Skip to main content
Escrito por

Iván Thays

Iván Thays es escritor peruano (Lima, 1968) autor de las novelas "El viaje interior" y "La disciplina de la vanidad". Premio Principe Claus 2000. Dirigió el programa literario de TV Vano Oficio por 7 años. Ha sido elegido como uno de los esccritores latinoamericanos más importantes menores de 39 años por el Hay Festival, organizador del Bogotá39. Finalista del Premio Herralde del 2008 con la novela "Un lugar llamado Oreja de perro".

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

"El arte es una revolución"

Este es mi post de hoy en el blog Vano Oficio en el diario El País.

Salman Rushdie sin guardaespaldas 2007. Foto: Canada2020 El 6 de mayo pasado, Salman Rushdie cerró el PEN World Voices Festival de Nueva York con una exposición sobre el dramaturgo Arthur Miller. Entonces habló sobre la censura. Dijo: los escritores están dispuestos a hablar sobre editores y críticos, sobre cuánto ganan, sobre chismes de otros escritores, sobre política y sobre amor, incluso sobre literatura, pero jamás sobre la censura. Discuten sobre la creación sin percatarse de que la censura es la anti-creación, la energía negativa, lo increado o, en un juego de palabras: “the bringing into being of non-being” (lo que podría traducirse como la puesta en ser del no-ser). No hay que quedarse callados sobre eso. Pocos escritores tienen la autoridad moral para hablar de la censura como Salman Rushdie. Todos recordamos cómo a raíz de su novela Los versos satánicos fue perseguido, amenazado por una fatwa dictada por el ayatolá Jomeini, el líder iraní, en febrero de 1989. Se le acusaba de haber insultado a Mahoma al hacerlo aparecer como personaje en la novela, y de apostasía contra el Islam por declarar que ya no creía en la religión. La condena por ambos cargos era la pena de muerte. Una recompensa de tres millones de dólares (que luego se doblaría) por ejecutarlo sellaba el pacto. Rushdie debió vivir escondido y custodiado por la policía británica durante años. Muchas personas vinculadas al libro fueron amenazadas, extorsionadas, baleadas e incluso asesinadas. Recién en 1998, casi diez años después de vivir a salto de mata, el gobierno iraní declaró que no perseguiría al escritor (aunque la fatwa no pudo ser retirada porque el único capacitado para hacerlo, es decir el propio ayatolá, había muerto años atrás). Ahora Rushdie se mueve sin mayores problemas, aunque siempre existe la posibilidad de que algún fundamentalista ejecute la condena. De hecho, a principios de este año dejó de asistir al Festival Literario más importante de India, en Jaipur, ante la posibilidad de que dos asesinos a sueldo hubieran sido contratados para matarlo. Salman Rushdie menciona en su texto varios casos de escritores acosados por la censura: desde Ovidio hasta García Lorca, pasando por el ruso Mandelstam. También mencionó libros censurados, como Lolita, El amante de Lady Chaterley, Trópico de cáncer. En realidad, afirma, las razones para censurar un libro pueden ser tan subjetivas y disparatadas que lo mismo pueden recaer contra autores como Kurt Vonnegut o J. K. Rowling, la autora de Harry Potter (acusada de diabólica por extremistas cristianos). A las causas políticas, morales o religiosas que menciona Rushdie hay que sumar otras que, de manera más sutil pero con igual contundencia, actúan como entes censores en la actualidad. La primera causa es el mercado. Como dice La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, la publicidad a reemplazado a la crítica y el mercado es quien dicta la norma. Nada se puede publicar si no ha sido aprobado antes por el mercado. Ninguna editorial, librería o agente literario podría sobrevivir si no logra una ecuación equilibrada entre autores que el mercado exige y autores que le dan prestigio, aunque representan pérdidas. Y si las pérdidas son mayores que las ganancias, editoriales, librerías y agencias (y autores) quiebran indudablemente. Es casi imposible escapar del mercado, que no censura directamente sino que lo hace a través de sus reglas invisibles. Copar las mesas de novedades y las páginas culturales, hundir en el olvido las obras que no participan del espectáculo y mimar hasta el disparate a los autores best-sellers son algunas de esas reglas. La ley general es la frivolidad y hacia eso apunta. Incluso los libros que no son fáciles o superficiales sino incluso complejos, tienen cabida si el mercado ha sabido adoptarlos a sus reglas que todo lo frivoliza. Hace unos años, por ejemplo, en España se dio un fenómeno interesante: uno de los libros más vendidos del año fue Vida y Destino de Vasili Grossman. Un monumento histórico y meticuloso de más de 1,100 páginas sobre el cerco de Stalingrado, escrito en la década de los 40, publicado póstumamente a fines de los 70 en inglés y francés, traducido en el 2007 (versión íntegra) al castellano. Un éxito de ventas y de crítica. Pero ¿cuántos lectores están capacitados en realidad para leer un libro semejante? Poquísimos. Bajo las reglas del mercado, comprar un ejemplar complejo es adquirir un bien prestigioso, engalanar tu biblioteca con el libro del que todos hablan, pero no es una exigencia leerlo. Basta con poseerlo. Otro factor de censura es el patrioterismo. Como sucedía con los comisarios estalinistas (aquellos que nunca hubieran dejado publicarse, justamente, Vida y Destino), el patrioterismo crea una exigencia en los escritores: mostrar una realidad positiva, no provocar la duda o el cuestionamiento, dar vivas a la patria y a sus protagonistas contemporáneos (escritores, artistas, chefs, deportistas, lo que sea). En pocas palabras: no ser un aguafiestas. Cuando en el 2010 se le otorgó el Premio Nacional de Chile a Isabel Allende, sus defensores subrayaron que ella había “puesto en el mapa” literario a Chile. No se discutía la calidad de sus obras, y menos en comparación con la de otros autores propuestos para el premio, sino el que gracias a ella Chile tenía una autora de bandera. Los críticos de Isabel Allende eran envidiosos, malagradecidos o antipatriotas. No se puede criticar a ningún personaje sobre el cual reposa la autoestima nacional. Recordemos que hace un año se intentó, en la Feria de Libro de Buenos Aires, que el recién galardonado con el Nobel Mario Vargas Llosa no inaugure la Feria porque “insultó” a Cristina Kirchner al criticar su gobierno. ¿No es eso censura? Si se mantiene esa idea patriotera que obliga a todos a apoyar ciegamente la causa nacional, y se suma a ello la mentalidad positiva de los empresarios embrutecidos por cursos de coaching, pronto tendremos comisarios de un nuevo estalinismo liberal: aquel que solo acepta a los autores que consiguen triunfos internacionales, más allá de su calidad literaria, y cuyas obras logran posicionar al país como un lugar de ganadores. Como dice Salman Rushdie en su intervención: “El arte no es entretenimiento. Cuando el arte es muy bueno, es una revolución”. Y ninguna revolución se logra siguiéndole el ritmo a un discurso hegemónico, a un slogan patriótico o a las pretensiones del mercado. Defender los libros de la censura, como pide Rushdie, implica no solo defender el derecho a escribir, sino el derecho a escribir sobre -o contra- lo que uno quiera.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
23 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Cannes y películas sobre escritores

