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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Bellezas reversibles

“Doctor, que el resultado sea muy natural”. Esta es la petición más frecuente de las pacientes a los cirujanos plásticos antes de entrar al quirófano.Y resulta una contradicción tan interiorizada, que pasa desapercibida: rejuvenecer sin que se note. Porque los Dorian Grey de este mundo siempre han creído que el paso del tiempo les arrebataba no solo su apostura, sino su alma. Un componente trágico ha acompañado fielmente a la belleza, y a menudo la ha aislado por inaccesible. “La belleza es aún más difícil de explicar que la felicidad”, dejó dicho Simone de Beauvoir. Una presión social tan latente como sobredimensionada penaliza a las mujeres famosas cuando engordan o lucen canas, y a menudo deriva en obsesión. Los pies de fotos rezan así: “Madonna, a sus 56 años, y Jane Fonda, con 77, dos mujeres a quien el tiempo ha tratado muy bien”, buen eufemismo para referirse a las bien operadas, que son legión. Nunca se había visto a tantas mujeres -y hombres- que con cincuenta años han congelado sus arrugas y proyectado sus pómulos. El caso de Uma Thurman y la polémica que ha enloquecido a los titulares con sed de bisturí y de sentencia ilustra el camino que nuestras sociedades occidentales han recorrido en la otrora bien pavimentada autopista de la opulencia. Por un lado está la centralidad del par belleza-juventud, que hemos convertido en la esencia misma de la persona. Y por otro el empoderamiento de millones de personas que encuentran en las redes sociales el tribunal perfecto para, condenar o absolver al prójimo. Georges Soros razonaba hace unos años que la fe ciega en la estabilidad del mercado ha sido una de las claves del desastre. La distorsión entre la percepción y la realidad, el salto entre lo verdadero y lo inexacto, o mejor dicho, entre lo que ven los otros y lo que ve uno mismo, causa estragos. Prueba de ello son los cambios radicales de tantas actrices dispuestas a sacrificar su singularidad y en busca de un reflejo ficticio de sí mismas que se acaban creyendo. Uma Thurman asegura que su cambio fue sólo maquillaje, demostrando su reversibilidad, a diferencia de Renée Zellweger y Demi Moore. O Chaterine Z. Jones, a quien el lifting o el bótox le han robado lo que tenía de voluptuoso y carnal. La uniformidad lima el carácter, y todas parecen la misma. Hubo un tiempo en que se elogiaba la diferencia, y la hermosura se declinaba desde la heterodoxia del mestizaje. En La piel que habito Almodóvar retomaba el fondo de una cinta de culto francesa, Los ojos sin rostro, un magnífico thriller dirigido por Georges Franju; ambos reflexionaban sobre cómo el rostro nos completa como personas: sin él no somos del todo reales. Las chicas desfiguradas que las protagonizan viven a la fuerza fuera del mundo, hasta que los médicos -tan brillantes como sádicos- sean capaces de darles una nueva cara. Entonces volverán a una vida plena, pública y feliz. Una metáfora que sigue funcionando en una sociedad donde el paso del tiempo parece un accidente en lugar de un destino. Un pellizco / Adrián Martín Vega Qué alivio sentí al recibir un vídeo que no es un chiste, ni una provocación, ni una mamarrachada, sino una muestra de cuán prodigiosa puede ser la música, la misma que es capaz de alumbrar un rincón en penumbra, la que nos iguala y acerca. Considerado un fenómeno viral, Adrián Martín Vega -diez años, hidrocefalia congénita- demuestra el combate contra un destino que acostumbra a aislar a quienes padecen una discapacidad, pero que suelen estar más capacitados que muchas personas sanas. Me ha hecho recordar a mis primos, Josep y Enric, que vivieron encadenados a una silla aunque su sensibilidad fuera de superdotados. Detrás de la prodigiosa voz de Adrián también habita una historia de amor, la de unos padres excepcionales. Do de pecho / Lluís Homar En su horizontal sonrisa cristaliza el gesto de galán de cine europeo aliñado con un aplomo terrenal. De niño fue un gamberro simpático, hijo de un profesor de matemáticas y actor infantil en el teatro de Horta, interpretó a Manelic aún chaval y Armand Calafell le regaló una talla de madera de Enric Borrás. Fue su bautizo. En su currículum reúne a Molière, Chéjov y Mamet, Camus, Pons y Almodóvar. El éxito sostenido no se le ha atragantado. Considera que la mejor construcción de uno mismo es conectarse con quien uno es. En los últimos meses ha encadenado una insólita Terra baixa con la disparatada L’art de la comèdia, una racha de las que le hacen millonario a uno en el casino. Homar es apuesta segura. V de Victoria / Vicky Martín Berrocal El público se rindió ante Vicky Martín Berrocal en la pasarela Simof 2015 después de asistir a su colección de trajes flamencos, pura couture lorquiana con un guiño a Halston. Tras diez años diseñando, algo que al principio nadie se tomó en serio al tratarse de una chica couché que se hizo famosa por casarse y divorciarse de un torero, Berrocal ha conseguido combatir el tópico de los volantes y los faralaes. Vestidos de noche, ponchos con flecos de seda, collares masáis de Aristocrazy: una completa renovación del género. Es también imagen de la firma Violeta de Mango. Polifacética, sería la Victoria Beckham española, de no ser porque se ríe con todo el cuerpo y come ajo. Pura raza, unida al talento y al sentir, la esencia del flamenco. (La Vanguardia)

