Francisco Ferrer Lerín
Me pregunta Esther Peñas Domingo: ¿Qué significa que uno se identifique más con los apellidos que con el nombre? Y respondo: En tiempos de delirio regionalista, surge la avalancha de nombres de pila de carácter local, de golpe todos se llaman Jordi o Iñaki. También, le digo, en aras de la concordancia se producen feminizaciones tipo Pilara Delgada, en vez del original Pilar Delgado y, además, existen cofradías muy osadas que dirigen cartas a tipos como yo, Francisco Ferrer Lerín, bautizándome Francesc Farré i Llarí. Pero, por ahora, son hechos excepcionales, el apellido, que es lo único que nos vincula al pasado, aún cuesta destruirlo.
Reconozco, por otra parte, que soy un entusiasta de los apellidos, en realidad, y para precisar, soy un entusiasta de disponer de dos apellidos, quiero decir que el sistema español de nombrar a cada individuo mediante el uso del primer apellido del padre seguido del primer apellido de la madre me parece una fórmula excelente. Ya sé que colectivos izquierdosos abominan de la doble rotulación, que la consideran exclusivista, casi noble, que prefieren la existencia aborregada de muchos e indistinguibles José García y que, hoy, los movimientos feministas abogan por el cambio de orden antecediendo el nombre de la madre al del padre, pero son tendencias que no me interesan, es más, propongo, y quizá me aplique yo la propuesta, utilizar cuatro apellidos, los dos apellidos del padre y los dos de la madre, siguiendo un orden lógico, los dos apellidos actuales, el primero del padre y el primero de la madre, seguidos por los segundos respectivos. En mi caso la cosa quedaría así: Ferrer Lerín Auger Falcó, sin guiones ni otras trabas. Lo que sucede es que al duplicar el número duplicamos la posibilidad de que aparezcan coincidencias indeseables; quiero decir, por ejemplo que, en lo que a mí respecta, Ferrer y Lerín no plantean problemas, son dos apellidos judíos, el primero un apellido de oficio, ferrer > herrero, y el segundo un apellido de procedencia, de la judería de la villa navarra de Lerín, cuyos moradores expulsados recibieron el nombre, en su destino francés, del lugar de origen. Pero ahora Auger, a mi padre siempre le gustaba recordar que un antepasado suyo fue el espectacular occitano Auger de Catalogne, corresponde a un deportista canadiense-gabonés que le da con un palo a una pelota, mientras que Falcó, de satisfactorias resonancias heráldicas y ornitológicas, es el apellido de Tamara, una chica mona, de innegable atractivo sexual, pero de una estolidez a prueba de bomba.