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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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Cuento de invierno

Regresamos allí donde pertenecimos un día, y aunque creamos que poco queda de aquellos niños que esperábamos las primeras nevadas para desayunar farinetes y amasar bolas de nieve igual que si fueran pan, acabamos reencontrando un no sé qué, llámalo memoria, sombra, magdalena o túnel del tiempo. Bien recuerdo aquellos inviernos en los que siempre hacía frío. Mi madre heredó de mi abuela el frío en los pies. Yo, de mi madre, el frío en los pies, y de una tía monja la heladera en el resto del cuerpo. A pesar de parecerme más bien poco a la niña soñadora que se dormía con el silbato del expreso de medianoche, conservo la marca del frío igual que una cicatriz en la rodilla. La inclemencia poseía su habitación propia y la asignación de una estufa eléctrica para calentar las manos, el trasero, la punta de la nariz. Porque el fuego de leña era una arma de doble filo: nos guarecía pero también nos adormilaba; desganados quedábamos, sin fuelle para seguir corriendo, como si supiéramos que de mayores nuestras vidas se convertirían en absurdas carreras hacia la nada. Bien lo expresa aquel personaje de Faulkner: ?Entre la pena y la nada elijo la pena?. La misma que nos saquea y nos debilita, la que nos ahueca el pecho ante las sillas vacías en la cena de Fin de Año, la pena por las palabras que callamos y los besos que no dimos. Una pena en observación, titulaba C.S. Lewis su preciosa novela sobre el duelo, que siempre es mejor que el vacío. Recuerdo que me sentí mayor de verdad cuando pude celebrar mi primer Fin de Año entre amigos en un bar de copas. Hace mucho de aquello. No sé cuánto bebí, pero mientras sonaba La chica de ayer anunciando que le echaban la persiana a la madrugada, fui incapaz de encontrar mi bolso. Al día siguiente tuve que pedirle a mi padre que me acompañara en coche hasta aquel local, sobre las ocho de la tarde, sin darle apenas explicaciones. No me preguntó nada. No hizo falta un cuento chino. Esperó paciente frente al pub, hasta que salí habiendo recuperando el bolso y la dignidad, o la lógica fracturada. Nunca hablamos de aquello. Fue nuestro secreto y a la vez nuestra frontera. También resultó una manera diferente de empezar un año y mirar la realidad con los ojos más entornados. Y aquí estamos, en el lado de la vida, evocando lo que ya no existe: nuestros muertos, de los que queremos recordar no ya su rostro, sino de qué forma pronunciaban nuestro nombre. Dicen que, al fin y al cabo, la vida consiste en desandar lo andado, en regresar al punto de partida donde se desdoblaba el camino. El amor nunca debería escribirse en mayúsculas porque a veces dura lo mismo que una vela. A mi me basta con que se convierta en esa tilde que nunca nos olvidamos porque al marcarla nos sentimos más fuertes, más a salvo, a pesar del frío. (La Vanguardia)

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29 de diciembre de 2015
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Entre las rosas y el barro

