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ENTRE MUJERES

Por 4 de agosto de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

El último penal que visito es la cárcel de mujeres de Chorrillos. Conforme me acerco al auditorio en que haré la presentación, mi audiencia va llegando. Supongo que es el sueño de todo hombre: un público de casi cien mujeres. Sólo que todas son presas por terrorismo. Eso impone.

Después de Castro Castro y Piedras Gordas, esperaba una recepción similar. Los presos de Sendero Luminoso, especialmente los dirigentes importantes, suelen actuar altivamente, desconfiar de mi lectura ideológica y dirigirme largos discursos sobre su posición política respecto a cada tema que mencione. Me sorprende constatar que, por el contrario, ellas me saludan con un beso y muestran genuino interés por escuchar. Imagino que el sólo hecho de ser el único hombre ahí ya crea un clima de simpatía automático, pero también me parece que las mujeres suelen ser así en todas partes: se toman a sí mismas menos en serio que nosotros.

Una de las internas me resulta familiar. Estoy seguro de haberla visto antes. Sólo cuando se acerca la reconozco: es Elena Iparraguirre, número 2 de Sendero Luminoso y novia de Abimael Guzmán.

-El doctor Guzmán ha leído su novela –me dice.

-¿En serio? –no sé qué decir-. ¿Y le gustó?

-Agradece que sea la primera vez que se habla de nosotros sin insultarnos. Pero le parece una novela demasiado neutral. Él considera que es necesario definirse, tomar posición.

-Fíjese. Lo mismo dicen los policías. Y hasta algún crítico.

Muchos policías me han hablado del miedo cerval que les inspiraba Elena Iparraguirre. En verdad, emana una intensa aura de poder entre sus compañeras. Y se hace notar. Cada cierto rato, participa en mi charla, haciendo apuntes sobre el sentido social en Balzac y otros autores. Es una persona culta y ahí entre las demás, de alguna manera tiene un aire de abeja reina. Al final, cuando me siento para tener una conversación informal, Iparraguirre no se mueve un milímetro, pero todas las demás se desplazan hasta formar un círculo a nuestro alrededor, dejándonos frente a frente.

Sin embargo, ni ella ni las demás son nada agresivas esta mañana. De hecho, la audiencia de Chorrillos resulta la más grata de las que he tenido en las prisiones. Cuando les explico que discrepo con ellas, no se empeñan en comenzar áridas discusiones ideológicas. Quieren saber de literatura, de cómo se escribe una novela, de si es fácil publicar. Quieren hablar de cine. Les pregunto si han visto la película que hizo John Malkovich basada en la historia de Maritza Garrido Lecca. Maritza no la ha visto. Las que sí, opinan que es una película horrible.

También hablan de sí mismas. Voy comprendiendo que hay un factor importante que las hace más flexibles: tienen hijos. Y esos hijos crecen allá afuera, en un mundo que las odia. Eso las obliga a tener una mayor conciencia del exterior. Otro elemento es que a menudo, el estado las ha tratado peor. Los presos varones, por ejemplo, tienen derecho a visitas íntimas de sus parejas. Ellas, no.

Mientras salimos, le cuento mis impresiones a mi amigo Carlos:

-Cuando llegaron a la cárcel no eran así –me comenta-. Eran como asexuadas, rígidas. No les importaba ser femeninas, lo consideraban burgués o algo así. Recuerdo el primer Año Nuevo en que se pintaron y empezaron a relajarse un poco. Parece una tontería pero fue un gran cambio en ellas. Aprendieron a sonreír.

-¿Y no se puede hacer eso con los hombres también?

-Eso estamos haciendo con todos, también con presos comunes. En noviembre, montaremos una exposición con sus trabajos de pintura y escultura, y hemos organizado un concurso de poesía entre cárceles. Las autoridades también han aceptado un ciclo de cine francés, y estamos haciendo cursos de ese idioma que reconoce la Alianza Francesa. Algunos de los liberados ya son profesores de ese idioma.

-Así se reintegran más fácilmente.

-A los presos, especialmente a los subversivos, hay que acercarles el mundo, porque ya no lo reconocen. Con frecuencia, no son conscientes de que su propio lenguaje ha dejado de ser inteligible allá afuera. Pero cuando leen y estudian más, comprenden que el universo es más grande que sus viejas consignas.

Antes de irme, vuelvo a cruzarme con Elena Iparraguirre. Al despedirse, me confiesa que está escribiendo una novela. El tema es político, me dice. Y no me sorprende.

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