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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Sin tacones

El mundo también se divide entre quienes odian los tacones y quienes no pueden vivir sin ellos. Los primeros, sean hombres o mujeres, a menudo preguntan a las que se alzan de suelo doce centímetros: ¿de verdad puedes andar con esto?. No es una pregunta sino una amonestación, como si les dolieran los pies al criticar la dulce tortura que troca la curva de la espalda y balancea las caderas. ?No sé quién inventó los tacones altos, pero todas las mujeres le debemos mucho?, dictaba una exaltada Marilyn Monroe, pasando por alto que quienes primero los lucieron fueron reyes y príncipes de las cortes más exquisitas que taconeaban grácilmente poder y gloria con sus pelucas empolvadas y sus pieles de armiño hasta que el calvinismo los conminó a la severidad. Cannes es uno de los festivales más machistas del planeta cine ?de 66 ediciones, solo una mujer, Jane Campion, ganó la Palma de Oro?, y con únicamente una película firmada por una fémina en 1987 ? Un hombre enamorado, de Diane Kurys? abriendo la sesión inaugural. Pero para esta edición se anunciaba un ¡ vive la femme! en una especie de operación lavado de misoginia: chicas eclécticas en el jurado, Isabella Rosselini presidiendo la sección Un Certain Regard, y La cabeza alta de Emmanuelle Bercot en la bandeja de salida. Dices Cannes y se dispara la feria de las vanidades, ?Nüremberg cultural? , lo apodó J.G. Ballard, o el súmmum del chic francés, con su elegancia fría e indolente y sus mujeres n.º 5 que al envejecer no engordan y se permiten lucir arrugas, muslo y seducción con voz grave. ¡Ay del dress code, cuántos momentos sabrosos ha regalado a la historia de la indumentaria! Igual que aquellas neoyorquinas de los años setenta, me contaba Diane von Fürstenberg, a quienes prohibían entrar con pantalón en Le Cirque, y se lo quitaban raudas en el baño, cubriéndose mínimamente con la chaqueta de su esmoquin. Hoy, en París, los clubs eróticos más refinados exigen similar atuendo: hombres y mujeres deben ir bien calzados, ellas con tacones, ellos sin zapatillas ni chirucas. Pero Cannes no es un club de intercambio de parejas, aunque algo tenga de esa amoralidad cortesana. La polémica saltó el otro día cuando se publicó que alguien mandó al hotel a cambiarse las sandalias a un grupo de mujeres de cincuenta años que paseaban por la célebre alfombra roja. La dirección lo ha desmentido: ?El rumor según el cual el festival exige tacón alto para las mujeres en las escaleras que conducen al Palais des Festivals es infundado?, tuiteó Thierry Frémaux. En España, una mujer de sandalia plana, Rosa Maria Sardà, dio un golpe de tacones en el escenario de los Max y abrazó con su poderoso aliento a una profesión zarandeada y en precario. Y con su elegante esmoquin blanco hizo una butifarra a la política y a la patraña. A nadie se le ocurriría mandarla a ponerse tacones: hay mujeres que siempre son altas. No, mi teniente / Zaida Cantera Un teniente coronel de largo apellido, Isidro José de Lezcano-Mújica, le ordenó a la capitana Cantera: ?Te quiero como una secretaria de falda corta?, y le metió mano. Sus ojeras marcadas y su entrecejo hundido, en el Parlamento, daban fe de la gravedad del asunto, que el ministro Pedro Morenés trató con gran insensibilidad e injusticia. Podría entenderse como una buena noticia que el Ministerio de Defensa haya atendido la solicitud de abandonar el ejército de la ya excapitana y la retire con la pensión máxima. Una marcha atrás a tiempo, tras el rechazo ministerial a dar explicaciones sobre el acoso sexual en cuarteles y campamentos. Esta jubilación justificada puede parecer un broche final: con Zaida en casa, se acabó el problema. Pero, ¿y las otras Zaida? De postín / Cristiano Ronaldo Esta temporada no levantará ninguna copa, acaba de filtrarse el motivo de su ruptura con Irina Shayk , cada vez más pletórica, ?infidelidades y teléfonos móviles? y, para colmo, Save the children desmiente que el crack donase 7 millones de euros para ayudar a los afectados por los terribles terremotos de Nepal como se había publicado en numerosos medios. La oenegé también le agradece que ?haya usado su voz y su visibilidad global para sensibilizar sobre los problemas a los que se enfrentan los niños más vulnerables de todo el mundo?. Sin lugar a dudas un pase en bandeja que deberá de aprovechar, aunque pervive una doble cara en el marketing de la solidaridad: alardear de ello parece un renglón obligado para que lluevan más contratos. Vivir y pensar / Emilio Lledó Hace años que la filosofía cedió su lugar en la república del pensamiento a la empoderada economía, tanto en las cámaras representativas como en institutos y universidades. Malos tiempos para la lógica, la ética y la metafísica. Por eso el primer premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, concedido estos días a Emilio Lledó, debe celebrarse. Él mismo lo hace, y no por vanidad sino porque demuestra que la filosofía sigue ofreciendo ?herramientas y bagaje para pensar de manera amena lo que uno acabe opinando. La filosofía, como el río de Heráclito, fluye con cada momento y nos enseña a interpretar la sociedad en que vivimos. La recomiendo ahora a cualquier joven más que nunca?. Sabia rebeldía contra el pensamiento único. (La Vanguardia)