Todo estaba en su voz, el resto no importaba. Le bastaba un vestido negro, siempre negro, por debajo de la rodilla. La desnudez escénica, los brazos caídos, las cejas finas, los puños cerrados, apretados igual que cuando dormía, según contaron sus amantes. Hija de unos padres alcohólicos y perdidos, recién estallada la Gran Guerra fue confiada a su abuela, que regentaba un burdel en Normandía. Las putas la cuidaban en habitaciones a media luz, cargadas de whisky y perfume barato, acaso cortando el pan a pedacitos y pintándole los labios. Cómo debieron de aplaudirla las que sobrevivieron, cuando años después, y atravesada por el don, era aclamada como la gran chansonnière ?por encima de Trenet y Chevalier, Montand y compañía? de una Francia tan libre y compleja como ella. De niña recorrió circos ambulantes con su padre y juntos cantaban en la calle, hasta que Louis Leplée la descubrió en la plaza Pigalle. Le cambió el nombre a Édith Piaf ?gorrión? por su prodigiosa voz y su aire desvalido, y empezó a actuar en su Cabaret. Édith le llamaba ?papá?. Pero Leplée fue asesinado: la sordidez de los bajos fondos insistía en agarrársele al cuello, siempre tan digno. Regresó a los cafés-concierto y tuvo infinidad de amores, a los que ayudaba hasta desangrarse, aunque les fuera infiel. Hasta que en el Moulin Rouge un joven Yves Montand se conmovió ante aquella extraña criatura. Y tuvieron un romance de desbordante realismo poético. También mantuvo idilios con Raymond Asso, Georges Moustaki o el boxeador Marcel Cerdan, su gran amor, que murió en un accidente de avión cuando regresaba a París de un combate para encontrarse con su amada. Piaf anestesió el dolor con morfina, hasta engancharse. Hace unos meses, en Madrid, Charles Aznavour desmentía haber tenido un idilio con la Piaf. ?Debí ser el único de su círculo que no fue amante suyo. Bromeábamos diciendo que ella no era mi tipo, pero en realidad mi físico no me facilitaba las cosas. Vivimos juntos como amigos durante más de ocho años: fui su chófer, telonero, compositor, acompañante y paño de lágrimas?, relató Aznavour. No era guapa, pero el desamparo que arrojaba su mirada la hacía única. Tenía una mueca de payaso triste, a veces hierática como las máscaras del kabuki, pero que en sus días felices mudaba en carcajada de diosa. La risa de la Piaf era gruesa y honda, inocente a pesar de haber recorrido todos los lados salvajes de la condición humana. Siempre pareció mayor, y en cambio murió joven: 47 años. Un año antes de su muerte salvó a un amenazado teatro Olympia con la recaudación de sus conciertos apoteósicos y su La vie en rose. Cuando llamaron a Cocteau para darle la noticia de su muerte, él dijo: ?El barco acaba de hundirse. Este es mi último día en esta tierra. Nunca he conocido un ser más desprendido de su alma. Ella no entregaba su alma, ella la regalaba, ella tiraba oro por las ventanas?. Horas después caía fulminado por un ataque al corazón. Hay un consejo que le da Dietrich a su amiga Piaf ?muchos mantienen que tuvieron un romance lésbico durante años?: ?No puedes tener un orgasmo cada vez que subes a un escenario?. Su desgarro partía en dos mitades al público. Ahora que se cumplen cien años de su nacimiento y que se suceden los homenajes, leer sobre ella y escuchar despaciosamente Je ne regrette rien crea un microclima y provoca un estado de ánimo. Es el prodigio de quien, con su voz, llegó donde solo pocos lo consiguen: hasta el hueso del alma. La gran dama / Meryl Streep Acaba de estrenarse en nuestras pantallas Sufragistas, una película sobre la lucha de las mujeres por su derecho al voto realizada por mujeres. En ella, Meryl Streep da vida a Emmeline Pankhurst, pionera del movimiento, pero no le hacía falta ningún papel para recuperar la memoria de la lucha por la igualdad. Fue la primera en alzar la voz contra la marginación de las actrices maduras o la desigualdad salarial. Basta pronunciar su nombre para conectar mentalmente con su carisma: a todas nos gusta Meryl. Moda de provincias / María Teresa Turrión

Siempre nos intrigaron las niñeras de alta alcurnia, pero pocas, no obstante, pueden abandonar el anonimato como María Teresa Turrión, la niñera de los principitos ingleses. Dicen que apuntaba maneras de monja, pero al final se fue a estudiar inglés. Ahora se ha convertido en la mejor embajadora de la moda infantil española. Todo lo que les compra en Valladolid o Palencia para los nenes, arrasa: en provincias siempre se ha vestido a los niños muy inglesitos. Ácido y huraño / David Bowie

Vive atrincherado en el Soho, donde la modelo Iman le cocina tortillas. No vuela en avión, solo viaja a Europa en barco. Bowie el misántropo, con un halo de replicante en las fotos, presentará pronto nuevo disco: Blackstar, grabado con músicos de jazz. En él canta con rabia sobre el infarto que padeció en Berlín: ?Está viviendo como un rey, gastando el dinero que le da la gana y que sólo ve el culo del infarto?. El último héroe de una época que se fue, a sus 69 años sigue buscando el sabor de la diferencia. (La Vanguardia)

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26 de diciembre de 2015
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Ticket regalo