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14 de febrero de 2015
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?Sex appeal? griego

Yanis Varufakis, qué rápidamente ha cuajado su nombre. Produce menos titubeos fonéticos que Tsipras, Kurublís o Skurletis; es redondo y ligeramente exótico, como Onassis o Papandreu, una firma convertida ya en marca global. El sex appeal de un político no había producido tal conmoción desde la irrupción de Obama, allá por el 2008, con sus camisas blancas, sus labios carnosos y su verbo emotivo. No digo carisma, sino que invoco al factor sexy que ha provocado un rico surtido de artículos -firmados tanto por hombres como por mujeres- que analizan a Varufakis como un macho alfa capaz de romper el patrón de lo que hasta ahora se había entendido por ministro de Economía. Incluso se ha desplegado a su alrededor un merchandising que, en el caso de tratarse de una mujer, habría sido llevado a los tribunales, como esas camisetas que rezan “Varufakis, follador”. Pero ¿por qué se ha convertido Varufakis en un icono sexual? No sólo por su cráneo rasurado, ni por ser un hijo de la diáspora que ha triunfado en prestigiosas universidades y escaparates de librerías (y regresó a una Arcadia en horas bajas), ni siquiera por tener el talento de citar con la misma soltura a Marx que a Dylan Thomas o los Monty Python. Hay algo que subyace en el inconsciente relacionado con la masculinidad rotunda, y que Varufakis debe de transmitir. No es casual que fracasaran los esfuerzos de aquellos metrosexuales, demasiado atildados y bien provistos de cosméticos con retinol, pero incapaces de trazar el gesto que tanto nos gustaba ver a nuestros padres cuando se echaban unas gotas de agua de colonia en la cara con pequeños golpecitos. Se trata de un hombre que ha logrado armonizar la chulería mediterránea -él llegó en su Yamaha a la reunión del Eurogrupo- con una buena dosis de charme. La telegenia premia o penaliza a los líderes políticos que, en la mayoría de los casos, tratan de situarse en un terreno neutro en que su atuendo y su corte de pelo pasen desapercibidos. Aristóteles dictaminó que “el derecho a mandar corresponde a los bellos”. Hoy, el mundo gira alrededor de la homogeneidad; se reclama lo sólido y duradero, pero los valores que nos levantan de la silla son efímeros e inconsistentes. Veamos sino a Obama, convertido en un hombre canoso y demasiado delgado a quien le bailan los trajes; al renacido Sarkozy, sin rastro de la hormona napoleónica; o a Aznar y Zapatero, que parecen caricaturas del original. Varufakis el griego, cuerpo de gimnasio, verbo de universidad, ha aparecido negociando la deuda, y parece que en cualquier momento fuera a marcarse un sirtaki, como aquel de Anthony Quinn transformado en Zorba: bailar para no llorar. (La Vanguardia)

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11 de febrero de 2015
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Putas ?baby?

Hace dos años estalló en Roma el escándalo de la llamada baby prostituzione: niñas de 14 y 15 años que cambian sexo por dinero para recargar el móvil, comprarse ropa cara o esnifar una raya de cocaína. La desarticulación de una red -en la cual estaba implicada, al menos, la madre de una de las chicas- causó conmoción, no sólo en nuestro vecino mediterráneo. “¿En qué tipo de sociedad nos hemos convertido?”, se preguntaban algunos. Hace dos semanas la historia se repetía en Murcia, donde doce menores, cuatro de ellas españolas, eran ofrecidas por WhatsApp. A algunas las captaron en las pistas de baile de discotecas, y al menos una de ellas reclutó a dos compañeras de colegio. De los 200 euros cobrados por servicio, no recibían más de 60. De nada sirve escudarse en la crisis para justificar que alumnas de secundaria o Derecho se conviertan en escorts el fin de semana para pagarse un bolso de Prada o unos zapatos de Louboutin. Ni a esas jóvenes que subastan su virginidad y a quienes pujan en internet para acostarse con ellas; “la vez que llegué a valer más fueron 500 euros”, cuenta una joven a la cámara en un documental emitido recientemente en La Noche Temática de La 2 sobre la prostitución legal en Alemania. Y es esta misma muchacha quien pronuncia unas palabras que hielan la sangre por su frivolidad: “La prostitución está de moda”. Se extiende una opinión según la cual ha desaparecido el estigma, como si ser puta gozara hoy de un prestigio social comparable al de los tiempos de las hetairas griegas. Hablo con jóvenes que conocen a otras que venden su cuerpo, apenas sin conciencia de ello, y me dicen que no lo ven mal: “No estamos hablando de explotación sino de que lo hacen porque quieren”. Qué nos ha pasado, me pregunto, para que tengamos tan alto nivel de tolerancia al comercio sexual. Hay que tener un perfil psicológico determinado para abrirse de piernas ante desconocidos, embolsarse cien euros y volver a casa a cenar con la familia y ver la tele, ya que, efectivamente, no hablamos de mafias que engañan y esclavizan a mujeres jóvenes, a quienes despojan de cualquier rastro de derechos, de la vida incluso. La extensión de esa nueva visión, que defiende la prostitución como un medio tan digno como otro cualquiera para ganarse la vida, rompe el saco de los sueños y de los ideales, también de la integridad. Pobres muñecas rotas aquellas que eligen canjear su intimidad por una noche en un hotel de cinco estrellas. ¿Qué libros habrán leído, a qué modelos habrán admirado, qué valores habrán recibido? Ante ellas, sólo nos queda la compasión. Pero frente a quienes se ocupan de promover, gestionar y beneficiarse de la humillación que supone venderse para quienes aún no conocen la crudeza de la vida no hay otro sentimiento que el del desprecio, por malograr la poca inocencia que queda en este mundo. (La Vanguardia)