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23 de mayo de 2015
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Dr. Barcelover

En una ocasión entrevisté al matrimonio Trias Arraut para este diario -en la campaña del 2007-, y le pedí a él que escogiera un verso de Martí i Pol, su autor preferido, para dedicárselo a su mujer. En su casa recitó: “Dona’m la mà / per fer camí/ cap al gran llac dels somnis, / dona’m la mà / hi ha un horitzó / que ens crida de molt lluny”. A lo que Puri le replicó entre risas: “Quizá podrías buscar otro, ¿eh, tío? ¡Qué cara tiene!”. El candidato a la alcaldía que se había jurado doce años de su vida dedicados a Barcelona ganara o perdiera , reconoció que enchufaba el verso siempre que podía, y que si alguien quería que le casara tenía que tragárselo. Y, a pesar de las risas, añadió: “Es que me emociona”. Porque el actual alcalde de Barcelona es de los que lloran en el cine, un abuelo cariñoso y entregado. Pediatra de carrera, al cabo de nacer les pasa a todos visita para acabar confirmando complaciente que están como una rosa. Se ha agrandado el retrato del hombre afable, del que cuando perdía las elecciones decía: “No, si caigo bien, ahora sólo falta que me voten”. Del que no sabe decir que no y acaba envuelto en asuntos como Can Vies o Ciutat Vella. Pero Trias es tozudo e inflexible cuando algo no le convence, y un hombre con un afinado sentido de la orientación: nunca se pierde, dice su entorno. Lo demostró cuando El Mundo publicó que tenía 12,9 millones de euros en Andorra y Suiza: “Mi única fuerza es la honestidad, y pienso actuar con toda la contundencia. Estoy harto de este periodismo que quiere hacer política y lo hace explicando mentiras”. Su estilo es propio de un señor de Barcelona, clásico aunque aspire a transmitir un toque de modernidad y soltura. En algunos hombres la afición por el diálogo se cuela por las solapas de la chaqueta; abren pecho, no se cruzan de brazos. Trajes azul marino y gris oscuro, sin variación, que flirtean con corbatas llamativas y unas gafas de pasta muy coquetas, italianas, de EPOS, su gadget de la campaña. Llega tardísimo a casa, pasada la una de la madrugada, seis días a la semana, aunque su vida no siempre fue la de un hombre hiperbólicamente ocupado que ha tenido que renunciar a tener perro. Hubo unos años, cuando su mujer estudiaba la carrera de Odontología de noche, en que cuidó de sus dos hijos pequeños. Su côté de hombre comprometido socialmente ha palidecido ante el activismo a pie de calle de las Colau y Lecha. Cuestionado por no latir más fuerte su sangre independentista, pragmático, pactista y ahora ­friendly -con el polémico modelo de smart city que ha querido potenciar-, ha abundado en su corazón socialdemócrata. El de quien ante una emergencia podría subirse con el maletín en la ambulancia, un Doctor Barcelover a quien Standard & Poors le ha dado matrícula de honor. (La Vanguardia)