Hay un gesto embarazoso al abrir un regalo, como si una desastrada torpeza se instalara entre los dedos que luchan contra el papel y el celo. ?¡Qué bien envuelto está!?, se acostumbra a decir, buscando refugio en el lugar común ante la incomodidad de sentirse observado. De poco sirven los lazos y las pegatinas, detalles que soporta mal la impaciencia del agasajado, deseoso de resolver con dignidad lo previsible y horrendo, o de dejarse sorprender por el éxtasis de lo inesperado y hermoso. Hay obsequiadores eficaces, capaces de registrar cualquier expresión de deseo, que utilizarán algún día al regalar. Memoria y cariño siempre han formado una pareja ganadora a la hora de elegir un detalle, porque cualquier clarividencia acerca de las aficiones o debilidades del otro afianza la muestra de afecto. Es probable que quienes acostumbran a fracasar con sus regalos sean personas demasiado idealistas, aquellas que rechazan el llamado regalo ?práctico? y quieren poner a prueba su rapto de originalidad. En el acto de regalar disfrutan tanto o más que el obsequiado, aplastando con su vehemencia la personalidad del otro. Quien regala es el jefe, manda, transfiere al otro un sentimiento de culpa o de deuda, lucha a su manera contra el olvido. También están quienes únicamente cumplen un trámite, y más que comprar un presente regalan un ticket regalo, esa nueva variable del marketing directo que ya se ofrece en todas las cajas a fin de evitar que el acongojado receptor tenga que sufrir el calvario de las devoluciones. La ceremonia del regalo es uno de los rituales paganos más universales. Si usted no hace regalos le asesinarán, se titulaba el primer libro de Vicente Verdú, que fue secuestrado durante ocho meses, en 1972, porque, según los censores, alentaba a la subversión. Aunque el libro glosaba sobre el bien y el mal, el amor, la rutina ?y la revolución, sí?, Verdú se predecía a sí mismo acerca del mandato social, cada vez más prosaico, en el que se ha convertido uno de los más sofisticados actos de elegancia social. ?Poco importa que el objeto elegido vaya o no a gustar, sea apropiado o un adefesio: en su interior posee el resorte para obtener el canje?, escribía. Estas Navidades, los españoles gastarán, de media, 235 euros por persona en regalos; un 16% los comprará por internet, sin oler ni tocar el objeto elegido. Y una gran mayoría los adquirirá en establecimientos clonados en todas las ciudades, que insistirán en su voluntad uniformizadora para que sigamos calzando las mismas zapatillas o leyendo la misma novela infumable. Cierto es que los regalos arriesgados pueden hundir a su destinatario, pero los de trámite vienen envueltos en una estresada soledad. (La Vanguardia)

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24 de diciembre de 2015
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En nombre de la rosa

La noche del pasado domingo, tras la derrota electoral, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, habló por teléfono con sus hijas. ?Entonces, papá, ¿hemos perdido??, le preguntaron apenadas. Ahí estaba su guardia pretoriana, los que cerraron filas cuando otros las reventaban: César Luena, Óscar López, Antonio Hernando, que contemplaron cómo el jefe desparramaba ternura paternal: ?No os preocupéis, tampoco es tanta la distancia con los ganadores?. Sánchez no estaba satisfecho con el resultado, había perdido las elecciones pero no se desplomaba. Su carnet de baile era tremendamente endemoniado, y Schz puede tener cierta gracia quitándose vocales pero ninguna moviendo las caderas. Espigado, apuesto ?la belleza penaliza?, algo menos atildado que Albert Rivera pero a la vez más Hollywood, y por supuesto más pulcro que Pablo Iglesias, el líder socialista ha tenido que gestionar pasado y futuro: generacionalmente se alinea con los líderes de Ciudadanos y Podemos, pero su partido tiene 136 años de historia. A ella ha apelado varias veces; lo hizo al empezar el debate con Rajoy en TVE sin miedo a renegar de una identidad maltrecha, demasiado zarandeada por la hecatombe económica. Una herencia envenenada que Sánchez ha sabido llevar con discreción, a pesar de ser recibido con una fría superioridad intelectual por los elefantes socialistas. Uno de sus gestos más característicos consiste en apretar la mandíbula, y sonreír, de tal forma que no sabes si lo está pasando francamente bien o mal. Su tensión es educada y risueña, pero la huella indeleble del esfuerzo asoma en el entrecejo como cuando en el mitin sevillano le coreaban ?Se nota, se siente, Pedro presidente? y él alzaba el brazo junto a Susana Díaz, que, muy descortés, no dejó que pegaran ni un cartel con la apostura del líder. Pedro Sánchez lleva un año y medio de campaña, desde que fuera nombrado secretario general. Primero quiso seducir a las bases, demostrarles que se lo ha currado a fondo, que lleva 14 años en política y que ha cerrado grifos, incluso para Pepe Blanco. Y después a la ciudadanía, al español optimista y esforzado que quiere reflejar. Cuántas veces hemos escuchado el relato del político joven y algo desengañado que pasó por la cola del paro, y que mientras escribía su tesis doctoral recorrió España, pueblo a pueblo, en coche, durmiendo en casa de militantes. Es su storytelling. Aunque el perfil que más ha potenciado es el de exjugador de baloncesto, bregado en el Magariños, que responde a un modelo de hombre saludable y tenaz, competitivo y ambicioso, casado con una mujer guapa y lista, y que se ha visto obligado a luchar contra su propio físico para competir con los apparatchiks. Sánchez ha buscado momentos muy Suárez en la campaña, mirándose el puño de la camisa, por ejemplo; o incluso en su lapsus de la aprobación de la Ley del Divorcio (no la hizo el PSOE sino la UCD, pero como si así hubiese sido). O cuando exclamaba ?¡madre mía!?, con ese punto marujón tan del presentador Vázquez en Sálvame ?programa al que, curiosamente, llamó en directo en su primera escala mediática? . Con un background familiar progre, chico de barrio (Tetuán) que estudió economía en la Complu y profesor de economía en la Camilo José Cela, no ha alardeado de político-profesor al estilo de Iglesias y compañía aunque sus trayectorias sean similares. Snchz no se cortará a la hora de tomar decisiones. Quienes le conocen dicen que es buen fajador y que puede pasar de la audacia a la imprudencia, como cuando le ofreció un escaño a Irene Lozano. Astuto, removido por los faldones del rencor, y poco empático con los barones con quienes no ha querido irse a tomar unas cañas y pelillos a la mar, ha sido acusado de frívolo debido a sus constantes rectificaciones. Le han dado por muerto en varias ocasiones. Ayer se barajaba de nuevo su defunción política, la que cual Némesis, la diosa de la venganza, le vaticinó Rajoy después de la estocada. El suyo no es un cariño pegajoso como el de Susana; es un roce helado y con un punto amargo, más de gin tonic. (La Vanguardia)

