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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales como Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), Icon de El País, Marie Claire, y Woman. Ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (El País, Vogue, la cadena SER, Onda Cero, TV3 y TVE) y ha publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Actualmente es columnista de La Vanguardia y directora del Magazine

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Nina Simone, grava y café crema

Montreux 1976. El público enmudece cuando entra a oscuras en el escenario: el pelo corto como siempre, la piel de ébano, los brazos musculados, andrógina, dura, tan tribal como solemne. Hace una larga reverencia. Mira dramáticamente a derecha e izquierda. Domina el silencio. Al fin dice: ?Hace años renuncié a participar en festivales de jazz, pero hoy estoy aquí y cantaré para ustedes?. Nina Simone odiaba la palabra jazz, lo suyo era, en sus propias palabras, música clásica negra. Aquella noche en Montreux los dedos vuelan sobre las teclas del piano, los mismos de aquella niña que a los cuatro años tocaba con tal destreza que dos profesoras blancas decidieron prepararla gratis para ser la primera pianista de concierto negra de los Estados Unidos. Pero, a pesar del don, el Instituto de Música Curtis la rechazó por el color de su piel. Corrió a cambiarse de nombre para actuar en los night clubs de Atlantic City y durante varios años se lo escondió a su madre, predicadora: Eunice Kathleen pasó a ser Nina ??niña?, como la llamaba un novio que tuvo de joven?. Simone vino por Signoret, a quien adoraba. Todo quedaba bien definido en la nueva identidad de esta mujer brillante y controvertida. El éxito llegó con su versión de I love you, Porgy, y su orgullo afroamericano tendría mucho que ver. De niña le decían que tenía la nariz demasiado grande y la boca demasiado carnosa. Lo subvirtió. Nunca se dejó crecer la melena mientras cantaba su intimidad en directo: de las palizas de su marido y mánager, Andy Stroud, a la soledad oscura cuando todos se iban a casa después del concierto, y, cómo no, la rabia que la doblaba por las injusticias raciales. Gracias al magnífico documental ¿Qué pasó, miss Simone? ,de Liz Garbus, podemos adentrarnos en la vida del mito, escuchar su voz y las de su entorno. La pianista disciplinada y pulcra que tocaba en la iglesia, la joven soñadora con voz de barítono que nadie la definió mejor que ella: ?A veces sueno como grava, otras como café cream?; la mujer de sexualidad voraz, rebelde y profundamente cabreada. Su magnetismo vocal era prodigioso: cambiaba de clave en medio de una canción, introdujo la fuga y el contrapunto en la música popular, apoyada en su desbordado breathiness ?el uso de un tono jadeante, sofocado, sin aliento?. En un concierto se levanta del piano, se sacude moviendo frenéticamente las caderas y luego vuelve a sentarse. ?Quiero agitar al público tan fuerte que, cuando deje el club donde haya actuado, salgan hechos pedazos?. Combinaba la altanería y el alcohol con una vulnerabilidad de cristal. Los que la conocieron y trabajaron con ella la describen tan distante y mandona como frágil y sensible. Acerada activista: ?Quiero darles la negritud a mi pueblo, devolverles el poder negro?. Se suavizó con la edad y la medicación. Pero en ocasiones decía: ?¡Qué calor hace aquí?!? o ?¡Tú, siéntate!?, antes de desbocarse con Don?t let me be misunderstood, I ain?t got no-I got life o el My babe don?t care que la recuperó a finales de los ochenta, gracias a un anuncio de Chanel número 5. Otro hombre / Antonio Banderas Antonio Banderas se ha inventado otro yo. Estudia en la St Martins School con la generación Z, pronto presentará su colección de ropa, pinta el Gernika con Carlos Saura en 33 días, anda en amores con una holandesa regia y acaba de firmar su acuerdo de divorcio. Palabras lejanas: la casa de Aspen y 60.000 euros mensuales a Melanie. Fueron veinte años de amor. ?La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente ser vivida hacia delante?. (Kierkegaard). Como una cebolla / Rossy de Palma En Resilienza d?amore, el monólogo que protagoniza en el teatro Español de Madrid, Rossy de Palma corta una cebolla por la mitad para escrutar las capas de la vida, de su vida. Algunas son amargas, otras dulces, pero todas cocinan un fondo de arte insaciable que abre aún más el apetito. Dice haberse encontrado con ?muchas cebollas vacías? por el camino, la suya tiene muchos anillos. Rossy es una rara avis y un nombre internacional en la performance de la moda. Marienbad makeup / Winona Ryder Qué extraño culto sigue ejerciendo la cinta de Resnais El año pasado en Marienbad, una adaptación del nouveau roman de Robbe-Grillet. Su influjo estético se exhibe ahora en A film as art, en el Kunsthalle de Bremen, e incluye fotos de Outumuro. Menos suerte ha tenido la recreación de Winona Ryder en Delphine Seyrig para la campaña de maquillaje de su amigo Marc Jacobs. Acostumbrada a la polémica, es recuperada como icono aunque no se la reconozca. Ella admite que nunca se ha sabido maquillar. (La Vanguardia)