Cosmopolis con Robert Pattinson También leo en la sección de Virginia Collera (esta vez vía The Guardian):

Cuenta Charlotte Higgins de The Guardian que la 65ª edición del Festival de Cannes está dominada por las adaptaciones literarias. Con expectación se aguardan los pases de En la carretera de Jack Kerouac, Cosmópolis de Don DeLillo, The Paperboy de Pete Dexter, Lawless de Matt Bondurant o De rouille et d’os de Craig Davidson. (vía The Guardian)

Bueno, de la adaptación de Walter Salles sobre On the road, de Jack Kerouac, ya hemos comentado en Moleskine Literario. La novela Cosmópolis de Don DeLillo ha sido adaptada por David Cronenberg y tiene como protagonista al vampiro andrógino Robert Pattinson. La novela The Paperboy del escritor norteamericano Peter Dexter ha sido adaptada por Lee Daniels y cuenta con Zac Efron, Matthew McConaughey y Nicole Kidman. Matt Bondurant es un autor también norteamericano y Lawless es una película western que adapta su novela The Wettest County in the World y cuyo guión ha sido escrito, ni más ni menos, que por Nick Cave. Los actores son Tom Hardy, Jessica Chastain, Guy Pearce y Gary Oldman.  El escritor canadiense Craig Davidson es el autor de De rouille et d’os (que en inglés llevará el título Rust & Bone (Óxido y Hueso), una película dirigida por el estupendo director francés  Jacques Audiard y que tiene a Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
22 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Rushdie contra la censura

Salman Rushdie Con la pierna en alto. Así apareció Salman Rushdie el 6 de mayo en su conferencia en el PEN World Voices Festival, donde le hizo un homenaje a Arthur Miller. El texto ha sido publicado en The New Yorker esta semana. El tema que trató, antes de introducirse en la obra del autor, fue el de la censura. “Nadie quiere hablar de la censura” dijo Rushdie. Los escritores, reclamó, solo hablan de criticos y editores, de cuánto les pagan o chismes sobre otros escritores. O política o amor. Pero sobre la censuara, nada, reclamó.  Dijo:

