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La innombrable

Por 17 de diciembre de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

Nadie sabe abordar a la innombrable.

 

Los dirigentes de los partidos ni la nombran. ¡Cómo van a nombrar a la innombrable, sería una paradoja!

En esta ocasión, la innombrable va a dividir mucho su voto. Eso quiere decir que nadie la ha seducido de verdad. ¿Digo seducir? La seducción implica un esfuerzo de acercamiento, y nadie ha dirigido su aliento, su corazón, a la innombrable.

 

Pero la innombrable no está muerta y tiene deseos: deseos de recuperar el estado de bienestar que ella misma creo, y deseo de recuperar lo que le han robado, si no todo, si al menos una parte, para poder asimilar con menos dolor una década perdida.

La innombrable está desconcertada. No sabe qué hacer. Se siente rodeada de innombrable oscuridad, pero tiene que votar. No le prometen nada, como mucho le podrían ofrecer un buen banquete fecal como el que celebran los personajes de El fantasma de la libertad de Buñuel.

Sí, tiene que votar aunque ni la nombren. La emoción está asegurada.

Cuando la innombrable desaparece de la escena, se oscurece el horizonte y comienza el reino de la oscuridad.

Las culturas se suicidan cuando acaban con la innombrable. El imperio romano sucumbió cuando desapareció de su tejido social la innombrable.

Cuando ella se ausenta, suele llegar un ángel exterminador. Por eso la innombrable es tan necesaria. Con su sola existencia nos libra del horror.

Pero nadie la nombra. Vamos a romper esa tradición y vamos a nombrarla. Sí, vamos a hacerlo, vamos a nombrar a la clase media para decir que ni la historia moderna ni la reciente resultan comprensibles sin ella. No tenerla en cuenta es carecer en primer lugar de memoria, en segundo lugar de realismo, y en tercer lugar de astucia elemental, virtud principal de los animales políticos.

Para ningún sistema es una buena estrategia ignorar a la innombrable, a la intermedia, a la que sostuvo el Estado de la antigüedad y sostiene el Estado moderno. Dentro de las estrategias equivocadas, la más equivocada es la encaminada a hacerla desaparecer.

Si ella desaparece, desaparece el sistema, al quitarle uno de sus elementos fundamentales. Si ella desaparece, desaparece la clase intermedia: la que equilibra y suaviza las fricciones. La que con su mera existencia reduce diferencias. La que impone la trinidad por encima de la dualidad.

 

Si la innombrable desaparece, desaparece el "tercer elemento", desaparece el juego, desaparece todo.

Aún no sabemos hasta qué punto puede ser espantoso un mundo sin clase media, aún no conocemos en plenitud ese infierno, pero podríamos conocerlo.

Es muy fácil y muy difícil destruir el sistema: basta con ahogar a la clase media. ¿Por qué? Por una razón bien simple: ella es el sistema.

Y ahora el sistema está hundido en una contradicción irresoluble: es como si quisiera estrangularse a sí mismo, estrangulando a la clase que mejor lo representa y mejor lo sustenta. Se trata de un movimiento de autoagresión: como si el sistema mismo se estuviese suicidando. Paradójicamente, es el sistema el que ahora tiene que luchar contra la tentación del abismo y contra sus impulsos autodestructivos. Es el sistema mismo.

Parece que no nos movemos pero quizá estamos en un momento angular de nuestra historia en el que el sistema se enfrenta a su pulsión de muerte, en el que el sistema apresa el cuello de su propio retrato: la clase media, aun sabiendo que al hacerlo se estrangula también a sí mismo. Es casi la historia de Dorian Gray.

El sistema ha entrado en una espiral ciega. No es fácil imaginar en qué circunstancias se producirá el colapso, y al mismo tiempo se pueden adivinar. Para no llegar a esa situación de implosión destructiva solo queda un camino: detener de inmediato la aniquilación de la innombrable. El sistema no puede destruir sus propios pies, su corazón y su motor. Se quedaría cojo y sin aliento. Le faltaría la movilidad y la respiración.

 

 

 

 

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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