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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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De etiquetas

La ropa recién comprada trae un olor a nuevo: la asepsia del plástico, el soplo del ambientador, su garantía de virginidad. La liberas de las hojas de fino papel, blanco o negro, según la delicada tradición de proteger la prenda hasta su despertar en la realidad, pero, al desplegarla, la satisfacción del estreno dura un instante: cordeles, plásticos punzantes, imperdibles o, en la costuras, rematadas con hilos superglue, un surtido de etiquetas te amenazan. De cinco a doce he llegado a contar entre la de la marca, la de la talla, la del número de serie y la de la composición y el modo de lavado. Concluye, en la nuca o algún otro punto estratégico, el obligado made in Camboya, Corea o China, exceptuando el lujo, aunque no todo sea el made in France de Chanel o el made in Italy de Prada. Entiendo que las personas hábiles pueden considerar nimio el acto de enfrentarse a ellas, que en cambio tan engorroso resulta para los compradores torpes que emprenden una relación de creciente enemistad con ellas. Si son expeditivos, se proponen meterles la tijera de raíz, más allá de la línea de puntos para que no quede un filo cortante que te recuerde su presencia, pero en más de una ocasión acaban dañando la prenda y abriendo una brecha tan sólo suturable con un remiendo antes de ser estrenada. Los más conservadores pasan días soportando una rugosidad en el cogote, la cintura o los flancos, hasta que acaban por aborrecerlas. Desde hace un tiempo, es cada vez más difícil dar con una camisa que no esconda una baraja de ellas como manual urgente de idiomas. Los gigantes que han globalizado el low cost utilizan un fino poliéster a fin de que abulten menos, mientras que los dioses del denim divierten a su clientela con cadenas metálicas y etiquetas que parecen entradas de un concierto hasta el extremo de que más de uno creía que iban con el modelo. La periodista Rebecca Willis se preguntaba recientemente en el suplemento Intelligent Life del diario The ­Economist por qué unos vaqueros deben ir acompañados de 700 palabras. “Son útiles hasta cierto punto, pero cuando la etiqueta de un jersey que cuesta 29,99 libras reza ‘sólo limpieza en seco’, uno ya sabe que es sólo para que en la tienda en cuestión puedan decirle ‘se lo advertimos’ si lo mete en la lavadora y sale del tamaño de Barbie”, escribe. Esas gavillas de etiquetas representan legalidad y conciencia tranquila: que la prenda ha pasado controles éticos y de calidad, a fin de digerirse sin culpas su etiqueta made in Bangladesh. Aunque habría que calcular cuánta mano de obra ­barata necesita cada etiqueta, y cuánta letra precisa en verdad un vestido, con independencia de sus centí­metros. (La Vanguardia)

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3 de junio de 2015
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Comunismo de ?smartphone?

En las mesas electorales del colegio Pintor Rosales, el domingo día 24 los votantes enarbolaban las papeletas del PP igual que si fueran banderines para animar a los indecisos. “Aún estáis a tiempo -parecían decir los vecinos de Chamartín- para impedir la debacle, si no ¿quién cuidará de nuestro dinero?”. Hace algunos años eran mayoría quienes se guardaban de admitir públicamente que votaban al PP, temiendo el efecto insecticida. Aquello acabó con la llegada de una generación de sorayos, cuya verdadera ideología no era sino la economía, y que asumió la doble P como atrezo. Aunque su actual y conflictiva resistencia no ha sido suficiente para evitar el estropicio que ha descabalgado a alcaldes varones y varonas. De los derrotados, la única que muestra un fuelle aerodinámico es ese personaje de registro interpretativo tan coloreado, Esperanza Aguirre. La que no podía hablar sin tacones, que está a punto de calzarse una alpargata Castañer para reivindicarla en los antros donde se organicen los nuevos soviets. ¡Soviets en el Madrid del Cristo de Medinaceli y de Santa Gema milagrera! El castizo y rancio, sí, pero también en el exquisitamente bien educado. La sonrisa madrileña necesita un capítulo aparte. Porque, en la capital, la gente es amable, empática y aduladora -nadie habla mejor de Barcelona que los madrileños-. También pasean por ella restos de la aristocracia surrealista: “Me divierte Carmena. Lo primero que dijo a la cámara después de los recuentos es que tenía que ir al lavabo”, me confiesa una duquesa descalza. En el mercado de Potosí, donde las señoras van a comprar con la filipina, se ofertan picantones de las Landas y kilos de percebes gallegos: “Aprovechad antes de que llegue Manuela… nos quedan cuatro días”, vocea don Francisco. “¿Pero dónde se ha visto que los rojos cantaran a Julio iglesias?: ‘como espiga en primavera, como luna llena es mi amor, Manuela¿’”. Los tenderos aquí son como los camareros franceses, con uniforme y vehemencia. “Con Tierno Galván vivimos ‘muy agradablemente’”, dice uno. Un sentimiento de desgobernanza se despliega en los cafés de periodistas, relamiendo el momento único: la llegada del activismo a los sillones donde antaño se sentaran el conde de Romanones o Rius i Taulet. “Madrid es comunista”, gritan unos. “No, no lo es”, replican empresarios temblorosos que temen tanto a las comunas como a las subidas de impuestos. No cesan de entrar watsaps de los artistas e intelectuales que hicieron plica votando al tándem Carmena-Gabilondo, alertando acerca de un nuevo tamayazo. “Se está comprando a algunos tránsfugas”, alertan. “No pueden permitir que salga todo lo que se esconde bajo las alfombras”, me decía Luis Eduardo Aute. La primavera petaliza en Madrid entre el deshielo pepero y un comunismo de iPhone 6. (La Vanguardia)

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1 de junio de 2015
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Yonquis del dinero y del poder