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22 de diciembre de 2015
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Balada de amor y dolor

?La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba. El tema de la autocompasión?. He leído infinidad de veces estas palabras. Incluso se han sentado a mi lado en el coche o en el avión a modo de alerta, de tijeras que cortan la foto de una vida por la mitad. Fueron las primeras líneas que Joan Didion pudo escribir, en mayo del 2004, después de que John Gregory Dunne, su marido y compañero literario durante cuarenta años, se derrumbaba ?un 30 de diciembre? fulminado por un ataque al corazón. Acababan de visitar a su hija Quintana, en la UCI. Ella superó el coma, pero meses después fallecería en California a causa de una embolia pulmonar. Las dos muertes destruyeron y a la vez zurcieron, y de qué manera, la vida de uno de los grandes nombres del nuevo periodismo, menos célebre que los de Capote, Wolfe o Gay Talese, pero recuperado con brío desde finales de los ochenta. Uno de sus libros, El año del pensamiento mágico, marca un antes y después en la exposición del duelo, y ha influido en toda una generación de cronistas que no necesita recurrir a la novela para escribir en serio y en grande. Así identifica Didion la mirada de quienes acaban de perder a alguien querido: ?es la mirada de quien sale de la consulta del oftalmólogo con las pupilas dilatadas a la radiante luz del día?. Sus fotos de los años setenta son magnéticas. Tan californiana, guapa, libre, con su cigarrillo y su escocés, sus faldas largas, su mirada llena de silencios risueños. De joven, burguesa y bohemia, ganó un concurso de ensayo de la revista Vogue tras graduarse en literatura inglesa en Berkeley. Siguió en Life, The New York Times o The New Yorker. Con John formó tándem en los años del Hollywood postestudios. Eran una pareja chic tan envidiada como cómplice. ?Nuestros días estaban llenos de la voz del otro. Muchos suponían que debíamos de ser competitivos, que nuestra vida privada debía de ser un campo minado de envidias profesionales… Esto estaba tan lejos de la realidad que sugería ciertas lagunas en la comprensión de lo que es un matrimonio?, escribiría más tarde. Los amigos de la pareja aseguraban que se necesitaban el uno al otro para respirar. Didion es una gran reportera. Se aproxima a la realidad con alejamiento brechtiano, profundidad analítica y el manejo brillante de la primera persona. Sus artículos sobre la vida en Hollywood, los conflictos familiares, una visita al barrio hippie de San Francisco, las violaciones en el Central Park neoyorquino o la vida en los presidios del país son joyas que borran las fronteras de los géneros. Ha escrito cinco novelas. Pero con el citado El año del pensamiento mágico y Noches azules, dedicado a su hija, coronó su escritura sobre el dolor. Hoy, recién cumplidos los 81 años, es aclamada por la crítica y buscada por las marcas de lujo como Céline. Hace un par de meses, ha aparecido en EE.UU. la primera biografía sobre ella, The last love song, de Tracy Daugherty, demasiado polite, en la cual ella no ha querido participar. Aún así se ha convertido inmediatamente en best seller. ?Creo que mi visión de la muerte no cambió tan radicalmente con la pérdida de John y la de Quintana; ahora son muy pocas las cosas negativas que me pueden suceder?. Didion tardó años en tirar los zapatos de su marido por si algún día volvía: se había aferrado al pensamiento mágico para sobrevivir. De nuevo la literatura como salida en tromba. Como fijador. Hasta que consigue atrapar entre páginas la vida que se marchó. Cámara maestra / Annie Leibovitz Practica un retrato elocuente que refleja lo simbólico. Quien fuera el gran amor de Susan Sontag, la fotógrafa de las estrellas, autora de la última foto de Lennon, de aquella Demi Moore embarazada en Vanity o de la reina Isabel II sin corona, ha presentado su calendario Pirelli. Sin desnudos ni obviedades: mujeres carismáticas como Serena Williams, la artista iraní Sherin Neshat, Yoko Ono con medias de rejilla a sus 82 años… Lo verdaderamente importante rara vez se ve a simple vista. En las alturas / Rafael Sánchez Ferlosio La oportuna recuperación que Debate está haciendo de uno de nuestros más clarividentes y misteriosos escritores, Rafael Sánchez Ferlosio, es un manjar exquisito. Altos estudios eclesiásticos, el primer tomo de sus ensayos, muestra al esmerado estilista además de razonador alérgico a simplificaciones y tópicos manidos. También el erudito que igual trata del término ?feminidad? que de la sintética visualidad del haiku japonés. Moderno es poco. Un placer; uno por página. Tigres-leones / Gerard Piqué Incluso a Japón le siguen llegando los reproches y tirones de oreja gratuitos: que si no se siente español, que si reírse de sus compañeros del Madrid es antideportivo? Él justifica que todo este fuego lo aviva el morbo, pero no por ello calla. Y los medios deportivos se frotan las manos, claro: en un país tan cainita como España, la gresca y el pique de Piqué son ejercicios aeróbicos. ?Como el aire que exigimos trece veces por minuto?, que diría el poeta. (La Vanguardia)

