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Escrito por

Francisco Ferrer Lerín

Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es poeta, narrador, filólogo y ornitólogo. Traductor, al español, de Flaubert (Trois contes), Claudel (L'Annonce faite à Marie), Tzara (L´Homme approximatif), Monod (Le Hasard et la Nécessité), Montale (Ossi di sepia).

Obra literaria:

De las condiciones humanas, Trimer, 1964; La hora oval, Ocnos, 1971; Cónsul, Península, 1987; Níquel, Mira, 2005; Ciudad propia. Poesía autorizada, Artemisa, 2006; El bestiario de Ferrer Lerín, Galaxia, 2007; Papur, Eclipsados, 2008; Fámulo, Tusquets, 2009; Familias como la mía, Tusquets, 2011; Gingival, Menoscuarto, 2012; Hiela sangre, Tusquets, 2013; Mansa chatarra, Jekyll & Jill, 2014; 30 niñas, Leteradura, 2014; Chance Encounters and Waking Dreams, Michel Eyquem, 2016; Edad del insecto, S.D. Edicions, 2016; El primer búfalo, En picado, 2016; Ciudad Corvina, 21veintiúnversos, 2018; Besos humanos, Anagrama, 2018; Razón y combate, Ediciones imperdonables, 2018; Ferrer Lerín. Un experimento, Universidad de Málaga, 2018; Libro de la confusión, Tusquets, 2019; Arte Casual, Athenaica, 2019; Cuaderno de campo, Contrabando, 2020; Grafo Pez, Libros de la resistencia, 2020; Casos completos, Contrabando, 2021 y Papur, Días contados, 2022. Poesía Reunida, Tusquets 2023. Atlas de Arte Casual, Jot Down Books, 2024.

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Mariety y la armónica

 

Muchas veces el excesivo autoritarismo de los padres produce efectos nocivos en sus vástagos. Es el caso de Mariety que, en un diario hasta ahora secreto, escribe: “Cuando hice la primera comunión mi padre me regaló una armónica en miniatura, marca Hohner, de plata, con una cadenita. Por lo que sea, un día se soltó de su cadenita, me la llevé a la boca y me la tragué sin querer. No me atreví a decirlo y tampoco nadie me preguntó. Unos meses después mis padres me llevaron al médico porque tenía fiebre y me dolía mucho la garganta. Resultó que tenían que extirparme las amígdalas. Yo no sabía nada de amígdalas y simplemente me explicaron que tenían que quitarme de la garganta algo que no debía estar allí porque era lo que me producía el dolor. Estaba segura de que se trataba de la armónica. Me aterraba que descubrieran que me la había comido y que no había dicho nada.” El diario termina aquí. Mariety fallecería antes de ser operada sin que los médicos aclararan los motivos. Y la historia también terminaría aquí si no fuera por Julián Mamarras, el enterrador del cementerio donde se inhumó el cuerpecito de Mariety. Mamarras era dado a la astronomía y muchas veces al oscurecer, con el buen tiempo, se tumbaba sobre una losa, elegida al azar, y escudriñaba el firmamento. Una noche, sería a principios de agosto, oyó un sonido muy agradable que parecía surgir del interior de la tumba. Sobresaltado, leyó, a la luz de la luna, la inscripción sobre la que había reposado su espalda. Se trataba de una niña. Muerta hacía poco. Permaneció un rato immóvil, atento. Y aunque el sonido aún se percibía, se iba atenuando, hasta desaparecer al avanzar la noche. Volvió Mamarras al día siguiente. Y el fenómeno se repitió. Y así en las jornadas sucesivas. Una musiquilla que en el crepúsculo sonaba con cierta potencia y que al pasar las horas desaparecía, como si el frescor nocturno no le conviniera. Julián avisó al forense y, en presencia de los autoritarios padres, se exhumó el cadáver, ya descompuesto. Descomposición que producía gases, virulentos a las horas de calor y que, acumulados, se expandían al atardecer, dando vida al instrumento.  

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30 niñas. Leteradura. 2014. 