En la vida de las personas terriblemente ocupadas, maleadas por las fatigas y los fardos, acostumbra a prender la fantasía de que un día cogerán el primer avión que salga hacia un destino recóndito, donde iniciarán una nueva vida con los dioses de su parte. Nadie cree en su sueño de liviandad; piensan que se trata de un desahogo propio de la insatisfacción de quien está forrado de Porches y Rolex, hasta que un día lo hacen. Marcos Benavent ?ex alto cargo del PP valencià? les decía a los suyos que un día lo iba a dejar todo y se haría hippy. Viéndolo con sus hechuras de playboy marbellí y sus canas repeinadas, al estilo de los maridos de Norma Duval, la mayoría se choteaba. Ay, la veleidad de quien pretende crearse una imagen de idealista mientras roba todo lo que puede. Hasta que lo hizo: se dejó barba a lo gurú maharaji , se forró a tatuajes y anillos de piedras exóticas, hizo cursillos de tantra, se calzó unos pantalones de corte thai y abrió los brazos frente al pelotón de fotógrafos pidiendo el perdón universal. En un país tan habituado al ?no sé, no me consta? cuando se enfrenta a pillajes y triquiñuelas de altos vuelos, las declaraciones de Benavent, acompañadas de maneras místicas orientales, nos han dejado helados: ?Me he llevado de todo, yo era un yonqui del dinero?, dice ahora el ?arrepentido/indignado?. Antes de su total conversión tiró de la manta: había grabado las transacciones de sus compañeros corruptos contando billetes con gula. El 15-M fue para él una estrella-guía como para los Magos; y Pablo Iglesias y Ada Colau, las figuritas del portal. Absolutamente transformado, Benavent ha entonado el mea culpa, asumiendo castigo y cárcel. Asegura que el yoga y la meditación le han cambiado de la vida. Bueno sería que introdujera tanto a Alfonso Rus como a Rita Barberá en las artes de la conciencia plena o mindfulness. ?¡Qué hostia… qué hostia!?, suspiraba abatida la probable exalcaldesa de Valencia. La decadencia de la copromotora y cofudandora de Alianza Popular ha entrado en un punto de no retorno. Aparte de las coincidencias durante años en el Consell Municipal, Barberá y Benavent tienen en común que no hay escándalo o trama levantina en el que su nombre no esté enmarañado. La diferencia es que Barberá, tras 24 años mandando, no se olía la derrota. Así, tras reconocer el descalabro, ha salido por donde ha podido siguiendo la estela de la otra perdedora Esperanza Aguirre, que en lugar de achicarse propone frentes ?democráticos? contra el radicalismo. ?Se acabó la época de lo sucio, ahora es la hora de lo limpio? decía el protagonista de Crematorio, de Rafael Chirbes, imperecedero testimonio de la época del chanchullo, cuyos reverberos adictos a contar dinero negro aún traen resaca. Legado salomónico / Audrey Hepburn Sentencia el antiguo proverbio que ?ningún amigo como un hermano, ningún enemigo como un hermano?. Sean Ferrer y Luca Dotti, hijos de la icónica Audrey Hepburn, lo son solo a medias ?Mel Ferrer fue el padre del primero, mientras el segundo es vástago del siguiente marido de la actriz, el médico italiano Andrea Dotti? y aun así cumplen puntillosamente con dicha equidistancia: incapaces de ponerse de acuerdo en el reparto de su herencia (consistente en gran cantidad de vestidos y sombreros, joyas, fotografías, guiones, carteles cinematográficos y premios), acaban de recurrir a los tribunales para una salomónica división. Cierto es que la voluntad de la estrella fue tan maternal como imprecisa, pero familia que pleitea unida no suele mantenerse unida. El correveidile / Brad Pitt Siempre se ha olisqueado la sexualidad de los famosos en busca de trampa y cartón. Sacarles amantes, escándalos, filias y fobias ha sido una de las más humillantes declinaciones del periodismo de tanga. Ahora nos vienen con que a Brad Pitt ?le interesan los hombres?. Hace años, Angelina Jolie, que nunca ha dudado en reconocer su bisexualidad, declaró, en cambio, a un diario británico: ?Desde que estoy con Brad, no hay espacio para eso en mi vida?. De alguna forma hay que empañar la hoja de servicios de quien, de la mano de McQueen, Malick o Tarantino, se ha convertido en un actor de primera. En ese correveidile también reposa una profunda embestida contra el imaginario femenino: ?¿Pero quién se creía que un hombre tan completo podía ser heterosexual??. La gran cuentista / Cristina Fernández-Cubas Ha sido siempre una escritora entre hombres, un pluma vertical alejada de dóciles inclinaciones. Su mayor travestismo consistió en rebautizarse como Fernanda Kubbs para firmar lo que no consideraba divertimento. Acaso la mejor cuentista española, se aleja pedanterías y manierismos y es capaz de atravesarnos con una desesperación realista que acaba por confirmar como nos cambian tiempo y destino. Divertida, profunda, empática, despojada de artificios, aunque también coqueta, Cristina Fernández-Cubas conserva la niñez ?donde tanto ha horadado? en su mirada. Su regreso con La habitación de Nona ha sido celebrado por sus lectores, que llevaban tiempo esperando su dosis de literatura gruesa. (La Vanguardia)

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30 de mayo de 2015
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El color es la tendencia