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12 de diciembre de 2015
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Hiyabs en Harrod?s

Son jóvenes y han sofisticado su hiyab al estilo de un turbante grueso que las hace más exóticas, como si debajo escondieran un recogido de efecto similar a lo que aquí se llamaba la toga: enroscar la melena para alisarla. Las observo en las tiendas y en los museos de Londres, también cómo son observadas. Se maquillan las cejas y dejan a su paso una estela olfativa que evoca a Las mil y una noches. Maquillarse y perfumarse son algunos de los pecados que condena el Daesh, pero ellas, que lucen sus fashion hiyabs despachando ropa en Harrod?s, hacen gala de una identidad mixta: europea y musulmana. Para muchos no es fácil de aceptar, y a menudo tienen que explicarse. En Knightsbridge, el pasado domingo se mezclaban los turistas españoles del puente de la Constitución con los árabes ricos ?ellos con un maletín de Hermès, ellas luciendo bolsos de Chanel; ¿qué pensaría la mismísima Coco si viera cómo se cuelgan sus cadenas sobre los niqabs que cubren cuerpo y rostro, tan sólo dejan una ranura, igual que un barrote??. La realidad islámica se atraganta en un Occidente que cada vez defiende con más temblor la diversidad cultural, aunque en su credo no quepa otro principio que el de la libertad de culto. En Francia aúpa a la extrema derecha y en EE.UU. inspira a Trump un eslogan lanzado a mandíbula batiente: ?Moros, fuera?. En Hyde Park, unas trescientas mujeres condenan la violencia en nombre del islam y conmemoran la trágica muerte del imán Husein, nieto de Mahoma y considerado el príncipe de los mártires, a manos de rigoristas. Las mujeres con velo-turbante negro paran a los extranjeros para explicarles que ellos están con nosotros, que son las víctimas principales del Daesh, Al-Qaeda o Boko Haram, y regalan una rosa blanca con un folleto a todo el que quiere escucharles. Aseguran abominar de la fanática manipulación salafista que tergiversa el Corán y alcanza su éxtasis autodestruyéndose en nombre de Alá. Sus acciones bienintencionadas se repiten en los barrios y en las escuelas, la movilización de la sociedad civil para defender un Estado laico. Pero ¿por qué no se han convocado reuniones de urgencia de la Liga Árabe o de la Organización de la Conferencia Islámica? Y ¿por qué se considera la amenaza yihadista como una guerra del islam contra Occidente, y no se tiene en cuenta que muchos países mayoritariamente musulmanes están siendo golpeados por el terror igual que nosotros? Francia y Rusia contraatacan y bombardean con la ayuda de sus aliados británicos o alemanes, mientras los otros se lo piensan, sin prisas. Pero esos otros también son ellos mismos, los que rezan en las mezquitas con un lirismo conmovedor. (La Vanguardia)

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9 de diciembre de 2015
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Gin-tonics a dos euros