No writer ever really wants to talk about censorship. Writers want to talk about creation, and censorship is anti-creation, negative energy, uncreation, the bringing into being of non-being, or, to use Tom Stoppard?s description of death, ?the absence of presence.? Censorship is the thing that stops you doing what you want to do, and what writers want to talk about is what they do, not what stops them doing it. And writers want to talk about how much they get paid, and they want to gossip about other writers and how much they get paid, and they want to complain about critics and publishers, and gripe about politicians, and they want to talk about what they love, the writers they love, the stories and even sentences that have meant something to them, and, finally, they want to talk about their own ideas and their own stories. Their things. The British humorist Paul Jennings, in his brilliant essay on Resistentialism, a spoof of Existentialism, proposed that the world was divided into two categories, ?Thing? and ?No-Thing,? and suggested that between these two is waged a never-ending war. If writing is Thing, then censorship is No-Thing, and, as King Lear told Cordelia, ?Nothing will came of nothing,? or, as Mr. Jennings would have revised Shakespeare, ?No-Thing will come of No-Thing. Think again.?

Y luego pasó a comentar cómo la censura es la amenaza de la escritura, es el no-escribir justamente, y son víctimas de ellas autores tan distintos como Vonnegut o Rowling. Comentó el caso de varios autores censurados (incluso asesinados) durante siglos, desde Ovidio hasta Lorca, y concluyó mencionando la visita “oficial” de China, sin autores disidentes, a la Feria del Libro de Londres, y concluyó diciendo vargasllosianamente: “El arte no es entretenimiento; en su máxima expresión, el arte es una revolución”. Dice:

At its most effective, the censor?s lie actually succeeds in replacing the artist?s truth. That which is censored is thought to have deserved censorship. Boat-rocking is deplored. Nor is this only so in the world of art. The Ministry of Truth in present-day China has successfully persuaded a very large part of the Chinese public that the heroes of Tiananmen Square were actually villains bent on the destruction of the nation. This is the final victory of the censor: When people, even people who know they are routinely lied to, cease to be able to imagine what is really the case. Sometimes great, banned works defy the censor?s description and impose themselves on the world??Ulysses,? ?Lolita,? the ?Arabian Nights.? Sometimes great and brave artists defy the censors to create marvellous literature underground, as in the case of the samizdat literature of the Soviet Union, or to make subtle films that dodge the edge of the censor?s knife, as in the case of much contemporary Iranian and some Chinese cinema. You will even find people who will give you the argument that censorship is good for artists because it challenges their imagination. This is like arguing that if you cut a man?s arms off you can praise him for learning to write with a pen held between his teeth. Censorship is not good for art, and it is even worse for artists themselves. The work of Ai Weiwei survives; the artist himself has an increasingly difficult life. The poet Ovid was banished to the Black Sea by a displeased Augustus Caesar, and spent the rest of his life in a little hellhole called Tomis, but the poetry of Ovid has outlived the Roman Empire. The poet Mandelstam died in one of Stalin?s labor camps, but the poetry of Mandelstam has outlived the Soviet Union. The poet Lorca was murdered in Spain, by Generalissimo Franco?s goons, but the poetry of Lorca has outlived the fascistic Falange. So perhaps we can argue that art is stronger than the censor, and perhaps it often is. Artists, however, are vulnerable. In England last week, English PEN protested that the London Book Fair had invited only a bunch of ?official,? State-approved writers from China while the voices of at least thirty-five writers jailed by the regime, including Nobel laureate Liu Xiaobo and the political dissident and poet Zhu Yufu, remained silent and ignored. In the United States, every year, religious zealots try to ban writers as disparate as Kurt Vonnegut and J. K. Rowling, an obvious advocate of sorcery and the black arts; to say nothing of poor, God-bothered Charles Darwin, against whom the advocates of intelligent design continue to march. I once wrote, and it still feels true, that the attacks on the theory of evolution in parts of the United States themselves go some way to disproving the theory, demonstrating that natural selection doesn?t always work, or at least not in the Kansas area, and that human beings are capable of evolving backward, too, towards the Missing Link. Even more serious is the growing acceptance of the don?t-rock-the-boat response to those artists who do rock it, the growing agreement that censorship can be justified when certain interest groups, or genders, or faiths declare themselves affronted by a piece of work. Great art, or, let?s just say, more modestly, original art is never created in the safe middle ground, but always at the edge. Originality is dangerous. It challenges, questions, overturns assumptions, unsettles moral codes, disrespects sacred cows or other such entities. It can be shocking, or ugly, or, to use the catch-all term so beloved of the tabloid press, controversial. And if we believe in liberty, if we want the air we breathe to remain plentiful and breathable, this is the art whose right to exist we must not only defend, but celebrate. Art is not entertainment. At its very best, it?s a revolution.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
21 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Mordzinski en la Feria de Torino

