Andrés Ortega
Previsiblemente, Vladimir Putin se va a retirar a primer ministro en mayo. Ayer celebró su última conferencia como presidente de la Federación de Rusia, cargo que ocupa desde 2000 y que dejará tras las elecciones del próximo 2 de marzo. Para no perder el poder, ha preferido dar este paso, que tiene mucho de pantomima política, a cambiar la Constitución. Pero lo hace con un país mucho más en orden y mucho más poderoso que cuando llegó al cargo de primer ministro en agosto de 1999, antes de saltar a presidente en las elecciones.
Putin ha provocado tres grandes sorpresas al resto del mundo, y especialmente a los occidentales.
En primer lugar, Rusia se ha recuperado mucho más deprisa de lo que esperaban EE UU y los europeos. Sin duda ha ayudado en los últimos tiempos el alza del precio del petróleo y del gas que ha llenado las arcas rusas y aupado un crecimiento del PIB en los últimos 9 años del 80%. EE UU y otros países creían que tardaría quizás una década más. Putin tomó el control del gas y del petróleo e impuso orden en el país, frente al caos de la era Yeltsin. Esta recuperación también ha jugado a favor de la popularidad del presidente saliente que ya el año pasado en la Conferencia de Seguridad de Munich se plantó en términos de intereses internacionales. Pues lo que ha hecho Putin en política internacional es poner por delante los intereses rusos más crudos en un mundo que ve como multipolar. "La prioridad de Putin ha sido recuperar para Rusia el status de gran potencia", dijo Solana en Munich. Y en buena parte, lo ha conseguido. "Nos estamos convirtiendo de forma confiada en uno de los líderes económicos del mundo", afirmó ayer Putin.
En segundo lugar, Putin es popular; muy popular. La pureza democrática no es una prioridad para los rusos, especialmente la gran masa que lo que busca a es cobrar a fin de año, sobrevivir, y seguridad. Putin se la ha dado. "Ya me gustaría a mí que hubiera un partido conservador y otros socialista en Rusia", declaraba el fiel viceprimer ministro y ex titular de Defensa, Serguei Ivanov en Munich la semana pasada tras mencionar el "Russia’s revival". Ivanov explicó que esta vez, Rusia regresaba para contar pero "no exportamos ya ideología" ni Rusia está en competencia con nadie en terceros países como durante la guerra fría. Hay que añadir que los propios rusos consideran difícil alcanzar una situación democrática sin una clase media significativa. Esta, en el mejor de los casos (Moscú o Leningrado) llega al 10% de la población, lo que resulta a todas luces insuficiente. Una prioridad es la política familiar. El descenso demográfico se puede estar finalmente frenando.
La tercera sorpresa ha sido que Rusia quiera no sólo controlar los sectores estratégicos de su país, sino también invertir fuera. Y esto ha provocado un gran recelo por parte, en primer lugar de Europa, pese a que, según los rusos, las inversiones recíprocas van 10 a 2 en favor de la UE en Rusia.
Pero ninguna de estas sorpresas augura un regreso a una guerra fría ni a bloques militares. Es más bien la vuelta a la Realpolitik con una Rusia que intenta imponer sus puntos de vista, no su ideología, que no la tiene. Los nuevos oleo- y gaseoductos son el mejor indicador de por donde pretende ir Rusia en el mundo, o al menos en su vecindad.