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9 de febrero de 2015
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Genios y figuras

Nunca se había visto nada igual: el pasado miércoles, en la capilla del Tanatorio de Sant Gervasi, la gente lloraba de risa. El Gran Wyoming ejerció de maestro de ceremonias para despedir a Joan Potau, guionista, actor y por encima de todo, hombre bueno. El niño que iba a ver una y otra vez Las minas del rey Salomón para huir de la realidad gris antracita. El feo que conquistaba el corazón de las mujeres más bellas y aladas, como Carme Elías. Autor de Epílogo, El Rey Pasmado o A los que aman (escrito a dúo con su mejor amiga, Isabel Coixet), un ingenio dotado de una enorme cultura visual y, por encima de todo, de humor. Coixet, encargada de inaugurar la Berlinale con Nadie quiere la noche, no encontró avión, pero mandó unas palabras con clave interna: “Ha muerto un gran bailarín”. Porque Joan, con su voz ronca y una salud azorada, salía siempre a la pista imitando a un orangután, haciendo aspavientos sincopados que congelaban las miradas. Según Wyoming, los feos seductores siempre destacan. Potau ha dejado estelas de cariño y respeto. Y ha compartido el último surrealismo de Coixet, genio y figura: Rodar en un iglú en Canarias con un icono del cine europeo, Juliette Binoche, con Gabriel Byrne y Rinko Kikuchi. En el Telenotícies le preguntaron si se definía como una cineasta catalana, y Coixet, tan dada a los suspiros, tomó aire y sonrisa: “Mejor incluso, una cineasta internacional, catalana y de Gracia”. Me sorprendió más la pregunta -forzada y forzosa- que la respuesta. De ser ella, hubiera añadido ese cuarterón japonés que tiene: siempre tan discretamente sofisticada, bautizó a su productora Miss Wasabi y eligió el mercado de pescado de Tsukiji para ambientar El mapa de los sonidos de Tokio. En una ocasión rodó un spot para una marca de champú japonés con Anne Hathaway, y los clientes le exigían repetir una y otra vez la toma. Hasta que le dijo a la productora: “Diles que de pequeña esnifaba pegamento en la calle, y que no quiero recaer por tener que hacerla otra vez más”. Y el rodaje terminó. En el cine, como en tantos oficios, todo parece admiración y camaradería, pero hay un cara B; si al ego le sumamos la envidia endémica española podemos entender la tirria que algunos han engordado hacia una directora que se codea con Ben Kingsley, Juliette Binoche, Tim Robbins, John Berger o Philip Roth. Su gusto por el drama, y esa côté intelectual, combinada con un espíritu pop, le han valido el honor de que una parte de la crítica recele de ella. Tampoco ha gustado que vaya por libre. Pobres argumentos contra quien filma igual en Barcelona, Hollywood, Tokio o París, y prefiere, con un pudor coqueto, no hablar de amor, por mucho que sus películas buceen en ese misterio. Amar es dar lo que no se tiene, un salvoconducto para escapar de la realidad y una contraseña para regresar a ella. “No te pases Bonet”, como si la estuviera oyendo. Ahora, en su juvenil madurez, abre la Berlinale con esa belleza que tanto admiramos. ¿O no hemos soñado todas alguna vez tener algo de Juliette? Perlas negras / Cristina F. Kirchner Qué lejos queda la imagen del pueblo jaleando el triunfal relevo en el poder de Cristina a su difunto marido, Néstor Kirchner, ese hombre que ser reía tan bien. Más de la mitad de los argentinos -el 57% para ser exactos- cree hoy que su presidenta (“la Reina Cristina”, le llaman) está involucrada en la muerte del magistrado Nisman. Y viene a cuento la crítica corona que le colocan: la revelación, por parte de Sergio Hovaghimian, exrepresentante de Jean-Pierre, la joyería más elegante de Buenos Aires, de que ha llegado a gastar un millón de dólares anuales en collares de perlas de los mares del Sur (que paga en negro). Ay, los caprichos caros, tan María Antonieta: triste deriva para una mujer en el poder, trastabillarse por la lujuria de unas perlas. Pies descalzos / Shakira La cantante colombiana ha colgado su primera instantánea en Instagram de su recién nacido, Sasha: Un close-up de uno de sus grandes pies descalzo. “Tengo los pies de papi, parece que hubiese estado jugando fútbol toda mi vida”, se leía debajo. La primera imagen de su primogénito, Milan, tuiteada por Piqué, fue también un primer plano de sus pies con unas Nike personalizadas. Los pies tienen mucha semiótica, tanto futbolística como erótica, y también humanitaria. La Fundación de Shak se llama Pies Descalzos. Algo sí ha variado en la transmisión de su felicidad: no son primerizos, por lo que no necesitan decirle al mundo entero que han tenido un hijo, ese sentimiento tan naif y universal, que cuesta moderar. Amor/Odio / Gwyneth Paltrow Hace años que a las alfombras rojas de los estrenos y las portadas de ensueño les sucedieron las polémicas y las burlas en las redes sociales, y que pasó de ser elegida “la mujer más bella del mundo” por la revista People a “la más odiada de Hollywood” para Star. El caso es que su obsesión -y sus meteduras de pata- dietéticas, su inflexible método educativo (sus hijos solo pueden ver la tele en francés o español) y la guerra fría que mantiene con los medios han acabado por convertir el amor en odio. ¿Su última prescripción ridícula? Recomendar en su blog un tratamiento que consiste en introducir vapor en la vagina para limpiarla, y que, según ella “equilibra los niveles femeninos de hormonas”. Del amor al odio, como del deseo al tedio. (La Vanguardia)

