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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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?Mademoiselle non plus?

En nuestro diccionario, el que pagamos entre todos, el de la RAE, ocurren cosas como estas: gozar: «Conocer a una mujer carnalmente» ?definición de la cual se comprende que el individuo que tiene las cualidades consideradas varoniles puede gozar, sí, pero sólo si entra en contacto carnal con otra?. En cambio marujear no implica la necesidad de recurrir al lesbianismo: «Tener comportamiento de maruja», esto es, de «ama de casa de bajo nivel cultural», pero sí cuestiona la sexualidad de los hombres que marujean ?haberlos haylos?, excluidos del verbo. Pero la simple definición de hombre, según me han referido muchos varones ?en especial aquellos a quienes les impresiona la sangre, tienen miedo a las arañas o cambian de opinión como suele hacer la gente inteligente?, de tan excelsa, resulta amenazante: «individuo que tiene las cualidad consideradas varoniles por excelencia, como el valor y la firmeza». Cierto es que la condición masculina se confunde con lo humano como una categoría sin fisuras, mientras que en lo femenino siempre hay un matiz de incompletud. El lenguaje nos vincula y nos representa, y a menudo se ha esmerado en reciclarse para que en aquello que nombra no subyazca degradación ni injusticia. Ya hace demasiado tiempo que ellos pueden ser fáciles o zorros a mayor honra, mientras que ellas mejor evitarlo; además, del riesgo de ser consideradas lobas, panteras, leonas, focas o víboras, analogías mucho más perversas que tiburones, gallitos o toros. En cuanto a la definición de mujer: «que tiene las cualidades consideradas femeninas por excelencia», no hay sustantivos que las expliciten. En ese silencio del diccionario subsiste un espíritu añejo. No quiero imaginar qué cualidades invocan los académicos y subyacen en la estructura profunda de la definición: ¿ternura, curvas e instinto maternal? ¿Hemisferio izquierdo del cerebro más desarrollado o incontinencia urinaria? El sexismo sigue regio en el diccionario, acaso más que en la calle. No me refiero al extenuante desdoblamiento os/as, que cuestiona el uso del masculino como género inclusivo porque invisibiliza lo femenino, ni a esas intromisiones malsonantes de miembras, personas becarias y demás ocurrencias, aunque las filólogas reivindicativas aseguren que también sonaba mal abogada cuando sólo había abogados. Hace unos días los miembros de la Real Academia han suscrito un informe contra las guías sexistas: «No es sexismo, es lenguaje», sostienen. Vaya por delante un aplauso, por el detenimiento e interés que ha concentrado el asunto, y ojalá más allá de la pataleta ?porque, aseguran, el intrusismo feminista se ha colado en los renglones lingüísticos? sirva para revisar aquellas definiciones que huelen a alcanfor. En Francia, el Gobierno acaba de atender una vieja reivindicación de las mujeres: que la soltería deje de ser un grado. Se acabaron las mademoiselles. Ya no habrá distinción en los formularios de la administración pública entre señoras y señoritas; estén casadas o no, todas serán señoras. Vean si no cómo en España se utiliza el término: cuando una mujer es ejemplar, se dice que es toda una señora. Cuando no alcanza tal grado, no es que sea una señorita, sino una petarda e incluso una choni. El señoritismo femenino tuvo buena cobertura en el nodo. Nada que ver con las mademoiselles emancipadas, como Mademoiselle de Scudéry, que escribía bajo el nom de plume de Safo. Ahí está aún, impreso en los perfumes, el nombre de Mademoiselle Coco. Porque hubo un tiempo en que las ancianas solteras de ochenta años eran mademoiselles, y si eran ricas o célebres, se merecían la mayúscula. Algunas eran, además, brujas: «Mujer fea y vieja», dice la RAE. Mientras que los brujos, ah, esos hechiceros con poderes mágicos… (La Vanguardia)

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7 de marzo de 2012
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Sin ojos para contarlo