La política presenta las tendencias de su nueva colección primavera-verano, y, como glosaría nuestra poesía costurera, destaca por encima de todo su “oda al color”. De la uniformidad al eclecticismo vivaz, del ineludible bicolor a la exuberancia de los tonos solares e improbables combinaciones. Se anticipa que se llevará el naranja C’s con el azul pepé, al estilo del gusto germano de Jil Sander; o el mandarina de Compromís con el bermellón socialista, en un solapamiento de magentas tan Desigual. Pocos se hubieran atrevido a prever que el coral de Barcelona en Comú podría llegar a entonar con el rojo Ferrari del PSC, incluso con el amarillo limón de la CUP o el oro viejo de ERC. Emulando a los grandes reyes del colorama en la pasarela italiana -siempre tan ingobernable-, de Marni, Pucci y Missoni a Renzi, Berlusconi, Bossi o Grillo, la política española quiere ser atrevida conjuntando tonos, o mejor dicho pactándolos. Se acabó “vestir a la española”, como en los monocromáticos siglos XVI y XVII, mientras el Renacimiento coloreaba alegremente toda Europa. Hoy la palabra mantra es diálogo y la tremendista, debacle, pero la que resuena en las calles es colorines, como los que tiñen los mapas pintarrajeados tanto en las escuelas de primaria como en periódicos y telediarios. El predominio de los tonos radiantes refleja la necesidad de luz. Colores extremos, vitaminados, que quieren ganar terreno. ¿Se han fijado en la gama de naranjas que insisten en representar confianza y transparencia? Desde el blanco con sonrisa mandarina de CiU hasta el ascendente naranjito de Ciudadanos, pasando por el guiño en degradé de Compromís. Un color exótico, llamativo y subestimado, una tonalidad que se convierte en la clave para gobernar desde Madrid hasta Murcia o La Rioja. Luego está el púrpura cardenalicio de Podemos, más escarlata que magenta -el tono corporativo de UPyD-, más poderoso que descalabrado. Por mucho que, un poco subido, se arrogue las victorias de Colau y Carmena, tratando de concertar en singular los frentes comunes, en Madrid se lleva el verde clorofila de Ahora Madrid. Según Eva Heller en su Piscología del color, “con el adjetivo verde puede darse a múltiples fenómenos de la civilización una pincelada ‘natural’”. No es extraño que cuando le preguntaron a Carmena a qué iba a dedicarse durante la jornada de reflexión respondiera que “a regar las plantas”. Agua y abono popular a la lista encabezada por la juez retirada han fortalecido a una ilusionante opción, que debe demostrar que el mosaico de colores que propone no es capricho de temporada. Moda urbana: refrescante, transgresora, colorida y sin aspiraciones a convertirse en clásica, aunque sea el principio y el fin de cualquier tendencia. (La Vanguardia)

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27 de mayo de 2015
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¿Qué queda de los señoritos de Jerez?

