En mi último blog hablé del espectacular evento cultural Table of free voices de Berlín. Hoy debo añadir que el trato a los invitados fue suntuoso. Además de viajar sin pagar, los 112 fuimos alojados en el hotel Intercontinental. Disponíamos de piscina temperada y jacuzzi. Había minibuses a nuestra disposición, incluso para transporte particular. Cerca de la plaza, por si acaso, estaban preparadas dos ambulancias. Doscientos voluntarios se nos acercaban constantemente para verificar nuestra comodidad. Nos ofrecían comida, bebidas, café, incluso gotas para los ojos.
La pregunta que todos nos hacíamos es: ¿quién está pagando esto y por qué?
En la noche del evento, asistimos a una cena de despedida en una especie de hangar berlinés iluminado con velas y reflectores. En el centro había un escenario. Sucesivamente, se presentaron una cantante tibetana, un saxo soprano de jazz y un espectáculo circense con veinte músicos. Y frente a mí precisamente, se sentó el jefe de marketing de una de las transnacionales que auspiciaba el evento.
Su apariencia era un cruce entre la mandíbula de Val Kilmer y el aire sano y bien talqueado de Hugh Grant: el ejecutivo joven, seguro de sí y forrado de pasta. No pude resistirme a hacerle LA pregunta. Él respondió con una sonrisa luminosa:
–Marketing. Este tipo de eventos asocia el nombre de la firma a mensajes más positivos y forma parte de la estrategia de responsabilidad social de la empresa.
-¿Y vale la pena? Es mucho dinero sólo para quedar bien.
-Para una corporación no es mucho dinero. La empresa produce mucho dinero. Hay que hacer algo con él. Y es posible que, en los próximos años, el rango de acción de los operadores privados desplace al sector público de algunas de sus funciones. Esa es nuestra apuesta.
-Ya, pero al menos la mitad de los invitados se ha manifestado precisamente en contra de eso. Detestan profundamente a las corporaciones y han hablado en el evento contra ustedes.
-Sabíamos que sería así. No queríamos censura. Queremos saber lo que realmente piensan los líderes de opinión e intelectuales de todo el mundo. Esa información nos sirve para reorientar nuestras estrategias de marketing hacia los sectores que consideramos más sensibles a nivel global. El evento es una especie de sondeo planetario. Visto así, ni siquiera es caro. Más bien, al contrario.
Recordé a la ecologista que se había sentado a mi lado, advirtiendo sobre el peligro de las transnacionales. Me pregunté qué pensaría si supiese que estaba trabajando precisamente para una multinacional, ofreciéndole información barata. Y por otro lado, me pregunté si podía ignorarlo. No era un secreto. Nadie pretendía engañarla. La transnacional pagó su viaje, su hotel, su dieta vegetariana, vegana o sensible, su yogur de aloe vera, su fin de semana berlinés, su almuerzo y cena con productos de comercio justo, incluso su espacio de denuncia. Si eventualmente ella quisiese atacarlos, ellos responderían: “nosotros solo hacemos nuestro trabajo, y al menos somos claros. En cambio ella, que ahora nos denuncia, se veía muy contenta cuando la invitamos. Nunca rechazó la invitación”. Me pregunto si son ellos cínicos o somos nosotros hipócritas.
Al fin, llegó el momento estelar del jefe de marketing. El presentador –un artista alemán- pidió un aplauso para los que habían financiado el evento, y él subió al escenario su sonrisa Kilmer. Entonces, el presentador advirtió en público que esa empresa había despedido a cinco mil personas el mes anterior. Al regresar a nuestra mesa, el jefe de marketing estaba furioso. Minutos después, él y sus lugartenientes abandonaron el local.
No sé bien por qué se enojó tanto. Él tiene lo que quería, el presentador fue contestatario como le correspondía, mi ecologista comió sus alimentos ecológicos, y yo me bebí dos botellas de vino blanco. Todos hicimos un buen negocio. Mientras tanto, el mundo sigue igual.