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Crónica del homenaje a Martín Caparrós de sus amigos porteños

Por 17 de julio de 2025 Sin comentarios

Roberto Herrscher

Es hoy, 10 de julio de 2025. Hay un homenaje a Martín Caparrós organizado por sus amigos de Buenos Aires, y no me lo quiero perder. Viajo a Buenos Aires y cuando llego a Corrientes y Montevideo, a media cuadra del Teatro Alvear, ya veo una cola de unos cincuenta metros. En seguida me encuentro con amigos: somos muchos los que queremos ver y escuchar al autor que nos acompaña desde más tiempo del que podemos o queremos acordarnos.

Cristian Alarcón, María O’Donnell y muchos de los que fueron y son amigos, colegas, compañeros de aventuras, están aquí. En el escenario una veintena de escritores, periodistas, fotógrafos, dibujantes, amigos de todas las épocas de su vida. En la platea y los palcos, más de mil lectores agradecidos, participantes en talleres y muchos de los que no imaginamos nuestras vidas y nuestras ideas sin Martín.

Las entradas son gratis pero numeradas. Me toca en la fila H butaca 5. Antes y después del acto me cruzo con amigos, algunos a los que no veía hace tiempo: veo que a otros les pasa lo mismo. Martín es como una clave de inteligencia y sensibilidad en esta Argentina dura y a menudo incomprensible.

Me pongo a hablar (no sé quién empezó la charla) con una mujer sentada a mi lado. Me dice que se llama Charo, que es profesora jubilada, que tiene 62 (mi misma edad), que nunca salió vivió en otro país pero que con la lectura viajó mucho. Martín Caparrós es para ella una voz insustituible, como para mí.

Sin conocernos, pero compartiendo generación y lecturas, nos ponemos a recordar libros, reportajes, entrevistas, viajes de Caparrós como si los hubiéramos viajado nosotros. No recuerdo cuándo Charo pasó de Caparrós a otra de sus voces queridas, María Elena Walsh: son esos guiños de vida que nos hacen saber que estamos en casa. Las canciones compartidas con sus hijos y nietos, el humor inteligente como antídoto a lo que está pasando, como contraseña.

Cuando empezó a circular por los círculos de la crónica y la literatura, sus colegas y amigos, que tenía una enfermedad extraña que lo había confinado en una silla de ruedas – a él, el viajero más audaz – se organizaron encuentros para rendirle honores: en los últimos años estuve en uno en el Festival Gabo en Bogotá, que abarrotó la sala principal del Gimnasio Moderno, la sede del festival, en 2024, y en otro en Barcelona, que coincidió con una de mis visitas. En el gran auditorio de una coqueta librería barcelonesa, sus amigos de la ciudad, como Jorge Carrión, Pere Ortín y Eileen Truax, hablaron de él y de su obra, y otros enviaron videos de saludo, de cariño, de recuerdos divertidos.

En la sala amplia bogotana la crema y nata de la crónica iberoamericana se puso de pie para aplaudirlo. En las dos ocasiones, parecía genuinamente abrumado por el cariño de los suyos y de los que se enamoraron de la prosa danzarina y punzante para contar el mundo y dudar certeramente sobre los cambios de nuestras vidas.
Hace poco en un teatro de Madrid se organizó una lectura conjunta de Antes que nada, con muchos de sus amigos de la península. Tomando la idea de ese homenaje, los amigos porteños pensaron esta.

Llegó el momento. En la majestuosa sala del Teatro Alvear se apagan las luces y como si estuvieran en un pequeño círculo de amigos, Cristian Alarcón y María O’Donnell dan la bienvenida, agradecen, presentan a los que van a leer fragmentos de Antes que nada. Hay unas seis mesas, como en un bar preparado para un cantautor, que se va llenando de cabezas blancas o canosas, como casi todas las de la platea. Y entonces aparece la silla rodante, negra, sólida como antes era él, que avanza llevándolo inmóvil, como si levitara entre tanto cariño.

De las veces anteriores, siento que ahora mueve menos los brazos, le va subiendo dramáticamente la inmovilidad, la jodida enfermedad, la condena, como él la llamó en un memorable reportaje de febrero en la revista dominical de El País. No quiere que nadie cuente lo que le pasa: lo cuenta él. Si siempre fue el mejor para contar los dramas de los demás, no va a dejar que otro cuente el suyo.