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19 de diciembre de 2015
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La caja misteriosa

Juan José Millás encargó su escritorio de madera y unas estante rías con el millón de pesetas que heredó a la muerte de su padre ,?hará unos veinticinco años ?. Quedaron perfectamente encajados en una buhardilla con claraboya que eligió como zona de escritura?partida en dos espacios, uno dentro del otro ?; dos oquedades tapizadas de libros; dos cajas, como las que colecciona y asegura que es incapaz de tirar porque ?tienen un misterio ?. La joya del acorona parece una sombrerera :?Chapeau Collection Sugar?, reza. Contiene una Barbie que aún permanece atada a los cartones: despampanante afroamericana, medias de rejilla, pechos turgentes, pamela de alta costura y zapatos rojos. Se la regalaron en un programa de televisión en el que, por error, creyeron que las coleccionaba .?Tuve que fingir, claro. Me advirtieron que perdía valor sise las acaba de la caja, por ello sigue ahí ?. Millás empezó a escribir poesía en el Seminario de los Misionarios Oblatos de Valladolid, a los 16 años. De niño era mal estudiante y el destino parecía lanzar le hacia una academia con fama de centro de tortura. Lo burló. Se inventó que quería ser misionero comosutío. El padre Isaac ??creo que era ateo?? le dio a leer todo Galdós, los rusos, incluso a François Mauriac. ?Empecé a escribir por las mismas razones que se empieza a leer: hay un problema entre la realidad y tu, y ese problema se alivia cuando se lee y se escribe?. El día en que murió su madre soñó una novela entera, ?de arriba abajo?. Guardó las cenizas entre su colección de diccionarios del escritorio (de química, metafísica, lingüística, el del Diablo de Ambrose Bierce?), hasta que un día las lanzó al mar, cerrando otra caja. Millás, que además de fingir que colecciona Bar bies hace creer que es hipo condriaco, es un hombre habilidos o arreglando la cisterna del retrete. La mecánica pesa tanto como la ciencia: ?La literatura científica me estimula mucho y está llena de hallazgos. La confección del universo de Hawking es parecida ala de Alicia en el país de las maravillas: cae en un agujero negro ?. Luego está el mundo ordinario, que de repente se convierte en asombroso, las moscas, los armarios, los espejos ??La búsqueda de lo imaginario en lo real, lo que hay de misterio donde aparentemente no hay nada que rascar?. ¿Intelectual?: ?No manejo ideas sino obsesiones?. Quien primero lee su novela es su agente, luego dice que por cortesía se la enseña a su mujer, Isabel Menéndez, psicoanalista, que en ese momento pasa consulta en el piso de abajo. Mucho se ha escrito sobre sus cruces freudianos, ?el escritor es aquel que consigue asociar dos cosas que están muy alejadas entre sí. Cuando dos ideas aparecen juntas aunque no tengan nada que ver, es por algo, y uno debe investigar ?. Habla bajo, dulce, y mantiene el suspense. Cuenta las historias como quien abre una lata que parece de atún pero resulta ser de espárragos. Cree en la textura de la página. Silos ruidos no le concierne n puede abstraerse en cualquier parte para escribir. Paladea la soledad adictiva. Se levanta alas seis y escribe con un té hasta las 9. Desayuna con su mujer, sale a pasear una o dos horas en las que piensa y resuelve. Por la tarde lee tres horas como premio por haber escrito. La palabra que más repite a lo largo de la conversación es misterio: en siete ocasiones. ?Los diarios de Che e ver empiezan así :?En la madurez hay misterio, confusión ?.?Estamos rodeados por el misterio pero nos habituamos de tal forma que no indagamos ?. Nunca le ha abandonado el frío, desde la infancia. Duerme con calcetines. (Cultura|s / La Vanguardia)