Daniel Mordzinski me escribe: “Querido Iván, me invitaron a la Feria de Torino (dedicada a España y a Rumanía) a dar una charla. Aproveché para hacer unas fotinskis para Moleskine”. Y aquí están. Disfrútenlas.   Jorge Herralde, José Ovejero, Lali Gubern. Foto: Daniel Mordzinski    Enrique Vila Matas. Foto: Daniel Mordzinski    Ricardo Menéndez Salmón. Foto: Daniel Mordzinski   Julio Llamazares y José Ovejero. Foto: Daniel Mordzinski    Santiago Gamboa. Foto: Daniel Mordzinski   Eduardo Halfon. Foto: Daniel Mordzinski



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
17 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El universo desolado de Mark Strand

Mark Strand Excelente, muy recomendable, el artículo que Guillermo Saccomanno le dedica al poeta norteamericano Mark Strand, quien estuvo por España hace unas semanas. La nota sale en Radar Libros. Dice:

Soy un poeta más preocupado por la escritura que por la propia imagen, y más por la vida que por la repercusión pública?, ha declarado el octogenario Mark Strand, uno de los más interesantes poetas actuales en EE.UU. ?Me veo a mí mismo como un ser humano normal, un tipo que escribe poesía, y no como un poeta que la va de exquisito.? Tormenta de uno es, además de un hallazgo, sugestivo como título de uno de sus libros más bellos y más elogiados, el autorretrato de un poeta apartado que registra en la subjetividad más pura el efecto de las catástrofes exteriores, catástrofes que no son necesariamente ni sociales ni climáticas: puede tratarse del adiós a una historia o de la conciencia de la edad, o el fin de una época. Los versos de Strand ahorran la emocionalidad explícita. Son siempre pistas que permiten intuir pérdidas, fisuras, la melancolía que nada remedia. Y cada tanto una iluminación que dura lo que una estrella fugaz.(…) Strand, nacido en la isla Prince Edward, Canadá, en 1934, ha sido profesor de literatura en más de quince universidades estadounidenses, alternando la docencia con el periodismo gastronómico, es decir, escribiendo sobre restaurantes. ?Eso sí que da poder?, ironizó. Traductor incansable, especialista en literatura comparada, al haber pasado parte de su adolescencia en América Central y América del Sur, la poesía en español no le ha sido ajena; tradujo a Octavio Paz y a Borges. Si bien escribió numerosos poemarios que le valieron unos cuantos galardones notables, la consagración no lo volvió diplomático. Strand no ha tenido remilgos a la hora de declarar que Bush no era su presidente y su país no había aprendido nada de la guerra de Vietnam. Si hay poetas que proclaman luchar contra el Estado y cambiar el mundo, más les vale abandonar los versos y agarrar una ametralladora. Aunque parezca maniqueo, éste es su planteo ante la disyuntiva entre el oficio de poeta y el remanido compromiso. En todo caso, su compromiso es moral y se lee en ?Gente que camina por la noche?: ?Llevaban lo que tenían en bolsas de basura y mochilas. /Iban en largas filas que serpenteaban por caminos rurales, por campos/ yermos hasta el borde de la ciudad, hacia calles numeradas, hileras/ de árboles sin hojas y montones de escombros. Cuando llegaban/ a la plaza mayor, se cubrían con mantas/ y trozos de cartón y dormían en bancos o se apoyaban/ sobre baldosas de cemento rotas, fumando, mirando cómo se elevaban/ las tenues banderas de humor gris de su aliento, la ágil luna/ que ascendía por el cielo, sus flacos perros buscando carroña?. Strand escribe: ?La vida es un sueño que el que duerme jamás puede recordar al despertar/ Si esto no está a tu alcance, oh, magnífico/ Simplemente, andá al cementerio a preguntar?. A menudo el vacío que contagia el paisaje lo vuelve desolado: ?El aire es puro, las casas están vacías./A lo lejos, el viento, todo hielo y sentimientos?. Lo que explica que sus atmósferas se hayan asociado a esa extrañeza que suele definir la pintura de Edward Hopper. La asociación no es gratuita por dos motivos. Antes de consagrarse a la escritura, Strand intentó la pintura. En los ?90 tuvo la oportunidad de reencontrarse con la plástica al escribir los textos de un libro que antologiza más de treinta pinturas de Hopper: cada pintura, acompañada por un texto suyo. El universo desolado de Hopper ensambla a la perfección con la poética de Strand. Y si un punto en común tienen las imágenes de Hopper con los poemas de Strand es el de alentar eso que John Updike denominaba ?la tentación narrativa?. Ambos operan generando esa tentación. Difícil contemplar una pintura de Hopper sin imaginarle una historia. Y lo mismo ocurre con la poesía de Strand. Su poema ?La vista?, dedicado a Derek Walcott, puede ilustrar lo que digo: ?Este es el lugar. Las sillas son blancas. La mesa brilla./ La persona ahí sentada mira el brillo de la cera. / El viento mueve el aire todo el tiempo repetidamente. / Como para abrir un espacio. Un espacio para mí?, piensa./ Siempre lo atrae el tiempo de la despedida,/ Disponiéndose de forma que el dolor ?incluso el más íntimo?/ Puede leerse desde lejos./ Una larga masa de nubes/ Pende sobre el mar abierto con el sol, el poco distinguido/ sol, que se hunde tras ella: una versión suavizada/ De la historia que se cuenta una sola vez si es verdad, y siempre demasiado tarde./ La camarera trae el trago, que él sostiene/ Ante la luz declinante, pero sólo dura un momento. /El atardecer tiñe de rojo su camisa. Lentamente el cielo se oscurece,/ El viento cede, la vista se vuelve sublime. Su extensión violeta/ Parece, en este atardecer lánguido, más que una razón/ para estar ahí, porque viéndolo ella misma, la vista, parece una suerte/ De felicidad, como si ese sencillo hecho fuera suficiente y durase?. Strand exige dejar a un lado los clichés románticos, los pruritos sensibleros, la afectación lírica, los juegos de palabras. No hay deliberación ?intelectual? en su escritura y sí la naturalidad de una sensación. No se trata, al leerlo, de lo que uno cree estar leyendo de modo indicativo: se trata de un pasaje a otra parte, como de un cuarto a otro. El cuarto está vacío. Con la excepción de uno mismo. La sensación es la de entrar en un cuarto vacío, ver una ventana, mirar el afuera, aceptar el silencio. Y aceptarse. Ahora, al escribir esta última impresión, pienso en esa pintura de Hopper donde un cuarto vacío, luminoso, se abre al mar, el mar como vacío, pero también como plenitud. En ?Un viejo se va de la fiesta?, cuando tenía sesenta y cuatro años, y ganaba el Pulitzer con Tormenta de uno, adelantándose al almanaque, anotó: ?Estaba claro, cuando me fui de la fiesta,/ Que, aunque tenía más de ochenta años, tenía aún/ Un cuerpo bello. La luna brillaba sobre nosotros como suele hacer/ En momentos de profunda introspección. El viento contuvo el aliento./ Y, mirá, alguien dejó un espejo apoyado contra un árbol./ (…) Qué extraño que estuviera en medio de un lugar virgen solo y con mi cuerpo/. Sé en qué estás pensando. Yo también fui como vos?.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
17 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Falleció Carlos García Miranda