“Defina Jerez?, le pidió un periodista estadounidense a Carmen López de Solé, esposa de Manuel de Domecq Zurita, en una visita a Nueva York. Eran los años setenta. Los americanos estaban acostumbrados a las ocurrencias: ?Jerez es un incesto alcohólico legalizado?, respondió. La frase apareció en las portadas, junto al relato esplendoroso de la colonización mundial del brandy. La espontaneidad de esta sevillana de familia adinerada, diecisiete años más joven que su marido, y cuya boda fue ?un poco escándalo? al no pertenecer a las familias jerezanas de toda la vida, describía con ingenio lo que difícilmente se podía percibir desde este oasis de la alta sociedad integrada por bodegueros, exportadores de vinos y aristócratas. Un microclima social. La cronificación de una endogamia que ha mezclado santos y profanos. Un extenso linaje que cruza legítimos con bastardos, mujeriegos y homosexuales, camperos y viticultores, y que ha matrimoniado a primos segundos, terceros y cuartos ?llegando a cristalizar el doble apellido Domecq Domecq?. Aquí se conserva un rancio spanglish que, a día de hoy, se sigue hablando en cocinas y palacios, donde es habitual combinar un ?How do you to feel today?? con ?vamos a tomar una coca de cebolla confitada y unas croquetitas?. ¿Cómo fue capaz de congelarse el tiempo en Jerez, cuna del señorío y el anarquismo fin de siècle, donde andaluces, ingleses, irlandeses y franceses ?los Domecq proceden del Bearn? amasaron fortunas y engordaron sus hígados? Los Terry, Osborne, Bohórquez y López de Carrizosa, o los Gordon, Gilby, González y Byass, después de embotellar las botas de sherry, plantaron un árbol, o mejor dicho, todo un bosque genealógico en una de las ciudades que ha persistido en costumbres y maneras propias del siglo XIX. ?Jerez seduce y cautiva. Por lo que es y, sobre todo, por la nostalgia de lo que fue?, me cuenta María Dueñas, cuya última novela, La templanza, narra la historia de un indiano lleno de urgencias y una distinguida jerezana envuelta en claroscuros, y de una desolada casa-palacio? y una viña con nombre de virtud. Niñas bien de pelo pajizo y pecas en la nariz que se casaron con sus primos y siguen cristianando a sus bebés con faldones de encaje decimonónicos. Duquesas y marquesas de apellidos compuestos que cocinan como profesionales y se deshacen de la ropa de cama cada año. ¿Y los señoritos? ¿Qué queda del maridaje entre latifundio y club de polo, de los trajes a medida encargados en Savile Row y la capillas del Santísimo? Del ?Domecq obliga?, lema heráldico de la ilustre familia, hasta la liquidación de las bodegas patrias, hoy en manos de multinacionales. Del mecenazgo de artistas y flamencos al derrame patrimonial que ha convertido una buena parte del pasado en escombros. ?¿Señoritos? Es casi un insulto. Un denostado esnobismo levantado sobre personajes singulares de quienes se decía que el padre había sido un trabajador, el hijo, rico, y el nieto, un pordiosero?, resume Mauricio González-Gordon hijo, actual presidente de la bodega González Byass. La explicación del mito tiene varias perspectivas: una de ellas asegura que se trata de un prejuicio de Madrid que intenta catalogar un estilo de vida, pero que en realidad solo tiene que ver con gente ociosa que no pega ni clavo. Otra es la que señala a personajes como el exalcalde Pedro Pacheco, hoy en la cárcel condenado por prevaricación y malversación de caudales: ?Al principio llevó a cabo buenas iniciativas, pero después se endiosó y tomó medidas drásticas que ahuyentaron el capital de Jerez?, explica Pedro Rebuelta, director de la bodega. ?¿Un señorito? No sé lo que es; yo me paso la vida trabajando. Clases sociales hay en todos los países, y se puede ser un gilipollas sin pertenecer a ninguna clase?, zanja Antonio Domecq Domecq, nieto del mítico Alvaro Domecq Díez, exrejoneador dedicado hoy a la instrucción en su finca, A campo abierto, en Los Alburejos. A la entrada del palacio de Benavente, propiedad de Manuel Domecq Zurita, vizconde de Almocadén, y su esposa Carmen de Solé, se recuesta contra el muro un hombre de piel curtida que no se sabe muy bien si pide limosna o espera a su camello. A su lado, una niña de unos diez años con gafas rosas, cazadora tejana y marcado seseo le da el aviso: ?Aquí vive un marqués (sic) que no deja entrar a nadie. Todo esto es suyo?. Los jack russell terrier empiezan a ladrar como fieras, hasta que el vizconde, que durante tantos años fuese el embajador de los vinos de Jerez por todo el mundo, abre los porticones. Murales con motivos vegetales, heráldicos y religiosos enmarcan el patio en una sinfonía onírica, atrevida, con desnudos en el Edén entre fuentes de agua y peonias. Criado sin padre, Manuel Domecq Zurita vivió durante la guerra en el hotel Minzah de Tánger, siempre protegido por una madre tan digna como ajena al resentimiento por el abandono de su marido, Pedro Domecq González, bígamo y cosmopolita. A su familia les llamaban los perversos porque en aquella casa la gente fumaba, bailaba y escuchaba los discos recién importados de Bing Crosby. ?El mundo estaba allí para tomarlo. El dinero no era un obstáculo, mi familia era riquísima, las mujeres, guapísimas, no había nada que los parara?, recuerda el vizconde. Hace un par de años estuvo a punto de morir, y Carmen, su mujer, le llevó su crucifijo de madera a la UCI, donde no se podía entrar nada y quedó esquinado entre sueros y catéters. ?Y Manolo, mi príncipe, sobrevivió?. Dice la tradición que aquí no hay lugar para tonterías, que es como le llaman ellos al sentimentalismo. Belén Domecq de Solé, afamada interiorista y, según su padre, mujer de carácter firme que es una autoridad en lo que se propone, me revela que, de pequeñas, ella y sus hermanas jamás fueron abrazadas o besadas por él: ?Abrazos y besos en la familia son tonterías, uno de vez en cuando y basta?, sentencia. ?Aquí hay dinero con alma, no con ostentación. El nivel social se demuestra en los valores del alma. Nuestras hijas, por ejemplo, pueden ir a todas partes y no llaman la atención por otra cosa que por su valor moral?. Manuel, maestro en el arte del buen vivir, posee una experiencia estética propia de renancentistas. El flamenco siempre ha estado cosido a Jerez, apoyado en la buena resonancia que han dado las bodegas. Ante visitantes ilustres, ya fueran Octavio Paz, David Hockney o Jean Cocteau, se organizaba una de cante. Recuerda una vez que se fueron al Puerto a una fiesta flamenca muy privada donde Lola Flores, ya muy de madrugada, acabó bailando desnuda sobre una mesa. ?Se hizo el silencio en medio de la juerga. El cuerpo se convirtió en una llama incandescente, en un fuego incontrolado que crecía y que era imposible dejar de mirar. Los pies descalzos lamían la madera en unos pasos cortos y sinuosos. Estaba poseída o nos poseyó a todos? . En los óleos que cuelgan de las paredes han quedado bien plasmados esos orígenes foráneos: dignas damas con vestidos sin manga, rebequitas de cashmere, perlas, y cómo no, un perrito en su regazo. Porque los perros son uno de los bienes más preciados entre la sociedad jerezana. No se entiende la vida sin ellos. Ladran en los patios palaciegos y los salones con mantita y brasero. Hay una anécdota de Manolo, contada en el libro que le escribió Carmen Oteo, Lágrimas del vino, que lo demuestra: cuando era niño, desapareció su perra más querida, y la familia prefirió decirle que se la había arrebatado un pariente a que había sido atropellada. Le pregunto si no es más cruel la mentira que la verdad: un secuestro ante un desafortunado accidente. ?Por una parte, aquello formaba parte de una educación sobria donde no cabían tonterías. Y por otro, los perros siempre han formado parte de nuestra vida. Son clarísimos, definidos en el amor, te quieren?. Los besos perrunos a menudo han sustituido a