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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Uñas rotas

Hace tiempo que advierto la proliferación de locales de manicura en las ciudades de todo el mundo: pequeños establecimientos con olor a esmalte que hacen las delicias de las mujeres, sean ejecutivas o becarias, con precios inferiores a los quince euros. La manicura se ha democratizado, dejando de ser una coquetería ­propia de privilegiadas, y hoy iguala clases y condiciones a diferencia de los limpiabotas, servicio cada vez más escaso y desfasado. Una brigada de profesionales chinas o colombianas -muy cotizadas estas- ha pasado a ser la solución benefactora para las manos de las mujeres torpes o que andan demasiado atareadas para cortar sus pieles muertas. Se sientan frente a ti, con la espalda encorvada, cuencos de agua caliente y pequeñas toallas en el regazo mientras van tomando tus dedos, uno a uno, entre sus manos silenciosas que exfolian, masajean y aplican gel permanente. A veces adviertes que su silencio no es blando sino azul, como los blues. Y que bajo su bata blanca habita un cuerpo agotado y una vida subrogada. ¿Por qué el nuevo código estético puede tolerar casi cualquier cosa -unas zapatillas deportivas, un piercing en la lengua, una orgía de pulseritas roñosas-, pero difícilmente admite la visión de unas uñas estropeadas? La fiebre de la manipedi ha dado nuevos bríos al sector de los esmaltes de uñas, con un crecimiento espectacular y un pantonario que va del azul pitufo al amarillo Simpson, pasando por el rouge Chanel. Y no es fácil explicar este boom en nuestros tiempos low cost, por mucho que las ciudades sean parques temáticos colonizados por marcas globales y su uniformidad ha sido clonada de norte a sur. Se calcula que en EE.UU. existen ya 17.000 puestos de manicura, y en la modélica Nueva York el crecimiento es descomunal: tres veces mayor que en Los Ángeles o Chicago. De hecho, The New York Times ha realizado un recuento sorprendente: en un solo barrio del Upper East Side los nails triplican a los Starbucks. A las 8 de la mañana, cuenta la cronista, de maltratadas camionetas Ford saltan mujeres en su mayoría asiáticas; el mismo estilo que con los trabajadores de la construcción. Trabajarán entre 10 y 12 horas, y, si ­demuestran capacidad, entonces puede que a los tres meses ganen entre 10 y 60 euros al día. En algunos ­salones de Harlem deben pagar para beber agua. Mujeres pobres a las que su supervisor les ha cambiado el nombre -Sherry o Betty en lugar de Ma Lea- cortarán los callos y rebajarán durezas de los pies de algunas millonarias con sandalias de Prada y diamantes de H. Stern. Hay quien dice: “Me he hecho las manos”. Otras las pierden, en esa dinámica perversa que dilata la brecha entre servidumbre y servicio. (La Vanguardia)

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13 de mayo de 2015
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Águila roja