 

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9 de marzo de 2016
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Malas sábanas

 

Nos dieron dos juegos de sábanas usadas para que duraran lo que la estancia en la finca. Pero no fue así. La ínfima calidad y la poca limpieza pasaron factura. A los dos días Víctor despertó con la espalda comida por los ácaros. A la semana hubo que amputársela. Sin espalda mal le fueron las cosas. Le puse algodón, empapado en mercromina, sujeto al pecho con esparadrapo. El remedio no sirvió, supuraba y lo echaron del trabajo. Aburrido, ocupaba las horas persiguiendo a las chinches; se convirtió, eso sí, en un hábil cazador, las envolvía en los jirones de las sábanas que se amontonaban en el suelo. Pensamos en una venta directa. Gustaban las chinches (y las liendres) en ese pueblo. Montamos un tenderete en la plaza pero descubrieron la mala calidad de los jirones de las sábanas y fracasamos. Ahora, de vuelta a casa, Víctor sin trabajo y sin espalda, no hago más que pensar en lo tonta que fui, que por ahorrarme unos pesos he traído la desgracia.   

 

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4 de marzo de 2016
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Voluble

 

Conocí a Vera Istán Vozlatino en la bolera de la calle setenta y dos. Vestía chándal color frambuesa, gorra del Sleeper Club y deportivas Julián Mamerto cinco estrellas. Nos caímos bien. La segunda noche, aparcados en el callejón del Viento, cercano a su domicilio, le confesé que la amaba, y ella sacó la multiusos y segmentó mi miembro en un abrir y cerrar de ojos. Pasaron años, iba ya por la octava operación y empezaba a desesperar, las cicatrices seguían escupiendo pus y sólo reteniendo la orina durante dos semanas conseguía una erección satisfactoria. Salía de la clínica Altea, y allí estaba ella, en la acera, acompañando a un hombre que pudo ser mayor y que ahora era un despojo tirado sobre una silla de ruedas. Me abrazó. Se mostraba arrepentida. Con un gesto rápido, nervioso, típico en ella, se apartó, soltó el freno de la silla de ruedas, la empujó para que rodara calle abajo, abrió el bolso, y me entregó un tarro de pegamento Larios. “Lo pega todo”, dijo, divertida, casi alborozada, mientras se colgaba de mi brazo derecho e iniciábamos la búsqueda de una buena tratoría. Le encanta la comida italiana.

 

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25 de febrero de 2016
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Comiaces

Existe (o existía) un vasto lugar, un territorio abrupto e inaccesible, en el oeste de la provincia de Salamanca, al norte aproximado de Ciudad Rodrigo, que hoy aparece, en mapas y planos, como un  despoblado, como un espacio en blanco a salvo de símbolos que indiquen algún modo de intervención humana. En 1962, un grupo de investigadores alemanes lo recorre. Habían entrevistado en un hospital de Sigmaringen al último oriundo vivo de Comiaces, una aldea ya entonces borrada de los catastros, y que según J. H. H., era la capital de lo que hoy denominaríamos una comarca o subcomarca. Este hombre, arrastrado por el flujo migratorio, llega a Alemania a mediados de los  cincuenta y lleva hasta su muerte –a los sesenta y cinco años, a los pocos días en que es descubierto para la ciencia- una vida placentera: residente en las cloacas, nutrido de miasmas, sin la necesidad de hablar con nadie (parece estar más cerca del dominio infuso de la lengua alemana que del recuerdo de la lengua española que sólo balbucea incorporando, eso sí, elegantes alaridos y elocuentes gestos). Tratado por un equipo de psicólogos y antropólogos de la universidad de Stuttgart, se logra fijar el punto exacto de procedencia y precisar algunos datos biográficos  pese a la obstrucción manifiesta del consulado español que sólo quiere su urgente repatriación para su internamiento en un manicomio. Dado el cariz de las revelaciones, se organiza un viaje, con el pretexto, ante las autoridades españolas, de acompañar el cadáver hasta su enterramiento en la aldea. No vamos a describir las peripecias de la prospección sino los resultados. Antes de ser embalsamado se le practica la autopsia confirmándose la naturaleza ósea de la protuberancia situada en la nuca. En las ruinas de Comiaces –así como en las de otros cinco núcleos de población próximos-, en los desvanes de lo que pudieron ser viviendas, hallan varios objetos de madera toscamente tallada que invocan a tamaño natural la naturaleza de un cordero con dos cabezas de diferentes dimensiones siendo, una de ellas, no siempre la mayor, de apariencia humana. En la ladera de un cerro, que equidista de los poblachos, encuentran el gran corral donde, según J.H.H., se encerraba a las criaturas mixtas que sobrevivían al parto y que eran visitadas alternativamente por las mujeres –¿sólo sus madres?- para alimentarlas, y por los hombres para satisfacer su apetito venéreo. Sin mucho esfuerzo se sacan de la paja y el estiércol varios esqueletos, todos bicéfalos, presentando el mismo abanico de posibilidades que presentaban las esculturas: la cabeza humana y la de aspecto ovino alternan en su desarrollo, pero siempre situadas una detrás de otra. Incluso hallan algo de piel adherida a los huesos de las piernas, una especie de lana que les conferiría porte de oveja, acentuado por la postura cuadrúpeda; vencido el cuerpo por el peso de las testas haría incómoda la marcha bípeda. En 1980 se publica un trabajo en Francia, sin resonancia académica alguna, acerca de las oleadas de singularidad morfológica en humanos: se citan los casos de anancefalia en los Pirineos y de bicefalia en el oriente portugués; siempre en espacios de tiempo superiores al año e inferiores a los diez y sin aparente periodicidad. Para Portugal 1896-1904, 1920-1922, 1931-1932, 1939-1946, y para los Pirineos 1828-1837, 1900-1902, 1910-1915. Afectan, dentro de esos espacios, al 50% de los nacimientos, aunque, en su mayoría, el grado de desarrollo de la malformación es bajo, dependiendo, la esperanza de vida, de ese grado de desarrollo: los bicéfalos perfectos no alcanzan nunca los 12 años, teniendo en cuenta que sólo el 25% de los concebidos superan el parto.  