los humanos. ?Sí, nuestras familias no eran de besos y abrazos, bastante fríos, no nos rozábamos mucho; a mí el contacto físico me parece importantísimo: a mi hijo de 19 años lo sigo abrazando?, asegura Mauricio González. Sni ?ni sí ni no, todo en la misma palabra? es un palabro acuñado en esta ciudad de más de 200.000 habitantes, llena de torres, iglesias y monasterios, con una granja de cocodrilos y un premio internacional de motociclismo. Los fenicios ya hacían vino en sus tierras. Sherry, así de coqueta suena la internacionalización de su nombre. Sherish, le llamaban los árabes; Xerez, en el medievo, y hoy, su aeropuerto con vuelos diarios a Londres se abrevia XRY. Shakespeare dejó escrito un elogio a su vino: ?Un buen jerez produce un doble efecto: se sube a la cabeza y te seca todos los humores estúpidos, torpes y espesos que la ocupan…?. Según la dirección del viento, se percibe más o menos la resaca del vino. Un olor acre, a uva macerada y alcohol destilado, que persiste, empecinado, desde 1835, año en que se compra La casa, origen de las actuales bodegas González Byass. ?Aquí inventamos la aromaterapia?, dice a modo de guasa Paco, guía de la bodega. ?Le llamamos sorbo de los ángeles a las partículas de alcohol que se pierden en la evaporación y te ponen contento?, añade. En los archivos de González Byass, con una sobria arquitectura, se conservan más de 200.000 cartas y centenares de fotos, de Jorge VI y el Duque de Kent; Alfonso XIII y Victoria Eugenia, en una visita en 1927; el actual Rey, Felipe VI, junto a su promoción de la Academia General del Aire; pero también de Manolete, Picasso, Vargas Llosa o Margaret Thatcher. Las paredes de La Concha, construida en honor de la Reina Isabel II por el mismísimo Gustave Eiffel en1869, están ennegrecidas. La humedad tiene un alto grado de penetración y tolerancia. Mauricio González Gordon, presidente de las bodegas y quinta generación desde que su tatarabuelo, Manuel María González Ángel, pasara de exportador a productor asesorado por su tío José María, tío Pepe, me define el Jerez como una mezcla perfecta de ?elegancia, naturalidad y estilo?, y recurre al flamenco, que está unido al vino en busca de expresividad: ?Es como cuando lo escuchas y lo tienes en los labios y en el corazón, pero no puedes, no sabes, cantarlo. Te hace sentir y te ayuda a comprender las cosas?. González Byass exporta más de la mitad de su producción anual ?el porcentaje de los 45 millones de litros de vino jerezano vendidos más allá de nuestras fronteras alcanza el 70%?. Durante los años de la crisis ha crecido un 25%, y el pasado 2014 facturó 250 millones de euros. La más emblemática de las bodegas tiene 150 accionistas y a tres generaciones familiares en su junta. Del Beronia a Tío Pepe, de protectores de Doñana a mecenas, se sienten orgullosos de haber modernizado el oficio: Mauricio tiene un MBA y Rebuelta, el primer director profesionalizado ?no heredado?, es Icade. Ambos, considerados en Jerez ?unos señorazos?, me aseguran que la aristocracia jerezana ?es muy sencilla, humana y sociable, que alterna con el pueblo en vez de colocarse en un pedestal?. Por la tarde, en casa de Rebuelta, casado con Almudena Domecq, juegan una partida de croquet mientras los rayos del atardecer atraviesan la geometría de los palos. Niños, jóvenes y seniors; camisetas deportivas y chaquetas de tweed verde. De repente, aparece una mujer de mirada profunda con el pelo recogido. Es Carolina Ruiz-Mateos, sobrina del dueño de Nueva Rumasa y las bodegas Ruiz-Mateos Rivero. Viene a dar clases de flamenco rancio y puro ?como lo aprendió ella en las escuelas de Angelita Gómez y María del Mar Moreno? a la hijas de Pedro y Almudena y sus amigas. Así se gana la vida. ?No ha sido fácil perder tierras, caballos, patrimonio. Menos mal que mi padre tenía alzhéimer al final de su vida y no se dio cuenta. Mi tío nos arruinó, nos dejó sin un duro?. Y a diferencia de tantos entrevistados, que a menudo cuando recuerdan que hablan con una periodista te ruegan ?esto no lo pongas?, Carolina dice: ?Puedes ponerlo tal cual?. David Fesser Lucky también repite la máxima ?sin tonterías?. A los dieciocho años, su Ford Fiesta dio dos vueltas de campana. Se quedó paralítico. Es tan educado que daba las gracias a cada enfermera en la UCI, donde permaneció durante tres semanas. Hoy es un hombre libre que ha pilotado helicópteros y ha volado en parapente y autogiro. ?Nada de lloriqueos. Los límites son mentales?. Fesser, con negocios en República Dominicana, ha viajado por todo el mundo y se siente ?un outsider de Jerez?. Regenta Las Cuadras, un bar donde se escucha flamenco y se come de maravilla, ubicado en las antiguas cuadras del Palacio de la Condesa de Casares, propiedad de su familia, emparentada con el Duque de Abrantes. ?España es un pueblo de pandereta y zambomba al que le encanta el drama. Tal vez a nosotros nos ven fríos. Yo le daba la mano a mi padre, me avergonzaban los besos. Aquí la gente llora en su casa, no somos unos desalmados?. Los hubo que enseguida volaron a las Américas, como David, o a Madrid, como el pintor Cristian Domecq. En los años ochenta era considerado el Hockney madrileño, gracias a sus retratos a personajes emblemáticos de La Movida. El Reina Sofía tiene obra suya. Hijo de Beltrán Domecq González y Ana Cristina Williams ??mi madre era muy guapa, atractiva, flemática, y sufrió bastante porque era independiente??, asegura que tiene su infancia muy definida: Jerez me resulta un mundo pintoresco, tradicional? para nada me siento la oveja negra?. Cristian es un hombre sensible y solidario, ha contribuido con la venta de sus obras a la investigación contra el SIDA y está provisto de un terciopelo humano, hipersensible y escurridizo. ?En el arte yo soy constante en mi inconstancia, como las olas del mar?. Y representa la declinación artística de uno de los apellidos más clonados de la alta sociedad: ?La endogamia de Jerez no se me hace cuesta arriba porque sé de qué va, aunque no me identifico con ella. Incluso me resulta agradable, aunque yo soy claramente progresista?, dice. ?Los jerezanos son cosmopolitas, pero dentro de un orden. Lo outsider no les divierte nada?. De Jerez a los pueblos de la costa, Barbate y Zahara, los toros pastan en paz, ajenos a la fiereza del duelo. En Medina Sidonia el paisaje abre las cortinas hacia las marismas. El cortijo de los Domecq Romero, Los Alburejos, consiste en una enorme construcción crecida a lo ancho y dos plazas de toros, una cubierta y otra a cielo abierto. Son las 10 de la mañana de un domingo y la casa huele a café y a ventisca, cruzada por las corrientes de aire que contrarrestan el olor de las chimeneas, que a esa hora vuelven a crujir. Isabel y Antonio son los hijos de Fabiola Domecq Romero y Luis Fernando Domecq Ibarra. En 1991, la familia sufrió una tragedia: murieron sus cuatro hermanas en un accidente de coche. ?Tenemos mucha fe, nos apoyamos en Dios. Mi madre lo resistió fenomenal. Pocas veces la vi llorar?, me cuenta Isabel. Cada domingo, los Domecq Romero, después de desayunar, oyen misa en la capilla del cortijo. Y, después, al campo. ?Aquí no te aburres, no hay día para tanto plan: montar a caballo, monterías, tentaderos, acoso y derribo… Se vive en la gloria, y voy a Madrid cada vez que me da la gana?. Isabel es una mujer austera y emprendedora, y su finca, idea de su tío Álvaro Domecq Romero ?fundador de la Real Escuela Andaluza de Artes Ecuestres? es pionera en el ocio taurino. Todo aquí, las mesas camilla y los retratos familiares, incluidos los de Franco cuando iba a cazar a Las Lomas, pero también cuelgan los sombreros mejicanos y las chaparreras. Las viejas tradiciones se deben mantener, piensan los habitantes de este microclima social, absolutamente convencidos de que Podemos, en Jerez, no tiene ningún futuro. (Icon)