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7 de febrero de 2015
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La política y el vestuario

Hace ya casi más de diez años recibí una llamada de la Moncloa. Era la jefa de gabinete de la entonces vicepresidenta, M.ª Teresa Fernández de la Vega, y el asunto parecía bastante misterioso. Las llamadas desde las alturas producen un efecto inhibitorio, pues no sabes si significan una buena o una mala noticia, e incluso temes más la primera opción que la segunda. El equipo de la vice, a quien conocía hacía años por su exhaustiva trayectoria y su compromiso con los derechos de las mujeres, me hizo un avance: “Hemos recibido órdenes ‘de arriba’ con motivo de la boda del príncipe Felipe”, y ante mi gesto atónito remataron: “Hablamos del vestuario de las ministras, sí”. Me quedé tan confundida como planchada, aunque bien es cierto que, hace diez años, los estilistas personales aún no habían florecido como ahora, que hasta la mujer de Rajoy tiene un consejero de vestuario. “Debemos quedar bien”, concluyeron. La expectación creada por un gobierno paritario, el primero en la historia de España, imponía a plomo el peso del tópico acomplejador: de la misma forma que la derecha siempre ha sido la defensora acérrima de la familia -como si los de izquierdas no tuvieran ni les importara- también ha gozado de mayor empaque a la hora de lucir un chaqué o un tocado, como si fueran garantes del buen gusto. El caso es que aquellas ministras socialistas tenían que ser capaces de llevar bien una pamela, dejar de lado blanco y negro, y salir en la foto con discreción y dignidad. Sin apenas proponérmelo, me hallé respondiendo preguntas propias de una especialista en protocolo: “guantes de día, ¿sí o no?”, “¿es obligatorio llevar algo en la cabeza?”. De aquella misión saqué una lección muy clara: de nada sirve decir la verdad cuando alguien se mira al espejo, porque la capacidad de autopercepción de cada uno es intransferible, y a cierta edad y galones, inabordable. Recuerdo este episodio, una aventura excepcional rodeada de fajas y bustiers ministeriales, ahora que La Vanguardia ha tenido acceso a un documento sobre el dress code electoral del PSOE, que llama a sus miembros a evitar la impostura, esto es, disfrazarse, y tener cuidado con los estampados y las joyas excesivas. Sensato parece el manual cuando cualquier síntoma de ostentación y lujo en política significa un suicidio, pero debería bastar con apelar al sentido común de quienes, preparados para representarnos, también tendrían que estarlo para representarse. Nadie en sus cabales contrataría a quien no sepa inglés o no posea una apariencia aceptable. La cuestión que urge plantearse es si hoy, en la política española, la imagen no es la parte sino el todo. (La Vanguardia)

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4 de febrero de 2015
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El dinosaurio no estaba allí

