El arroz y el reloj
Le pregunté hará unos tres meses a Pablo Iglesias de dónde había salido lo de “tictac”, esa onomatopeya a la que durante un tiempo se aficionó, y respondió que fue “completamente improvisada” en un tren rumbo a Valencia, mientras preparaba un discurso. El traqueteo y el ruido de un reloj al escaparse se acoplaron. Tictac. Presión. Le sonó bien y empezó a repetirlo. El mensaje de Iglesias caló rápido en el disco duro de sus seguidores. Se sintió aludido el estudiante que amasa con dientes los últimos minutos antes de entregar el examen con el que se juega el futuro, o la familia apretada en una casa de sardinas forrada de ultimátums. La sensación de ir contrarreloj provoca un tipo de sed que se enrosca en el fondo de la garganta, una sequedad punzante, la certidumbre de que el tiempo corre contigo dentro.
Que se lo pregunten a las mujeres, que han tenido que soportar esa imagen tan propia de Alicia en el país de las maravillas, con un conejo que las persigue agitando el llamado reloj biológico mientras ellas se preguntan si de verdad existe. Si es la naturaleza salvaje, la que puja por engendrar vida, o bien responde al mandato cultural, aquel empeñado en sostener que una mujer sin hijos es una mujer frustrada. “Las mujeres en muchos momentos y lugares han sentido la presión de tener hijos. Pero la idea del reloj biológico es una invención reciente. Apareció por primera vez a finales de 1970”, asegura la escritora Moira Wiegel en su nuevo libro Labor of love: The invention of dating del que esta semana adelantó una entrega The Guardian. “La idea de que ser mujer es una debilidad está incrustada en el fondo del término reloj biológico”.
Es curioso que un concepto acuñado para describir los ritmos circadianos acabara acotado al territorio de la fertilidad, señalando una limitación y a la vez cierto histerismo. Algunas feministas no han querido contemplar esa llamada de la naturaleza, que otras han asegurado sentir en forma de deseo totalizador. Las hay que consideran el reloj un cuento sexista, una cortapisa a la libertad de las mujeres, ya que los hombres parecen excluidos de la bomba del tiempo para ser padres. Nadie les dirá que se les pasa el arroz, ni los azuzará para congelar sus espermatozoides como a ellas sus óvulos, a fin de no dimitir de sus expectativas de género.
Periódicamente aparece un santón dispuesto a resolver la cuadratura del círculo de la feminidad. El último ha sido el presidente turco, Erdogan, quien ha asegurado que rechazar la maternidad y las tareas del hogar supone para la mujer “perder su libertad”. “Le falta algo y es mitad persona”, afirmó sin pestañear. La cuenta atrás se sirve en todos los formatos posibles, desde la edad para dejar de llevar minifaldas hasta la de volar en parapente. Y un invisible metrónomo de cuerda se empeña en marcar el compás a las mujeres, como si no supieran leer la partitura de su propia vida.