Dice un proverbio japonés que un hombre es el espacio que ocupa. Si fuera así, podríamos decir que Collboni es un hombre multiespacio, que de los lavaplatos y las tuberías de la política ha pasado al escenario con la plena convicción de que el atril es hoy es el lugar correcto. “Coll-bo-ni- no es tan difícil”, reza su publicidad mediática, recordando los estragos que tuvieron que pasar algunas cabeceras de prensa internacionales para hacer cuajar su nombre, que al principio la gente pronunciaba con gran exotismo. Además de masticar su apellido, su campaña -dirigida por el también polivalente Risto Mejide- quiere ser poco política “para conectar con lo que quiero comunicar: el sufrimiento de mucha gente como consecuencia de la crisis, y con lo que se puede hacer desde el Ayuntamiento”. Collboni tiene una sonrisa de hombre serio, tenaz, de quien al escuchar aprieta los labios en lugar de interrumpir. O del que parece que nació para decir “no fotem” sin que suene a “basta ya”. Una sonrisa inglesa que a veces chispea y otras endulza, y que parece convincente tanto cuando habla de amor como de empleo. Algunos creen que no era necesario su parpadeo submarino de Con el agua al cuello, ese video-performance con eslogan que emula el No surprises de Radiohead y que tanto ha gustado a los hipsters. Pero Collboni saca el pecho del chaval concienzudo que fue delegado de clase, o del joven socialista que bautizó un gay power barcelonés, consiguiendo un cambio histórico que incluyó el matrimonio homosexual. Lo celebró casándose con su pareja, Óscar Cornejo y entre los invitados, la UGT se mezcló con Sálvame. Barba muy perfilada, a lo Tom Ford, canas de experiencia (pero sin pasarse) y un gris que suele ir con los trajes, sobrios, casi pijos, pero sin el exceso madrileño. A diferencia de Hereu o Navarro es el único mandatario del PSC que se siente cómodo con su chaqueta. Posee gustos florentinos, como las primeras enciclopedias ilustradas de finales del siglo XVIII. “A Jaume lo comparo con un águila, pero no de rapiña, sino imperial; no lo ves pero lo controla todo” dice su amigo Gerard Guiu, director de proyectos del Barça. Collboni se declara un optimista de la voluntad y habla en términos propios de coach: “La capacidad de resistencia es la capacidad de resistir la soledad”. Su relación con los aromas está bien documentada en su creciente videografía: en uno de sus retratos, se le graba oliendo jabones a granel y elige el de aroma a magnolia: era el árbol de su infancia, en Premià de Dalt. La magnolia no es huidiza como la violeta, que viene y va, sino que persiste, gozosa. Curiosa exaltación del poder evocador del olfato por parte de un hombre que no utiliza perfume, sólo aftershave.

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12 de mayo de 2015
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La gran vejación

¿Por qué se sigue violando masivamente a mujeres? Aunque sea una pregunta molesta, es necesario seguir removiendo las rocas de ese sinsentido que somete, veja, daña y aliena. Mucho queda por discutir acerca de lo que subyace bajo ese acto de dominio masculino, porque ¿qué placer se puede extraer de un cuerpo doliente, un cuerpo, incluso, a medio hacer, como es el caso de las niñas violadas por Boko Haram, ese ejército de tarados que impone a sangre y fuego el horror? Su único delito es el de nacer niñas y sentarse frente a un pupitre, y hay que subrayarlo las veces que haga falta. Es difícil tragar la información que revela la extrema violencia practicada contra niñas de diez años. Igual de complejo resulta afirmar que esa es la causa de tantos suicidios, el único salvoconducto que tienen muchas para escapar al deshonor y a la herida que no se cierra. Sucede en Pakistán e India, en la República del Congo, Somalia y muchos otros países que, por suerte, están lejos. En España, el maltrato contra las mujeres, a pesar de su condena pública y su legislación, recibe castigos light según han divulgado varias informaciones: un 86% no llega a pisar la cárcel y lo expía con trabajo social, igual que los que cometen una infracción de tráfico. Pero ¿no estábamos hablando de terrorismo doméstico? “Todo ello responde a una masculinidad neurótica que se siente en inferioridad”, asegura Idili Lizcano, fundador de Alqvimia, en un Foro sobre Liderazgo Femenino que pretende ahondar en el nuevo paradigma empresarial comprometido con la igualdad. Lizcano abunda en ejemplos históricos para afirmar que “las sociedades que no respetan a sus mujeres son castigadas”. Que la violencia sexual siga siendo utilizada como arma de castigo informa acerca de la perpetua impunidad de callar una voz y arrancar la libertad a golpe de una bragueta enferma. El oscurantismo, el extremismo religioso, el analfabetismo, la falta de empatía y sobre todo la concepción de la mujer como poco más que un objeto, son los actores principales de este drama tan denunciado como persistente. “Al menos, ahora la consideramos ilícita, cuando hace apenas cincuenta años quien violaba a la criada era excusado, incluso se despedía a la sirvienta, porque se sobrentendía la subordinación sexual de la mujer al servicio de los instintos del hombre. Hoy, en cambio, nadie puede cometer una violación sin envilecerse a sí mismo”, reflexiona el filósofo Javier Gomá al preguntarle sobre esta realidad poco comprensible cuando el sexo acude raudo a golpe de clic. Existe, no obstante, una fatiga de la compasión que se resigna ante los terribles casos del día a día. El cambio de mentalidades -invertir en educación, promoción de la igualdad y endurecimiento de leyes- ha cristalizado pero no lo suficiente como para impedir que la próxima vez que vuelva a escribir sobre la gran vejación todo siga exactamente igual. (La Vanguardia)