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22 de mayo de 2015
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A pie de calle

Dice que ante el espejo ve a una mujer de 57 años con la historia que ello comporta. Y que de su rostro le gusta casi todo, también su cabeza por dentro. Respira el pálpito de la calle, bien alejada de los sillones verticales en despachos caoba, porque M.ª José Lecha es mujer de sentarse con las piernas cruzadas. Su olor preferido es a naranja y madera. Su planta, la retama; su color, aceituna; su canción, Cançó de fer camí, un poema de Maria Mercè Marçal. Define su estilo como “natural”, y no considera la política como un oficio. Lecha desprende las libertades anidadas en el pedaleo de asamblea y las movilizaciones plurales donde perroflautas, 15Mistas y demás nombres compuestos cuestionan la política con corbata. El ademán de Lecha es propio de quien no entiende de modas -ni quiere-. Desafía la hipermodernidad con sus camisetas de colores, la coleta que parece hecha sin mirarse en el espejo y sus gafas de pasta anaranjadas. Parece decir: “Lo que veis es verdad, aquí no hay dobleces ni caras B”, ni una imagen pública ni otra privada, aunque defienda a ultranza su derecho a la intimidad. Su compromiso social transpira bajo su fiel fular enroscado al cuello, con ese aire progre que le habrá ayudado a enfrentar protocolos melifluos en el hospital de Sant Pau. De su experiencia profesional habrá escuchado infinitas historias difíciles: “El dolor de los otros provoca empatía”, asegura. Si atendemos a su expresión, lo primero que se aprecia es que no abunda en tablas mitineras. No vende experiencia, sino convicción. Frente al discurso-rodillo habitual en campaña, ella a veces titubea, habla muy despacio -incluso demasiado para nuestros tiempos cardiacos-, y aun así comunica. Su tono es bajo, y ello contrarresta la radicalidad de su discurso, bien alejada del tópico de “la extremista dando gritos”. Pide más libertad en la calle -”las libertades que reivindico darían para llenar entrevista enteras-, incluso para quienes quieren vender su cuerpo. De las prostitutas ha aprendido “la dignidad en la exclusión”. Lecha creció en el barrio de Hostafrancs y ahora vive en Fort Pienc, popular en el mejor sentido de la palabra: “Que es peculiar del pueblo o procede de él”. Y no se cansa de repetir que huyó despavorida de una vivienda en la avenida Gaudí debido a la masificación turística que ahora combate políticamente. La suya es una política de boca a oreja, de escalera de vecinos y autogestión: de defensa de lo público y límites a lo privado. Una política reverdecedora, que recuerda aquella lección de Nietzsche sobre lo que en verdad importa de un árbol: la mayoría cree que es el fruto, cuando en realidad es la semilla. Pero las semillas arraigan difícilmente en el cemento. (La Vanguardia)

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21 de mayo de 2015
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A la suiza