No sabemos ya si nos agarramos a los clichés por deformación de oficio o si el oficio se nos ha deformado hasta el extremo de que los clichés nos cogen por la solapa para que colemos “un espectáculo dantesco”, “un asunto kafkiano” o “un propósito quijotesco”. Veamos si no este párrafo: da igual que caiga un sol de justicia, una copiosa nieve o que el cielo esté encapotado… siempre habrá un buen motivo para celebrar algo en un marco incomparable y colgar el cartel de no hay entradas. Eso es llegar y besar el santo, saborear el triunfo aunque se haya sudado sangre, no es baladí y supone otra vuelta de tuerca en un abrir y cerrar de ojos, hasta copar los titulares, con un público rendido a sus pies, demostrando que hay luz al final del túnel. Si usted, amable lector, ha llegado hasta aquí en verdad merece un capítulo aparte, o vale su peso en oro, porque no hay peor indigestión lectora que la saturación de tópicos. Por mucho que nos agarremos a un clavo ardiendo y digamos que hay artículos que uno nunca quisiera escribir, seguimos sin expresar nada de nada, amparados en la pródiga colección de latiguillos mediáticos que a menudo se nos cuelan, o voluntaria e idiotamente, creyendo que el lector es ingenuo. ¿Por qué titulamos tan a menudo “Cómo hacer X y no fracasar en el intento”, o esperamos a alguien que nunca es Godot? Hace unos meses, el periodista Jaime G. Mora registró en su blog todo un repertorio de lugares comunes tan prestos como el primer día; ahí quedaban retratadas algunas de nuestras bochornosas debilidades, aunque también capté la humilde melancolía del plumilla que acaba sucumbiendo a lo redicho, por mucho que en sus fantasías literarias hubiera llegado a pensar que podía llegar a atrapar, provocar, incluso enamorar al lector. En Kassel no invita a la lógica -que da para muchos artículos-, el escritor Enrique Vila-Matas da algunas buenas razones por las que se escribe, pero antes va a la esencia de la literatura de la mano de Kafka, quien se preguntaba si será cierto que uno puede atar a una muchacha con la escritura. Ni entretener, ni hacer reflexionar, sino “atar al lector, para adueñarse de él, para seducirlo, para subyugarlo, para entrar en el espíritu de otro y quedarse allí, para conmocionarlo, para conquistarlo”. Claro que los tópicos en la literatura superventas engrasan aún más que en los medios de información. Del mismo modo que algunos guardias dicen “correcto” o “afirmativo” en lugar de un sencillo “sí”, muchos periodistas siguen empeñados en que “con la que está cayendo” es “mejor no poner el dedo en la llaga” en lugar de renovar sus armarios de frases hechas. Vila-Matas apela también al deseo por lo nuevo, y dice que es su forma de estar en el mundo: “Hablo de ese desvelo continuo por buscar lo nuevo o por creer que quizás pueda existir lo nuevo, o por encontrar eso nuevo que siempre estuvo ahí”. Pero que no es el dinosaurio. (La Vanguardia)

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2 de febrero de 2015
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La vida es un código