Se extiende con rabia una bronca progre que confunde el sarcasmo con la patada en los huevos, y que es capaz de chapotear en el respeto más básico salpicando al otro de barro. Qué lamentable resultó la actuación del pedagógico y recto Monedero ?ese analista tan bien pagado que tuvo que saltar del tren de Podemos en marcha arrastrando su mochila y su fular hindú? al insinuar en un debate que Albert Rivera es un cocainómano. Él, tan de hablar como un colega, actuaba con la saña de quien levanta suspicacias del guapo, a fin de penalizar el talento con dimes y diretes. ?No vamos a hacer un tiro largo?, exclamó, igual que un humorista de El Club de la Comedia, pasándose el índice bajo la nariz y esnifando sus propios mocos. ¿Qué numeritos son estos, y de qué forma descerrajan la risa en una democracia adulta, abandonando el necesario fair play que debería dominar el nuevo escenario político? Porque España ha desplumado a su clase media, ha tendido una alfombra roja a la corrupción, pasea avergonzada su déficit económico y social, y bracea por mantener sus porciones de quesos territoriales. Llevamos un mes de precampaña, y ahora que ya han pegado los carteles se reclama un debate de altura, dejando atrás pantomimas y cojines entre las piernas ?como hizo Pedro Sánchez con Bertín Osborne, esa nueva Oprah de la televisión pública?. El otro día se encontraron en el Congreso de los Diputados Celia Villalobos, vicepresidenta primera de la Cámara, y el candidato Pablo Iglesias. En un rifirrafe tenso y a micrófono abierto, la gata vieja fulminó el intento de sarcasmo del joven líder, que arremetía contra ella casi rozándole la barbilla para acusarla de pertenecer a un partido corrupto. Villalobos le dio una anticipada y condescendiente bienvenida, deseando poder tomar ?muchos cafés? con Iglesias en el bar del hemiciclo para discutir cuando se estrene como diputado. ?¿Con esos gin-tonics a dos euros? Igual prefiero tomármelo fuera?, contraatacó el candidato. ?Aquí no tomamos gin-tonic, tomamos café?, zanjó la política del PP. Hoy vivimos dosis bajas de sarcasmo fino, bien alejado de aquello que Wilde describía como ?la forma más baja de humor pero la más alta expresión de ingenio?. Así lo escenificaba Marc Twain: ?No me gustan los elogios, siempre se quedan cortos? (dejando en evidencia a los serviles y aduladores). Si bien los gurús de la inteligencia emocional recomiendan eliminarlo de la oficina o de la vida en pareja, y abundan aquellos a quienes se les pasan las ironías por alto ?por la patosidad del emisor o por la suya propia?, muchos son quienes lo defienden como un ejercicio creativo. Porque para manejar bien el sarcasmo, el cinismo y la ironía, hay que saber exponer contradicciones y combatirlas con humor y brillantez, no a base de estos chascarrillos que, desafortunadamente, se han convertido en tendencia. (La Vanguardia)

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7 de diciembre de 2015
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Maruja Mallo, vanguardia pura

Qué delicia pasear por los jardines de la Residencia de Estudiantes, entrar en su biblioteca o atisbar las habitaciones con los muebles estilo Bauhaus diseñados ex profeso. Sigue conservando su atmósfera sagrada y exquisita, la que actuó de bisagra con Europa, internacionalizó el talento y permitió que el arte, la literatura o el pensamiento gozaran de libertad y pálpito. Esta semana, en sus estancias, se ha inaugurado la exposición Mujeres en vanguardia. La Residencia de señoritas en su centenario. Porque ya ha transcurrido un siglo desde que María de Maeztu dirigió el primer centro oficial creado en España para fomentar la educación superior de la mujer. La muestra recoge los testimonios de mujeres excepcionales, valientes, ingeniosas, libres: desde Zenobia Camprubí a Victoria Kent, Josefina Carabias, María Goyri o María Zambrano. Ahora que, gracias a la cesión de obra y archivos por parte familiares y coleccionistas, se pueden exhibir piezas que no se veían en público desde hace cuarenta años, destaca entre todas el talento de una mujer dominada por el mito romántico del arte, una fuera de serie: Maruja Mallo. De ella se decía que ?no pintaba como si fuera mujer? , y Antonio Espina la presentó en La Gaceta Literaria como ?una nueva pintor?. Gracias al apoyo de Ortega y Gasset, Mallo pudo exponer en los salones de la Revista de Occidente. La crítica la bendijo exaltando su genialidad: ?Primero tiene talento y después pinta?. Volvemos a lo de siempre, ¿por qué el eco de Maruja Mallo es un susurro en la historia a pesar de su talento arrollador, iconoclasta y visionario, que le valió el reconocimiento y la amistad de los grandes, Gómez de la Serna, Buñuel y Dalí, André Breton o, años después, Andy Warhol? Surrealista de la primera hora, provocadora y disparatada, de joven festejó con Alberti ?con quien tuvo una relación sentimental intermitente?, y su imaginación, gracia y sensualidad fueron bendecidas por García Lorca. Y, en cambio, está muy lejos de figurar en la orla de los grandes nombres del arte contemporáneo, siendo con todos los honores y derechos el suyo uno de ellos. Maruja Mallo fue profesora en la Residencia de señoritas, al tiempo que avanzaba en su arte arriesgado, fuera con su Antro con fósiles, su serie Verbenas o sus retratos contundentes que bebían de las vanguardias y anticipaban el pop. Gracias a un padre culto y afrancesado salió del pueblo de Lugo y de una familia numerosa donde nunca se sintió postergada por ser mujer y fue a estudiar a la Academia de San Fernando, y después ?con una beca? a París. Los gemelos Loeb, marchands de Chagall, Dufy, Arp, Kandinsky o Balthus, le organizaron una exposición. Y el mismísimo André Breton le compró un cuadro: Espantapájaros. Cuando el gran marchante Paul Rosenberg quiso que firmara un contrato con él, ella decidió regresar a Madrid, con la esperanza de que prosperara la República. Pero la traición cainita la acabó abortando. Muchos aseguran que si Mallo se hubiera quedado en las terrazas de los cafés de Montmartre hoy sería una artista universal. Nunca se casó, a pesar de sus amoríos; se sentía libre desde la raíz del pelo hasta la punta de los pies. Cuando recorría Madrid con su amiga Concha Mendez, igual que dos flâneuses, pegaban la cara a los cristales de las tabernas como manera de protestar porque las mujeres no podían entrar en ellas. Con la Guerra Civil se exilió a Buenos Aires. Regresaría a Madrid en 1965, casi de puntillas. La fueron recuperando a sorbos hasta su muerte, a los 93 años. La suya fue una rebelión plácida y excepcional. Rafael Nadal / En boxers No lo puedo evitar: cuando avisté las primeras fotos de hombres musculados jugando al tenis con la única protección textil de un calzoncillo, sentí el mismo aflautado bochorno que me embarga al observar las minifaldas de las llamadas recogepelotas. Dice Nadal que verse en una valla a medio vestir le hace sentir extraño. Pero ya lo hizo con Armani porque deporte, cuerpo y moda forman un trío voraz. Asegura, no obstante, que le costó poco quitarse la ropa, al lado de su gran amigo estrellado: Tommy Hilfiger. Lección de maestro / Pere Portabella

