Joana Bonet
Las pizarras son fáciles de sustituir por ordenadores o tabletas, aunque estos dispositivos no permiten elegir tu lugar en el aula. Los profesores suelen guardarse una carta en la manga, que sacan con audacia y cálculo: cambiar a un alumno de pupitre cuando menos se lo espera. "Al mover a cuatro o cinco estudiantes de sitio, la clase se convierte en otra", me razona un docente de secundaria. Y añade que cuando son ellos quienes se cambian, no hay duda de que se ha producido una catástrofe emocional.
Según un estudio realizado hace una década en la Universidad de Salisbury (el Reino Unido) -en el que se analizaron más de 70 clases durante 15 cursos-, los estudiantes que ocupan el área central de las primeras filas del aula no solo son más participativos sino que obtienen las mejores calificaciones. Algo ha cambiado. "En nuestro centro no colocamos a los alumnos de cara a la pizarra, ni en filas, sino en grupos de cuatro que trabajan cooperativamente. El profesor hace una exposición en el centro, pero luego se mueve. Nadie se puede quedar detrás ni atrás", me cuenta Montse Julià, directora del Montessori Palau en Girona.
La enseñanza tiembla ante el desafío del nuevo curso: se refuerzan las herramientas virtuales, caen las matrículas en la universidad pública… poco se sabe acerca de la nueva realidad que aterrizará en las aulas en septiembre acechando la geometría existencial según la que ellas y ellos se ubican para forjarse un lugar en el mundo.