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26 de mayo de 2015
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Aterriza como puedas

Las ocho de la tarde es una buena hora para regresar a casa, reclinar el asiento del avión y leer las sobras de los periódicos. Los pasajeros frecuentes del puente aéreo se reconocen por sus gestos mecánicos al pasar por el escáner. El staff de tierra, comandado por Conchita Vinagre, se desvive por aliviar el mareo de los nuevos nómadas que siempre están a punto de perder el vuelo. Exceptuando la música del avión, a menudo infame, llega un momento de tregua al empezar a recorrer la pista cuando los motores arrullan al pasajero que va aflojando tensión y cintura. A menudo me invade la sensación de sentirme a salvo rumbo a las avenidas aéreas donde pastan las nubes en silencio, sin teléfonos móviles ni atascos. “Señoras y señores, parece ser que tenemos problemas con una rueda que no debe afectar a la seguridad del vuelo, pero por prevención debemos regresar a El Prat”, comunicó el comandante Javier Pombo de la Serna el pasado miércoles al pasaje, veinte minutos después de despegar con esquivas vibraciones. En un instante, la normalidad se empaña de excepcionalidad, y como si no fuera contigo intimas con tu compañera de asiento, que, incrédula, arquea las cejas hasta alcanzar la raíz del pelo. Todas las fantasías que anidan en nosotros sobre una catástrofe se despliegan en el justo momento en que la distancia proxémica se rompe voluntariamente: dos desconocidos enlazan sus manos; una mujer chilena llora, dice que la esperan demasiados nietos como para no regresar; la pareja de al lado pertrecha a sus bebés con el cinturón y un firme abrazo, a la misma vez que las azafatas resoplan y activan el protocolo de emergencia. El avión está en silencio, suspendido en la incógnita. A pesar de prohibirse el uso del móvil, mi compañera me anima a mandar algún “te quiero” por si acaso. De la estratosfera bajamos hasta casi tocar el mar, y las casas en miniatura se expanden a tamaño real. El comandante -después sabré que es sobrino del gran periodista Jesús de la Serna- se aproxima a tierra con un ligero contoneo, sin la rueda recauchutada que perdimos a trozos. Cerramos los ojos por instinto, esperando un gran impacto que no llega. El pasaje aplaude. Los que logran acoplarse al último avión se desahogan mostrando la punta de su yo: ahí está el chulo que manda callar, el que se cuestiona por qué sólo tienen cabida las tarjetas oro, el que pide vino nada más subir con una euforia contrahecha¿ Cuatro pasajeros se prometen crear un grupo de Whats­App mientras un soriano que trabaja en suministros me explica técnicamente el problema: “La banda de rodadura saltó al despegar”. Eso mismo que ocurrió al Concorde. Al poco añade que él votará a Podemos y su mujer a Ciudadanos. La vida vuela hasta rular firme. Vínculos instantáneos, intercambio de tarjetas. El olor a tabaco resigue la cola del taxi. Dentro, se oye Radio Nacional, que suena a medianoche cerrada. La ciudad se acuesta y crece el deseo de un buen pan con tomate. Dicen que el miedo da ­hambre. (La Vanguardia)

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25 de mayo de 2015
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Sin tacones

