desbordaba con su afición provocadora. ¿Orgullo de clase? No, aspiraba a mucho más: a la grandeur. Hoy en París se fuma mucho. Por la Rue Lafayette, todas las razas y estaturas enlazan un cigarro tras otro en las bocas de metro. En el Flore, los camareros que leyeron a Sartre sirven el pollo asado y frío y el huevo duro, que siguen nutriendo la identidad nacional. En el Grand Palais, la exposición de la formidable -y aún desconocida- Niki de Saint Phalle transgrede los límites posibles de las figuraciones, así como todo lo anteriormente nombrado y conocido. Contemplo vídeos de la artista, que primero fue modelo para Vogue y luego un espíritu libre, hechizada en el Park Güell, autora de las Nanas, esa eclosión de feminidad fuera del canon con sus mujeres gigantes, orondas, coloreadas. Ella habla de la épica del disparo, y agarra escopetas con colores. Dispara, sí, tiros libres a sacos de óleos, celebrando la libertad, y su sinsentido: “Un arte de la desmesura en busca de la alegría”. En Montmartre las viejas chanteuses aún salen los domingos, con bufanda, gorra garçonnière, cigarro y organillo. El barrio se ha sofisticado, pero aun y así conserva ese mohín de libertad. Unos músicos africanos tocan al pie de las escaleras de la iglesia. Y la ciudad, envuelta en neblinas, se extiende a tus pies como una ilusión óptica que sigue oliendo a queso, ahora azul. El otro día, cuando contemplé cómo se apagaban las luces de la torre Eiffel, sentí la conmoción de un pueblo que siempre se ha rendido a las escenografías libertarias. “Sabíamos que estábamos amenazados, como otros países del mundo, porque somos un país de libertad”, dijo Hollande, con precisión. El debate hoy no puede limitarse a pragmatismo frente a moralidad, ni a los derechos doblegados por la seguridad. El salafismo yihadista aborrece un lápiz tanto como una falda. Es el estigma de los cobardes: confundir el nombre de Dios con la venganza. Pero, sobre todo, arremete contra aquellos que no quieren vivir de rodillas y prefieren morir de pie en nombre de las más rigurosas y exquisitas libertades. (La Vanguardia)

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14 de enero de 2015
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Mentes sospechosas

Con Elvis Presley me hice mayor, o eso creí entonces. Estrené tocadiscos con un doble de Grandes éxitos, cuando los elepés se escuchaban despacio, canción tras canción. Variábamos nuestras filias, y había meses en que lo dábamos todo por unos zapatos de gamuza azul y otros en que nos agitábamos presas de la sincopada Fever. En la salita del piano, con mis hermanos, puntuábamos los temas y siempre ganaba Suspicious minds, uno de los hits que me sigue acompañando cuando quiero mejorar el humor o subir el ritmo, que viene a ser lo mismo. Elvis te metía algo en el cuerpo: un nervio, un coraje, un cuento de Dickens. Su madre se parecía a algunas mujeres de nuestro pueblo, fondona y natural, incapaz de sofisticarse aunque su hijo fuera el Rey. Luchó con agallas para que la pobreza no los despojara de su dignidad, no soportaba que su pequeño pudiera llegar a ser un hillbilly, el gentilicio que designa a los habitantes de las áreas rurales más remotas y atrasadas. Gracias a sus películas (más de treinta) viajábamos por todo el mundo, de forma muy especial a Hawai, donde ambientábamos todos los sueños que pueden enredarnos a los catorce años. Pero sobre todo conseguía que sintiéramos la música como algo que formaba parte de nosotros. Un chico pobre que había logrado alcanzar la cima moviendo la pelvis -y rodillas- como nadie: ¡claro que todo era posible! Ayer Elvis, de estar vivo, hubiera cumplido ochenta años. Su muerte nos partió una tarde larga de agosto, en la que revisábamos nuestra colección de sellos. Fue la primera muerte lejana que sentimos como de la familia, sobre todo porque no podíamos concebir que fuera mortal. Hoy sus descendientes y representantes mercadean con su legado, vendiendo los jets privados con baños de oro y alcobas de cinco estrellas que adquirió sólo dos años antes de morir. “La primera vez que oí la voz de Elvis supe que jamás podría trabajar para alguien, que nadie iba a ser mi jefe. Oírlo por primera vez fue como huir de la cárcel”. La declaración es de Bob Dylan. Lennon y McCartney, Springsteen o Nick Cave también se crecieron con su voz. Injustamente condenado en el imaginario colectivo por sus excesos, sus monos con pedrería y sus hinchazones narcóticas, no hubo nadie más valiente que él para hacer rock and roll. En los penales españoles debería escucharse El rock de la cárcel, ahora que están más pobladas que nunca de vips, acrónimo cada vez más desprestigiado y hortera, como la capa de Elvis. Recuerdo con auténtico estupor la boda de Rocío Jurado y Ortega Cano, a la que, por caprichos azarosos, asistí. Y fui testigo de aquel “estamos tan a gustito”, un desafinado ebrio que se convirtió en desliz premonitorio. El torero ha salido de permiso y el cambio ha sido impresionante: Más sereno, saludable y delgado. Ninguna cirugía estética hubiera obrado tal hazaña. “Hay mucho tiempo para pensar y madurar el futuro de mi vida y mentalmente me encuentro muy bien. La verdad es que no hay mal que por bien no venga”. ¿Poco tiempo para pensar? Un mal muy español. Exilio ‘vintage’ / Russian Red Hoy la cantante Russian Red se despide de España, rumbo a Los Ángeles donde se traslada de forma definitiva -ay, cómo si algo pudiera ser definitivo a los treinta años-. Lourdes Hernández es una de las voces más personales del pop español. En una ocasión, le hicimos un cuestionario en Marie Claire, y le preguntamos si era de derechas de izquierdas, a lo que respondió, con la boca pequeña, que más bien de derechas. Y claro, se armó la grande, como si alguien llamado Russian Red tuviera que justificar su nombre cuando pocas veces el significante guarda relación con el significado. Hoy pone a la venta gran parte de su armario: “Vestidos usados por todo el mundo”, dice, fiel a su espíritu indie, ahora que lo vintage tiene los días contados. Icono ‘fashion’ / Joan Didion

