Andrés Ortega
Vladimir Putin, antiguo coronel de la KGB (rebautizada FSB, Buró Federal de Seguridad), rescató tras llegar al poder político en Rusia (primero como primer ministro en 1999, posteriormente como presidente de la Federación) este servicio secreto como modo de volver a controlar el país, frenar el caos y presionar sobre cualquiera que se le opusiera. Colocó algunos de sus amigos y colegas de estos servicios en el Gobierno y en grandes empresas como Rosneft o Gazprom.
Pero en el camino ha generado un monstruo. Algunas de estas maneras de actuar se vieron en el asesinato en Londres del ex agente Litvinenko y otros crímenes. Ahora que estás a punto de dejar la presidencia para convertirse en primer ministro parece, según apunta un análisis de Strategic Forecasting querer reducir el poder del FSB sin dejar de controlarlo pues es clave para la lucha de poder que está en curso en el Kremlin. Probablemente desde sus nuevas funciones seguirá moviendo todos estos hilos. El nuevo presidente electo, Vladimir Medvédev, no viene de estos servicios, y esto, para Putin, parece una garantía de que no se inmiscuirá en este terreno turbio por definición.
Pero además vuelve a agitar el proyecto de crear un FBI ruso, un Servicio Federal de Investigación (FSI) que reuniría a todos las policías judiciales y otras. Le quitaría así parte del poder de actuar como le ha venido en gana al FSB (aunque sería sorprendente que lo haya hecho sin el conocimiento de Putin). El próximo primer ministro debería seguir al control de un aparato que se ha basado de forma nada escrupulosa en los servicios secretos para gobernar el país. Como indica el citado análisis, Putin se asegura así de que seguirá siendo el más poderoso ex agente del KGB.