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11 de mayo de 2015
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Ada Colau, imparable runrún

¿Qué verá al mirarse? Unas cejas pobladas, sin depilar, que le imprimen carácter; poca broma ante una mujer que no manipula el arco de sus cejas. Ada Colau tiene nombre de novela catalana y una mirada limpia. Hay algo en su rostro de mujer antigua, de pubilla de Terra Baixa o incluso una sobriedad risueña propia de aquellas 13 rosas republicanas. “Una mujer normal, muy normal”, le insistía a Albert Om en su programa El convidat mientras recogía la ropita tendida de su hijo. Parecía una escena del neorrealismo italiano, con su vestido moteado, doblando los pequeños calcetines del bebé que había en el tendedero. Pero ¿cómo va a ser normal Ada Colau a pesar de sus intentos por parecerlo? Se ha forjado un relato bien tejido: inquietud social desde niña, campañas antiglobalización de joven, angustia en casa por no poder pagar la hipoteca, estudios de Filosofía -a sólo un paso, dos asignaturas, de conseguir el título-, aunque acaso Colau lo asuma como una desacomplejada autodidacta que antepone el bagaje al título. No parece fortuito que estudiara Filosofía, bien consciente de la máxima de Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”, y que se dedicara a la interpretación. Si la urgencia del desahucio no se hubiera convertido en cruzada, quién dice que no habría podido llegar a ser una Carmen Machi, provista de esas imágenes populares a las que recurre con frecuencia: “Es como mandar a un zorro a que cuide las gallinas”, o “conseguir el pan entero, no sólo las migas”. “Una ama de casa agradable”, me dice una peluquera rumana cuando le muestro una foto. “Una actriz”, opina su jefa. “Me recuerda a esa vecina comprometida con el bien común, luchadora, práctica, perseverante…, tanto que, al final, acaba resultando cargante y uno la evita en el ascensor”, opina un profesor de Ciencia Política. ¿Y en el pueblo? ¿Qué dirían en mi pueblo?: “Algo hombruna pero franca, valiente. Cuando sale en la tele un poquito pintada, está mucho mejor”. Es una política a la que los anglosajones denominarían single issue: si la sacas de las políticas sociales, su safety zone, su programa es una incógnita, aunque las encuestas le den la alcaldía. En época de bonanza líderes como ella, Manuela Carmena en Madrid o Pablo Iglesias no tendrían cancha para jugar con los bipartidistas mayores. De entre todos, Colau es quien respira una mayor cercanía, y, como la generación Podemos, sabe comerse una cámara vestida con su ropa de marca blanca. Hay un gesto que define su coquetería cuando se coloca el pelo por detrás de las orejas. Lo hace con las dos manos. No es la coquetería de una seductora, sino de quien quiere convencer, con un ansia de limpieza y la cara al descubierto, entregada al imparable runrún. (La Vanguardia)

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10 de mayo de 2015
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Chorros de lágrimas

