carátula de la novela
Violeta Gorodischer reseña el libro Disecado de Mario Bellatin (editorial Sexto Piso) para Radar Libros. Una buena reseña, interesante, aunque el título, “Y mañana será Aira”, es equívoco. Equívoco en varios sentidos: en primer lugar, porque no hay escrituras tan diferentes como las de Aira y Bellatin. Son tan distintas que casi llegan a ser opuestas. Mientras que en Aira abunda la ramificación, el absurdo o el disparate, el dislocamiento en varios fragmentos y la extensión arbitraria de una idea mínima hasta hacerla ocupar 70 páginas en promedio; en Bellatin ocurre lo contrario, un proceso de constricción, parecido a la deshidratación de los alimentos, que constriñe y comprime novelas de temas complejos y extensos (que abarcan desde lo autobiográfico a la espiritualidad, desde los conflictos sociales transmutados -nunca camuflados- a la pregunta por la creación artística) en obras brevísimas. Y en segundo lugar, porque el título podría conducir a pensar que Bellatin está buscando acceder al privilegio de ser el sucesor de Aira, y no es así. Mario Bellatin, y es mi opinión pero creo que compartida por muchos, es el escritor latinoamericano más insólito, inclasificable e incomparable que existe en la actualidad. Verlo como sucesor de Aira, o de cualquier otro escritor, por más experimental que este sea, es perder la noción de lo que la obra de Bellatin es ahora mismo: un complejo organismo que incluso excede lo literario. Y la reseña de Gorodischer, justamente, subraya ese carácter compacto, insólito e incomparable que “nos deja sin palabras”.
Dice la reseña:
“Quisiera ubicarme dentro del texto, fundido en los vacíos que originan las palabras?, dijo alguna vez Mario Bellatin, anticipando lo que ahora, en Disecado, ya no puede disimular: que para él lo interesante no está en el texto sino en otra parte. Después de Canon Perpetuo, Efecto Invernadero, Salón de Belleza, Damas Chinas y una obra tan compacta como prolífica, Bellatin por fin hace carne su deseo en este nuevo libro. No es que haya un cambio radical con lo que venía escribiendo: si hasta ahora su obra fue adoptando la forma de patchworks (papeles, plaquettes, performances) es porque nunca consideró que el libro fuera importante. Por otra parte, siempre redujo a cero la figura de autor: desde las citas falsas dentro y fuera de su universo narrativo, hasta la organización de un congreso de escritores con dobles de Margo Glantz, Sergio Pitol, Salvador Elizondo y José Agustín, o aquella famosa reseña de Kawataba a partir de fragmentos críticos de su propia obra. Y Disecado, de alguna manera, vendría a ser la evolución natural de todas esas apuestas, tal vez su jugada más arriesgada: aquí no hay historias, ni personajes, ni autor. Un libro terminal, tendiente a la no escritura.
Todo empieza cuando el narrador ve aparecer a los pies de su cama a una suerte de fantasma llamado Mario Bellatin que, a su vez, tiene información del autor mexicano ya muerto. El narrador decide entonces bautizar a este ser como ¿Mi yo?, y se dedica a escuchar pasivamente un discurso en donde la intertextualidad entre vida y obra no se hace esperar. Mientras cambia de apariencia hasta convertirse en un derviche girador (y aquí no olvidemos que Mario Bellatin se hizo devoto del sufismo hace ya varios años), el fantasma monologa un relato alucinado en el que aparecen múltiples referencias a la obra de Bellatin, incluyendo la revelación de que la muerte de Bellatin fue a causa de la enfermedad que le contagió un actor cuando el escritor adaptó la novela a pieza teatral. De ahí a la travesti que recita Nietzsche, el masajista ciego de los subtes o el niño experto en canarios no hay más que un paso y no queda muy claro hacia dónde; en qué momento se tuerce el rumbo de la narración. La asociación de hechos es arbitraria y se tiñe de la confusión de los sueños: el silencio se materializa a través de nexos narrativos sin conexión entre sí. De esta manera, el deseo del personaje se duplica en la acción real: lo que busca Bellatin, en cualquiera de sus formas, es ?escribir sin escribir?. Hacer avanzar la trama sin que haya conflicto. Incluso, sin que los lectores entiendan cómo, por qué llegaron hasta ahí. Como si aquellos vacíos de las palabras empezaran a hacerse visibles a partir de estas estrategias.
La segunda parte del texto es una nouvelle llamada El pasante de notario Murasaki Shikibu. Y es tanto más confusa que la primera, que el lector desprevenido no sabrá ya qué hacer. Básicamente, porque se trata de un chiste compartido entre Bellatin y su íntima amiga Margo Glantz, que aparece como ?Nuestra Escritora?. Un viaje a las cuevas de Ajanta, en India; un impulso de la mujer que la lleva a subir corriendo los cinco mil escalones hasta perderse en las cuevas, y una serie de metamorfosis que la hacen transformarse en Murasaki Shikibu, la autora japonesa de Genji Monogatari, y luego en un simple pasante de notario, son las líneas ¿argumentales? de la historia. La única explicación lógica para esta secuencia delirante emparentada con la escritura de César Aira es recurrir al ping pong literario entre Bellatin y sus amigos. Se trata más bien de una forma extratextual de entender la literatura, porque así como ahora Bellatin parodia a Glantz, ella se encargó antes de hablar del narcisismo del escritor en la película Invernadero, de Gonzalo Castro. Para terminar, en el final de ambos relatos, Bellatin incluye una lista de ?tips? para analizar los relatos: ?Fíjense?, dice y enumera: ?Explicar la importancia de la presencia del perro sin pata trasera en la vida de Mario Bellatin?. ?Ver quiénes eran los dobles de los escritores que se presentaron en París.? ?El personaje ¿Mi yo? se transforma en una letra para pasar a ser después el propio Mario Bellatin.? Una burla del carácter programático de los textos en general. Una manera de mostrar, por si quedaban dudas, que el suyo es un libro inexplicable. Un libro que, fiel al deseo de su autor, nos deja sin palabras.
[ADELANTO EN PDF]