Es un cineasta exquisito y de culto ?aquí, y en Francia o Estados Unidos?, pero su influencia no acaba ahí: tiene un larguísimo currículum político que, de la militancia antifranquista a la dirección de la Fundación Alternativas, abarca más de seis décadas. Ahora esos dos mundos, cine y política, vuelven a unirse en la recién presentada (en el Reina Sofía) Informe general II. El nuevo rapto de Europa, una cinta lúcida y combativa que trascenderá más allá de museos y filmotecas. Solo con tacones / Gigi Hadid y compañía El desnudo vale para todo: para protestar contra las pieles animales, para luchar contra el cáncer de mama,? y también para vender zapatos. Claro que este último, el de las modelos Gigi Hadid, Joan Smalls y Lily Aldrige, es uno de los llamados estéticos, que esconden las zonas húmedas escenificando al tiempo una fantasía fetichista: contemplar a una mujer desnuda dejándole solamente los tacones. El ojo está educado de forma diferente, piensen sino qué ocurriría al contemplar a tres modelos ataviados solo con sus zapatos. (La Vanguardia)

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5 de diciembre de 2015
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Disparos de belleza

Luces que cabalgan las sombras?. Me hubiera gustado escribirlo originalmente, pero pertenece a Junichiro Tanizaki, quien en su extraordinario Elogio de la sombra explicaba que la belleza, para los japoneses antiguos, no era en sí misma un hecho sino resultado del encuentro de lo claro y lo oscuro. Es lo primero que siento al acercarme a la fotografía de moda: luces avanzando como jinetes briosos para iluminar el mentón de la modelo o perseguir el rayo débil que atraviesa la estancia hasta posarse sobre el abrigo de pata de gallo. La fotografía de moda ha proporcionado una piel sumamente atractiva a la historia de las sociedades contemporáneas. Relata una posición estética ante el mundo que ha ido absorbiendo del devenir de los tiempos y ha transformado la mirada. Después de la I Guerra Mundial, las revistas de estilo empezaron a sustituir a los ilustradores por fotógrafos que abrieron un diálogo con las vanguardias artísticas. Perseguían composiciones que inspiraban una realidad idealizada, a veces rozando lo sublime, otras transgresora, desde el neorrealismo a las fantasías oníricas. Gran parte de los mejores fotógrafos de la historia, de Man Ray a Avedon, han participado en el sistema llamado ?editorial de moda?: una ficción creada a partir de una tendencia, una escena y una modelo, y cuya consecuencia puede llegar a traducirse en más de 300.000 millones de dólares, como ejemplificaba el documental The september issue. A primeros de siglo, Gustav Klimt, acompañado de su pareja Emilie Flöge, o Mariano Fortuny i de Madrazo y Pere Casas Abarca, inauguraban los vasos comunicantes entre cambio social y estético, así como entre el arte y la moda. La obra de Casas Abarca (1902) es la primera datada en la colección que ha creado el Museu del Disseny de Barcelona: 464 fotografías de 38 autores, y que se presenta con la muestra Distinció, un segle de fotografia de moda. No es una exposición más, sino que viene a reparar un vacío incomprensible: que en España no hubiera ninguna colección pública del género. La fotografía de moda ha sido tan subestimada y esquinada que nunca ha formado parte de archivos ni museos, ni tan siquiera ha conseguido una casilla en la historia de la fotografía. Pero ante las imágenes de Ramon Batlle ?pura Bauhaus?; Geynes, Pomés ?absolutamente moderno?, Oriol Maspons (no se pierdan el audio de su foto de una modelo vestida de alta costura en el Born, explicada para personas con discapacidad visual); la aguerrida Juana Biarnés, Antoni Bernad ?siempre exquisito?, Ferrater, ahora poeta; Outumuro ?tan cinematográfico?, o los vigorosos Txema Yeste y Dani Riera, la realidad cabalga entre sombras a fin de convertir lo ordinario en extraordinario; incluso al revés. (La Vanguardia)