Un polvorín en Siria ante la timidez internacional. Comparable con Grozny o Sarajevo, dicen los que han estado allí. El barrio de Bab Amro es un fundido en negro, sin cámaras ni micrófonos. Llamadas a media voz de la ONU para que cese la sangrienta represión, sospechas de «crímenes contra la humanidad». Pero en Homs van rematando a los civiles mientras los últimos periodistas han logrado escapar. Cuatro días para recorrer 40 kilómetros hasta la frontera con Líbano necesitaron los franceses Édith Bouvier y William Daniels. Tampoco fue fácil para Javier Espinosa, el periodista de El Mundo que así relataba su huida: «Había un grupo de niños que estaban aterrorizados y decían: “¡Mamá, mamá!”. Intentamos decirles que se mantuvieran callados pero fue demasiado tarde y los soldados comenzaron a disparar». Plàcid García-Planas, en su nuevo libro, Como un ángel sin permiso, se pregunta por la naturaleza del reporterismo: «¿Debe el reporterismo dejar mal cuerpo? Probablemente. Porque el reporterismo es algo más que escribir un reportaje. Es como la banlieue parisina, el independentismo catalán o la mirada de un travesti afgano: un estado de ánimo». Respirar o dejar de respirar. Una cuestión que no debe entrometerse en la crónica. No hay reporterismo en Bruselas o Washington. Bastan los forenses de la información económica que la diseccionan en titulares. Al igual que los reporteros, su trabajo es el de informar sobre lo que las manos visibles e invisibles del poder hacen y deshacen en nuestro nombre. No hay bolas de cristal para invocar la náusea a tiempo, pero hay datos. Hace año y medio, cuando ya teníamos los suficientes para determinar el despotismo del presidente sirio Bashar el Asad, lo recibimos en casa como “a un buen amigo” a fin de negociar “intereses comunes” con el gobierno y cenar en la Zarzuela. Le acompañaba su esposa Salma, icono de la modernidad para la mujer árabe, sin velo y con guccis. Y ahí estaban hace unos días, en un simulacro de democracia, como una obscena pareja modélica mientras su país se desangra y ya no queda nadie para contarlo. Puede que el traje de Savile Row del joven El Asad le hiciera parecer más fiable que aquellos viejos Huseins o Gadafis. O tal vez sólo se trate de intereses geopolíticos. Las democracias plenas aún son minoría y pese a su empaque no saben qué hacer con los tiranos. ¿Bloqueo económico? ¿Sólo cuándo perjudican los intereses occidentales? ¿Cuáles? Y cuando masacran al pueblo, ¿hay que intervenir ?en unos sí y otros no? para salvar la economía? ¿O era para evitar más muertes? Occidente prefiere esperar a que gane un pueblo extenuado mientras continúa comerciando con sus cómplices ?como Rusia o China que ahora apoyan a los verdugos sirios?. No consuela pensar que si Kant resucitara trataría a todos los tiranos por igual, a riesgo de reventar. (La Vanguardia)

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5 de marzo de 2012
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Una solterona en un burdel