Hay lugares donde se llora mejor que en otros. Por ello existe la imagen universal de una mujer, incluso un hombre, recostando la cabeza en la ventanilla de un tren o un auto, como si junto al cristal la tristeza hallara buen cobijo. De la misma forma que en muchas novelas -no sólo en las malas- llueve al empezar un capítulo, el llanto, en el cine, acostumbra a crear una cápsula de intimidad y por ello desarma a sus personajes bajo la ducha, donde su pena parece más resguardada. Existen escenas inmortales, basta recordar la sobreexplotada Desayuno con diamantes, en que las lágrimas corren bajo la lluvia aprovechándose del paralelismo estético entre el aguacero que empapa y el lagrimal ardiente. Se llora por horror y dolor, que suelen ir de la mano, también por autocompasión -un sentimiento que envilece- o por esa clase de tristeza que ahueca el pecho y te hace creer que eres la figura más pequeña del juego de matrioskas. Los humanos acostumbramos a llorar para pedir ­ayuda, y tanto puede ser una señal de naufragio como de tontuna. El llanto público en los adultos es considerado una anomalía, dado que una de las características hegemónicas de la madurez es el autocontrol. Mucho se ha ­hablado y escrito acerca de la masculinidad lacrimosa,de una emotividad que ha llegado a cuestionar la pro-pia ­hombría, como si las lágrimas pertenecieran de porsí a aquello que nos hace defectuosos aunque encierren no pocos interrogantes, entre ellos su relación entreel sentimiento y el decoro. Leo en New York Magazine un revelador artículo sobre por qué lloramos bajo el chorro a presión que limpia y alivia. El doctor Randolph Cornelius, experto en la psicología de las emociones, sostiene que los humanos desarrollamos la capacidad de llorar con el fin de transmitir mensajes sociales a los de la misma especie. “En mi opinión, el llanto emocional, del que sólo los seres humanos parecen ser capaces, ha evolucionado para señalar nuestra vulnerabilidad y solicitar ayuda”. Algo bien distinto sucede cuando se llora solo, bajo la ducha, como una forma de pedirse ayuda a uno mismo. Desde la privacidad que garantizan un baño cerrado y una mampara hasta el aislamiento de una acuosa insonorización, pasando por el hecho de estar desnudos, sin máscara alguna, pueden llegar a conectar el grifo abierto con el desahogo que reclama la tristeza. Curiosamente, también con la alegría. ¿Por qué se canta con brío y pulmón bajo el chorro de agua que cae sobre la nuca y se desliza por el rostro? Quizá porque también representa la promesa de felicidad, el inicio del día con la esperanza enjabonada. La ducha, patrimonio íntimo de la humanidad. (La Vanguardia)

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6 de mayo de 2015
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Política de ambientador

La política española busca desesperadamente su Ambi Pur, si bien parte de una confusión de base: el olor es el más mudo de entre todos los sentidos, esquivo a las palabras, aunque las tengamos en la punta de la lengua y sepamos lo que queremos expresar. Acostumbramos a definir los aromas a partir de las sensaciones que nos producen, de pestilente a misterioso; o bien con metáforas oblicuas que recurren a otras esencias. Hoy, uno de los adjetivos más utilizados para aportar un valor aspiracional -sea en arte, literatura o política- es fresco. Pero, ¿quién es el listo capaz de definirlo con precisión? De forma literal, cabría preguntarse si nos referimos a la menta, al neroli, al limón, al almizcle o la lavanda, ya que la noción de frescor es tan subjetiva como la propia elección de un perfume. No hay aroma más rancio que los ambientadores sintéticos de pino que se utilizan en algunos coches, barriendo por completo el efecto buscado. Pero ahí están, con su falso frescor bienintencionado. Juan Carlos Monedero asegura que una de las razones por las que abandona sus cargos en Podemos es porque ha “perdido la frescura de sus orígenes”, y se remonta al 15-M, cuando en la Puerta del Sol, tras días de acampada, se olía a intemperie -el olor a calle es inconfundible- a camiseta revenida o a pelo sucio. Borja Sémper, presidente del PP de Gipuzkoa, ponderaba por su parte el viernes en San Sebastián “la frescura de los jóvenes, gente limpia de polvo y paja”. Y, al tiempo, Manuel Chaves aseguraba, refiriéndose a Podemos y a Ciudadanos, que “esos dos partidos políticos, con ese lenguaje tan nuevo, tan fresco, tan espontáneo, han puesto encima de la mesa de negociación un chantaje”. De Albert Rivera se destaca a menudo su aporte de frescura, como si fuera un caramelo de eucalipto, una contrafuerza fresca frente a un Podemos -con notas amargas de regaliz- que precisa de una Isabel Coixet para que les aconseje no sólo un color sino un perfume identitario. Pero la aspiración a la frescura entraña una paradoja: se reclama experiencia, solidez y preparación, y a la vez una fragancia a nuevo. Un aroma refrescante pero contundente, que no se evapore al instante, condición que niega la propia naturaleza del término pues lo fresco es volátil y su gracia ­radica en que no persista. Puede que todos aquellos que reclaman frescura a quienes deben de encauzar el rumbo del país realmente se refieran a de­tergente y suavizante, incluso a lejía o amoniaco. También a cambio gene­racional, a códigos menos envarados, a privilegios medidos. Pero, por algo ­será que dicen frescura como si la bendita naturaleza pudiera airear el olor a cerrado que emana de este juego de tronos tan maloliente. El mismo que Gombrowicz capturó en sus diarios, después de un desayuno en L’Her­mitage: “La comida olía como un retrete de lujo”. Vísceras frescas y aromatizadas. (La Vanguardia)