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2 de diciembre de 2015
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Política de ?black friday?

Pablo, Albert, Pedro y, más recientemente, Mariano se han colado por el desagüe de nuestras vidas. Comen y cenan con nosotros, sin importarles que el mantel sea de hule; nos cuentan dónde compran la ropa, cómo se enamoraron de sus mujeres o qué les preguntaron sus hijos el día después de los atentados de París. ?Los políticos son personas iguales que las otras; que lloran, que ríen, que??. Les ahorro el resto de lugares comunes a los que recurrió Rafael Hernando en el canal 24 Horas para justificar la gira promocional de su candidato (y del resto). La coartada pone en juego un verbo que tiene su côté perverso: humanizar. Ahora sabemos que sudan, si beben cerveza o gin-tonic, que les gusta el picante, si son futboleros o cinéfilos, que no concilian vida laboral y familiar? aunque, aun y así, paseen a sus hijos bajo los focos e incluso les dan un par de collejas, como Rajoy, cuando el chaval dice la verdad. No conocemos en cambio cuál será su posición exacta, si gobiernan, frente a la amenaza yihadista, ni tampoco han aclarado qué harán con respecto a las millonarias y controvertidas ventas de armas a países como Arabia Saudí, Egipto, Israel, Venezuela o Ucrania, pese a la auténtica psicosis en la que anda sumido el mundo. ¿Y con los refugiados sirios? Es como si emularan el black friday en versión política y prenavideña; no en vano votaremos con el árbol puesto. Una de las posibles explicaciones al término anglosajón, inevitable estos días, no tiene nada de oscuro, sino más bien de luminoso: gracias a ese magnífico día de ventas, las cuentas de los comercios norteamericanos pasaban de números rojos a negros. Y en un momento en el que la mayoría de nuestros líderes ?salvo Albert Rivera? están en números rojos en lo que a confianza ciudadana se refiere, sus directores de campaña y asesores han comprendido que la táctica comercial del viernes negro funciona a la perfección de cara a las elecciones: tremendos descuentos (en su caso en lo que al discurso político se refiere) y la felicidad prometida a cada elector de que, con tanta oferta, encontrará su producto a medida. Y, así, la política española se ha exhibido hasta en la sopa, igual que cuando los artistas promocionan su nueva película o disco y aceptan hacer todas las payasadas que exigen los formatos televisivos de éxito. No basta con responder a preguntas, sino que tienen que ejecutar una coreografía, comerse un insecto o cocinar una fabada. Estos días los candidatos se turnan entre el mullido sofá de Bertín ?con sus chascarrillos de ligón maduro?, que incluso arrancó anécdotas de la mili a un Pedro Sánchez casi jerezano, y el potro de tortura de Ana Pastor. Ahí están, a cualquier hora, como los anuncios de turrón que vuelven a casa por Navidad, con la salvedad que ellos llegan para quedarse cuatro años. (La Vanguardia)

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30 de noviembre de 2015
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Vocación salvaje