Haber cumplido los 50, hace tan sólo dos décadas, marcaba a las mujeres a fuego; o mejor dicho, venía a ser algo así como el elixir de Lewis Caroll: las empequeñecía hasta hacerlas invisibles. Cualquier intento por validar su feminidad resultaba tan heroico como fuera de contexto, por lo que causaron sensación las pioneras que sortearon la edad sin perder cintura ni encanto, pero sobre todo habiendo alcanzado el poder. Hoy, cuando Hillary Clinton -que cumplirá 68- se presenta como candidata a la presidencia de EE.UU. o Aguirre y Carmena se disputan la alcaldía de Madrid sin ganas de jubilarse, las cincuentonas, hijas del baby boom se han plantado en la política con la misma naturalidad que sus colegas. Carina Mejías, que considera a Hillary uno de sus grandes referentes, sabe que la corrección es un grado, y que flaco favor le haría a su imagen si comportara alguna estridencia, porque ahí es donde suele hacer daño la tuitología. La imagen de las mujeres públicas continúa provocando comentarios de verdulería en los confidenciales, pero también en las tribunas. Trajes de corte ejecutivo al estilo Sheryl Sandberg -blazer y camiseta-, más pantalón que falda, apenas joyas, cara despejada, y los rictus precisos de la edad sin relinchos de botox. Una de las partes de su físico en la que más invierte es el cabello, con su melena mechada, de peluquería, que ha ido enrubieciendo,puede que para dulcificar el cartel o por cuestiones prácticas. Una mujer con aplomo, algo seca dicen algunos, estirada, que se muerde los labios, dicen otros. Ella encarna la moderación y la seguridad: “Arriesgar todo o nada no va conmigo”, ha dicho. Declara con orgullo que es hija de una familia tradicional -de padre militar y numerosa- y que ella misma ha constituido otra. Le pregunto qué entiende por ello, y sale por la tangente: “Una pareja con un proyecto de vida común”. Prefiere no autonombrarse feminista, “creo en la igualdad de oportunidades”. Su censura al burka fue una de sus grandes batallas. Su oferta política se basa en la prudencia, el legalismo -es abogada- y la experiencia -fue diputada en el Parlament por primera vez, por el PP, de la mano de Piqué-. Tranquilidad al frente de un buque que, ante todo, no quiere bandazos. Lo que me trae a la cabeza a Orson Welles, de quien se celebra el centenario estos días, que en El tercer hombre daba una taxonomía de la política: “Durante treinta años, bajo los Borgia, Italia sufrió guerras, terror, asesinatos… pero produjo a Miguel Ángel, Leonardo y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal: quinientos años de democracia y paz. ¿Y qué produjeron? ¡El reloj de cuco!”. Mejías podría ser una política suiza, cuya principal misión -dictada por su jefe, Albert Rivera- es la de aplicar detergente con lejía al cuco. (La Vanguardia)

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20 de mayo de 2015
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En palabras del poeta

No existen dos disciplinas más antagónicas en cuanto a la naturaleza del oficio: la política y la poesía. Sentirse llamado a hacer grandes cosas para mejorar el mundo, frente a la soledad desmañada de quien arranca pequeños sorbos de palabras con la voluntad de mejorar la cuartilla. Pero, a la vez, la larga tradición que las une demuestra que al político le empuja una impe­riosa necesidad, una fijación, de arañar algún verso para ennoblecer su discurso. Bien lo saben quienes los escriben: deben de ser certeros en su elección, en la procedencia del autor y su idoneidad. ¡Qué fatigados deben estar los espíritus de Cervantes, Machado, Espriu, Pla, Borges o Neruda, por citar algunos de los que no suelen fallar en las alocuciones de los cabezas de cartel! Con demasiada frecuencia los versos son pronunciados frente al atril, sea mitin o discurso solemne, como un pegote de silicona, un embe­llecimiento fútil que, lejos de provocar una corriente de electricidad entre la audiencia, de sentir el cosquilleo de las imágenes que el poeta sacó de su prodigiosa chistera, produce una sensación pretenciosa e incluso amarga. Aún recuerdo aquellos días azules que un bucólico Mariano Rajoy deseaba a todos los españoles: “Tendremos un mañana colmado de días azules y soleados”, voceó en un pueblo de Cá­ceres. Posteriormente, en una entrevista, Gloria Lomana le preguntó por su inusitada poética, y el presidente le explicó que había fusilado a Machado y Pessoa. Un retruécano imposible propio de un estudiante de secundaria: los últimos versos escritos por el poeta andaluz: “Esos días azules y ese sol de mi infancia”, fusionados con la saudade del portugués: “No sé lo que traerá el mañana”. En su último acto como alcaldesa, Ana Botella quiso también embellecer su verbo, y según las crónicas “tomó prestadas las palabras del poeta Joan Margarit para decir que ‘pese a todo y siempre, en los peores momentos, mi familia ha sabido hacerme misteriosamente feliz’”. ¡Qué extraña pareja: Botella y Margarit! Cuando los nuestros viajan fuera, salen preparados, a la manera de Artur Mas en una reciente conferencia en la Universidad de Columbia de Nueva York. Por un lado, tuvo buen gusto al elegir a un exquisito de la poesía norteamericana, Robert Frost, y su El camino no elegido, pero hizo de él una interpretación errónea. Se trata de unos versos populares, que conocen bien los universitarios, y que derraman un lúcido estoicismo: “Dos caminos se separaban en un bosque, y yo¿ yo tomé el menos transitado. Y eso lo ha cambiado todo”. El propio Frost advirtió de su trampa: no hay un camino más difícil que otro, son casi iguales, pero lo que hace la diferencia es la decisión que uno toma. Bien lo sabe Susana Díaz, que estos días no precisa sonetos, acaso de haikus, y que en su soledad errante habrá recordado aquel consejo que un día le diera su padre: “Niña, no te metas en política”. (La Vanguardia)