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4 de mayo de 2015
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La escuela Beckham

Lejos de considerar un espectáculo bochornoso el que representaban aquellos boys con el torso desnudo a las puertas de los Abercrombie & Fitch del mundo entero, los consumidores ávidos de performance lo encontraban un reclamo simpático. Ni las jovencitas ni sus madres que se fotografiaban con ellos, medio avergonzadas o tan ufanas, se plantearon el sexismo que escenificaba la utilización de los cuerpos de esos hombres obligados a sonreír, contonearse, y quitarse la camisa de cuadros a dos grados bajo cero en la Quinta Avenida. En la castellana plaza del Marqués de Salamanca, cuando irrumpieron con su gracejo teen, no hubo manifestaciones de feministas solidarias contra la cosificación de sus hermanos hombres, ni estos parecieron sentirse ofendidos. “Peor es tener que disfrazarse de Bob Esponja o Dora Exploradora”, razonaban algunos señalando al negocio infantil -por llamarlo de alguna manera- de las chiquifiestas. La cadena de tiendas de ropa casual made in USA le añadió un punto de show al intercambio comercial: ambiente de discoteca, dependientes vigoréxicos y una fragancia penetrante que invade violentamente la memoria olfativa (una especie de Varon Dandy sofisticado)… los boys de Abercrombie fueron educados en la máxima de que más allá de vender productos, había que vender experiencias. Formaban parte de esa moral hedonista tan de nuestro tiempo: primero disfruta y luego piensa de qué forma has disfrutado. Un mandato universal que convierte al placer en el principal objetivo vital, aunque se trate de una promesa infausta que acabará arrastrando calamidades. Los chicos Abercrombie tienen nuevo jefe y este les ha pedido que de nuevo se pongan la camisa. No obstante, son fruto de la escuela que hace unos veinte años inauguró un futbolista con talento y belleza. En lugar de esconderla bajo la camiseta del Manchester United, la evidenció con bíceps torneados, tatuajes y peinados a cada cual más osado. Beckham -que este fin de semana cumplirá 40 años en Marrakech sin crisis y con su cuadrilla de vips- encarnó la liberación del metrosexual, un hombre gustoso de conocerse y ávido por exhibirse, sin que por ello se cuestionara su orientación sexual. Sex-appeal y visión de juego, buen toque con los dos pies, coquetas poses, además de una mujer superestrella y cuatro hijos. Su estilo hizo estragos y se convirtió en una marca logrando que el fútbol pasara a ser un deporte sexy. ¿Trajo algo positivo la metrosexualidad a la equiparación de sexos? A las mujeres les complació que ellos se introdujeran en el hábito del cuidado de sí i abandonaran su tosquedad. Que además de compartir la pasta de dientes, usaran la crema para las patas de gallo acercó a algunas parejas, mientras que otras empezaron a acentuar su conflicto al competir en vestuario. Desde entonces los Cristiano y Neymar, los Johnny Depp, e incluso los Albert Rivera, han utilizado sus cuerpos como un plus para sus carreras, y curiosamente, lejos de restarles credibilidad -como les ocurre a ellas-, han ascendido al trono contando con el favor del público. La guardaespaldas / Danae Varufakis Mucha testosterona y cilindrada aparcada frente al BCE, pero, como suele suceder, tuvo que ser Danae Varufakis, la mujer del ministro de finanzas griego, artista conceptual y propietaria de bellas mansiones en las islas de las ninfas, quien evitara que la sangre llegase al río. Hace unos días, en un restaurante del rojo barrio ateniense de Exarchia, un grupo de jóvenes descritos como “anarquistas” increpó a la pareja y les arrojaron vasos y otros objetos de cristal. Yanis, escorado y amortizado por Tsipras, no ha podido convencer a Merkel de la fiabilidad de Grecia, ni a sus votantes de la amnistía fiscal, ni pudo disuadir a sus agresores. Danae lo abrazó, exponiéndose como escudo. Ahora se entiende que Varufakis no quiere guardaespaldas. Vida de célibe / Colin Farrell Estuvo tan breve como felizmente casado, aunque la ceremonia -celebrada en una playa en Tahití- no fuese más que una gamberrada de vacaciones; tiene dos hijos con dos parejas distintas y se le ha relacionado con mujeres tan polémicas como espectaculares, desde Angelina Jolie a Paris Hilton, Lindsay Lohan o Demi Moore. Ahora confiesa a la revista Style: “No hay ninguna mujer en mi vida. Hace ya cuatro años que no tengo una cita”, y pone las excusas de siempre: el trabajo, los niños… Su renuncia al amor resulta puro exotismo en la era de la monogamia sucesiva. El actor irlandés olvida las palabras de Thomas Love Peacock, más recordado por su amistad con Shelley que por sus obras. Llanero solitario / Ángel Gabilondo Es sin duda el candidato más socrático al que los ciudadanos podrán votar en mayo, y se le distingue a leguas de tantos de sus colegas. “Las convicciones no son estados de ánimo”, dijo en televisión, preciso en sus sofismas. Aunque asuma que este es un compromiso de recorrido, pocos le ven como Presidente de la Comunidad de Madrid. Probablemente, lleva su paradoja a cuestas: ¿la rectitud y la capacidad no cotizan al alza? Puede que no. Pero, por mucho que uno quiera evitar el barro del lodazal sin tomar “partido hasta mancharse”, como diría Celaya, no se hace sino política de salón. Eso sí, arropado no ya por los de la ceja sino por los del seso, de Emilio Lledó y Fernando Vallespín a Núria Espert, Caballero Bonald o Manuel Vicent.