Empieza con un recuerdo y un homenaje a dos amigos queridos que murieron el año pasado: Jorge Dorio y Jorge Lanata. En los últimos años, estos jorges estuvieron en bandos opuestos en la grieta de la época kirchnerista. Distingo algunos rostros conocidos, sobre todo periodistas. A veces la tragedia, sobre todo una como esta, en cámara lenta, hace olvidar las viejas rencillas: aquí todos están unidos por Martín, en el recuerdo, en el escenario, en la pantalla, en la platea.

En la enorme pantalla se proyectan las manos de Rep (Miguel Repiso, gran dibujante de efusiones líricas y precisión política, con un trazo aparentemente infantil, mentirosamente dubitativo, que encuentra el punto exacto para contar la realidad y también los miedos y los sueños de sus “lectores”. Es el dibujante de siempre de la contratapa de Página 12, para mí el heredero del gran Hermenegildo Sabat, el caricaturista mítico de Clarín.

Rep está sentado en un costado, con papelitos sobre la mesa con los nombres de quienes van a hablar: los va mostrando a medida que los aludidos toman la palabra. El orden es el de la biografía de Martín: muy bien elegidos fragmentos cuentan en breves viñetas, aguafuertes personales, momentos de su vida y el sentido que tienen para él y para pensar el país, el mundo, el rostro frente al espejo.

Empieza el mago, el autor. Con uno de los fragmentos más duros, más emotivos, más orgullosos del libro: aquel en el que declara que no quiere dar lástima. Que no quiere ser la víctima.

«Hago todo lo posible por no hablar del tema. No quiero convertirme en ay, pobre, qué mala suerte tuvo […] No quiero convertirme en ese héroe de la época, la víctima […] No quiero que los que me quieren me vean con tristeza. No quiero que, al verme, vean al muerto. Mientras siga vivo, quiero seguir vivo.»

Yo, que sorbí este libro como se toma con fruición el mate amargo y caliente, siento un dolor y un disfrute especial. Pero creo que somos mayoría los que ya leímos lo que nos van a contar. Como los fanáticos de un cantante, de una película clásica, de una ópera que vimos veinte veces, venimos a reconocernos en palabras ya sabidas.

Cristian Alarcón lee esos párrafos sobre haber vivido una vida y haberse perdido tantas otras, haber nacido hombre, en Argentina, en una época convulsa (¿cuál no?), y no haber vivido vidas alternativas: sus lectores sabemos que no es así, que, como gran escritor, en sus libros vivió decenas de aventuras, incluso las que después de experimentarlas, las inventa para nosotros.

Eduardo Anguita, el aliado de La voluntad, lee sobre su primer recuerdo de infancia.

Margarita Garcia Robayo, colombiana, gran escritora del yo, el primer amor que yo le recuerdo, lee sobre su visita con el padre a la casa de Juan Domingo Perón en Madrid. Al niño Martín y a su hermano les sirve desayuno el mayordomo, a quien el viejo caudillo trata con desdén. Desde siempre Martín estuvo en los pliegues de la historia: el mayordomo del General, el ex cabo de policía José López Rega, sería después de la muerte de Perón quien dirigiera los destinos del país e iniciara los asesinatos de opositores.

En la pantalla, Leila Guerriero lee sobre los sueños de cambiar el mundo. Era una ilusión, fracasaron, pero durante un breve tiempo de juventud fueron felices.

Al costado izquierdo del homenajeado, su pareja, la periodista española Marta Nebot lee sobre la cicatriz que, como la peligrosa marca de un bucanero, le cruza la mejilla. Se confunde (¿se confunde?) con el nombre de la novia francesa que Martín tenía en el momento en que un loco le raja la cara en plena calle parisina. El la corrige con dulzura: es Patriciá, con acento al final, a la francesa. Un momento de ternura y complicidad.

Leen editores, compañeros de redacciones fenecidas, el periodista deportivo Ezequiel Fernández Moores, el fotógrafo Dani Yaco, incluso su compañera de colegio Silvia Labayru, la protagonista de La llamada, de Leila Guerriero.

La única que lee una página de la que es protagonista es la estrella de la noche, la médica y psicoanalista Martha Rosenberg, la madre. La escena es desopilante: en su libro de memorias, Martín trata de imaginar el momento de su concepción. O sea, cuando su madre y su padre “se echaron un polvo”. Se pregunta quién estaba arriba y quién abajo, imagina que, por las fechas, fue la noche en que su madre cumplía los veinte años.

Por un momento, el inmenso dolor de una madre acompañando a su hijo sentenciado por una enfermedad terrible e incurable se disuelve en risas. Martha, una gran luchadora por los derechos de las mujeres, que logró uno de los pocos triunfos de justicia en estos tiempos argentinos, el derecho al aborto, lee las palabras con las que su hijo imagina cómo fue creado.