El mundo también se divide entre quienes odian los tacones y quienes no pueden vivir sin ellos. Los primeros, sean hombres o mujeres, a menudo preguntan a las que se alzan de suelo doce centímetros: ¿de verdad puedes andar con esto?. No es una pregunta sino una amonestación, como si les dolieran los pies al criticar la dulce tortura que troca la curva de la espalda y balancea las caderas. ?No sé quién inventó los tacones altos, pero todas las mujeres le debemos mucho?, dictaba una exaltada Marilyn Monroe, pasando por alto que quienes primero los lucieron fueron reyes y príncipes de las cortes más exquisitas que taconeaban grácilmente poder y gloria con sus pelucas empolvadas y sus pieles de armiño hasta que el calvinismo los conminó a la severidad. Cannes es uno de los festivales más machistas del planeta cine ?de 66 ediciones, solo una mujer, Jane Campion, ganó la Palma de Oro?, y con únicamente una película firmada por una fémina en 1987 ? Un hombre enamorado, de Diane Kurys? abriendo la sesión inaugural. Pero para esta edición se anunciaba un ¡ vive la femme! en una especie de operación lavado de misoginia: chicas eclécticas en el jurado, Isabella Rosselini presidiendo la sección Un Certain Regard, y La cabeza alta de Emmanuelle Bercot en la bandeja de salida. Dices Cannes y se dispara la feria de las vanidades, ?Nüremberg cultural? , lo apodó J.G. Ballard, o el súmmum del chic francés, con su elegancia fría e indolente y sus mujeres n.º 5 que al envejecer no engordan y se permiten lucir arrugas, muslo y seducción con voz grave. ¡Ay del dress code, cuántos momentos sabrosos ha regalado a la historia de la indumentaria! Igual que aquellas neoyorquinas de los años setenta, me contaba Diane von Fürstenberg, a quienes prohibían entrar con pantalón en Le Cirque, y se lo quitaban raudas en el baño, cubriéndose mínimamente con la chaqueta de su esmoquin. Hoy, en París, los clubs eróticos más refinados exigen similar atuendo: hombres y mujeres deben ir bien calzados, ellas con tacones, ellos sin zapatillas ni chirucas. Pero Cannes no es un club de intercambio de parejas, aunque algo tenga de esa amoralidad cortesana. La polémica saltó el otro día cuando se publicó que alguien mandó al hotel a cambiarse las sandalias a un grupo de mujeres de cincuenta años que paseaban por la célebre alfombra roja. La dirección lo ha desmentido: ?El rumor según el cual el festival exige tacón alto para las mujeres en las escaleras que conducen al Palais des Festivals es infundado?, tuiteó Thierry Frémaux. En España, una mujer de sandalia plana, Rosa Maria Sardà, dio un golpe de tacones en el escenario de los Max y abrazó con su poderoso aliento a una profesión zarandeada y en precario. Y con su elegante esmoquin blanco hizo una butifarra a la política y a la patraña. A nadie se le ocurriría mandarla a ponerse tacones: hay mujeres que siempre son altas. No, mi teniente / Zaida Cantera Un teniente coronel de largo apellido, Isidro José de Lezcano-Mújica, le ordenó a la capitana Cantera: ?Te quiero como una secretaria de falda corta?, y le metió mano. Sus ojeras marcadas y su entrecejo hundido, en el Parlamento, daban fe de la gravedad del asunto, que el ministro Pedro Morenés trató con gran insensibilidad e injusticia. Podría entenderse como una buena noticia que el Ministerio de Defensa haya atendido la solicitud de abandonar el ejército de la ya excapitana y la retire con la pensión máxima. Una marcha atrás a tiempo, tras el rechazo ministerial a dar explicaciones sobre el acoso sexual en cuarteles y campamentos. Esta jubilación justificada puede parecer un broche final: con Zaida en casa, se acabó el problema. Pero, ¿y las otras Zaida? De postín / Cristiano Ronaldo Esta temporada no levantará ninguna copa, acaba de filtrarse el motivo de su ruptura con Irina Shayk , cada vez más pletórica, ?infidelidades y teléfonos móviles? y, para colmo, Save the children desmiente que el crack donase 7 millones de euros para ayudar a los afectados por los terribles terremotos de Nepal como se había publicado en numerosos medios. La oenegé también le agradece que ?haya usado su voz y su visibilidad global para sensibilizar sobre los problemas a los que se enfrentan los niños más vulnerables de todo el mundo?. Sin lugar a dudas un pase en bandeja que deberá de aprovechar, aunque pervive una doble cara en el marketing de la solidaridad: alardear de ello parece un renglón obligado para que lluevan más contratos. Vivir y pensar / Emilio Lledó Hace años que la filosofía cedió su lugar en la república del pensamiento a la empoderada economía, tanto en las cámaras representativas como en institutos y universidades. Malos tiempos para la lógica, la ética y la metafísica. Por eso el primer premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, concedido estos días a Emilio Lledó, debe celebrarse. Él mismo lo hace, y no por vanidad sino porque demuestra que la filosofía sigue ofreciendo ?herramientas y bagaje para pensar de manera amena lo que uno acabe opinando. La filosofía, como el río de Heráclito, fluye con cada momento y nos enseña a interpretar la sociedad en que vivimos. La recomiendo ahora a cualquier joven más que nunca?. Sabia rebeldía contra el pensamiento único. (La Vanguardia)

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23 de mayo de 2015
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Dr. Barcelover

En una ocasión entrevisté al matrimonio Trias Arraut para este diario -en la campaña del 2007-, y le pedí a él que escogiera un verso de Martí i Pol, su autor preferido, para dedicárselo a su mujer. En su casa recitó: “Dona’m la mà / per fer camí/ cap al gran llac dels somnis, / dona’m la mà / hi ha un horitzó / que ens crida de molt lluny”. A lo que Puri le replicó entre risas: “Quizá podrías buscar otro, ¿eh, tío? ¡Qué cara tiene!”. El candidato a la alcaldía que se había jurado doce años de su vida dedicados a Barcelona ganara o perdiera , reconoció que enchufaba el verso siempre que podía, y que si alguien quería que le casara tenía que tragárselo. Y, a pesar de las risas, añadió: “Es que me emociona”. Porque el actual alcalde de Barcelona es de los que lloran en el cine, un abuelo cariñoso y entregado. Pediatra de carrera, al cabo de nacer les pasa a todos visita para acabar confirmando complaciente que están como una rosa. Se ha agrandado el retrato del hombre afable, del que cuando perdía las elecciones decía: “No, si caigo bien, ahora sólo falta que me voten”. Del que no sabe decir que no y acaba envuelto en asuntos como Can Vies o Ciutat Vella. Pero Trias es tozudo e inflexible cuando algo no le convence, y un hombre con un afinado sentido de la orientación: nunca se pierde, dice su entorno. Lo demostró cuando El Mundo publicó que tenía 12,9 millones de euros en Andorra y Suiza: “Mi única fuerza es la honestidad, y pienso actuar con toda la contundencia. Estoy harto de este periodismo que quiere hacer política y lo hace explicando mentiras”. Su estilo es propio de un señor de Barcelona, clásico aunque aspire a transmitir un toque de modernidad y soltura. En algunos hombres la afición por el diálogo se cuela por las solapas de la chaqueta; abren pecho, no se cruzan de brazos. Trajes azul marino y gris oscuro, sin variación, que flirtean con corbatas llamativas y unas gafas de pasta muy coquetas, italianas, de EPOS, su gadget de la campaña. Llega tardísimo a casa, pasada la una de la madrugada, seis días a la semana, aunque su vida no siempre fue la de un hombre hiperbólicamente ocupado que ha tenido que renunciar a tener perro. Hubo unos años, cuando su mujer estudiaba la carrera de Odontología de noche, en que cuidó de sus dos hijos pequeños. Su côté de hombre comprometido socialmente ha palidecido ante el activismo a pie de calle de las Colau y Lecha. Cuestionado por no latir más fuerte su sangre independentista, pragmático, pactista y ahora ­friendly -con el polémico modelo de smart city que ha querido potenciar-, ha abundado en su corazón socialdemócrata. El de quien ante una emergencia podría subirse con el maletín en la ambulancia, un Doctor Barcelover a quien Standard & Poors le ha dado matrícula de honor. (La Vanguardia)