Acostumbro a meter un libro en mi bolso cada semana. Sé que las hay más originales, como mi colega Empar Moliner, que muy previsoramente lleva un sacacorchos en su it bag porque una buena catadora siempre debe estar preparada. Para quienes tenemos un alma proclive a la adicción del tecnoestrés, un poco de papel aporta una brizna del clásico sosiego. Vaya por delante que no comulgo con el pensamiento mágico, pero siempre he mantenido una complicidad física con los libros. La semana en que murió Wislawa Szymborska, llevaba en mi bolso su poemario Aquí, tan breve, quirúrgico, intenso. Y cuando transportaba la María Antonieta de Stefan Zweig, se hizo pública su carta de suicidio: dimitía de la vida desencantado ante una Europa agonizante y extraviada. El caso es que cuando abro un libro al azar, buscando algo sin saber qué, lo encuentro. Además de suerte, es necesaria cierta predisposición para dejarse sorprender porque cualquier libro puede llegar a funcionar como un I Ching. Como ahora, que buscando unas migas de pasado sobre la crisis del periodismo me encuentro con un texto de Karl Kraus, escrito hace más de cien años: “La Antorcha dejará de publicarse según todas las previsiones humanas. Aún así, fecho el ocaso del mundo en la instauración de la navegación aérea”. La carta no tiene desperdicio: “La cultura se queda sin aliento y al final yace una humanidad muerta junto a sus obras cuya invención le ha costado todo el ingenio que ahora le falta para aprovecharlas”. Kraus domina con inteligencia, sarcasmo y brillantez su profunda decepción. Y llega a referirse a la tragedia de la humanidad caída “que sirve menos para la vida en civilización que una solterona para un burdel”. Durante casi 37 años, el autor austriaco publicó la revista Die Fackel, tan incómoda como independiente, en que denunciaba la luctuosa degradación de una prensa incapaz de ejercer la autocrítica; también un progreso que enmascaraba los verdaderos objetivos. ¿Les suena? ¿Es la economía o el periodismo lo que representa hoy a una solterona en un burdel? El cierre de los periódicos ADN y Público, la pérdida de casi 5.000 puestos de trabajo en cuatro años, la precariedad rayana en esclavitud de los becarios cronificados o la pleitesía de la información a la diosa publicidad, la que en definitiva paga el papel ?porque en internet aún no cotiza lo suficiente?, marcan las horas bajas de esta profesión. Claro que no hay que dejarse barrer por la melancolía, ni por los velatorios chovinistas, sino vislumbrar las oportunidades que brinda el futuro: el mismo que invita a cualquiera, periodista o no, a informar gratis. Ese es el drama. Avanzamos en la identidad digital de la prensa sin saber hacia dónde vamos, ni los réditos que podremos recuperar para que este oficio sea digno y rentable. Los periodistas no gozamos de demasiado prestigio social, pero en esta crisis ?dicen que estructural y coyuntural, palabras tan de molde, tan frías?, hay que recordar que once países no reconocen la libertad de expresión y prensa (por fin ayer, el presidente Correa indultó a cuatro periodistas de El Universo sentenciados por injuriarle). O que 66 informadores ?16% más que en el 2010? murieron el año pasado cubriendo conflictos. Y hace una semana, una periodista con cara de periodista y un parche en el ojo izquierdo, Marie Colvin, moría destrozada por la metralla en Siria. Minutos antes acababa de ver cómo mataban a un bebé, e indignada quería contar qué estaba pasando. Dicen que siempre era la primera en llegar y la última en irse. Eso es la vocación, la de informar a pie de obra, sin importar el roce del miedo. Basta un aliento para seguir mirando, oliendo, escuchando y contando la realidad. Y eso, hoy en día, no es oficio para aficionados.

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29 de febrero de 2012
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La ciencia y la piel de gallina

Por qué hay canciones que nos erizan la piel y nos conectan con un viejo amor, un sueño perdido o que incluso nos hacen llorar? Hace unos días, el periodista científico Michaeleen Doucleff publicaba en The Wall Street Journal «Anatomía de un generador de lágrimas», donde analizaba el poder conmovedor de la música y en particular de una de las cinco canciones más descargadas en iTunes, Someone Like You, de la antidiva Adele. He seguido en Twitter el interés por los escalofríos musicales que propician analogías con las emociones. Eso que tan bien expresó Mendelssohn al afirmar que en ambas realidades ?la musical y la emocional? existen formas parecidas de crecer y de empequeñecerse, de calma y de excitación, de intervalos soñadores. Como la comida, el sexo o las drogas, la música estimula los circuitos del cerebro y libera dopamina en los centros de placer y recompensa. Y en el caso de la canción de Adele, según Doucleff, se pasa de la tristeza al bienestar gracias a las llamadas apoyaturas ?una especie de contrapunto musical que puede producir tensión, alivio e incluso lágrimas?. Confieso que Adele no me hace llorar, pero recuerdo con nitidez otras canciones con las que he experimentado ese pellizco.