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18 de mayo de 2015
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Idealista y resolutivo

En algunos partidos, los profesores han recalado en sus filas con el pálpito de aunar realidad y utopía. “Soñar participa de la historia”, escribió Walter Benjamin, aunque también desaconsejaba relatar los sueños en ayunas para no delatarse a uno mismo mostrando su ingenuidad onírica. No significa ello que los profesores de ERC que han paseado la camiseta de número uno -Carod, Ridao, Junqueras, Terricabras¿- sean unos ingenuos soñadores que han cambiado las aulas por el cartel electoral porque las primeras no alcanzaban el tamaño de sus sueños. Hombres de cultura, que diríamos, y alguna mujer -menos- han participado de un proyecto impregnado de las cuatro barras como santo y seña: malalts d’amor pel seu país, petit. Alfred Bosch es un escritor, viajero, políglota y docente que cuando cumplió 50 años, en lugar de comprarse un coche más grande se metió en política. No admite que el revoloteo existencial fuera la causa de esa migración: “Siempre he creído que en realidad la política me eligió a mí, porque hoy se acerca más a la historia y la creación que a la transacción”. Hijo del Eixample, educado en un colegio británico, apasionado por África -escribió sobre Mandela, L’home-Deú- y recibió la bendición de José Manuel Lara, que editó sus libros, ambientados en la historia de los tiempos. Bosch considera a Maragall su principal mentor -nueve años a su lado colaborando en el proyecto olímpico- y a Dickens su referente literario. Sus críticos le reprochan que su escritura sea más de sentencia que de relato, de acción que de diálogo, de factura prieta más que expansiva. El joven Alfred ya soñaba con escribir. Lo atestigua servidora, cuyo conocimiento del candidato se remonta a los tiempos de l’AJELC (Associació de Joves Escriptors en Llengua Catalana), cuando la Generalitat organizaba los Jocs Florals para los chavales -un año, incluso Josep Vicenç Foix los entregó- y regalaba viajes como premio: “Me conociste en los dos años más prescincibles de mi vida”, apostilla. Ya lo decía Caballero Bonald, “quien recuerda, miente”. Alfred Bosch, con sus ojos azules de párpados caídos y obnubilados -”es lo que más me gusta de mi cara, esos ojos extrañamente bonitos que me ha regalado la genética”- y su pelo rizado, mostraba ya el talante de quien quiere llegar muy alto en la vida. Si Alberto Fernández tenía algo del rubio de los Pecos, Bosch lo tiene del moreno. Nunca ha acabado de encajar dentro de un traje, los lleva demasiado holgados. De vez en cuando se planta una corbata morada para no olvidar la vieja dama que descansa en su apellido político. Le pregunto por su estilo, y no responde con marcas ni prendas: “Idealista d’anar per feina”. De los que cuentan los sueños bien desayunados. (La Vanguardia)