Javier Gomá tiene dos escritorios. Uno en el despacho del director de la Fundación Juan March, en madrid: la proa del arquitecto Picardo, una curva domada por tres ventanales que se asoman a las embajadas de Luxemburgo e Irlanda y se cruzan con la verticalidad de la columna. La mesa tiene el mismo largo que su dueño cuando se reclina en la silla: ciento ochenta y tres centímetros. El otro ocupa un rincón del dormitorio conyugal, y a él no accederemos por mandato de su sensata esposa. Cuenta que es tan simple como una tabla con dos caballetes. Porque Javier Gomá, el pensador de la ejemplaridad; el que defiende la filosofía ?como literatura conceptual?, un género literario más; el filósofo mundano decididamente dialéctico; el estilista que junta palabras con finura, se concentra en cualquier lugar. ?Escribo con la tele puesta, con los niños jugando… y me bloqueo cuando estoy solo. La vez que mi mujer ha dicho: ?Salimos y te dejamos trabajar tranquilo?, me he sentido triste y miserable, abandonado. Necesito el roce de la oveja?. Antes de casarse no fue capaz de publicar una sola línea. No estaba orgánicamente maduro. Hasta que le fue creciendo un apetito voluptuoso por la normalidad: ?Por la doble especialización del oficio y del corazón. Encontrar a una persona para fundar una casa, y un oficio con el que ganarme la vida?. Estudió Clásicas para aclararse. Fue número uno de su promoción para el cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. Teresa era su vecina en El Escorial. ?Qué alboroto cuando llegaron: eran cuatro hermanas guapísimas, parecían sacadas de una novela de Jane Austen. Nos conocimos hablando a través de la valla?. Su tetralogía se inicia así: ?Dedicado a Teresa Arsuaga, mi buena suerte?. Utiliza un modelo de teléfono anticuado, un ordenador HP y rotuladores Pilot; bebe coca-cola ??el camarero se empeña en traérmela light, sin preguntarme?. En la March aún hay clases: ujier, secretaria impecable, camarero y cocina. Lleva un cuaderno con palabras que legustan, no utiliza emoticones, y le tiene manía a estos términos: incidir, reto, aval, hoja de ruta, línea roja o poner en valor. Hasta le tiembla el labio superior al pronunciarlos. Piensa que el verdadero literato tiene que sentir finura por las palabras,los sonidos, los aromas y las atmósferas. Su infancia fue dichosa, pero pasó sin relieve. La literatura lo electrocutó en la adolescencia. ¡Y de qué manera! Le costó años domesticarla. ?Era otoño de 1980. Me lo expliqué como el origen de una violenta vocación?. ¿Violenta? ?Sí, cuando notas que todos los rasgos de tu personalidad ?emocionales, intelectuales, incluso te diría que somáticos? se movilizan en una dirección, y te sientes absolutamente secuestrado por una intuición. La vocación es algo elástico que ocupa todo el espacio disponible?. Mucho se ha preguntado por qué ha dedicado las mejores horas del día, los mejores días del año, a hacer lo que nadie le había pedido: ?por vocación literaria?, ratifica. ?La única manera de perdurar en este mundo es la perfección. Todo mi anhelo es hacer una obra digna de perdurar para resistir el efecto de lo etéreo, no por la gloria personal?. Un párrafo al día, uno solo, esa es la medida que se exige cuando está escribiendo. Vive con la tranquilidad de haber terminado su Tetralogía de la ejemplaridad antes de los cincuenta. A veces llora, como cuando ve en televisión carreras de relevos; en ese justo momento en que los atletas se pasan el testigo, ejemplarmente, el estómago en la boca. (Cultura|s / La Vanguardia)

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29 de noviembre de 2015
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Jacqueline de Ribes, fin de época