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18 de febrero de 2016
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La estepa o quizá el desierto

 

Hoy ha vuelto la colina desnuda, la ladera estéril coronada por un resalte rocoso, y no ha sido durante un sueño sino en una secuencia de Hasta que llegó su hora, en ese plano general en el que miles de obreros se afanan en colocar vías de tren y Henry Fonda se aproxima pausado a Charles Bronson que talla una figurita de madera. Sé que, no lejos de allí, existe un cruce de carreteras en el que yo detenía el coche y buscaba una indicación que nadie puso; me perdía, aprendía el concepto de extravío, de soledad. Una carretera recién y mal terminada, mal peraltada, con abombamientos y blandones, una carretera de asfalto gris que no se diferenciaba, al atardecer, de las ralas y desdibujadas cunetas. La visión de hoy, cinematográfica y real, no remeda el vigor de las imágenes soñadas, imágenes que no regresarán (ya no queda tiempo), como nunca regresaron la pareja de águilas perdiceras posadas en un promontorio y aquellos huesos de cabra calcinados por el sol, esparcidos en el fondo de una vaguada polvorienta. Pensé entonces: ¿hubo aquí alguna vez rebaños, hubo gente, hubo aves? Me dijeron que la razón del sueño radicaba en mi pasión ornitológica, en la búsqueda constante de grandes especies necrófagas; pero hoy pienso que esa no era la razón, que el sueño, que la sucesión de esos sueños, era fruto de la conciencia de que ese paisaje, y mi misma vida, culminaban su término.

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10 de febrero de 2016
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Convento del Carmen Calzado de Gerona

 

Gustavo Puerta Leisse me pregunta en 2008, en una entrevista publicada en el nº 167 de Educación y Biblioteca, por qué y desde cuándo me apasionan los diccionarios, a lo que respondo: “Porque en ellos está todo lo que un hombre curioso puede aspirar a conocer en esta vida y, además, la sabiduría aparece perfectamente ordenada. Mi primer libro fue la Quarta Edicion del Diccionario de la Lengua Castellana compuesto por la Real Academia Española (MDCCCIII). Aún lo conservo con señales de mordeduras de dientes de leche. En la portada se lee, escrito a tinta, ‘Soi del Carmen Calzado de Gerona’, que era abuela de mi abuela materna, o sea una de mis tatarabuelas, hija de un militar que casaría en esa provincia con un miembro de una de las ramas más  genuinamente catalanas de mi familia; esa boda sería hoy impensable, constituiría un acto contra natura.”   

