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Diana Fernández González (New York, EEUU, 1949)Diseñadora de vestuario escénico, docente e investigadora. Ha diseñado el vestuario de decenas de puestas teatrales, largometrajes y series para televisión. Posee más de cuarenta años de experiencia como docente. Ha participado como ponente invitada en eventos científicos, jornadas y congresos en Cuba, España y otros países en Europa y América. Ha escrito y publicado artículos y textos sobre su especialidad. Profesora en diversas instituciones españolas y latinoamericanas, entre ellas: Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM) y la Universidad Carlos III de Madrid (Máster en Comunicación de Moda y Belleza VOGUE), en España; Universidad San Francisco de Quito, Ecuador; Universidad Veritas de San José, Costa Rica; Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, Cuba.
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Por definición, la curiosidad no es la mejor consejera para la seguridad. Y en el periodismo, también por definición, eso se potencia. En los libros de Kapu, el riesgo está en cada página.
El libro "Un día más con vida" es literalmente eso. En el medio de esa guerra civil en Angola nada aseguraba el día siguiente, y varias veces solo un milagro podía hacer que el periodista amaneciera a la siguiente jornada.
Se podría hacer un catálogo de episodios donde estuvo al borde de la muerte, pero eso si, contados sin dramatismo, hasta con algo de humor.
En especial Ebano está abarrotado de situaciones que juegan con el límite, o están decididamente en el área en lo que lo más probable es no salir vivo. Cruzar una manada de búfalos es sólo una anécdota, pero estar acostado al lado de una cobra egipcia ya no. Estar rodeada de leonas, cambiando un neumático en el parque Serengeti, puede parecer una típica historia de cazador, pero hay que salir para poder contarla.
Su inmersión en la sociedad consistió también conocer de adentro sus enfermedades, por ejemplo la malaria cerebral, que luego lo llevó a la tuberculosis.
Ese viaje interior le permitió describir esta imagen tremebunda: "Había pasado un mes de aquella existencia miserable y lacia cuando me desperté una noche porque sentí la almohada excesivamente húmeda. Encendí la la luz y me quedé de una pieza: la almohada estaba empapada en sangre. Corrí al cuarto de baño y me miré al espejo: tenía toda la cara manchada de sangre. En la boca notaba la presencia de una sustancia pegajosa que tenía un sabor salado. Me lavé pero no conseguí volver a conciliar el sueño" (p. 74).
El escape de Zanzíbar es también una película, al estilo de Indiana Jones. A la noche, en la oscuridad, se subieron con un grupo de periodistas a una lancha para cruzar el mar, que los sorprendió con un monzón que los devolvió, maltrechos, a la isla de donde estaban huyendo.
Los robos en su departamento de Lagos eran rutinarios y eso no parecía preocuparle, pero mi situación preferida es la del desierto. Allí Kapu se describe acostado durante largas horas bajo una camión descompuesto, administrando la poca agua que le queda junto a Salim, el chofer que sabía poco de motores. Estaban ya pensando seguramente en su muerte segura cuando aparecieron en la oscuridad "un par de ojos grandes y brillantes". Era otro camión que, de pura casualidad, pasaba por allí, donde el camino ya había sido borrado.
Ese par de ojos grandes y brillantes es lo que representa también Kapu para nosotros. Solo su curiosidad infinita pudo darnos semejante retrato de lo que está más allá del límite. A costa, por supuesto, de su seguridad.
FR
El que viaja tiene mucho para contar, se dice. Y en el origen de la producción literaria de Kapuscinski está el viaje. Efectivamente, en Viajes con Heródoto cuenta cómo fue que dejó por primera vez su Polonia natal. Él le insistía a la secretaria de redacción del primer diario en el que trabajó que lo enviara al exterior. Y la oportunidad llegó cuando el gobierno comunista quiso fortalecer las relaciones con la India de Nehru y el diario, oficialista, envió al joven de 24 años como corresponsal.
Gobierna el espíritu de Kapuscinski la obsesión de franquear las fronteras. Las fronteras de los países, acostumbrado como fue durante su infancia y su adolescencia al encierro dentro de su patria. Las fronteras, también, de la lengua: la palabra es la llave de acceso a las otras culturas, que no alcanza con contactar físicamente. Emprendió su primer viaje, a la India, sin dominar otro idioma que el polaco, pero su hambre de conocer una nueva cultura lo llevó a aprender inglés, incorporando las palabras de a una, leyendo por las noches los diálogos de un libro de Hemingway para acrecentar su competencia.
Finalmente, la obsesión por franquear las fronteras de los países y de la lengua está al servicio de la superación de la frontera que nos da más temor superar: la de los prejuicios. "En mucha gente el espacio crea estados de inquietud, de miedo ante lo inesperado, e incluso ante la muerte", escribe. Por eso la emoción que se pone en juego en las despedidas: quien parte siempre puede no regresar. De ahí que la xenofobia sea una enfermedad de sujetos miedosos.