Altísima, de nariz aguileña, hombros rotundos, cuello de cisne, dedos largos y cabello azabache recogido con rabia; su perfil podría escrutarse como el de una esfinge egipcia, el de una prima donna de la ópera o una modelo de alta costura, pero, en realidad, Jacqueline de Ribes representa un auténtico fin de raza: la mezcla perfecta entre aristócrata, musa y mecenas de creadores. Unicornio de marfil la llamaba el poeta couturier Yves Saint Laurent; ?giraffina?, en alusión a su esbelto cuello, la apodó Emilio Pucci. La última reina de París certifica uno de sus primeros pupilos, Valentino, a quien conoció cuando el diseñador era un joven de 16 años que trabajaba en el atelier de Jean Dessès y adoraba la expresión dramática ?y humorística? de la condesa de Ribes cuando se apeaba de su Rolls-Royce y empezaba la fiesta en el taller. Luchino Visconti la soñó en el papel de Oriane de Guermantes para su adaptación cinematográfica (nunca filmada) de En busca del tiempo perdido, y a Truman Capote le enfadaba que no quisiera contarse, con Marella Agnelli o Lee Radziwill ?hermana de Jackie Kennedy?, entre los cisnes de su corte. Durante décadas, no faltó a ni una de las fiestas de la alta sociedad que infusionaban arte, poder, glamour, frivolidad e influencia, igual en París que en Nueva York; fueran los anfitriones los Rothschild o el extravagante Carlos de Beistegui y de Yturbe. Su nombre, una contraseña para iniciados, es sinónimo puro de la elegancia à la française. Ahora se la reconoce ?y celebra? en el Metropolitan Museum de Nueva York, que le dedica una exposición pionera inaugurada este mes: si pocos son los couturiers que han merecido tal honor (Saint Laurent, Hubert de Givenchy, Miuccia Prada), Jacqueline de Ribes es, a sus impresionantes 86 años, el primer icono de la moda en traspasar las puertas del templo de esa nueva religión laica que es la moda. Su vida podría dar cuerpo a una novela de Balzac: Jacqueline de Beaumont nació un 14 de julio ?una fecha señalada para la futura embajadora del chic francés? en una familia absolument Faubourg Saint-Germain. El crac de 1929 estaba a punto de estallar, pero su abuelo materno, el banquero Olivier Rivaud de la Raffinière, capeó la crisis, y su padre, el conde Jean de Beaumont, se dedicó a multiplicar los ceros del abultado capital familiar apostando por el comercio exótico (de la banana al caucho). Su infancia discurrió entre el castillo de la abuela, las nannies y los días de sol en Saint-Jean-de-Luz. De joven debutó con brillo en los grandes bailes venecianos de Beistegui o el Black & White de Capote. Una educación impecable y la herencia de un padre (ausente, para variar) que amaba el esquí y una madre que traducía a Hemingway harían el resto. En 1849 se casó, jovencísima, con el vizconde de Ribes: se convertiría en lo que hoy se denomina socialité, y haría de la haute couture una seña de identidad personal tan reconocible como su porte de estatua (que Horst, Avedon, Bailey, Beaton o Doisneau inmortalizarían). En su fabulosa colección destacan los modelos de Saint Laurent, Valentino, Dior, Ralph Lauren, Armani, Emanuel Ungaro, Galliano o Jean-Paul Gaultier, que le dedicó una colección en 1999 titulada Divina Jacqueline. De Ribes es el último ejemplar de una especie casi extinta: una mujer culta que encarna, además, la quintaesencia de la elegancia. Y una virtuosa del arte social, heredera de una visión del mundo que reunía a artistas y aristócratas para descorchar la vida bajo las lámparas de araña. Autorretrato / Mariano Rajoy A algunos nos enseñaron en el colegio que hacer campaña por uno mismo queda feo. A Rajoy, en cambio, no le preocupa desoír aquello de que ?obras son amores, y no buenas razones?. ?Me voy a votar a mí mismo porque confío en mí, me conozco bien y hago justicia? confesaba esta semana en la Cope. Un hombre de gustos sencillos que desayuna con el Marca, un señor de provincias que toma distancia ante lo hipermoderno. Esperemos que Bertín no lo siente en su tresillo ni lo pasee por la dehesa. Mirada al pasado / John-John Kennedy Nunca hubo un nombre con tal aliteración: John al cuadrado. Se convirtió en los mismos Estados Unidos de América cuando saludó al féretro de su padre como un niño hombre. Habría cumplido 55 años el pasado miércoles de no haber sido por aquella avioneta. Fue abogado y editor de George, aunque se quedó en promesa. La política había sido puntualmente sexy antes de él, pero la maldición de los Kennedy enterró una de las mejores genéticas de la historia. Imparable / Adele Cuando Spotify parece haber vencido definitivamente a las tiendas de discos, Adele vende casi dos millones y medio de copias en la primera semana de 25, su tercer álbum. Fuera del canon, desde su cuerpo hasta su voz, Adele conquista nuevas metas. Incluso los que somos alérgicos a su chorro de voz, debemos de aceptar que puede con todo, ya sea versionear Hello con instrumentos infantiles y su pose de matrona inglesa o arrinconar los dispositivos 3.0. Toda una heroicidad. (La Vanguardia)

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28 de noviembre de 2015
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Qué fantástica esta fiesta