Cuando los turistas empezaron a visitar las catedrales españolas, detrás de los confesionarios aparecía siempre una devota feligresa que reprobaba con aspavientos -a falta de idiomas- tirantes y escotes. Y en verdad, cuando osábamos entrar con shorts en un templo, nos embargaba una congoja similar a la de la pesadilla de soñarnos desnudos en la vía pública. El contexto determina la actitud, y una de las derivaciones de la empatía es saber armonizar el cuándo y el dónde con el cómo. El gurú de la diplomacia Shaun Riordan suele darles un consejo multiusos a sus alumnos: “Cuando tengas dudas, actúa para que nadie se sienta molesto ni herido”. La diplomacia aún necesita actualizar protocolos ancien régime, pero veamos que rápido se ha solucionado el tema de los maridos de los embajadores: Basta un Mr. Smith, esposo del embajador de EE.UU. en España y decorador de Michelle Obama, o un Monsieur Lalrinsan, casado con el Embajador de Francia. Las mujeres, en cambio, siguen siendo señoras “de”, y aparcan su apellido a las puertas de la embajada. Es algo cultural, se dice; y por supuesto no nos escandaliza tanto perder el apellido como cascarse un velo. El caso es que Michelle Obama -que también dejó el apellido en la cancela de la Casa Blanca- no se puso velo para rendir los honores al difunto rey Abdalá bin Abdelaziz, de Arabia Saudí. Los autóctonos criticaron la ausencia de detalle: Qué falta de respeto, dijeron, aunque aquí nos pareció que decían: Qué falta de miedo. Nada que ver con los pusilánimes Time o Post, que ni se atrevieron a dar en pequeñito las viñetas de Charlie Hebdo (para no provocar). Michelle es de esas mujeres que necesitan de la semiología para comunicar su mensaje. Podía haber optado por no acompañar a su marido al país de los petrodólares, donde todo el mundo quiere hacer negocios nutritivos, pues la postura de Occidente frente a las contradicciones de los países del Golfo no es caldo de pollo sino auténtico cocido. No era la primera ni será la última que desafíe los códigos locales. A diferencia de la reina Letizia, que se cubrió sutilmente la cabeza para visitar oficialmente Marruecos -la reina de África la apodaron-, Michelle prefirió lucir su empoderada melena al viento de la libertad yanqui (aunque luego te controlen el teléfono e Internet, díganselo a Edward Snowden). Si buscaba la complicidad de las autóctonas, de poco le serviría el gesto, porque para la mayoría llevar velo en público es un código cultural completamente interiorizado. El savoir faire de la vieja Europa, ceremoniosa, cumplida y, pese a todo, señorial dialoga con el “desenfado” norteamericano (que en el fondo no es sino la demostración de que les falta mundo). Porque, ¿cómo se concebe que Obama no estuviera en París el día de la Marcha Republicana? Mientras, política y realeza europea complacen el protocolo foráneo y, según titulares: “Causan sensación con sus velos”. La vida es un código, con sus pins y puks, sus apellidos, sus corbatas, sus pañuelos. Y el secreto consiste en saber descodificarla. Leyenda viva / Iris Apfel Si hace una semanas era Joan Didion y su campaña para Céline quien rompía la imperativa alianza entre moda y juventud, ahora es la diseñadora Iris Apfel, que cumplirá 94 este año, quien demuestra una vez más que el estilo es sobre todo una cuestión de actitud. Inimitable, siempre sobrenjoyada y con sus gafas negras convertidas en iconografía de resistencia, contó entre sus clientas más fieles a Greta Garbo o Estée Lauder y llegó a estar en nómina de la Casa Blanca, donde trabajó durante nueve mandatos, de Truman a los Clinton. Tras su exitoso paso por algunos de los festivales más cool -Nueva York, Palm Springs, los Hamptons-, el documental sobre su vida y obra, Iris, se estrenará en abril en EE.UU., dispuesta a reescribir De senectute. Casta diva (pop) / Taylor Swift Los hackers que aterrorizan a actrices, cantantes y celebrities anuncian haberle robado fotos íntimas a Taylor Swift, siempre tan perfecta, angelical, cursi; y ella, en vez de echarse a temblar, se da el gustazo de responderles: “¿Hackers que tienen fotos mías desnuda? Pfff… ¡Ya les gustaría! Pasadlo bien con el Photoshop”. En un tiempo en que la popularidad de estrellas como Lady Gaga, Rihanna, Nicki Minaj crece más a golpe de selfie caliente que de single, hoy casi se nos hace extraño el recato de la otrora cantautora country. El elemento sexy, lejos de languidecer, se ha convertido en una poderosa herramienta de marketing, aunque también cansina, por ello la castidad folk parece, más que excéntrica, escandalosa. Sin aditivos / Matías Prats Pocas simpatías son comparables a la del impertérrito Matías Prats, capaz de abrir y cerrar un telediario con la frescura de la primera vez, aunque lleve toda la vida diciendo “Buenas tardes”. En el 25.º aniversario de Atresmedia, en el antiguo edificio de Correos, demostró una vez más -junto a la naturalidad de Susanna Griso- que existen grandes amores de cámara y plató. Los rostros de la tele y la radio tuvieron un vis-à-vis con los Reyes, fundidos entre corrillos. Políticos y periodistas aprovechaban para dar o recibir, precalentando mensajes electorales. Felipe VI emprendía esa misma noche un viaje a Etiopía, por lo que Prats le felicitó con sinceridad: “Majestad, Etiopía es un lugar muy divertido para pasar un cumpleaños solo”. (La Vanguardia)

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31 de enero de 2015
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Un hombre joven de 40 años

Las avenidas se han llenado de capuchas, zapatillas deportivas y camisetas rotas. Un aire de campus polideportivo reina en las horas punta, y no sólo por la mañana, cuando los runners y los caminantes activos cumplen con rigor con su primer mandamiento: “Soy lo que corro”. No importa la edad ni la clase social, ni tan siquiera la profesión, jóvenes y séniors prefieren sin complejos la licra a la seda o las mallas al pantalón de lana fría, sin que por ello acusen dejadez en su atuendo. Las madres acuden a la salida de los colegios con chalecos multibolsillos, pitillos elásticos y unas vistosas New Balance; y, en los aviones, los famosos visten como hacían antes las folklóricas para pasar desapercibidas: chándal, gorra y gafas de sol. Unos y otros, en su desparpajo casual, abominan de la etiqueta sustrayendo autoridad a la moda. Health goth, le llaman a la última tendencia que quiere suceder al normcore (vestir de forma anodina). Importa la comodidad, pero sobre todo hay que procurar sensación de ligereza para rejuvenecer -que parece una opción más asequible, y menos ingenua, que reinventarse-. Algo ocurrió cuando la sudadera de capucha, o hoodie, una prenda básica de la cultura hip-hop afroamericana, empezó a seducir a los diseñadores. Los movimientos subculturales y de protesta la habían coronado como santo y seña, con un mensaje claro: “Soy desobediente. Lejos del mundo de la oficina, del hombre del traje gris, o de la distancia con el poder y todo lo que signifique opresión, hoy la moda ha logrado banalizar sus aspiraciones y convertirla en una ofrenda del culto a la juventud. De Eminem a Mark Zuckerberg. Por ello no sólo son los indignados sino también los conformados quienes la lucen hoy. Incluso las hay de cachemira. Entre las razones, acaso la más clara sea una pregunta-diagnóstico con la que el antropólogo social Carles Feixa cierra su libro De la Generación @ a la Generación # (Ned Ediciones): ¿Asistimos al fin de la juventud? Feixa, que empezó su brillante trayectoria estudiando las tribus urbanas de los 80 y las bandas juveniles de los 90, investiga con tanto rigor como empatía el actual tránsito de la era digital a la hiperdigital y su impacto en nuestros jóvenes. Asegura que los ritos de paso han sido sustituidos por los ritos de impasse, y es cierto que los locutores dicen “un hombre joven de 40 años”. Los adolescentes amenazan con adelantar a los adultos gracias a su dominio del mundo digital, mientras estos se sienten jóvenes con sesenta. Los valores intrínsecos de la juventud se han generalizado: su urgencia, su ensimismamiento, su militancia, su desesperación. ¿O acaso es que alguien quiere ser viejo? Definitivamente, la juventud ha muerto de éxito. (La Vanguardia)