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17 de diciembre de 2015
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Es la sed, Ruiz

Después de la minuciosa autopsia a la que ya ha sido sometido el debate, regresemos al título de este, en un azaroso intento de decodificar los símbolos presentados en el careo entre Rajoy y Sánchez. Como en la contienda política el lenguaje abstracto ?y por tanto el uso de las metáforas? es muy arriesgado, analicemos los significados directos. En el enunciado ?Cara a cara? se pliega el primer mensaje: uno frente a otro, sólo dos, mirándose a los ojos o al busto y hablándose frontalmente durante casi dos horas; algo bien diferente a un debate de lado a lado, que se antoja un formato más de concursante. Atendamos a la cara de Sánchez, que no abandona el rictus de preocupación cosido en el entrecejo, y que niega sonriendo, como hacen los acusados en las series. Y a la de Rajoy, que lucha contra su boca escondida entre las mejillas, soplándose los carrillos, sin permitir que emerja su labio superior. Pero el dos es un número redondo y fácil. Se sienten ganador y finalista ?sin previo escrutinio?, desafiando la muerte anunciada del bipartidismo. Como si apuraran el último dedo de un Château d?Yquem. El joven con corbata de pala estrecha y escarlata que entorna los ojos, y el maduro de pala ancha y azul, a quien a menudo los ojos se le desorbitan. Ambos deben saber sonreír con naturalidad, a pesar de hallarse en un ambiente artificial, un plató de cartón piedra que se monta cada cuatro años a la manera de un no lugar para ofrecer las debidas garantías: la ilusión de neutralidad. Cuando uno no se quiere complicar la vida, apela al minimalismo y se queda tan pancho, o mejor dicho, adormilado con los blancos nucleares y los grises del nodo. Más de un espectador llegó a pensar que a continuación saldrían Iñigo desde el Florida Park o José Luis Fradejas en La juventud baila. Y ese trago de nostalgia emborronó el paso del tiempo. El súmmum del pensamiento abstracto llegó, como acostumbra a ocurrir, en un lapsus: ?Es una afirmación, Ruiz?, le espetó el presidente al candidato. Porque, para este señor de Pontevedra, Sánchez es Ruiz o Pérez, da igual, un apellido más, un don nadie, tan diferente de Rubalcaba, con quien se podía medir sin temer que le tocaran la decencia. Encima de la mesa hallamos un interesante símbolo para interpretar, y no es el papeleo de números y gráficos anacrónicos que se utilizan tanto a favor como en contra. En la mesa estilo Frozen no hay ni un vaso de agua. Ese sí que es un mensaje profundo, porque un debate sin agua es como una fiesta de cumpleaños infantil sin caramelos. ¿O es que se trataba de una prueba de continencia? No la hubo. Pero incluso los insultos fueron de guión. Se trataba de manipular con empatía y deformar ideológicamente la realidad, one more time. (La Vanguardia)

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16 de diciembre de 2015
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Mujeres cangrejo