 Me extrañaba que la anotación empleara esa vulgar construcción gramatical que antepone el artículo al nombre de persona, y que el apellido de mi antepasada, Calzada, fuera masculinizado pero, lo definitivo, ha sido entrar en https://es.wikipedia.org/wiki/Convento_del_Carmen_Calzado_(Madrid) y descubrir que Carmen Calzado de Gerona se refiere al Convento del Carmen Calzado de Gerona, uno de los conventos de la Orden del Monte Carmelo que surgieron en España a partir del siglo XVI. No encuentro en internet referencias al convento de Gerona pero sí sobre otros, en especial al de Madrid que, como puede leerse en Wikipedia, posee una interesante historia.

 

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4 de febrero de 2016
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Dos o tres casas

 

Entraba en la casa, grande, subía las escaleras, dejaba atrás el comedor sumido en la penumbra y, guiado por una luz poderosa, desembocaba en el salón en el que ahora se comía y en el que mi padre, sentado de espaldas a la puerta, me lanzaba, así de sopetón, sin poder verme todavía, un misterioso “¿estás regresando?”. ¿Mi padre vivía aún? No parecía alegrarse de mi irrupción, ni tampoco el adolescente gris que apenas levantaba los ojos del plato, ni tampoco mi madre, de pie, como llegando de otro lugar, y que adoptaba una actitud que podríamos definir como huidiza. Pero, ¿qué casa era esta?; la puerta de la calle, el recibidor y las habitaciones que se adivinaban a derecha e izquierda resultaban desconocidas; sin embargo las escaleras y el comedor eran de la casa de mis abuelos maternos y el salón era el de la casa de mis padres. ¿Y yo quién era?; entraba en ese domicilio y avanzaba con total desenvoltura cruzando diversas estancias y me sorprendía al ver que mi padre estuviera allí (había fallecido hacía tanto tiempo), mas no su gran parecido conmigo; de hecho me reconocía más en él que en su hijo, personaje que según la lógica más elemental debía ser yo, aunque podía ser Ricardo, mi hermano gemelo, al que, en esos años, encontraron ahorcado.       

 

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31 de enero de 2016
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Mofa de un grotesco

 

 

Describe en profundidad Alfonso Reyes, en Medallones (Buenos Aires, Austral, 1951), la desgraciada geografía corporal de Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, el notable dramaturgo mexicano (Taxco, ¿1581? – Madrid, 1639). De hecho dedica un capítulo, “Su figura”, a dar relación de citas referidas a los errores de la naturaleza que tantas puertas cerraron a Alarcón.

 

Parece que en algunas sátiras comparaban a Alarcón con el enano Soplillo, el que aparece en el cuadro de Rodrigo de Villandrando “Felipe IV príncipe y el enano Miguel Soplillo” (1620 – 1621) colgado en el Museo del Prado. Así Luis Vélez de Guevara le dice: ‘Por más que te empines, / camello enano con loba, / es de Soplillo tu trova’.

 

Comparado con una mona, corcovado de pecho y espalda, barbitaheño, es merecedor de nutridas burlas:

‘Colchado con melones, visto de lejos, no se sabe si va o viene’ (Luis Vélez de Guevara).

‘Tanto de corcova atrás / y adelante, Alarcón, tienes, /  que saber es por demás / de dónde te corco-vienes / o adónde te corco-vas’ (Regidor Juan Fernández).

‘La que, adelante y atrás / gémina concha te viste’ (Góngora).

‘Zambo de los poetas y sátiro de las musas’ (Don Antonio de Mendoza).

‘Un hombre que de embrión / parece que no ha salido’ (Montalván).

‘Don Cohombro de Alarcón, / un poeta entre dos platos’ (Tirso).

‘Tiene para rodar / una bola en cada lado’ (Salas Barbadillo).

‘En el cascarón metido / el señor bola-matriz’ (Fray Juan de Centeno).

‘Baúl-poeta / semienano o semidiablo’ (Don Alonso Pérez Marino).

 

En unas seguidillas de la época se le llama “profecía de Jerónimo Bosque” y se le hace decir: ‘A ningún corcovado / daré ventaja, /  que una traigo en el pecho / y otra en la espalda’.

 

Para finalizar este indecoroso repaso, una letrilla de Quevedo:

‘Corcovilla, poeta juanetes, hombre formado de paréntesis, tentación de San Antonio, licenciado orejoncito, no nada entre dos corcovas, zancadilla por el haz y el envés’; y la dedicatoria de Lope en Los Españoles en Flandes cuando nombra al poeta ‘rana en la figura y en el estrépito’.

