
Jesús Ferrero
En la obertura de su libro, tan musical como erudito, David Hernández de la Fuente enuncia una verdad indiscutible: “Dioniso es el dios que define al hombre moderno”.
En nuestra cultura los renaceres de Dionisio comienzan en el Renacimiento, pero se convierten en apoteosis con el romanticismo cuando, como indica Hernández de la Fuente, Hölderlin proclama que “Baco llega con su sagrado vino despertando del sueño a los pueblos”. La comparación con el vino eucarístico es evidente.
Hölderlin, como otros alemanes, helenizó a Jesucristo y cristianizó a Dioniso, como ya los habían hecho los antiguos y como nos relata Hernández en su excelente capítulo sobre la civilización tardorromana titulado “Hacia un Dioniso-Cristo”.
¿Vivimos en una medernidad sofocántemente dionisíaca? Desde Hölderlin y los suyos Dionisio es el rey de la modernidad como lo fue, siguiendo el hilo de Ariadna que nos tiende Fernández de la Fuente, rey de antigüedad, primero de la antigüedad rural y agrícola, luego de la antigüedad urbana y manufacturera. Pero el mito de Dioniso es muy complejo, todo un laberinto cretense lleno de personajes alucinantes como Ariadna y todos sus familiares, incluido su dionisíaco y sangriento hermano el Minotuaro. El libro que comento nos ayuda a entrar en todos ellos hasta extremos abisales.
Siguiendo un método que recuerda las texturas exhaustivas, amplias y a la vez detallistas de la escuela francesa, Fernández de la Fuente va recorriendo toda la megaestructura mítica de Dioniso desde sus orígenes a la modernidad, en todas sus manifestaciones, versiones y subversiones.
La figura de Ariadna (su ambigüedad, su ambivalencia, sus resurrección, su fluctuación entre el mundo de los vivos y el de los muertos, su capacidad de trasformar a Dionisio, que a su vez la trasformará a ella) representa, dentro del libro, una clave fundamental, y no tan explorada, para entender el misterio del amor en sus estados más hondos y con más vocación de eternidad.
“Antes se morirán las estrellas eternas que tú en mis brazos”, le dice Dionisio a Ariadna en la ópera Ariadna en Naxos, sobre la que versa el capítulo final de este libro docto y de largo aliento, pero a la vez ameno, intenso, sugestivo e imprescindible para entender las dobleces y profundidades de uno de los dioses del panteón griego que mejor ha representando el alma conflictiva, contradictoria y compleja de la civilización antigua y civilización la moderna.