Hay asuntos que pasan de largo demasiado rápido como la noticia de que Estados Unidos ha caído al puesto 28 en el ranking anual de los países más igualitarios en cuestión de sexo; el mismo en el que Ruanda aparece sexta. El país africano, recosido con la sangre vertida por el genocidio hutu, posee una participación femenina en cargos políticos del 64% ?19% en Estados Unidos? y el 80% de las mujeres trabaja fuera de casa. No se crean que a nosotros nos va mucho mejor que a los yanquis: ocupamos un vergonzoso puesto número 25, la crisis económica ha castigado el empleo; y en estas próximas elecciones no hay ni una candidata a la presidencia del Gobierno, lo que no deja de ser una anomalía. En la desarrollada Europa menos de un 4% de los directores generales de empresas de todo tipo son mujeres, y la brecha salarial aún resta un 16,3% ?en España el 19,3% y en Alemania llega al 21,6?, según datos de la Comisión Europea. No en vano, un aire de pasmosa sobremesa reviste estos escenarios. Las mujeres africanas, en cambio, asumen responsabilidades en países diezmados por la pobreza y las guerras endémicas, esquinando el oscurantismo. Hoy ocupan puestos destacados en la mayoría de los ámbitos. Y no han tenido siquiera tiempo para preguntarse, como la profesora de Princeton Anne-Marie Slaughter, ?¿por qué las mujeres no pueden tenerlo todo??. Las ruandesas no dimiten, empujan el país y distan de hallarse en los recodos del confort que permiten barajar opciones: poder elegir entre una carrera hacia la Luna o una carrera de sacos. Pero el caso de Slaughter, que abandonó su puesto en el Departamento de Estado estadounidense para dedicarse a su hijo adolescente, y ha sido símbolo de la ?vuelta a casa?, no es aislado. Porque bajo el tapizado neoliberal de Occidente las mujeres no van cubiertas, afortunadamente, pero persiste una organización patriarcal que se rige por un reparto de papeles tradicional. Vean sino qué curiosa revelación: cuando los dos miembros de la pareja trabajan, ellos ocupan un 30% del tiempo en tareas domésticas; si ellos trabajan y ellas no, ya saben la respuesta: ellos ni doblan la toalla. Pero cuando ella trabaja y él está desempleado, entonces sí, llegan a la tan ansiada paridad. Por qué el mundo sigue siendo poderosamente masculino es un asunto fastidioso y cansino. Resulta una excelente noticia que José Antonio Marina ultime la redacción de un libro blanco sobre la profesión docente, en el que se les exige un altísimo grado de preparación, además de una promoción comprometida en horadar la desigualdad. El PP ha asegurado que lo estudiará, no se sabe si como artefacto electoral. Estos días, asistimos de nuevo a la costumbre de que los candidatos en campaña saquen la patita de la educación, la cultura o los valores, las tres Marías, porque aún no se han convencido de que son la llave del progreso global. (La Vanguardia)

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14 de diciembre de 2015
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Nina Simone, grava y café crema

Montreux 1976. El público enmudece cuando entra a oscuras en el escenario: el pelo corto como siempre, la piel de ébano, los brazos musculados, andrógina, dura, tan tribal como solemne. Hace una larga reverencia. Mira dramáticamente a derecha e izquierda. Domina el silencio. Al fin dice: ?Hace años renuncié a participar en festivales de jazz, pero hoy estoy aquí y cantaré para ustedes?. Nina Simone odiaba la palabra jazz, lo suyo era, en sus propias palabras, música clásica negra. Aquella noche en Montreux los dedos vuelan sobre las teclas del piano, los mismos de aquella niña que a los cuatro años tocaba con tal destreza que dos profesoras blancas decidieron prepararla gratis para ser la primera pianista de concierto negra de los Estados Unidos. Pero, a pesar del don, el Instituto de Música Curtis la rechazó por el color de su piel. Corrió a cambiarse de nombre para actuar en los night clubs de Atlantic City y durante varios años se lo escondió a su madre, predicadora: Eunice Kathleen pasó a ser Nina ??niña?, como la llamaba un novio que tuvo de joven?. Simone vino por Signoret, a quien adoraba. Todo quedaba bien definido en la nueva identidad de esta mujer brillante y controvertida. El éxito llegó con su versión de I love you, Porgy, y su orgullo afroamericano tendría mucho que ver. De niña le decían que tenía la nariz demasiado grande y la boca demasiado carnosa. Lo subvirtió. Nunca se dejó crecer la melena mientras cantaba su intimidad en directo: de las palizas de su marido y mánager, Andy Stroud, a la soledad oscura cuando todos se iban a casa después del concierto, y, cómo no, la rabia que la doblaba por las injusticias raciales. Gracias al magnífico documental ¿Qué pasó, miss Simone? ,de Liz Garbus, podemos adentrarnos en la vida del mito, escuchar su voz y las de su entorno. La pianista disciplinada y pulcra que tocaba en la iglesia, la joven soñadora con voz de barítono que nadie la definió mejor que ella: ?A veces sueno como grava, otras como café cream?; la mujer de sexualidad voraz, rebelde y profundamente cabreada. Su magnetismo vocal era prodigioso: cambiaba de clave en medio de una canción, introdujo la fuga y el contrapunto en la música popular, apoyada en su desbordado breathiness ?el uso de un tono jadeante, sofocado, sin aliento?. En un concierto se levanta del piano, se sacude moviendo frenéticamente las caderas y luego vuelve a sentarse. ?Quiero agitar al público tan fuerte que, cuando deje el club donde haya actuado, salgan hechos pedazos?. Combinaba la altanería y el alcohol con una vulnerabilidad de cristal. Los que la conocieron y trabajaron con ella la describen tan distante y mandona como frágil y sensible. Acerada activista: ?Quiero darles la negritud a mi pueblo, devolverles el poder negro?. Se suavizó con la edad y la medicación. Pero en ocasiones decía: ?¡Qué calor hace aquí?!? o ?¡Tú, siéntate!?, antes de desbocarse con Don?t let me be misunderstood, I ain?t got no-I got life o el My babe don?t care que la recuperó a finales de los ochenta, gracias a un anuncio de Chanel número 5. Otro hombre / Antonio Banderas Antonio Banderas se ha inventado otro yo. Estudia en la St Martins School con la generación Z, pronto presentará su colección de ropa, pinta el Gernika con Carlos Saura en 33 días, anda en amores con una holandesa regia y acaba de firmar su acuerdo de divorcio. Palabras lejanas: la casa de Aspen y 60.000 euros mensuales a Melanie. Fueron veinte años de amor. ?La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente ser vivida hacia delante?. (Kierkegaard). Como una cebolla / Rossy de Palma En Resilienza d?amore, el monólogo que protagoniza en el teatro Español de Madrid, Rossy de Palma corta una cebolla por la mitad para escrutar las capas de la vida, de su vida. Algunas son amargas, otras dulces, pero todas cocinan un fondo de arte insaciable que abre aún más el apetito. Dice haberse encontrado con ?muchas cebollas vacías? por el camino, la suya tiene muchos anillos. Rossy es una rara avis y un nombre internacional en la performance de la moda. Marienbad makeup / Winona Ryder Qué extraño culto sigue ejerciendo la cinta de Resnais El año pasado en Marienbad, una adaptación del nouveau roman de Robbe-Grillet. Su influjo estético se exhibe ahora en A film as art, en el Kunsthalle de Bremen, e incluye fotos de Outumuro. Menos suerte ha tenido la recreación de Winona Ryder en Delphine Seyrig para la campaña de maquillaje de su amigo Marc Jacobs. Acostumbrada a la polémica, es recuperada como icono aunque no se la reconozca. Ella admite que nunca se ha sabido maquillar. (La Vanguardia)

