Andrés Ortega
Realmente, ¿qué Estado europeo tiene hoy en día una política exterior digna de admiración? Ninguno. Francia, Alemania, Reino Unido o Italia no son ya buenos ejemplos. Probablemente porque las políticas exteriores nacionales se han perdido en parte, mientras la Europea no ha acabado de arrancar, al tiempo que el mundo globalizado se ha hecho mucho más complejo en términos de problemas y de actores.
La política exterior no ha sido prácticamente objeto de debate en la actual campaña electoral en España. Estuvo ausente del cara a cara entre Zapatero y Rajoy. Los partidos han ido desgranando sus programas, pero casi nadie les ha prestado atención. Pero debate, lo que se dice debate, sólo ha habido uno: el que protagonizaron ayer en el Hotel Ritz de Madrid, organizado por Nueva Economía, el secretario de Estado de la cosa, Bernardino León, y el portavoz del ramo en el Congreso, Gustavo de Arístegui.
Fue un debate bastante ágil, en el que se abordaron muchas dimensiones de la política exterior. Pero de globalización se habló poco, por no decir nada, y quizás faltó lo principal: los proyectos de futuro. Especialmente cuando España, en estos próximos cuatro años, se enfrenta a dos grandes retos previsibles: la presidencia del Consejo de la UE en 2010 (con la novedad de que habrá un presidente estable del Consejo Europeo) y qué hacer en Afganistán o en Líbano donde tenemos soldados. Tampoco se habló de un problema que preocupa, y que quizás es de los pocos sobre el que hay consenso entre PSOE y PP, como es Kosovo.
El consenso en política exterior se ha roto. Hace tiempo. Especial pero no únicamente con la posición de Aznar ante la guerra de Irak. Hay un desencuentro. Lo que ayer vimos en el Ritz fueron dos maneras muy distintas de abordar la política exterior, aunque el PP abogue ahora por un gran pacto nacional. Arístegui, como suele, estuvo agresivo y en un tono destructivo (llegó a decir que la política exterior del actual Gobierno es "más propia de un partido marxista de los años 70 que de uno socialdemócrata del siglo XXI"). León estuvo mucho más moderado y concreto, con más apoyo de los hechos y de los datos.
"Sin concepto de nación no se puede tener política exterior", empezó aseverando el portavoz del PP. Que se lo pregunten a los británicos, que son bien conscientes de estar formados por tres naciones (Inglaterra, Escocia y Gales, a lo que hay que sumar el problema norirlandés), pero que tienen un concepto muy arraigado del Estado o del país y de sus intereses. Arístegui quiere "volver a poner a España en el lugar que se merece". León, por su parte, abogó más adecuadamente por una "política exterior que se parezca a España", y consideró que "el gran proyecto (de Aznar) de recuperar la grandeza de España lo rechazó casi un 80%" la sociedad española en su día. El PP critica que Zapatero haya hecho una política exterior de potencia media, y Arístegui ha llegado a tachar en alguna ocasión la Alianza de Civilizaciones de "peligrosa".
Junto a ésta, la recuperación del diálogo con Marruecos y una mejor posición en América Latina, las dos mayores novedades en este terreno de la política del Gobierno de Zapatero, han sido el impulso decidido a la política de cooperación (con fondos que han aumentado al 0,5% del PIB, y que habrían de llegar al famoso 0,7 en la próxima legislatura, pues ambos lo propugnan), y por primera vez una política africana constructiva (pero Arístegui no habló de África) que es incide en la política de inmigración, que también ha pasado a ser parte de la política exterior.