De adolescente, en las largas tardes de verano, escuchaba Es fa llarg esperar y sus notas pronunciaban una densa sensación de expectativa, en especial cuando Maria del Mar Bonet sube de octava para decir doliente: «El cel roig i el sol que ja se’n va». Todos tenemos una banda sonora que nos acompaña hasta la muerte ?aún recuerdo la sonrisa que esbozamos en la despedida de Enrique Puig cuando al terminar la liturgia sonó Matilda?. No hay más que fijarse en Obama para entender cómo explota el contagioso poder de la música. Después de que en el Apollo Theater se lanzara a cantar Let’s Stay Together, las ventas del viejo tema se dispararon. Hace cuatro años publicó la música que llevaba en su iPod. Fue un golpe maestro y creó escuela. Ahora, sus temas preferidos acaban de aparecer en una playlist de Spotify. Obama pasa de la celebridad a la intimidad con un suave encabalgamiento, baila arrobado con su mujer como nunca ha hecho aquí ningún presidente del Gobierno, y además de cantar bien, sabe que cuando a dos o más personas les gusta la misma canción se dispara un mecanismo gozoso que incita a reconocerse en el otro. Hace tiempo que los jukebox se callaron. Habitaba en el acto de elegir una canción, o varias, un deliberado ejercicio de cercanía. Hoy la música se escucha en solitario, con auriculares y en silencio. Pero es tan necesaria como siempre, y más ahora que la ciencia demuestra que no estamos locos cuando al escuchar una canción creemos vivir una vida paralela, en las antípodas de las primaveras valencianas, la sumisión laboral y los juicios por corrupción. Basta con darle al play. (La Vanguardia)

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27 de febrero de 2012
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El aire de los tiempos

Frente al parque del Oeste, ese lugar de Madrid donde siempre siento la ilusión del mar, convocamos el primer Salón Literario de Madame Marie Claire. Nos movía ante todo un impulso de belleza,el reunirnos alrededor de una mesa para conversar sin fines, trabas ni guiones políticamente correctos. También el deseo de recuperar la deliciosa tradición femenina de los salones franceses del XVIII, concebidos para que la gente mundana no se aburriera y los intelectuales tuvieran un espacio para poder comunicar sus ideas. Un puente entre las artes y la moda, bien argumentado por uno de nuestros más ilustres salonniers, Félix de Azúa: «hay una corriente profunda entre la literatura y la moda. Que nadie piense que estoy hablando de literatura, “ese oficio divino”, frente a la moda? todo lo contrario, lo que es divino es la moda y la literatura se añade como puede». No en vano, la raíz etimológica de la moda, modus, explica bien su esencia: «la manera del momento».

Al tiempo que escribía estas líneas, llegó la noticia de la muerte de Antoni Tàpies, el pintor español más importante después de Picasso y Miró. Y no pude dejar de pensar en la generosidad del artista cuando cuando hace ya más de tres años quiso participar en un especial dedicado a la relación entre las modas y las artes. En su estudio, se fotografió junto a la modelo Eugenia Silva, y conversaron acerca de las paletas de tierra y ocres, de sus matéricas pinceladas y de cómo en el lienzo desplegado sobre el suelo regresó a la figura humana. Observo su entrecejo de filósofo, su voluntad de iluminar la oscuridad, la belleza moral de su obra. Y celebro que este oficio nos haya dejado más imágenes como ésta, en la que logramos que la alta cultura y la moda dialogaran, sin los estúpidos prejuicios que aún permanecen en nuestro país. Lo que ha ocurrido sobre la pasarela esta nueva temporada es excepcionalmente paradójico. En plena recesión, los diseñadores han decidido celebrar la vida y colorear el aire de los tiempos. Vierten colores mediterráneos, estampan naturalezas vivas ?berenjenas y pimientos, girasoles y bungavillas? e imprimen la huella del sol en las faldas con vuelo. Encima de la pasarela sonaba un mambo infinito. Mientras los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), en la cuerda floja, se debaten para no ser intervenidos, la huella de su cultura mediterránea inspira «la manera del momento». Una tendencia solar, libre y sensual que crea una ilusión de paraíso íntimo. Las influencias españolas, de Goya a Picasso y el propio Tàpies, marcan la temporada. Además del elogio a la inocencia en una paleta de colores pastel. Se prepara una primavera rebosante de moda en los museos. Y una nueva hornada de talentos demuestra, en España, que la imaginación sí es poder. El viaje de una idea desde la torre de marfil hasta la calle es apasionante. Y más aún cuando, para esta temporada, la moda ha enviado una contraseña: volver a reír. Éste será tu password vital para afrontar el aire de los tiempos. (Marie Claire)