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28 de enero de 2015
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Capitalismo ?arty?

La economía liberal tuvo que sacrificar algunas de las ventajas del viejo mundo, y una de las más dolorosas fue la pérdida de la amabilidad. El sistema exige un cableado hostil de requerimientos y obligaciones para subsistir, incluso en precariedad. Aquel paseante ilustrado que cruzaba los bulevares europeos con bombín y bastón, y saludaba inclinando la cabeza, se convirtió en un individuo robotizado al compás de una racionalidad calculada que no entiende de cortesías. Feo en su moral, cínico incluso, el liberalismo buscó abrigo en la belleza, como si esta pudiera aliviar su carga. “El capitalismo artístico aparece como un vehículo mayor de estetización del mundo y la vida”. Así arranca Gilles Lipovetsky su nuevo ensayo: La estetización del mundo (Anagrama), que firma junto a su colaborador Jean Serroy. Ante un panorama cada vez más desagradable y uniforme que parece diseñado por el mismo arquitecto encargado de levantar centros comerciales, hoteles, aeropuertos y urbanizaciones clónicas, Lipovetsky se propone reconocer la aportación estética del capitalismo: sus costumbres excelsas pero también sus fracasos. El pasado otoño cené con Lipovetsky y Montse Ingla -Antoni Munné como maestro de ceremonias- en Farga, después de una de las Converses a La Pedrera, donde el sociólogo que ha analizado con más empeño el aire de los tiempos, ya nos adelantó el retrato de la nueva burguesía. Como reacción ante la lógica hiperracional, esta se refugia en una onda estética, intuitiva y emocional, deseos de que todo a su alrededor sea bonito, además de aromático y experiencial. Este es el paisaje que en poco menos de un cuarto de siglo hemos habitado: una sociedad de marca, con costumbres sibaritas, que ha exaltado el paladar y se ha convertido globalmente en gourmet -hoy, incluso los niños cocinan-. La afición por decorar nuestras casas, ya no sólo para recibir y deslumbrar, sino para coleccionar una serie de pequeños placeres que sustituyen la falta de oráculos, es un perfecto ejemplo. También nuestro alrededor ha dado un vuelco espectacular: el escenario urbano está poblado de bicicletas y monopatines, de coches eléctricos y runners con auriculares. Los viandantes andan mirando sus pantallas, a no ser que corran, entonces miran al infinito. En los cafés, la gente también se centra en las pantallas, y se puede comer exactamente el mismo croissant o beber el mismo café en cincuenta puntos de una ciudad y miles de ciudades en el mundo. Una producción prefabricada servida con música de Band of Horses, aroma de caramelo y wifi. Paisajes fríos, anodinos e indistintos convergen con una predisposición a sustituir la amabilidad por el estilo y la espontaneidad por el marketing. Reclamamos personalidad en unos tiempos antipáticos en que la experiencia estética parece ser la panacea, no tanto como exaltación sino como pose. (La Vanguardia)

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26 de enero de 2015
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La casta y el ?lomanismo?

