A veces, el Congreso de la Lengua me produce un incierto desasosiego. Uno de los ponentes diagnostica muy seguro de sí que “la lengua española goza de buena salud”. Yo no sabía que había estado malita, la pobre, pero me alegro de que mejore. Otro proclama la “crisis de la novela”, y yo, que trabajo en el ramo, no tenía idea de que el sector estaba en crisis. En otra charla se habla de “la muerte del autor”, y eso me preocupa seriamente, porque es agradable estar vivo.
Me disgusta estar muerto y en crisis, especialmente mientras la lengua –sólo para fastidiar- goza de tan buena salud. Paso la mañana sumido en una profunda depresión. Pero, afortunadamente, me llama por teléfono Tania Libertad para vernos. Y eso realmente me levanta el ánimo. Tania ha cantado anoche, y esta tarde va a dar una charla con los demás artistas invitados. Acordamos que me le acercaré cuando termine el evento para ir a cenar.
Pero no cuento con que sus compañeros de panel son, entre otros, Carlos Vives y Fito Páez. Cuando llego al auditorio hay unas cinco mil personas, y el cerco policial no permite acercarse a menos de tres metros del escenario. Me paso la charla angustiado, preguntándome cómo voy a encontrarme con Tania. Como soy un tipo civilizado, le explico la situación a uno de los policías.
-¿Podemos hablar con alguien que le avise a la señora Libertad que estoy aquí?
El policía mira para otro lado. Por un momento, supongo que está pensando una solución. Después asumo que está buscando a alguien con acceso al escenario. Finalmente, comprendo que sólo me está ignorando.
-¿Perdone, le importaría responderme?
Hace un esfuerzo más por fingir que no estoy ahí. Parece creer que si se convence verdaderamente de mi ausencia, yo terminaré por desaparecer en el aire. Pero yo insisto:
-Perdone, hola ¿Puede hablarme? ¿Me escucha? ¿Está usted ahí?
Ahora sí, ha comprendido que soy real y que no tiene más remedio que decirme algo.
-Mire yo no sé. Vaya a hablar con el guardia de ahí.
Busco al referido guardia y le expongo la situación calmadamente. Le repito que sólo necesito que alguno de ellos, al terminar el evento, se acerque a Tania y le diga que su amigo está frente al escenario. Este agente tiene una actitud más abierta. Mientras le hablo, asiente con la cabeza, clara señal de que está escuchando. Al final, medita unos segundos y resuelve:
-Hable con el guardia de ahí.
Y señala al mismo policía que me ha mandado a hablar con él.
OK, plan B: saltarme las reglas como un salvaje. Al final del panel, Fito y Tania cantan una canción. La gente se abalanza a tomarles fotos con sus teléfonos y yo me meto también, atravesando el cordón policial. Pero como no consigo incivilizarme como Dios manda, me quedo a un lado del pelotón. Al verme presa fácil, otro policía se me acerca:
-Señor, tiene que desalojar esta área.
-Oiga, en esta área hay más de cincuenta personas ¿Por qué no les dice algo a ellas?
-Es que estoy empezando por usted.
Casi al final del acto, salto y grito y Tania me ve. Mientras el público ruge pidiendo otra canción, ella extiende su mano hacia mí y me arranca de la turba.
Ahora, entre bambalinas, las estrellas están a salvo de la multitud. Pero no de los policías. Unos cuarenta agentes rodean a Fito y a Carlos Vives y les empiezan a pedir autógrafos y fotografías. Conforme el operativo de seguridad se relaja, se van sumando nuevos fans uniformados provenientes del cordón policial. Llega un punto en que apenas se puede avanzar de todos los policías con libretitas y teléfonos celulares. Cuando por fin abandono el local, Vives desaparece en una maraña de cascos, kepis y camisas verdes. No sé si saldrá vivo de ahí.