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24 de febrero de 2012
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Madames Bovary

Madame Bovary fue un retrato adelantado de la mujer insumisa. Y aunque el personaje acabe reducido a carne de autodestrucción, Flaubert no se privó de hacerle decir cosas como esta: «Un hombre por lo menos es libre, puede gozar de cualquier placer. Pero cuando un deseo nace en una mujer ya existe una norma para reprimirlo». La versión teatral que estos días pone en escena Magüi Mira en el Bellas Artes de Madrid, protagonizada por Ana Torrent, arrastra un torrente de deseo femenino aunque también de avidez, insatisfacción y neurosis. Un deseo que provoca una ristra de adjetivos pendencieros. Magüi Mira se acerca con ímpetu a la sexualidad sedienta de la Bovary, a la vez que a su desgraciada inseguridad, arrodillada para calzar las botas a su marido y sus amantes. A su pasión sólo le aguarda tragedia. Cómo se endeuda comprando trajes para que ellos la quieran más, cómo desafía el qué dirán torturándose sobre su colcha azul real… Emma Bovary es un caballo desbocado y perdido que Flaubert condena despiadadamente por su pecado, y apenas permite que se impregne de un instante de su furtiva felicidad. Demasiado se ha escrito últimamente sobre la infidelidad como revulsivo para la pareja, y a pesar del equilibrio entre sexos en asunto de cuernos, se constata la evidencia de que ellas guardan más discreción mientras que ellos acaban delatándose con torpeza. Ese dato afianza dos mitos: mientras potencia el estereotipo de lo femenino como simulado y sutil, y lo masculino con un previsible guión de una sexualidad desbordada, también evidencia que una infidelidad, si es femenina, parece doble infidelidad. Porque el guión escrito en diferentes formatos marca una importante distinción entre sexo y amor: se entiende que si una mujer es infiel y no sabe comportarse como tradicionalmente han hecho ellos (con pocas complicaciones emocionales y sólo desde una dimensión lúdico-erótica), tiene ya el zarpazo del amor rasgándole el cerebro. Tanta tinta vertida sobre los preliminares que deleitan a las féminas y ahora resulta que un estudio reciente asegura todo lo contrario: hoy, los hombres requieren mimos y besos mientras que ellas piden sexo. El estudio ha sido publicado por el Instituto Kinsey, no por un manual de sexo en la ciudad, aunque recoge su eco. Mimos. La palabra incluso saltó a la escena política y, ratificando el asunto, también los reclamó un hombre: Pérez Rubalcaba. Si este asunto de los varones tiernos se reprodujera como patrón de conducta, igual que entre las más de mil parejas que participaron en él, la percepción de la sexualidad daría un vuelco. Hombres sedientos de besos y mujeres postergando los preliminares; ellos perdiendo el miedo a mostrar su parte femenina y ellas aprendiendo a disfrutar de su sexualidad sin culpas. Desde hace tiempo, intento explorar un lenguaje común entre hombres y mujeres que pasa por enterrar viejas y manipuladas etiquetas: de los hombres marlboro a las solteronas ansiosas a lo Bridget Jones, de las amas de casa desesperadas a los hombres alexitímicos y promiscuos. Del lenguaje combativo que nos aleja: «Una mujer sin un hombre es como un pez sin una bicicleta» (Gloria Steinem), al que nos acerca como personas que somos. Paralelamente, ocurre un fenómeno digno de analizar: hoy no hay nada más proscrito que una mujer imitando a un hombre en su manera de mandar, en la relación poco saludable con su trabajo, en su donjuanismo, en la ausencia de la llamada inteligencia emocional. En cambio, el camino inverso es aplaudido socialmente y todo parece proclive a feminizarse, desde la oficina hasta la política, desde la paternidad hasta la prensa o los recursos humanos. ¿Acaso por ello, las madames Bovary del siglo XXI han empezado a pedir más sexo? (La Vanguardia)

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22 de febrero de 2012
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El lienzo vence al ladrillo