Carlos García Miranda rindiendo homenaje a César Vallejo este abril. Ayer, mientras los twetts y los mensajes de FB sobre la muerte de Carlos Fuentes copaban la red, se filtró un mensaje urgente pidiendo donantes de sangre para el escritor y profesor de la UNMSM Carlos García Miranda. Hoy amanecimos con la noticia de su lamentable muerte. La Casa de la Literatura Peruana anuncia que su muerte se debió a problemas de salud (no especificados) y da el lugar del velatorio. Da una suscinto recuento de su vida. Sin embargo, en Wikipedia podemos encontrar algunos datos extras, en especial de dos concursos literarios extranjeros donde fue finalista, en uno, y ganó en el otro gracias a un par de cuentos. La carrera literaria de Carlos García Miranda, quien muere a los 44 años, se inició con el triunfo en los Juegos Florales de San Marcos gracias a su libro de relatos Cuarto desnudo. Luego publicaría una novela, Las puertas, en el año 2000. Varios cuentos suyos aparecieron en antologías del extranjero. También publicó recientemente un ensayo sobre la obra de Antonio Gálvez Ronceros: Utopía negra. Identidad y Representación culturale en la narrativa negrista de Antonio Gálvez Ronceros No podemos dejar de lado su tarea de animador cultural, tanto en los diversos talleres de creación literaria que dirigió como a través del sello editorial Dedo Crítico bajo el cual, junto con compañeros de universidad, publicó revistas literarias y auspició a autores jóvenes con sus publicaciones. Por otro lado, la investigación literaria fue una de sus principales obsesiones y actualmente era candidato a doctor por la Universidad de Salamanca. Como fruto de esa pasión por la investigación literaria queda su blog El peso de la pluma. En Fictica pueden encontrar tres relatos del autor. En el blog Decadaesencia aparece una reciente entrevista al autor, por parte de Elías Nieto Raymundo. Descansa en paz, Carlos, y mis condolencias a su familia, sus amigos y alumnos.    



