
Jesús Ferrero
“Miraba los ruidos entre los hombres, entre los pasos, entre los pueblos. Miró el ruido de los días, de las tardes. Cuando los años caían sobre las calles miró el ruido que hacían al caer, y contemplaba el que hacían las calles al sentirlos y al comenzar a esconderlos. Poco a poco las calles escondieron los años en el polvo, los ocultaron con un ruido leve, los escondieron hasta fatigarse, hasta que empezaron a partirse, a cubrirse de piedras como si nunca hubiesen sido. Tsu-Kien miró el ruido de ese envejecer, el ruido de la tierra al ocultar sus años, el ruido que los años hacían al morir; y en sus ojos quedaron tantos ruidos que olvidó palabras y hombres.”
Estos días de tanto ruido y tanto nombre, he leído varias veces este fragmento de Historia vieja, de Carlos Montemayor.
Y de pronto, anoche, busqué el silencio de los árboles, las piedras, los astros, y estuve contemplando el eclipse desde el bosque. Necesitaba un poco de paz, un poco de silencio, y me refugié hasta el alba en la noche sin caras y sin nombres. “Como las generaciones de hojas, así las de los hombres.”