Hay que tomar la distancia necesaria entre la preocupación nacional y nuestro codo o nuestro páncreas. Nosotros no somos la crisis. La bicha es impersonal, también transversal, aunque en su plural mayestático se incluyan apellidos financieros y corruptos. También los de un mercado voraz que ha convertido lo nuevo en viejo a la velocidad de la luz. Pero vivimos bajo el áspero manto de la crisis, como si asistiéramos a un vertiginoso empequeñecimiento parecido al del País de las Maravillas. Una España que no halla su verdadera medida y que carece de la imaginación de Lewis Carrol para hacerla reversible. Alicia, harta de ser pequeñaja, se bebe la pócima con excitación y llega a crecer tanto que ni pasa por la puerta, hasta que se come una pasta y su tamaño se reduce al de un insecto. Pero traza un plan de acción: volverá a su verdadera estatura y entrará en aquel precioso jardín. Y gracias a una oruga y una seta lo consigue: recobrar su identidad y vivir su fantasía. Ayer cerró la 31 edición de Arco, en la que mucha gente acudió deseosa de pagar 43 euros de entrada a fin de adentrarse en el jardín de las maravillas contemporáneo. El del arte que cuenta para el mercado. Porque, como dice Vicente Verdú recordando a Aleixandre, «el poeta que hoy escribe para sí mismo muere por falta de destino». Lo mismo que el artista. El dinero, valor troncal de la vida en sociedad, arrasó con el último mohín de purismo. Y ahí está un legitimado engranaje que cotiza mucho más que el ladrillo, una inversión segura que aporta glamur y enmascara sutilmente sus patrañas para convertir un excremento en obra maestra. Aunque aún quedan los puros. Como la artista Concha Jerez, muy valorada hoy en Alemania o Austria, que abandonó durante casi once años el mercado y salió del circuito a fin de desarrollar su obra sin presiones y definir su escritura artística. Perdió algunos trenes, pero dice que volvería a hacerlo. En una edición con menos stands institucionales y más compradores internacionales, el letrismo ha florecido de nuevo con mensajes reivindicativos. La crisis se ha estampado en el lienzo, y el arte emergente sigue dispuesto a fluorizar el paisaje. «Pintar no era una manera lo suficientemente directa de luchar contra las armas nucleares», escribió John Berger, explicando su dimisión de los pinceles y su entrega al folio. Pero hoy hay más política en Arco que en el Congreso. Y aunque la lógica del arte sea terriblemente conservadora y los galeristas ?en realidad vendedores? se hayan reconvertido en venerados agentes culturales, el ansia por embellecer la realidad posee un eficaz efecto placebo. En muchas paredes se dejaban admirar visiones del mundo y ante los Tàpies recordé su ilusión de la pincelada única. Una sola, la más elevada sencillez para expresar todo el universo. Y para reventar el mercado. (La Vanguardia)

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20 de febrero de 2012
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Los feos son perezosos