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17 de mayo de 2015
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Sobre ruedas

Ser de los pequeños de una familia numerosa -el octavo de diez- puede imprimir un carácter entre tenaz y aventurero, y más con un padre militar de carrera que ganó una guerra. Los benjamines siempre acaban escuchando el final de la película, que los mayores se pierden, extraviados en sus fantasiosas urgencias. Pongo imaginariamente a Alberto Fernández Díaz frente al espejo, y su reflejo me devuelve una masculinidad rubia de sonrisa delgada y gesto como de acabar de comer un pomelo; una fusión del rubio de los Pecos con Sete Gibernau, ¿o es de Josep Maria Cullell con dos cuarterones de Antonio Gasset? A fuerza de observar los rasgos del candidato popular a la alcaldía -su mandíbula redonda, los lagrimales muy juntos, que traen un aire casi de ciencia ficción- el parecido con su hermano ministro se desvaneceen el dibujo, pero a la vez permanece en forma de sombra. Los hermanos poderosos siempre han sido codiciados, salvo en política, donde la sombra del nepotismo es heladora. En la gran pantalla, las pistas de Wimbledon o en una junta de accionistas son curiosos, invencibles, envidiables… como Warren Beatty y Shirley McLaine, Venus y Serena Williams o las Koplowitz. Pero en los partidos y las administraciones nunca vendieron bien: de los nefandos hermanos de Guerra a los oscuros deudos de Guindos o Mayor Oreja. Los Fernández Díaz simbolizan dos épocas diferentes, aunque comparten pertenencia y una infancia aragonesa. Más laxo en las formas, municipalista infatigable y pactista irredento, amable pero con prontos. “Tiene un lado visceral”, me cuentan desde su entorno. “Un exotismo que forma parte del paisaje, no chirría en el escenario. Y amortiza sus votos”, me describe uno de mis oráculos periodísticos. Su afición por las motos ha permitido disfrutar de lo lindo a los fotógrafos. Cuentan que, de joven, se pagó su primera Vespa encolando carteles de publicidad por las noches. Mira por dónde, ahora Varoufakis -más Ángel de Prada que del Infierno- universaliza la imagen del político motero por la que Fernández Díaz ha luchado tanto, llegando a presentar una propuesta municipal para que el carril taxi-bus también lo fuera de ciclomotores, y Harley, su pasión. Sempiterno cabeza de cartel pepero y veterano en el Consistorio, Alberto se ha mantenido incólume en su defensa de la ciudad. Hay bandoneón de tango en su historia: austero -vive en la misma casa desde hace 25 años-, forofo del Espanyol, y se casó el año olímpico con una vecina de la escalera, fiel al consejo de algunas madres barcelonesas: “Hijo, cásate con una chica de tu misma calle”: sorpresas, las justas. (La Vanguardia)

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15 de mayo de 2015
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El elefante, el rey y Pablo