 

Quizá el consuelo de semejante caballerete, velloso, con espesas barbicas y piernas algo divididas, fuera conseguir que sus amigos pasaran buenos ratos escarneciendo y gesteando su figura. En el torneo de mascarada de cierta fiesta de San Juan de Aznalfarache adoptó el sangrante apodo de Don Floripondio Talludo, príncipe de la Chunga.

  

 

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26 de enero de 2016
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Noche de premios

Me llevó, me obligó a caminar por un pasillo oscuro de los que rodean el patio de butacas. Hablaba y hablaba y, de vez en cuando, introducía los dedos de su mano derecha entre los botones de mi camisa. Me detuve y, como se dio cuenta de que estaba a punto de dejarla allí plantada, cambió de conversación para contarme algo que suponía iba a gustarme mucho, que su marido era capaz de mantener la boca entreabierta durante más de una hora emitiendo un sonido: la letra "o";  "oooooooooooooooooo, así, así" farfullaba imitando a su raro marido mientras intentaba desabrocharme el pantalón. Le di un golpe en la cabeza con el premio, una bonita figurilla de madera. Debió de quedar medio conmocionada. Dejé atrás el pasillo, desemboqué en el gran salón  aparentando serenidad, agarré una copa de champán de las que llevaban los camareros en las bandejas y me mezclé con la gente. Allí estaba Viqui Longares, y fui a su encuentro.

Recordamos aquel guateque, el baile de la manzana, y su maniobra, para darme celos, coqueteando con un tipo que se hacía llamar "Piñonet". Quise precisar: "aquel tipo Piñonet realmente era un crápula y siempre se dijo que me había robado a Viqui". "¿Cómo era posible que se dijera esto?" soltó mi exnovia. Y yo le contesté: "Porque Piñonet tenía 18 años y tenía coche". Viqui nunca fue Claudia Cardinale. Piñonet era un tipo alto, desgarbado, con la cabeza colgando hacia adelante. Con una gran nuez de Adán.

Me aburría ya la charla. Y la saqué bailar. El baile de la manzana. Como en la foto del guateque que le pasé hace un tiempo a mi actual biógrafo Óscar Gastón. La foto, dijo Gastón, es una foto del paraíso. En mi bolsillo asoma algo, puede que un antifaz. Se trataría de un guateque en el que no faltaría de nada. "Mujeres infieles... cuánto madura uno gracias a ellas... el baile de la manzana... buenos recuerdos", apunta Gastón. Tengo ahora dudas de si ese tipo de la nuez de Adán se llamaba Piñonet o Piñochet. Pero sí, se llamaría Piñonet aunque Gastón dice ahora: "para Google... Piñonet es una variedad de melón". La foto es de 1956. Barcelona. Resulta increíble pero en esta ciudad, en los cincuenta, vivían los mejores poetas de España.

Llegué al hotel muy tarde, cansado. Pero tenía un burofax y no quise dejarlo para mañana. Era de Eudora Pañico. Proponía un libro, 30 tórax, que ella editaría. 30 fotografías de las radiografías de tórax de 30 amigas. Acompañadas por la historia más o manos verídica de cada una de ellas. Historias que yo escribiría. Como avanzadilla incluía la foto de una placa de su caja torácica. Ya digo, estaba cansado. Caí rendido en la cama. Pero a los pocos segundos me incorporé, encendí la luz, y volví a examinar la fotografía. Antes, algo me había pasado por alto. El contorno de sus senos. Allí se veían. Y qué bien se veían. Al final, tuve que tomar un Trankimazín. A las 8:30 cogía un avión.    

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20 de enero de 2016
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Siete libros ensangrentados

           

El médico y escritor valenciano Jaume Roig (comienzos del XV – 1478), en su novela Spill * (1460, también llamada Llibre de les Dones), incluye un pasaje en el que unas cocineras parisinas elaboran pasteles con ingredientes humanos: “En hun pastis, / capolat, trit, / d’om cap de dit / hi fon trobat. / Ffon molt torbat / qui·l conegue; / reguonegue / que y trobaria: / mes hi havia / un cap d’orella. / Carn de vedella / creyem menjassem / ans que y trobassem / l’ungla y el dit / tros mig partit. / Tots lo miram / he arbitram / carn d’om çert era. / La pastiçera, / ab dos aydans / – ffilles ja grans –, / era fornera /  he tavernera. / Dels que y venien, / alli bevien, / alguns mataven, / carn capolaven, / ffeyen pastells, / he dels budells / ffeyen salsiçes / o llonguaniçes / del mon pus fines.” **