(La Vanguardia)

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2 de mayo de 2015
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La era del cargador

Sus movimientos son toscos, su obsesión frenética, hasta que uno exclama aliviado: “¡Por fin!”. Y tras enchufar el móvil su semblante se relaja, igual que si le hubieran quitado un gran peso de encima y sintiera que la vida es chula, no tanto por lo que le depara el instante real sino porque se está cargando la central de datos de su existencia virtual, el verdadero mundo, el que aglutina mensajes personales, noticias, correos electrónicos, fotos y vanidades servidas en la palma de la mano. La promesa de vida no teu coração que cantaban Elis Regina y Jobim, la llegada de una señal que entretenga las horas hasta el punto de hacerte olvidar que las horas pasan. En los baños de los aeropuertos, en el supermercado, en los vagones de los Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya -que incluso han redactado unas normas de uso en las que se recomienda cederlos amablemente al usuario siguiente-, se repite la escena. En algunos restaurantes disponen ya de cargadores para iPhone 4 y 5, Samsung Galaxy o Sony Xperia. Se cuentan entre aquellos objetos cotidianos de los que nos evadimos en un rapto de autonomía y con los que luego nos obsequian como muestra de atención al cliente: un tampax, kleenex, cerillas, unas gafas para ver de cerca, una corbata incluso. ¡Ah de los establecimientos que no sólo no ponen pegas sino que están bien surtidos de conectores! Su pedigrí se subraya porque vivimos en la era del cargador. A pesar de la inteligencia domótica, la mecánica cuántica y las redes wifi, aún dependemos desesperadamente de un cable. La levedad de un mundo hiperconectado al Gran Hermano universal, capaz de llegar donde tu índice desee con la yema del dedo, se espesa igual que la sangre con colesterol si se acaba la batería. Un fundido en negro que estremece, galvanizado por una impaciencia tan propia de nuestra época como la dependencia del enchufe, y más entre aquellos que pertenecemos a la generación de las pilas y no necesitábamos trajinar con frecuencia frente a los oscuros agujeros por los que transita la energía. Si el cobalto y el litio revolucionaron nuestras vidas, ahora la Universidad de Stanford anuncia una nueva batería de aluminio, más barata y segura, capaz de ­recargarse en apenas un minuto, que nos permitiría liberarnos de esa corriente que recorre montañas y ­carreteras en forma de sutiles cableados sobre los que se posan ruiseñores y cuervos. Los mismos que parten el cielo con sus carriles de sombras, y de los que vivimos esqui­nados, como a menudo de la familia, aunque nos alimente.

