Historia de amor prototipo de comedia romántica: chico conoce chica. Al principio parecen totalmente opuestos pero sabemos que se van a enamorar. Quizá él es pobre y ella rica, o él es tonto y ella intelectual, o compiten por el puesto de trabajo. Pero luego, en efecto, se enamoran. Durante un rato se resisten a admitirlo, hasta que el amor puede más que ellos y se rinden a sus sentimientos. En una escena con violines, se entregan a un sexo pleno, incommensurable y pletórico, tan maravilloso que confirma lo que sienten (los violines son opcionales). Luego ocurre algo que los separa momentáneamente, pero al final, comprenden que no pueden vivir el uno sin el otro y se vuelven a reunir, esta vez para siempre. Créditos finales.
Pues bien, tengo malas noticias: la vida no es así.
En la vida real, de hecho, nunca hay violines. Si nos gustan las comedias románticas estúpidas es precisamente porque no nos muestran las cosas como son sino como nos gustaría que fuesen. Pero hay películas que sí lidian con sentimientos reales, como la última de Cesc Gay, Ficción, o la de Rodrigo García, Nueve Vidas.
Cesc Gay se está convirtiendo discretamente y sin aspavientos en el gran cronista de las relaciones personales del cine español. Ficción quizá sea el retrato de la mitad de la población alrededor de los cuarenta años. Chico conoce chica. Chico está casado y chica también. No empatizan especialmente, ni suenan campanas cuando se conocen, tampoco se odian. Coinciden con frecuencia. Hablan de todo y de nada. Ambos están descontentos con su vida, aunque no ofrecen grandes discursos al respecto. Cada diez minutos aparece Javier Cámara y, diga lo que diga, el público se troncha de risa. Aparentemente, no ocurre nada. Pero sabemos que se están enamorando.
A partir de los treinta años, cuando la vida de la gente se estabiliza, las historias de amor se convierten en eso. Dos personas saben que se comunican de un modo especial. Saben que quizá, en otras circunstancias, todo sería diferente. Pero las circunstancias son las que son. Y ambos han tenido sexo suficiente como para entender que no es eso lo que buscan. Hace cincuenta años, en una sociedad represiva, se habrían ido a la cama. Pero ahora vivimos en una sociedad solitaria. Es más difícil encontrar alguien con quién hablar que con quién follar. Gay –y el notable elenco de su película- son un prodigio de contención. Las cosas están ocurriendo en el interior de ellos, que es donde suelen ocurrir. Lo difícil es conseguir que eso se note en la pantalla. Y se nota.
Lo mismo ocurre con Nueve vidas. El amor aquí no es tratado como ese lugar en que se encuentran dos almas, sino como el ring de box en que se enfrentan. A muerte. Las mujeres que retrata la película no pueden vivir con su amor, pero tampoco sin él. Y no solo hablo del amor romántico. Pero sobre todo de él. Muchas veces, frente a la pantalla, nos preguntamos por qué esa mujer no simplemente se aparta de esa otra persona. El problema es que tampoco ella lo sabe. Sólo sabe que no puede resistirse.
El amor en ambas películas es como un instinto animal. No necesariamente hace felices a sus poseedores, pero es imposible que prescindan de él. Tratan de vivir con él como puedan, y de hacerse el menor daño posible. El amor nos convierte en monos con metralletas. Quizá por eso es nuestro juguete rabioso favorito.