Casi todo el mundo quiere ser guapo, mejor dicho: estar más guapo. De la misma forma que de niños garabateamos diferentes firmas en busca de un pedazo de identidad, llega el momento en que uno se apresura a encontrar las gafas y el peinado que más le favorecen, y pueden pasar décadas aciagas en manos de ópticos y peluqueros creativos. Incluso quienes consideran que el atractivo es un asunto banal y lejano se regocijan cuando alguien les dice que lucen bien ?aunque se trate de una compasiva cortesía?. Quién no se ha preocupado alguna vez por salir bien en la foto, por si la corbata combina con la chaqueta o el maquillaje se ve natural ?qué magnífico oxímoron el que forman estas dos palabras: maquillaje y naturalidad?. La belleza es un sistema complejo y también dinámico, aunque sus cánones, desde la segunda mitad del siglo XX, poco hayan variado más allá de las declinaciones de estilo (minimalismo, androginia, hiperfeminidad y toda esa jerga que utilizamos en la prensa femenina). El progreso, eso sí, ha logrado que sea más fácil que nunca ser atractivo. Y el buen aspecto es un indicativo de salud física y mental, de empatía propia de quienes se dejan mirar complacientes. Que hoy vivimos más apegados que nunca a la imagen lo demuestra el hecho de que un político se injerte pelo o una política se quite arrugas y ambos sean noticia de portada. Y no de portadas de revistas del corazón sino de periódicos serios. La nueva imagen de María Teresa Fernández de la Vega llegó a ensombrecer la creación de su fundación Mujeres por África. Al mismo tiempo que el culto a las vanidades desembarca, cada vez con más páginas, en los periódicos, la fascinación y la denigración de la imagen nos dan una medida del tipo de sombra que proyectamos. Según postula Catherine Hakim en Capital erótico, un libro mediático que viene precedido por la polémica, «el interés de los hombres por el sexo eleva el capital erótico de las mujeres y puede conferir a estas una ventaja en las relaciones sociales». Hakim, entrevistada por Lluís Amiguet en La Contra, señalaba que incluso en las relaciones profesionales hay que dejar implícita una promesa sexual. Un regreso al pleistoceno: saca tus armas de mujer, repite esa caída de párpado y no olvides las medias de rejilla. Tantos años intentando ahuyentar el prejuicio de que cuando una mujer llega alto es porque se ha acostado con su jefe, y ahora nos vienen con esas. Cierto es que el buen aspecto ha dejado de ser letra pequeña, e incluso hoy es requerido para trabajar de limpiadora. Pero existe un asunto mayor que no incluye esta teoría del capital erótico: ¿acaso la psicología moderna no se ha cansado de repetir que el atractivo es importante, sí, pero no tanto para encantar serpientes como para gustarse a uno mismo? En esto Hakim tiene razón: «Los feos son unos perezosos». (La Vanguardia)

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13 de febrero de 2012
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Tenemos que vernos

A medida que se va ampliando la grieta entre el mundo exterior y el mundo interior de tal forma que los límites se hacen más rotundos, descubrimos que ya no existe un tiempo que antes nos pertenecía. Sí, aquellas horas elásticas en que la amistad nos ayudaba a crecer y a paladear la alegría. Nos decimos: «A ver cuándo quedamos…»; también confesamos, entre la disculpa y la declaración de intenciones, que aunque no nos frecuentemos el vínculo y el cariño son imperecederos, que «nuestra amistad es para siempre». Habita en nosotros un sistema de necesidades geométrico. Difícilmente se aprende a bajar peldaños o a desactivar el sentimiento de retribución, pero a través de las palabras podemos crear mundos posibles con la ilusión de controlarlos. En ese «tenemos que vernos» que a menudo cruzamos con los amigos añorados, esos con quienes celebramos afinidades y afectos pero que ya dejaron de ser parte de nuestro paisaje cotidiano, se concentran el látigo de la nostalgia y también del anhelo. El de un tiempo compartido y enhebrado por tardes ociosas y responsabilidades livianas; el mismo que regía la comunidad hasta que cayeron las murallas y todo se hizo más escurridizo. Entonces el tiempo se fracturó, y perdió su lógica a pesar de que la tierra sigue girando alrededor del sol. Nos fuimos complicando, cargando las agendas, pagando seguros, resolviendo conflictos, luchando contra un ardor llamado ansiedad o insomnio, leyendo menos, comiendo más, acortando las tardes con los amigos. Pasamos de ser hijos a padres, para regresar de nuevo a ejercer de hijos-padres con nuestros viejos. La muerte empezó a saludarnos de cerca, aquella que, como decía Benedetti, de muchachos tan sólo era una palabra y pasó de charco a océano cuando «ya le dimos alcance a la verdad». Pero en la casilla de los deseos, como ha venido demostrando el ser humano desde los orígenes, una querencia sincera empuja al reencuentro con los amigos. La vida moderna ha conseguido que el trabajo ?o su falta? domine nuestras vidas reduciendo drásticamente la dedicación a los afectos. Francis Bacon no podía resumirlo mejor: «La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad». Existen varias modalidades de amistad: la interesada, que hoy se ha impuesto como una auténtica transacción social; la estética; la compasiva; la ética, esa que a menudo sólo podemos contar con los dedos de una mano. Y la amistad virtual: cada español cuenta con una media de 143 amigos en las redes, y uno de cada cuatro internautas reconoce que tiene más relación con sus amigos a través de la pantalla que en persona. Algunos son amigos de postín, otros, personas que despiertan cierta simpatía para comunicarse e intercambiar fotos, recuerdos o emociones. Se critica mucho la inconsistencia del amigo virtual, y cierto es que a muchos ni los conocemos. En mi caso, cada vez que se me acerca alguien diciéndome que es mi amigo en Facebook me entran palpitaciones, porque a menudo me enfrento a una incógnita. Pero reconozco que una que vez el tiempo se nos ha hecho añicos, ese ancho bulevar digital proporciona un guiño, un «me gusta», adelante, te sigo. Evidencia la testadurez de querer mantener el roce, aunque lejano y a veces ficticio, la predisposición a sociabilizarnos a pesar de que muchas vidas sean un búnker. A los verdaderos amigos del alma no les mueven otros intereses que el de celebrar la vida a sorbos o a tragos, para que nada parezca más intocable que esa sintonía llamada camaradería. Porque existe algo de festivo y a la vez terapéutico en el reencuentro que alimenta y fortalece las debilidades. Pero en verdad, cada vez pesa más la nostalgia de cuando no contaban las horas para los amigos, y éramos inadvertidamente felices.