(La Vanguardia)

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29 de abril de 2015
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Muertos de segunda

Hay muertos que no valen una portada, eclipsados por su propio asesino. Qué va importar la vida de un treintañero de provincias, un chico que los fines de semana paseaba el perro por el barrio leridano de Cap Pont, frente a la de un menor provisto de armas mortales y aquejado, según parece, de un brote psicótico. La ejemplaridad es por naturaleza silenciosa, sobria en imágenes y símbolos, poco vendedora pues no contempla el morbo. Se trata de vidas doblegadas de forma cuidadosa, igual que la ropa en la maleta de viaje; de una colección de pequeñas y grandes atenciones con el vecino, los alumnos, los afectos; de una mirada limpia para transmitir conocimientos, y de la fortaleza necesaria para seguir buscando el casillero del sueño. Abel era un hombre solidario y atento, según informaba Javier Ricou en el único perfil completo que he leído de él, exceptuando la prensa local. Llevaba años de trashumancia docente, encajando en institutos de secundaria donde se necesitaba cubrir una plaza temporal. Licenciado en Historia, asumía la temporalidad, buen conocedor de que a menudo somos poco más que nuestras circunstancias. Puede que aparcara sus metas para más adelante mientras aceptaba sustituciones y ­sueldos desmayados. Nada en su hoja de ruta hacía presentir riesgo o excepcionalidad. Pero a veces la muerte se cierne sobre la vida ordinaria con la ­espectacularidad de la ficción. El ase­sinato de Abel Martínez no ha recibido la atención mediática que, en cambio, ha copado el nuevo niño de la ballesta, quien en su habitación, según revelan varias fuentes, tenía todo un arsenal. Hace unos días escribía acerca de los cuartos-sótano de los adolescentes, de sus cuevas existenciales amenizadas por pantallas pero también por una colección de fantasmas. Hay que husmear de vez en cuando en la siembra de los muchachos, en las inquietudes que van creciendo en sus territorios privados, y también en los restos que dejan por la mañana, cuando salen apresurados con la mochila y el sándwich. Los padres no podemos dimitir de la tutela aunque sea incómoda, desagradecida y sus­ceptible de abrir el conflicto con el adolescente celoso de sus secretos. El infortunio acostumbra a exorcizarse con la siguiente expresión: “Es un caso ex­traordinario”, pero la estadística es una ciencia formal, nunca un chaleco antibalas. Mal asunto el de plantearse si una muerte ha servido para algo, pero al ser humano le empuja siempre la perpetuación de la especie, tan primaria como pujante. El caso de Abel -además de evidenciar la precariedad de los jóve-nes licenciados que deambulan por centros de secundaria sin acabar de enraizar ni de poder concluir un objetivo- destaca por su coraje y su instinto. Fue el primero que acudió a ayudar. Sin los héroes anónimos y de proximidad, este mundo, en el que, a la manera de los poetas, cielo e infierno están en nosotros, sería un lugar aún más podrido.

(La Vanguardia)

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27 de abril de 2015
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Lapsus en el diván