Pablo Iglesias, ante el Rey Felipe VI en la Eurocámara, demostró cuatro cosas: 1) que cree en los marcos mentales; 2) que en política la llave es tener un buen relato; 3) que, lejos de ser corrupta, la metáfora es tremendamente esclarecedora; y 4) que va de listo. Según las teorías de George Lakoff, autor de No pienses en un elefante, los marcos de referencia son estructuras mentales que conforman nuestra forma de ver el mundo. No podemos acceder a ellos conscientemente, pero sí por sus consecuencias y a través del lenguaje. Por ejemplo: el elefante es un símbolo republicano en Estados Unidos, de modo que ningún demócrata debería de utilizar esta imagen si quiere expresar una voluntad de cambio social. La narración de Pablo Iglesias consistió, de entrada, en poner en escena un falso salto del protocolo porque en verdad todo estaba tácitamente controlado. El político de Vallecas había advertido al séquito real que entregaría un regalo a Felipe VI, y al no ir empaquetado todos supieron, escoltas incluidos, de qué se trataba. Aun así, la metáfora de Iglesias funcionó a la primera enviando dos mensajes: que el líder de Podemos, con la espalda de su camisa arrugada y su coleta progre, es osado, capaz de sorprender a la audiencia y traspasar la línea hierática del saludo; y dos, que con su ocurrencia trataba de darle una lección al monarca: ?Véala si quiere saber lo que pasa en política en su reino?. Juego de tronos, ese cruce hipster de Shakespeare y Tolkien ?basada en las novelas de George R. R. Martin, un escritor norteamericano de género fantástico de culto?, trata de las intrigas y luchas dinásticas entre diversos linajes por el control del Trono de Hierro del continente de Poniente. Nombres míticos para mirarse en el espejo de la ficción utiliza esa izquierda cada vez más pulida con piedra pómez a fin de rebajar su discurso antimonárquico hasta el punto de afirmar de que, si llegara al poder, trataría de convencer al Rey de que la (deseable) legitimidad le obliga a ser votado por la ciudadanía, por lo que debería someterse al refrendo popular. Hay momentos en que la escena política española parece no tanto una serie de moda como una nueva y soporífera entrega de ladrones y policías. El fango ha cubierto la gloria y la desafección ha barrido el respeto de antaño a los representantes públicos, muchos de ellos estafadores bicéfalos: mientras una cabeza hablaba de deber y responsabilidad a los ciudadanos, la otra se burlaba del fisco y abría la mano a la chita callando ?expresión de naturaleza inquietante?. El bipartidismo se ha convertido en porciones de quesitos que, del naranja al morado, alteran el pantonario que hasta ahora ha coloreado España. Por ello, un político experto en comunicación como Pablo Iglesias sabe que sólo a través de la empatía y de la construcción de nuevos marcos mentales podrá investirse de la credibilidad y del estilo propio necesarios para mover las ideas, esas grandes rocas que ni en sueños conseguimos arrastrar montaña abajo. (Icon)

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14 de mayo de 2015
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Uñas rotas

Hace tiempo que advierto la proliferación de locales de manicura en las ciudades de todo el mundo: pequeños establecimientos con olor a esmalte que hacen las delicias de las mujeres, sean ejecutivas o becarias, con precios inferiores a los quince euros. La manicura se ha democratizado, dejando de ser una coquetería ­propia de privilegiadas, y hoy iguala clases y condiciones a diferencia de los limpiabotas, servicio cada vez más escaso y desfasado. Una brigada de profesionales chinas o colombianas -muy cotizadas estas- ha pasado a ser la solución benefactora para las manos de las mujeres torpes o que andan demasiado atareadas para cortar sus pieles muertas. Se sientan frente a ti, con la espalda encorvada, cuencos de agua caliente y pequeñas toallas en el regazo mientras van tomando tus dedos, uno a uno, entre sus manos silenciosas que exfolian, masajean y aplican gel permanente. A veces adviertes que su silencio no es blando sino azul, como los blues. Y que bajo su bata blanca habita un cuerpo agotado y una vida subrogada. ¿Por qué el nuevo código estético puede tolerar casi cualquier cosa -unas zapatillas deportivas, un piercing en la lengua, una orgía de pulseritas roñosas-, pero difícilmente admite la visión de unas uñas estropeadas? La fiebre de la manipedi ha dado nuevos bríos al sector de los esmaltes de uñas, con un crecimiento espectacular y un pantonario que va del azul pitufo al amarillo Simpson, pasando por el rouge Chanel. Y no es fácil explicar este boom en nuestros tiempos low cost, por mucho que las ciudades sean parques temáticos colonizados por marcas globales y su uniformidad ha sido clonada de norte a sur. Se calcula que en EE.UU. existen ya 17.000 puestos de manicura, y en la modélica Nueva York el crecimiento es descomunal: tres veces mayor que en Los Ángeles o Chicago. De hecho, The New York Times ha realizado un recuento sorprendente: en un solo barrio del Upper East Side los nails triplican a los Starbucks. A las 8 de la mañana, cuenta la cronista, de maltratadas camionetas Ford saltan mujeres en su mayoría asiáticas; el mismo estilo que con los trabajadores de la construcción. Trabajarán entre 10 y 12 horas, y, si ­demuestran capacidad, entonces puede que a los tres meses ganen entre 10 y 60 euros al día. En algunos ­salones de Harlem deben pagar para beber agua. Mujeres pobres a las que su supervisor les ha cambiado el nombre -Sherry o Betty en lugar de Ma Lea- cortarán los callos y rebajarán durezas de los pies de algunas millonarias con sandalias de Prada y diamantes de H. Stern. Hay quien dice: “Me he hecho las manos”. Otras las pierden, en esa dinámica perversa que dilata la brecha entre servidumbre y servicio. (La Vanguardia)