(La Vanguardia)

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8 de febrero de 2012
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Esos púberes adultos

Los chavales crecen hoy muy rápido. Aprenden antes a mandar un mensaje que a escribir. Queman la niñez con ansia, alimentados por unas redes sociales que los empoderan a la vez que los acomplejan. Internet derrumbó las paredes, y accedieron a los secretos que durante generaciones los adultos guardaron en el cajón bajo pañuelos perfumados. Su Bildungsroman se narra a través del WhatsApp. Porque la generación más hipercomunicativa no comparte datos sino sentimientos. Sobre su edad biológica se estampa una edad tecnológica que los hace parecer resueltos preadolescentes. Vete a saber si los pollos hormonados o el primo de Zumosol han contribuido a que se avance la pubertad, pero la infancia se resume en una exhalación. Se adelanta la menarquia, la primera relación sexual, la depilación, incluso el consumo de alcohol. Los 13 años de hoy son los 16 de antes pero, si bien es más breve la idealización de la inocencia, también es más corto el duelo al perderla. A pesar del anticipado recibimiento en la sociedad adulta, estos púberes precoces tardan mucho más en alcanzar la madurez. Entre las chicas, desde que empiezan sus primeros juegos sexuales hasta que son madres pueden transcurrir veinte años. Casi el mismo tiempo que, con suerte, tardarán en encontrar un trabajo estable que no perpetúe su estatus de becarios. Los psicólogos aseguran que el timing de los sistemas neuronales y psicológicos que interactúan en el paso de la adolescencia a la adultez han variado en los últimos siglos. «Recientes estudios sugieren que no es que los adolescentes sean rebeldes porque subestiman los riesgos, sino porque sobrestiman las recompensas», asegura Alison Gopnik en The Wall Street Journal. La temprana sexualización y la degradación de valores éticos en pos de los materiales, en un entorno de crisis, los hace más temerarios. Ahora, el PP anuncia que se han acabado las progresías. Ni educación para la ciudadanía, ni píldoras del día después sin receta ni abortos sin una justificación (aunque sea una milonga, como en los años ochenta). Dice el ministro Wert, después de confundir la asignatura con un discurso de Fidel Castro, que no quieren adoctrinamiento. En la realidad objetiva, las cifras señalan que en el último año ha disminuido el consumo de la píldora poscoital (el 30% en Catalunya, por ejemplo), se han reducido los embarazos adolescentes y ha crecido la solidaridad entre los jóvenes. Desandar lo andado para marcar carácter es un asunto muy propio en los relevos de mando. Pero la historia también ha demostrado que las leyes no pueden ir ni por delante ni por detrás de la sociedad. En verdad, aguardo impaciente a que el nuevo Gobierno desarrolle un magnífico plan de educación sexual a fin de inculcar a los jóvenes sentido de la responsabilidad y de la crítica, más allá de limitarse a compartir sentimientos con su electorado. (La Vanguardia)

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6 de febrero de 2012
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El Boomeran(g)
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