Como a lo largo de la velada, en la pantalla se ve la mano febril de Rep dibujando algo referido a lo que se está leyendo. Dibuja a la madre, grande, a la izquierda. A la derecha, pequeño, con bigotón como siempre, el hijo. En el globito de diálogo, la madre dice: “Nunca lo sabrás”. De debajo del bigote, un globito más pequeño estalla en: “La puta madre”.

Antes, el más divertido de los dibujos de Rep. No recuerdo quién fue el que leyó uno de los momentos más comentados del libro: Caparrós revela que tuvo un escarceo sexual con el gran novelista Juan José Saer. Lo presenta como un acercamiento a la gran literatura: nunca se había acostado con un hombre, pero este era un escritor que admiraba. Rep dibuja en una cama sugerida la cara redonda, mofletuda de Saer y dándole la espalda, el bigotón juvenil de su admirador. En la mesa de luz, dos libros de Saer.

Cuando el relato continúa con otro escritor veterano que intenta acostarse con el joven Caparrós, el final es distinto: es el filósofo Fernando Savater, a quien Martín no admira. Lo rechaza. Y mientras en el relato el narrador abandona la casa de Savater, Rep alcanza a dibujar el nombre de este escritor burlado en la tapa de un tercer libro que descansa en el tacho de la basura.

Para terminar, Caparrós lee el final de un poema gauchesco que escribió para otro homenaje, aquel en el que le dieron el Premio Rey de España a la trayectoria. Estaba escribiendo su libro en verso en el que Martín Fierro acusa de mentiroso a su autor, José Hernández, y cuenta la verdadera historia del poeta. Imbuido de rima martinfierrista, Martín agradece, filosofa sobre la amistad, celebra que no se olvidará de esta velada de amigos.

Ahora debo despedirme:
lo bueno, si breve, bueno
y así lo malo, si breve,
puede parecer mejor.
No suele ser el temor
lo que define mis frases
pero hoy la emoción me hace
temer y temblar entero.
Muchas gracias, compañeros,
muchas gracias, mis queridos,
me han dado felicidá,
de esa que, cuando se da,
nunca cae en el olvido.

Esa misma noche, los principales diarios dieron cuenta del acontecimiento. Así comenzaba Leila Torres en Clarín: “‘La patria, si la hay, es un helado de dulce de leche’, soltó el escritor y cronista Martín Caparrós apenas se encendieron las luces del Teatro Alvear para leer de manera coral Antes que nada. Todas las personas presentes corroboraron que aquello no sería la típica presentación de un libro, sino una fiesta de memoria, arte y amistad que desbordaría el escenario.”

Javier Lorca escribió en El País: “La sucesión de hechos narrados fue recorriendo la vida de Caparrós como un tejido que, detrás, dejaba ver la historia argentina. Así pasaron las ilusiones de una generación que quiso y no pudo construir un mundo mejor, la revancha del terrorismo de Estado durante la dictadura (1976-1983) y la desaparición de compañeros, las noches interminables de charlas y cocaína en los ochenta, una persecución periodística al dictador Jorge Videla, entre muchas otras escenas.”

“La lectura combinó emoción, intimidad y humor”, publicó en La Nación María Belén Carballeira. “Hubo dos momentos especialmente celebrados por el público: el primero, cuando se compartió un pasaje del libro en el que Caparrós narra un encuentro sexual con el escritor Juan José Saer y una insinuación de Fernando Savater; el segundo, cuando su madre, Martha Rosenberg, tomó la palabra para leer un fragmento sobre la concepción del propio Martín. (…) ‘Este fue el único fragmento que Martín Caparrós eligió quién debía leerlo”, explicó a LA NACION apenas terminó el evento Cristian Alarcón, uno de los impulsores del homenaje. ‘Todo fue mucho más vibrante de lo que imaginábamos’, agregó Alarcón.

La noche porteña está inusualmente cálida, suave, tranquila. Una veintena de libros de Caparrós se venden como churros en una mesa a la entrada. Random House había decidido hace unos años publicar la obra completa del autor en una merecida “Biblioteca Caparrós”, comenzando por la novela juvenil de la militancia revolucionaria No velas a tus muertos y terminando, por ahora, con La verdadera vida de José Hernández (contada por Martín Fierro). Afuera, en la puerta del teatro, corrillos de amigos siguen comentando con emoción sus momentos preferidos de la lectura. Sopla, tenue, una leve ventisca de final de época.

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Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.  

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