No sabes quién es. Enroscas vigorosamente los tornillos de la memoria pero ningún recuerdo acude a socorrerte, ni tan siquiera un lejano perfume. Te ha llamado por tu nombre, te ha sonreído, te ha besado como si en alguna ocasión hubierais intercambiado confidencias de las gordas e incluso, al despedirse, te palmea la espalda con una familiaridad que te espanta porque ni has podido pronunciar su nombre de pila. Buscas un salvavidas en la conversación de al lado, aunque al instante te das cuenta de que no podrás presentar a tu amiga-desconocida ano ser que recurras al truco del almendruco: ?Mira, Pepito, esta es?? , y en ese justo momento te lanzas sobre el teléfono como si tu casa estuviera ardiendo. Lo más formidable es que, tras autopresentarse, y ya conociendo su nombre, sigues careciendo de los ecos de un pasado común. Los códigos de la convención social permiten soportar tácitamente la mentira. ¿Qué costaría decir sin atajos: ?Sabes, ahora mismo no caigo en quién eres?? Pero los excesos de narcisismo y de empatía nos lo impiden: cómo vamos a reconocer que nuestro almacén neuronal padece necrosis ante alguien que nos profesa tanto cariño. Hay grandes especialistas en sobrevivir a las fiestas que empiezan a encadenarse en esta época, igual que un tapis roulant que atraviesa la recta final del año. Las alfombras rojas marcan territorio: en las fiestas públicas presiden los logos comerciales ?que en verdad son quienes pagan las croquetas y el jamón?. Es el llamado photocall, un plató rudimentario a fin de que cualquier invitado, famoso o no, viva su momento de gloria. Aunque no se sufra de agorafobia, acostumbra a invadirte el aturdimiento al entrar en el ruedo y suspender tu mirada en una bruma social tras la que, al principio, no identificas a nadie. Es en ese justo momento cuando eres más vulnerable y puedes caer en las redes de una conversación absurda que te atrapa con su arpón. A veces es tan mala que olvidas tus reparos y prefieres pasar por estúpida interrumpiendo a tu interlocutor con asuntos dispersos. Algunos invitados están tan desconectados de sí mismos que te hablan encima de la cara, sin darse cuenta de que la mezcla de cava y salmón produce un aliento repulsivo. Por supuesto, abundan los pedigüeños parapetados en la fiebre del networking, quienes no asisten a las fiestas para divertirse, ni siquiera para pasear como esfinges a fin de ser admirados, sino para conseguir algo, desde un trabajo hasta una foto. Incluso la fiesta más amena puede resultar fatigosa, tanto que, al llegar a casa con dolor de pies, te invade un soplo de nostalgia ante la noche quieta, el libro en la mesilla, la niebla en la pantalla. (La Vanguardia)

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25 de noviembre de 2015
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?Don?t stop?

En las aulas de bachillerato se reflexiona sobre la amenaza mundial del yihadismo. Los profesores más comprometidos en transmitir conocimiento y valores procuran crear debate para que los chavales opinen y arriesguen, laven prejuicios, vistan miedos, se equivoquen. En un colegio de élite de Madrid, una mayoría exclamaba ?¡qué pena!? , e inmediatamente regresaba a sus chats y sus notas de corte, a sus urgencias hormonadas, a sus ?mola mazo?. Y a levantar la mano preguntando si era seguro ir a ver el Real Madrid-Barça al Bernabeu. En los institutos de Lavapiés o el Raval la expresión de la pena es un mínimo esbozo: allí la realidad golpea de otra manera a una edad en que la muerte debería ser un lejano horizonte. En París, estos días, algunos jóvenes musulmanes han tenido que reafirmarse, como esa chica francesa con velo que fue increpada en el metro hasta el punto de tener que repetir: ?Soy francesa, soy francesa?. Tras el ataque a Charlie Hebdo, nuestros vecinos aceleraron el proyecto de una asignatura que educara a los jóvenes en los ?valores morales y cívicos? tanto en primaria como en secundaria; ríanse de nuestra ?educación para la ciudadanía? pero, se llame como sea, parece más urgente que nunca. Que una religión pueda perseguir a otra, incluso a toda una civilización, pone de manifiesto la necesidad de acogerse a principios superiores y comunes: una ética común, laica, más allá de la familia o de un dios. Los nuevos ataques y la psicosis que hace temblar a Europa reavivan el reclamo de la educación para combatir la barbarie. Régis Debray lo resumía nítidamente: ?El desierto de valores en que vivimos saca a relucir los cuchillos?. No hay dimisión más cómoda que la indiferencia: desde las alturas y a pequeña escala. Pero afortunadamente hay gente que no dimite y vuelca su compromiso con el cambio social, como esas organizaciones de jóvenes que trabajan con los estudiantes más desfavorecidos para que no tiren la toalla. Pedagogía necesaria para visibilizar una realidad velada y cargada de clichés. Es el caso del documental No t?aturis / Don?t stop, financiado mediante crowdfunding (www.vkm.is/notaturis) y dirigido por Aïda Torrent. Durante un curso, sigue a cuatro chavales del Institut Milà i Fontanals del Raval ?de origen catalán, bengalí, colombiano y filipino?, que desde su realidad cotidiana van abocando sus ideas, sus temores, sus deseos y sus dimisiones en pleno rito de pasaje: el final de la adolescencia. ?Damos el testimonio de que aquí hay muchos jóvenes que se lo curran, pero que no tienen las mismas oportunidades que los otros. Queremos que frene el abandono escolar, que sea útil y motivador?, cuenta Albert Baquero, productor del filme. No hay otra artillería más eficaz que la formación para asegurar el futuro y combatir el fanatismo. Cuando un joven se detiene, deja los libros y cree que ya lo sabe todo, la sociedad entera retrocede. (La Vanguardia)

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23 de noviembre de 2015
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El Boomeran(g)
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