Urge una terapia colectiva entre nuestra clase política. Más psicólogos de refuerzo en lugar de tantos chóferes (aunque estos se vean obligados a ejercer de los primeros en los trayectos de ida sin retorno). Qué fantasías traen esas escenas de atardecer en el coche donde debe estirar las piernas Rato, o en los Audi y Jaguar que aún disfruta la colección de imputados e investigados que recostarán la cabeza junto a la ventanilla y recordarán cuando sentían miedo de niños. Entonces le preguntarán bajito al conductor: “Manuel, ¿usted, de niño, tenía muchas pesadillas?”. A lo que el bueno de Manuel responderá: “No muchas, señor”. Tampoco habría que descartar lo que en Londres ya se practica, social dreams: terapias en grupo para soñar socialmente, bajo la creencia de que es bueno compartir con otros aquello que no se cuenta a nadie. Sueños tontos que recogen migas difusas de la vigilia, fuera de lugar y de tiempo. En lugar de a nuestro Rey -que le dio una beca para Cambridge a un Pablo Iglesias con goma azul en la coleta allá por el 2007-, el líder de Podemos hubiera tenido que regalar Juego de tronos a las Secretarías de todos los partidos, incluido el suyo, que asisten hoy a luchas de poder, disidencias y garrafales actos fallidos. Vean sino la tensión que debe de lacerar al subconsciente de María Dolores de Cospedal por la forma en que se desbordó en Guadalajara. Con voz ronca y determinada, acompasándose con el brazo afirmó: “Hemos trabajado mucho para saquear nuestro país”. Según Freud los lapsus, que él denominaba “actos fallidos”, no son producto del azar ni del descuido, sino expresiones de conflicto interno. Un impulso inconsciente burla la censura de nuestro cerebro y produce un efecto revelador. ¿Qué quería decir Cospedal, que mientras ella trabajaba desaforadamente otros se dedicaban a saquear España? O quizá tiene muy interiorizada la idea de que el saqueo es congénito a la política, pues en el 2012 ya habló de saquear Castilla-La Mancha. Analizado al calor de las últimas noticias de buques insignia del PP -Rato, Trillo y Martínez Pujalte son los últimos en unirse al concurrido club- investigados por Hacienda por defraudar y limpiar dinero negro o cobrar comisiones, el suyo tiene un precioso color freudiano. Pedro Sánchez también padece intrigas tipo Juego de tronos. Y ya sólo le faltaba patinar en Twitter: “Soria, cuna de Antonio Machado”. ¡Ay Susana Díaz, cómo debió de arrancarse por bulerías en la Sevilla natal del poeta y de su tronío socialista! No han sido los únicos, la lengua a veces se espesa: aún recordamos el “para follar” (en lugar de apoyar) de Zapatero en una cumbre bilateral. Y aquel risible “¡Viva Honduras!” en El Salvador de Trillo, que los soldados -acostumbrados a responder al mando sin cuestión- respondieron a coro antes de advertirle dónde estaban. ¿No sería preferible que aquellos que todavía deben de administrar y gestionar los intereses comunes se rebajaran las dietas y pagarán un diván? Aún y así así… Cavaliere agarrado / Silvio Berlusconi Le hemos visto lanzarse a entonar melodías napolitanas con fruición, atarse una bandana a la cabeza como si verdaderamente fuera un pirata, entrar y salir una y otra vez de quirófanos, juzgados y el parlamento, de bunga bunga con menores y poderosos amigos… Anciano, pero siempre vigoroso y maquillado, dueño y señor, cavaliere. Ahora, en cambio, se nos ha mostrado como un agarrado al pedirle al juez que instruye su divorcio de Veronica Lario, tras 19 años y tres hijos en común, que rebaje la pensión que deberá pasarle a la mitad (de 500 millones de euros a 250) porque sólo “me quedan 10 o 15 años”. Cierto es que en septiembre cumplirá 79, pero ¿qué se apuestan a que los celebra con una de sus fiestas? Caballero oscuro / Ben Affleck Su elección para meterse en el traje de Batman tras la renuncia del carismático Christian Bale encendió la rabia de los fans del murciélago justiciero en las redes sociales. Lo consideraban, como mínimo, blando y sin carisma. El caso es que, a pesar de la campaña mediática contra él, Batman contra Superman: el ocaso de la justicia está en postproducción y se estrenará mundialmente en marzo del año que viene. Pero quizá el asunto no termina ahí: los hackers que aterrorizan Hollywood han desvelado estos días correos electrónicos en los que la estrella censura que un programa televisivo sobre su familia hable de un antepasado esclavista. Eso si que es, sin debate posible, un caballero oscuro. Con templanza / María Dueñas María Dueñas sigue siendo la mujer cercana, la profesora tenaz, la amante de las Brontë y Jane Austen, Coetzee o Kureishi que un día decidió sentarse a escribir una historia de costureras, protectorados y espías y reeditó cifras estratosféricas de libros. Hija de familia numerosa y educada en la sobriedad, no se reviste de un relato de niña que soñaba con ser escritora. “Siempre fui una buena lectora”, dice con humildad y una elegante camisa de Zara. En su última novela, una de las más vendidas este Sant Jordi, vuelve a tejer el hilo histórico vestido de ficción: Jérez, México y Cuba; un indiano lleno de urgencias, una distinguida jerezana envuelta en claroscuros y una viña con nombre de virtud, la templanza: el verdadero ADN de Dueñas. (La Vanguardia)

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25 de abril de 2015
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El Boomeran(g)
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