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12 de diciembre de 2015
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Hiyabs en Harrod?s

Son jóvenes y han sofisticado su hiyab al estilo de un turbante grueso que las hace más exóticas, como si debajo escondieran un recogido de efecto similar a lo que aquí se llamaba la toga: enroscar la melena para alisarla. Las observo en las tiendas y en los museos de Londres, también cómo son observadas. Se maquillan las cejas y dejan a su paso una estela olfativa que evoca a Las mil y una noches. Maquillarse y perfumarse son algunos de los pecados que condena el Daesh, pero ellas, que lucen sus fashion hiyabs despachando ropa en Harrod?s, hacen gala de una identidad mixta: europea y musulmana. Para muchos no es fácil de aceptar, y a menudo tienen que explicarse. En Knightsbridge, el pasado domingo se mezclaban los turistas españoles del puente de la Constitución con los árabes ricos ?ellos con un maletín de Hermès, ellas luciendo bolsos de Chanel; ¿qué pensaría la mismísima Coco si viera cómo se cuelgan sus cadenas sobre los niqabs que cubren cuerpo y rostro, tan sólo dejan una ranura, igual que un barrote??. La realidad islámica se atraganta en un Occidente que cada vez defiende con más temblor la diversidad cultural, aunque en su credo no quepa otro principio que el de la libertad de culto. En Francia aúpa a la extrema derecha y en EE.UU. inspira a Trump un eslogan lanzado a mandíbula batiente: ?Moros, fuera?. En Hyde Park, unas trescientas mujeres condenan la violencia en nombre del islam y conmemoran la trágica muerte del imán Husein, nieto de Mahoma y considerado el príncipe de los mártires, a manos de rigoristas. Las mujeres con velo-turbante negro paran a los extranjeros para explicarles que ellos están con nosotros, que son las víctimas principales del Daesh, Al-Qaeda o Boko Haram, y regalan una rosa blanca con un folleto a todo el que quiere escucharles. Aseguran abominar de la fanática manipulación salafista que tergiversa el Corán y alcanza su éxtasis autodestruyéndose en nombre de Alá. Sus acciones bienintencionadas se repiten en los barrios y en las escuelas, la movilización de la sociedad civil para defender un Estado laico. Pero ¿por qué no se han convocado reuniones de urgencia de la Liga Árabe o de la Organización de la Conferencia Islámica? Y ¿por qué se considera la amenaza yihadista como una guerra del islam contra Occidente, y no se tiene en cuenta que muchos países mayoritariamente musulmanes están siendo golpeados por el terror igual que nosotros? Francia y Rusia contraatacan y bombardean con la ayuda de sus aliados británicos o alemanes, mientras los otros se lo piensan, sin prisas. Pero esos otros también son ellos mismos, los que rezan en las mezquitas con un lirismo conmovedor. (La Vanguardia)

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9 de diciembre de 2015
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El Boomeran(g)
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