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
16 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Una corbata que era una llamarada

Este es el post que escribí hoy en mi blog “Vano Oficio” del diario El País sobre la muerte de Carlos Fuentes.

Foto: Luis Ramírez En una encuesta que, hace unos años, realicé en mi blog Moleskine Literario pregunté por la novela del Boom que peor había resistido al paso del tiempo. La ganadora fue Terra nostra de Carlos Fuentes. No me resulta extraño sino, al contrario, bastante consecuente que uno de los primeros narradores contemporáneos de América Latina, quien revolucionó la novela en su país y quien de algún modo diseñó la idea del escritor-boom, un profesional dedicado a escribir a tiempo completo y comprometido políticamente, se convierta unas décadas después en un anacronismo. Lo resume muy bien el escritor mexicano Alvaro Enrigue en el Twitter: “Nadie más se va a atrever a escribir un libro como Terra Nostra, y nadie se atrevería a publicarlo.” Ahora que leo incontables necrológicas, en diversos países y medios, y veo en casi todas ellas la edad del escritor (83 años) me parece imposible. No solo porque se le veía más joven que esa edad, sino porque era tremendamente inquieto. Estuvo en Madrid presentando su ensayo sobre la nueva narrativa latinoamericana, a principios de año fue al Hay Festival de Cartagena y hace unas semanas en la Feria del Libro de Buenos Aires. Y en una entrevista que se publicó hace un par de días en “El País”, comentaba que había entregado una novela a sus editores y que el lunes (un ahora improbable lunes) iba a empezar a redactar una nueva obra, para la que había tomado ya suficientes notas. Ha pasado muy rápido el tiempo, desde aquellos años en que su vitalidad fue fundamental para unir al Boom como un grupo de amigos con proyectos comunes (acogía amigos en su casa, como José Donoso; presentaba agentes literarios a sus pares y vinculaba a unos con otros; y luego, cuando era un escritor consagrado, apoyó a muchos jóvenes y comentó sus obras con una curiosidad insaciable, aunque no exenta de fobias, como Roberto Bolaño, a quien sabe dios por qué nunca quiso leer) hasta este momento en que lamentamos su muerte. El único gesto, que no pasó desapercibido para mí, fue que en la Feria del Libro de Buenos Aires se presentó sin corbata. ¿Carlos Fuentes sin corbata? Eso era imposible. Fuentes y las corbatas de seda italiana eran un clásico del Boom literario. Incluso fue motivo de una divertida parodia de César Aira en El congreso de literatura. Y Vargas Llosa, en un temprano artículo de 1967 en la revista Caretas, dijo: “(…) llevaba barba y un paraguas, botas, una larga casaca de terciopelo verde con cuatro pares de botones, y una corbata que era una llamarada.” Pero ahora, en Buenos Aires, no llevaba corbata. Debí entender que eso significaba algo, un anuncio, una señal de que la llamarada se estaba apagando. Los años, nuestros años, no eran más los de corbatas de seda. Las corbatas son otro anacronismo. Aquello que representaba Carlos Fuentes (un escritor cosmopolita, intelectual, elegante, hijo de diplomáticos, cultísimo, interesado en la política mundial y en el futuro de México -frente al cual se mostraba apocalíptico en sus novelas- y con una vida pública donde se barajaban los amores con actrices, las muertes trágicas de sus hijos y el amor incondicional de su última esposa Silvia Lemus) parecía instalado en el pasado, un protagonista viviente del museo de cera donde los escritores tenían fe en la novela total, escribían novelas complejas donde intentaba resumir lo mitológico, lo actual, lo interior y lo exterior, el lenguaje de vanguardia con el relato fantástico clásico, el amor y la ideología, la Historia con el arte pop, y donde siglos podían transcurrir en pocas páginas. Ningún escritor latinoamericano era tan versátil y, además, tenía tanta ambición. Una ambición desmedida, que establecía alambicadas relaciones entre sus libros, como si en realidad no quisiera redactar obras literarias sino construir un complejo mosaico sin límites ni bordes, donde todo debía encajar, donde novelas como la temprana La región más transparente engarzaba con el cuento más olvidado, y obras históricas con novelas autobiográficas. No, ya no hay escritores así. Cada uno de sus rasgos se han atomizado y dispersado y el cosmopolita ya no es ambicioso, el ambicioso no es elegante, el elegante no es tan culto, el culto no tiene historias de amor con actrices. Pero uno que reúna todas esas condiciones en sí mismo, de esos no hay más. Alguna vez leí que Fuentes se decepcionaba cuando alguien le decía que había terminado de leer Terra nostra. Era un libro para vencer a sus lectores, para superarlos, no para apañarlos y entretenerlos. Y pienso que sí, en efecto, era un libro para darse por vencido. Por ello me pregunto: ¿cuántos de aquellos que votaron en la encuesta de mi blog contra él habían terminado de leerlo? Muy pocos. Tengo ante mis ojos mi vieja edición de Cambio de piel, de letra minúscula, en la que empecé subrayando párrafos y terminé destacando páginas enteras. Tengo esa nouvelle perfecta llamado “Aura”. Tengo La región más transparente, La muerte de Artemio Cruz, Terra nostra, Zona sagrada. Tengo la novela que le dedicó a su amante, la frágil Jean Seberg, Diana o la cazadora solitaria. Y estoy seguro de que tengo más libros de Carlos Fuentes en mi caótica biblioteca. Libros llenos de polvo, que compré y no leí, o que leí y no pensé en volver a leer más. Es un uso común decir, cuando muere un escritor, que el mejor homenaje es leer sus libros. Pero esta vez, pienso, no deberíamos apresurarnos en asfaltar el infierno ya bastante empedarado. Pasemos mejor al hecho. Es decir, leamos o releamos esos libros ambiciosos que Carlos Fuentes escribió para retarnos y, sobre todo, para retar al tiempo.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
16 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Vargas Llosa, entre otros escritores, lamentan la muerte de Carlos Fuentes

Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. La inesperada muerte de Carlos Fuentes ha dejado consternados a todos. Primero por el Twitter, luego por el Facebook y ahora a través de los diversos medios on-line vamos enterándonos de algunas frases que sus amigos, editores y lectores dejan escritas para lamentar la muerte de uno de los escritores fundamentales del Boom latinoamericano, y del castellano incluso. El primero en pronunciarse ha sido Mario Vargas Llosa, quien declaró:

Acabo de enterarme de la muerte de Carlos Fuentes y me ha dado mucha pena. Con él desaparece un escritor cuya obra y cuya presencia han dejado una huella profunda. Sus cuentos, novelas y ensayos están inspirados principalmente por la historia y la problemática de México, pero él fue un hombre universal, que conoció muchas literaturas, en muchas lenguas, y que vivió de una manera comprometida todos los grandes problemas políticos y culturales de su tiempo. Fue siempre un gran promotor cultural y trabajó incansablemente por unir a los escritores y lectores de nuestra lengua a ambas orillas del Atlántico. Era un gran trabajador, disciplinado y entusiasta, y al mismo tiempo un gran viajero, con una curiosidad universal, pues se interesaba por todas las manifestaciones de la vida cultural y política y escribía sobre todo con brillantez y buena prosa. No solo sus amigos sino también sus muchos lectores lo vamos a extrañar.

Aquí otras reacciones recogidas por El País:

JUAN GOYTISOLO. Carlos Fuentes ha muerto en la plenitud de sus dones. La suya ha sido una vida tan intensa y tan rica que solo puede producir admiración. Estoy muy afectado. Me es imposible hablar en este momento y resumir lo que son 60 años de amistad. He seguido con atención toda su obra y he escrito ensayos sobre una docena de sus libros, en especial sobre Terra nostra, para mí, su obra maestra y una de las mejores novelas en lengua española de todos los tiempos. ANTONIO GAMONEDA. Una vez mantuvimos una conversación en un hotel de Gran Vía, y otra en la Residencia de Estudiantes, donde teníamos una conferencia. Y lo estimaba como escritor, tenía una visión crítica acercadamente crítica de las circunstancias sociales y políticas tanto de su país como de España. Creo que es una pérdida importante para la literatura en lengua española. Carlos Fuentes fue en cierto modo, poco posterior al que llaman boom de la narrativa iberoamericana, era una continuidad seria de ese boom. Era frecuente colaborador en prensa y se apreciaba una unidad de criterio que entre sus colaboraciones periodísticas y las conclusiones subyacían en su obra narrativa. JUAN GABRIEL VÁSQUEZ: El magisterio de Fuentes es inagotable. Varias generaciones aprendieron con él qué carajos es la literatura latinoamericana. Hablo ahora en primera persona: con él aprendí que esta literatura es lo contrario de la literatura local, y que el novelista latinoamericano se abre al mundo, acepta todas las influencias, devora todos los temas. Aprendí a leer, también: a Cervantes, a los cronistas de Indias, a Broch, a Musil. La obra de Fuentes nos regaló una idea de la ambición, nos mostró que la vocación no es esconderse del mundo, sino llamarlo y transformarlo. Y aprendí la generosidad, que nunca lograré practicar como lo hizo él. RICARDO PIGLIA. Hay que reconocer su interés en escribir sobre sus contemporáneos. Recuerdo muy bien la impresión que me produjeron los primeros libros de Carlos Fuentes que llegaron a Buenos Aires. En especial su novela La muerte de Artemio Cruz, y posteriormente una nouvelle excelente, Aura, que para los lectores argentinos era un relato muy argentino, en la línea de las historias de fantasmas de José Bianco. Y también recuerdo con admiración los cuentos de su libro Cantar de ciegos. Después, su obra se hizo demasiado prolifica y ya no pude seguirle el rastro. Fue un generoso lector de la literatura en lengua castellana y más alla de las diferencias hay que reconocer su interés en escribir sobre sus contemporáneos (lo que no es habitual entre los escritores). Fuentes concentró en muchos sentidos la imagen clásica del escritor latinoamericano de la que nosotros ?es decir los escritores de mi generación- nos hemos distanciado siempre con entusiasmo.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
15 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El thriller hollywoodense de Alfred Hayes