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13 de mayo de 2015
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Águila roja

Dice un proverbio japonés que un hombre es el espacio que ocupa. Si fuera así, podríamos decir que Collboni es un hombre multiespacio, que de los lavaplatos y las tuberías de la política ha pasado al escenario con la plena convicción de que el atril es hoy es el lugar correcto. “Coll-bo-ni- no es tan difícil”, reza su publicidad mediática, recordando los estragos que tuvieron que pasar algunas cabeceras de prensa internacionales para hacer cuajar su nombre, que al principio la gente pronunciaba con gran exotismo. Además de masticar su apellido, su campaña -dirigida por el también polivalente Risto Mejide- quiere ser poco política “para conectar con lo que quiero comunicar: el sufrimiento de mucha gente como consecuencia de la crisis, y con lo que se puede hacer desde el Ayuntamiento”. Collboni tiene una sonrisa de hombre serio, tenaz, de quien al escuchar aprieta los labios en lugar de interrumpir. O del que parece que nació para decir “no fotem” sin que suene a “basta ya”. Una sonrisa inglesa que a veces chispea y otras endulza, y que parece convincente tanto cuando habla de amor como de empleo. Algunos creen que no era necesario su parpadeo submarino de Con el agua al cuello, ese video-performance con eslogan que emula el No surprises de Radiohead y que tanto ha gustado a los hipsters. Pero Collboni saca el pecho del chaval concienzudo que fue delegado de clase, o del joven socialista que bautizó un gay power barcelonés, consiguiendo un cambio histórico que incluyó el matrimonio homosexual. Lo celebró casándose con su pareja, Óscar Cornejo y entre los invitados, la UGT se mezcló con Sálvame. Barba muy perfilada, a lo Tom Ford, canas de experiencia (pero sin pasarse) y un gris que suele ir con los trajes, sobrios, casi pijos, pero sin el exceso madrileño. A diferencia de Hereu o Navarro es el único mandatario del PSC que se siente cómodo con su chaqueta. Posee gustos florentinos, como las primeras enciclopedias ilustradas de finales del siglo XVIII. “A Jaume lo comparo con un águila, pero no de rapiña, sino imperial; no lo ves pero lo controla todo” dice su amigo Gerard Guiu, director de proyectos del Barça. Collboni se declara un optimista de la voluntad y habla en términos propios de coach: “La capacidad de resistencia es la capacidad de resistir la soledad”. Su relación con los aromas está bien documentada en su creciente videografía: en uno de sus retratos, se le graba oliendo jabones a granel y elige el de aroma a magnolia: era el árbol de su infancia, en Premià de Dalt. La magnolia no es huidiza como la violeta, que viene y va, sino que persiste, gozosa. Curiosa exaltación del poder evocador del olfato por parte de un hombre que no utiliza perfume, sólo aftershave.

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12 de mayo de 2015
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El Boomeran(g)
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