Ha escrito libros sobrecogedores, como El año del pensamiento mágico -sobre la muerte inesperada de su marido seguida de su hija-, películas escalofriantes, como Pánico en Needle Park, y centenares de artículos en prensa, de Vogue a The New York Times, pasando por Life, Esquire o The New York Review of Books. Ahora, a sus 80 años, Joan Didion se convierte, de la mano de Phoebe Philo y Juergen Teller, en icono fashion, desplazando a la top Daria Werbowy como imagen de la firma francesa Céline. Gafas de sol y colgante XXL, negro riguroso, su característica media melena plateada, y el allure de quien ha estado siempre por encima de las circunstancias. ¡Cuántas jóvenes escritoras le deben su estilo a Joan Didion! El antihéroe / Michael Keaton

Me cuentan que en Hollywood hay una regla de oro no escrita -se lo contó al crítico Andrés Rubin de Celis el actor Rod Steiger- que garantiza el total respeto de la profesión al intérprete que, por muchas vueltas que dé en la montaña rusa de la fama, la taquilla y la cirugía, logra completar tres décadas “en el candelero”. Michael Keaton, que estrena la aplaudida Birdman (encarna a una estrella en declive), va por la cuarta. Y en plena forma: ni las candidaturas a los Globos de Oro y las quinielas de los Oscar han nublado una lucidez que le alejó, incluso cuando el teléfono no sonaba, de malos guiones y cintas de serie B. “El mundo es hoy un gran mall”, ha declarado, más antihéroe que nunca, también más sabio. (La Vanguardia)

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10 de enero de 2015
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El diablo se desviste

Pocos días antes de terminar el año recibí un fotomontaje en uno de esos grupos chistosos de WhatsApp titulado: “El gobierno apuesta por la transparencia”. Se trataba de un cuerpo de pasarela -aunque el rostro de la modelo había sido reemplazado por el de un sonriente Mariano Rajoy- desfilando con un vestido de tul negro bajo el cual emergían, diáfanos, pechos y muslos. El chiste pretendía dotar de sentido a lo que no lo tiene, ya que ociosos son los argumentos de la moda para justificar sus tendencias. Pero la clamorosa demanda de que se clarifique el lado oscuro de la política hallaba un correlato textual en los vaporosos tules de la moda. No sé si a la televisiva Cristina Pedroche también le llegó ese meme, pero calcadito era el vestido que lució para dar las campanadas de fin de año. Pedroche superó su objetivo: subir la audiencia de la cadena, ser trending topic, figurar cuatro días entre lo más visto de los digitales y corroborar que posee un portentoso sentido del espectáculo. Hay que tener una gran seguridad en una misma para erigirse en símbolo de la “transparencia” al enseñar las bragas ante España entera esbozando un mohín de despreocupación. “Tanto feminismo para eso”, se regodeaban los unos; “que se ponga lo que le venga en gana”, decían otros que constataban cuán habitual es ver a mujeres desvestidas en la tele, desde los rudimentarios tiempos de las mamachichos hasta las políglotas que, con escote y micro, lo mismo retransmiten un final de partido que un fin de año. Ese mismo día, la exchica Disney Selena Gómez visitaba los Emiratos y quiso fotografiarse dentro de la Gran Mezquita de Abu Dabi, aunque marcando territorio: posó avanzando un pie, de puntillas, y dejando asomar bajo la abaya un tobillo que causó tanto escándalo como las bragas negras de Pedroche. La acusaron de irrespetuosa, aunque ella tan sólo quisiera hacerse una simpática Instagram. La frontera entre maldad e ignorancia es difusa,como sostiene Joyce Carol Oates. También entre frivolidad y ramplonería. Pero bien saben estas chicas jóvenes y curvadas que todo aquello que tenga relación con exhibirse continua siendo noticia. Angelina Jolie, que ahora va de activista internacional y directora de cine, ha decidido vestirse como una estricta gobernanta. Adiós a los vertiginosos escotes y las minifaldas, desprestigiados por varios estudios según los cuales la ropa sexy incide negativamente en la valoración profesional de la mujer. O es una buscona o una curranta; una frívola o una Rottenmeier. Tópicos etiquetados. Aunque probado queda el poder de la indumentaria, pues habrán observado de qué modo tan particular visten las famosas cuando van a los juzgados. (La Vanguardia)

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7 de enero de 2015
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El Boomeran(g)
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