El viaje amplía nuestro conocimiento del mundo y, por tanto, nuestra responsabilidad sobre él. "¿Y de qué somos responsables?" Se pregunta Kapuscinski. "Del camino" Nosotros lo experimentamos también: no hay viaje del que no se aprenda. Y sobre todo se aprende de los encuentros que se producen en el derrotero. Con frecuencia, en los viajes se dan esas fuertes confidencias entre personas prácticamente desconocidas, quienes quedan, a partir de ese momento, misteriosamente enlazados, como secretos sosías.
Al reflexionar sobre sus viajes, Kapuscinski destaca en ellos su encuentro con el Otro (escrito con Mayúscula, como, por ejemplo, en Encuentro con el otro). El viaje es, así, un método de aprendizaje. Un método que Kapuscinski aprende del libro de viajes de Heródoto, obsequio de su jefa, que lo acompañó en su primer viaje.
Evitar el lugar común en la prosa es advertencia repetida para quienes deciden dedicarse a la escritura. Sin embargo, los lugares comunes se ofrecen como seductores modos que invitan a detenerse en ellos, a elegirlos, casi siempre, sin reparar en eso. Prometen que lo que escribamos se deslizará amablemente y producirá sus efectos sin comprometer demasiado al lector.
Con su repertorio de ideas y argumentos repetidos, los lugares comunes dispensan de extrañarse, simplifican lo complejo y resuelven rápidamente cómo dar cuenta del mundo y de sus cosas.
Para narrarnos el mundo, Ryszard Kapuściński eligió no habitar los lugares comunes, entendiendo por ellos los de la patria, el idioma, o los estereotipos del periodismo y del periodista.
En el relato de su primer viaje más allá de la frontera, a la India, en Viajes con Herodoto, Kapuściński describe en una breve escena lo que significa haber salido de Polonia y ser un "cuerpo extraño" en su primera escala, en Roma.
En muchas crónicas y reportajes, Kapuściński, que buscó ser uno más allí donde estaba, se describe a sí mismo de ese modo, como un cuerpo extraño. Esta separación del mundo familiar, sin embargo, no se asocia a los estereotipos de quienes, como el viajero turista, van en busca del exotismo o de la espectacularidad. En Ébano, las descripciones de la geografía de África van a contrapelo de las visiones idílicas de la sabana, o de la fascinación por la naturaleza salvaje.
Su ser viajero también se aparta del estereotipo del periodista corresponsal enviado a guerras o a revoluciones para narrar Grandes Historias y ofrecer a los lectores la dosis diaria de conflictos internacionales.
En sus relatos, Kapuściński asume más bien la figura de un viator, de alguien que está permanentemente en camino (en la vía, con expresión porteña). A veces, inclusive, parece que se mueve "con lo puesto", escasamente aprovisionado. Como las multitudes de desplazados, de personas en tránsito que deambulan por los caminos de África porque no tienen adónde ir.
Es frecuente que dependa de los demás para viajar, tanto de un camionero como de un funcionario o de un periodista con más recursos.
Y quizá por sentirse un extraño, Kapuściński procuró permanentemente entrañarse en los demás y en el mundo compartido.
mg
Leer a Kapu es contagioso. Una vez que lo leemos queremos comentarlo, que otro lo lea, que otro lo disfrute, que otro se conmocione. Por eso, este seminario pretende difundir a Kapuscinsky, como si fuera una epidemia, entre los alumnos de la carrera de Comunicación. Es notable que un periodista polaco de la segunda mitad del siglo veinte, que trabajó casi toda la vida para medios de comunicación estatales de una dictadura socialista, se haya convertido en uno de los principales modelos de periodista a nivel mundial.
¡Era el lugar profesional que hubiera justificado toda la mediocridad del mundo! El régimen estaba contra su profesión y nadie le exigía semejante performance. Pero el talento se abre paso contra toda burocracia. Aquí en Argentina tenemos un caso también notable. Uno de los mejores fotoperiodistas de este país es el encargado por el gobierno de tomar fotos a los presidentes desde 1978, año donde todavía gozaba su apogeo la última dictadura militar. Nada más burocrático. Pero su labor es genial. Los fundadores del "nuevo periodismo" en los sesenta, con Tom Wolfe a la cabeza, también fueron modelos mundiales, pero casi no cruzaron la frontera de Estados Unidos. Kapucinsky, en cambio, no hizo otra cosa en su vida que cruzar fronteras. Wolfe está estos días en Buenos Aires y me gustaría saber qué ha dicho o escrito sobre el periodista polaco. |
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