La sangre, sin señalar procedencia, aparece repentina en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española (1611) de Sebastián de Covarrubias. Así, en URGEL: “Ciudad entre dos montañas, que riegan los ríos Segre y Noguera. Tomó sitio azia los montes Pirineos, con fuertes muros y castillos, fertilíssimos sus campos, sobre todos de Europa en producción de trigo, pues rinde cada fanega más de ciento. Corriendo los años 1184, por noviembre, llovió sangre en esta ciudad, con tanto terremoto y procellosa borrasca que cayeron edificios, muriendo algunas personas; infeliz presagio de grande hambre que al siguiente año sobrevino”. No incluye Covarrubias los términos ‘Antropofagia’ y ‘Vampirismo’ aunque tampoco lo hace la 1ª edición del Diccionario de la Academia Española (Diccionario de Autoridades) (1726-1737) pero, esta monumental obra da, para CARIBE, la siguiente definición: “El hombre sangriento y cruel, que se enfurece contra otros, sin tener lástima, ni compasión. Es tomada la metáphora de unos Indios de la Provincia de Caribana en las Indias, donde todos se alimentaban de carne humana. (...) Casi todos los de aquellas riberas eran caribes, cebados en carne y sangre de hombres.” La Quarta edición (1803), lacónica, describe al ANTROPÓFAGO como “El hombre que come carne humana. Antrhopophagus.” Y, en la Undécima (1869), VAMPIRO es el  “Nombre que dan en ciertos países septentrionales á los cadáveres que suponen salir del sepulcro á chupar la sangre de los vivos, los cuales, de resultas, se desmedran y vuelven tísicos.”

Joan Corominas, en su Diccionario Crítico Etimológico de la Lengua Castellana (1976), en la entrada TAHÚR, cuenta que en La Gran Conquista de Ultramar (h. 1300) se menciona repetidamente a los Tafures, que formaron una especie de cuerpo auxiliar de la Primera Cruzada: “Se trataba de una muchedumbre andrajosa y hambrienta que se dedicaba sobre todo al merodeo, pero que también atacaba con temible valor y vivía en forma miserable y anárquica, hasta el punto de correr la voz de que habían devorado cadáveres sarracenos.”   

Y en 1968, la barcelonesa Editorial Taber, dirigida por Juan Perucho, publica una versión del Dictionnaire Infernal (1818), escrito por el librepensador francés Collin de Plancy, basada en la que preparara para la Casa Editorial Maucci, en 1913, el espiritista Quintín López Gómez. Leemos, ANTROPÓFAGOS: “El libro atribuido a Enoch dice que los gigantes nacidos del comercio de los ángeles con las hijas de los hombres fueron los primeros antropófagos y, por este crimen, envió Dios el diluvio. En su tiempo, en la Tartaria, los mágicos tenían el derecho de comer carne de los criminales, y algunos escritores observan que únicamente los cristianos no han sido antropófagos.”      

Queda claro pues que estas prácticas siempre nos acompañaron, de hecho permanecen aún entre nosotros, incluso, a veces, de modo entrañable y satisfactorio. La proyección del filme de Tim Burton Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (2007) permitió comprobar cómo una historia, arrancada de lo más oscuro de la tradición inglesa del crimen, era aclamada por todos los públicos de todas las salas de cine; daba gusto ver cómo disfrutaban, y yo con ellos.

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* Spill  fue traducido al castellano en 1665 como Libro de los consejos del maestro Jaime Roig por Lorenzo Matheu y Sanz (1618-1680).

** “En un pastel, / triturada y molida, / la punta de un dedo / fue encontrada. / Quedó turbado / quien la encontró / y reconoció / lo que había: / había además / un trozo de oreja. / Carne de ternera / creían comer / aunque encontraran / la uña y el dedo / partidos a trozos. / Todos lo miran / y consideran / que ciertamente / carne de hombre es. / La pastelera, /  con dos ayudantes / -hijas mayores-, / era hornera / y tabernera. / De los que iban / y allí bebían, / algunos mataban, / trituraban la carne, / hacían pasteles, / de las entrañas / salchichas hacían / o longanizas / las más finas del mundo.” [Versión de Antoni Marí]  

 

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13 de enero de 2016
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