Madrid es portentoso en sus mezclas, sobre todo porque no son forzadas, ni tan siquiera estratégicas, sino que surgen de forma espontánea como si un superglue uniera con suavidad los extremos más resistentes. Veamos sino: En el afrancesado barrio de Chamberí Carmen Lomana reúne en su salón admirablemente tapizado a Juan Carlos Monedero, Cristina Cifuentes, Elena Benarroch, las Nancys Rubias, militares de la casa del Rey, inspectores de Hacienda y algunas señoras “muy carcas”. Lomana es una dama encantadora y divertida, con un físico californiano -una mezcla de Linda Evans y Gwyneth Paltrow-, aunque fuera niña de Donosti (con abuelos que hicieron las Américas) y le chifle Cataluña, de donde era su madrina, Pepita Valerí, “procedían de Cadaqués, pero vivían en la calle Balmes”. Se quedó viuda a los 46 años y se entregó al vestuario y las antigüedades. Hasta que, bien pasados los 50, inició una nueva vida sin proponérselo. Puede que algunos reparos hacía ella procedan de su habla parsimoniosa y engolada. Pero ningún prejuicio de pija boba la amedrenta: “Aldeanismo y punto”. No los tuvo Monedero cuando, tras llamarle ella en Twitter “impertinente y curilla” y añadir que tenía muchas preguntas que hacerle, la respondió “te tiro el guante, cuando y donde quieras”. Se citaron en el Pepe Botella de Malasaña y ambos quedaron satisfechos y sorprendidos: “Parece un trotskista malhumorado, pero tiene mucho encanto, es interesante y humilde”. La aleación Lomana-Monedero es una estampa mediática de alto voltaje. Él, un profesor brillante con look postadolescente a los cincuenta tacos, que completó su formación en Alemania -nada menos que en Heidelberg y con Klaus von Beyme- necesita epatar, algo común entre la plana mayor de Podemos, un partido asambleario y buenrollista, pero con egos por todo lo alto. Además, uno de los diktats internos consiste en acercarse a caras conocidas e influencers para derribar muros preconcebidos. Lomana -que votaba al PP y ahora no los quiere ni ver, “han mentido y abandonado a los españoles”- ha ejercido estos días de analista política en las radios: “Los quieren machacar. ¡Y venga con el sambenito bolivariano! Él ha cobrado por un trabajo, no como los otros que han cobrado por nada. Y, además, ha traído el dinero a España”. Y continúa, con una lógica imparable: “Esto les ha sobrepasado; no ganarán las elecciones, aunque tengan mucho tejido social que empatiza con ellos… Aún no están para gobernar. Igual dentro de cuatro años”. Podemos recuerda a una start-up. No tanto por su factor de innovación, ya que rescatan L’estaca, pero sí por su cuadrilla de entregados partidarios que echan horas a destajo sin remuneración material mientras a sus jefes, consultores bien pagados a quienes les buscan muertos en el armario, no les mueve tanto la vocación de servicio público como demostrar que representan la intelligentsia patria y saben que uno de los grandes errores de esta vida es ser un descastado. Gitano vertical / Kelian Jiménez En Casa Patas nadie deja las maderas tan curtidas como Kelian Jiménez, gitano de Caños Rotos, el barrio más flamenco de Madrid y cuna de artistas, donde se crió con los grandes y aprendió con ellos. El suyo es un baile tan rabioso como vertical.Tan doloroso como soberano. Rizos suaves y brillantes, foulard de lunares, de negro y perfumado y con sus tacones cuadrados para doblarse a compás, sin que la técnica (virtuosa) mate al duende, el bailador es capaz de crear nuevas sombras chinescas que hacen llorar a los japoneses más aflamencados. Con Arrieritos somos, su compañía, ha coreografiado historias del éxodo, o las 13 rosas. Kelian no es marketing. Es una suerte encontrar tanta delicadeza y majestuosidad en la escena: un rey gitano puro. Rififí en el PP / Luis Bárcenas No sé si se acordarán de las películas de gángsters de Delon, Belmondo y compañía allá por los setenta: Círculo rojo, El clan de los sicilianos o Borsalino. Solían comenzar con la salida de prisión del protagonista -Delon, evidentemente-, para sobresalto de sus enemigos. Hace dos noches me las devolvió a la mente la excarcelación de Bárcenas, Luis el cabrón, de Soto del Real. Sobre todo sus palabras para Rajoy (y eso que no tenía “mensajes para nadie”): “Le he hecho caso y he sido fuerte. El PP no tiene nada que temer”. Y levantó los cuatro dedos, en homenaje a sus excompañeros del pabellón 4. Si el final de la historia se parece también a los de aquellos polars, en Génova deben estar haciendo ya sesiones de cineclub. Romance remake / Lara y Fernando Nunca he entendido a las guapas televisivas que se maquillan los párpados de día como si fuera de noche. Con lo hermosas que lucen sin tanto maquillaje ni esas uñas largas que asustan a los niños. Pero su receta debe funcionar porque pasan de una cadena a otra con vértigo y ritmo, sobre todo si han ejercido como Lara Álvarez de periodista deportiva sexy reconvertida en presentadora sexy. Álvarez protagoniza ahora un romance-secuela del de su colega Sara Carbonero. Tras los coqueteos con Sergio Ramos, ha cambiado no sólo de cadena sino la hierba por el paddock, ennoviada ahora con Fernando Alonso. Los amores de revista a la velocidad de la fórmula 1 y al decir de Sabina: “La frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta”. (La Vanguardia)

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24 de enero de 2015
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