Alfred Hayes La editorial argentina La Bestia Equilátera publicó hace un tiempo Los enamorados, del escritor inglés Alfred Hayes. Tuvo mucho éxito y Hayes pasó a ser un autor de culto en América Latina, de esos que todos quieren leer para estar enterados, de esos que viajan en valija de un lector a otro. Ahora se anima a publicar un segundo libro suyo, titulado Que el mundo me conozca, al que califican de thriller sobre Hollywood. Dice la nota de Mauro Libertella en Revista Ñ:

Que el mundo me conozca se publicó por primera en 1958. Eran otros años para la literatura norteamericana, y era sobre todo una época en la que el imaginario del cine de Hollywood todavía estaba fuertemente imbricada con ciertos libros de ficción, tanto en la elección y el tratamiento de los temas como en la misma transmigración de los escritores, que trabajaban a sueldo como guionistas para los grandes estudios y a la noche, en la intimidad de sus hoteles o en departamentos de alquiler, componían ficciones policiales, sociales, de amor o de suspenso. Ese es el caso de Alfred Hayes. (…) Como en otros textos de la época, Que el mundo…está atravesado por una tensión entre dos polos culturales de los Estados Unidos: Nueva York contra Los Angeles; la batalla simbólica de las costas. Frente a la literatura que pondera una ciudad y su vida cotidiana en desmedro de la otra, este libro se ubica en un punto de radical negatividad: las dos ciudades son, para el narrador, que vive a caballo de una y la otra, una porquería. Pero el narrador puede despreciar las dos grandes urbes porque es, justamente, un hombre de mundo, un jugador de ciudad. La actriz joven que conoce en la primera escena es, en cambio, la típica soñadora: llegó a Hollywood para superar a fuerza de voluntad y fortuna el tedio y la chatura del pueblito norteamericano, y la gran ciudad de a poco la superará. Quizás esta sea una novela definida por el temple de sus personajes, como todo thriller ; sobrevive el que resiste mejor los embates del otro y de la coyuntura. Otro elemento atendible de este relato es la relación entre literatura y dinero. La literatura argentina, sabemos, es notablemente pudorosa a la hora de hablar de dinero (salvo excepciones, como Arlt, Fogwill y algunos más), pero los norteamericanos ?Hayes, aclaremos, es inglés, pero vivió en Norteamérica y como un norteamericano? no sólo lo incorporan como un tópico, sino que les sirve como unidad estructurante y como nudo de sentido. Sin embargo, cuando Hayes no es pudoroso para hablar de dinero, sí lo es a la hora de adentrarse en el territorio de la sexualidad. Si ésta es una novela sobre la relación entre un hombre y una mujer, lo es en el plano psicológico pero no en el sexual, donde el narrador, frente a la instancia sexual, funde escrupulosamente a negro. La capa psicologista, en cambio, es prolífica en huellas del freudismo: síntomas, patologías, psiquiatría. Pero esos restos psicoanalíticos, que pretenden armar el esqueleto mental de la protagonista, se diluyen finalmente en algo que en este libro es más poderoso y abarcativo: la circulación de relatos, discursos, ficciones, chamuyos. Que el mundo me conozca es la novela de un narrador-escritor sobre todo porque es la puesta en papel de un mundo donde todo es ficcionalizable, y en donde los límites entre narración y hecho fáctico son endebles, intangibles. ¿Leíste Los enamorados? preguntaban muchos el año pasado, cuando aquel otro libro de Hayes llegaba a nuestras librerías. La sorpresa de quienes no lo conocían había sido grande, y para muchos un escritor secreto se volvía de pronto un autor clave. Que el mundo me conozca, quizás, reafirme ese idilio.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
11 de mayo de 2012
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.