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22 de mayo de 2015
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A pie de calle

Dice que ante el espejo ve a una mujer de 57 años con la historia que ello comporta. Y que de su rostro le gusta casi todo, también su cabeza por dentro. Respira el pálpito de la calle, bien alejada de los sillones verticales en despachos caoba, porque M.ª José Lecha es mujer de sentarse con las piernas cruzadas. Su olor preferido es a naranja y madera. Su planta, la retama; su color, aceituna; su canción, Cançó de fer camí, un poema de Maria Mercè Marçal. Define su estilo como “natural”, y no considera la política como un oficio. Lecha desprende las libertades anidadas en el pedaleo de asamblea y las movilizaciones plurales donde perroflautas, 15Mistas y demás nombres compuestos cuestionan la política con corbata. El ademán de Lecha es propio de quien no entiende de modas -ni quiere-. Desafía la hipermodernidad con sus camisetas de colores, la coleta que parece hecha sin mirarse en el espejo y sus gafas de pasta anaranjadas. Parece decir: “Lo que veis es verdad, aquí no hay dobleces ni caras B”, ni una imagen pública ni otra privada, aunque defienda a ultranza su derecho a la intimidad. Su compromiso social transpira bajo su fiel fular enroscado al cuello, con ese aire progre que le habrá ayudado a enfrentar protocolos melifluos en el hospital de Sant Pau. De su experiencia profesional habrá escuchado infinitas historias difíciles: “El dolor de los otros provoca empatía”, asegura. Si atendemos a su expresión, lo primero que se aprecia es que no abunda en tablas mitineras. No vende experiencia, sino convicción. Frente al discurso-rodillo habitual en campaña, ella a veces titubea, habla muy despacio -incluso demasiado para nuestros tiempos cardiacos-, y aun así comunica. Su tono es bajo, y ello contrarresta la radicalidad de su discurso, bien alejada del tópico de “la extremista dando gritos”. Pide más libertad en la calle -”las libertades que reivindico darían para llenar entrevista enteras-, incluso para quienes quieren vender su cuerpo. De las prostitutas ha aprendido “la dignidad en la exclusión”. Lecha creció en el barrio de Hostafrancs y ahora vive en Fort Pienc, popular en el mejor sentido de la palabra: “Que es peculiar del pueblo o procede de él”. Y no se cansa de repetir que huyó despavorida de una vivienda en la avenida Gaudí debido a la masificación turística que ahora combate políticamente. La suya es una política de boca a oreja, de escalera de vecinos y autogestión: de defensa de lo público y límites a lo privado. Una política reverdecedora, que recuerda aquella lección de Nietzsche sobre lo que en verdad importa de un árbol: la mayoría cree que es el fruto, cuando en realidad es la semilla. Pero las semillas arraigan difícilmente en el cemento. (La Vanguardia)

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21 de mayo de 2015
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A la suiza

Haber cumplido los 50, hace tan sólo dos décadas, marcaba a las mujeres a fuego; o mejor dicho, venía a ser algo así como el elixir de Lewis Caroll: las empequeñecía hasta hacerlas invisibles. Cualquier intento por validar su feminidad resultaba tan heroico como fuera de contexto, por lo que causaron sensación las pioneras que sortearon la edad sin perder cintura ni encanto, pero sobre todo habiendo alcanzado el poder. Hoy, cuando Hillary Clinton -que cumplirá 68- se presenta como candidata a la presidencia de EE.UU. o Aguirre y Carmena se disputan la alcaldía de Madrid sin ganas de jubilarse, las cincuentonas, hijas del baby boom se han plantado en la política con la misma naturalidad que sus colegas. Carina Mejías, que considera a Hillary uno de sus grandes referentes, sabe que la corrección es un grado, y que flaco favor le haría a su imagen si comportara alguna estridencia, porque ahí es donde suele hacer daño la tuitología. La imagen de las mujeres públicas continúa provocando comentarios de verdulería en los confidenciales, pero también en las tribunas. Trajes de corte ejecutivo al estilo Sheryl Sandberg -blazer y camiseta-, más pantalón que falda, apenas joyas, cara despejada, y los rictus precisos de la edad sin relinchos de botox. Una de las partes de su físico en la que más invierte es el cabello, con su melena mechada, de peluquería, que ha ido enrubieciendo,puede que para dulcificar el cartel o por cuestiones prácticas. Una mujer con aplomo, algo seca dicen algunos, estirada, que se muerde los labios, dicen otros. Ella encarna la moderación y la seguridad: “Arriesgar todo o nada no va conmigo”, ha dicho. Declara con orgullo que es hija de una familia tradicional -de padre militar y numerosa- y que ella misma ha constituido otra. Le pregunto qué entiende por ello, y sale por la tangente: “Una pareja con un proyecto de vida común”. Prefiere no autonombrarse feminista, “creo en la igualdad de oportunidades”. Su censura al burka fue una de sus grandes batallas. Su oferta política se basa en la prudencia, el legalismo -es abogada- y la experiencia -fue diputada en el Parlament por primera vez, por el PP, de la mano de Piqué-. Tranquilidad al frente de un buque que, ante todo, no quiere bandazos. Lo que me trae a la cabeza a Orson Welles, de quien se celebra el centenario estos días, que en El tercer hombre daba una taxonomía de la política: “Durante treinta años, bajo los Borgia, Italia sufrió guerras, terror, asesinatos… pero produjo a Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal: quinientos años de democracia y paz. ¿Y qué produjeron? ¡El reloj de cuco!”. Mejías podría ser una política suiza, cuya principal misión -dictada por su jefe, Albert Rivera- es la de aplicar detergente con lejía al cuco. (La Vanguardia)

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20 de mayo de 2015
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