
Fotograma de Los bingueros
Rosa Moncayo
Esta semana se hacía viral el anuncio del pirulo tropical. Por favor, véanlo. El escarnio tuitero no tardó en viralizarse. Que si es machista, de mal gusto, que si incita al abuso y a la ludopatía infantil… Poca gracia y asqueroso. ¡Me ofende, no me gusta y punto!, escribía una. Por el bien de todos, esperemos que la amplitud de miras sea igual de cíclica que las crisis económicas.
No sé si será cuestión de si nos gusta o no, pero estoy segura de que en tiempos pasados, dicho anuncio, no despertó mucho más interés, simplemente una risotada o comentarios menos acomplejados. Se afirma, en muchos de esos tuits, que la cárcel sería un buen lugar para esos publicistas rancios y asquerosos, que por eso estamos como estamos. ¡Ay! Como si el marketing, o el resto de la humanidad, tuviera que seguir el imperante código de los hipogresistas morales. Ojalá esa pasión por el bien en otros ámbitos del planeta. El diagnóstico está claro: una evidente resistencia a la madurez, más allá de la posible sobreprotección experimentada, o la demencia del currículo escolar. Ofendiditos. Remilgados. Tiquismisquis. ¿La viruela del buenismo? Una generación de cristal que se lo toma todo demasiado a la tremenda.
Hace unos días, vi con mis padres Los bingueros, una película de Esteso y Pajares. ¡Qué bien lo pasamos! Tanta risa, tanta incorrección. Eran tiempos de apertura, se nota. La picardía se echa de menos. Parece que la carcajada limpia, en el cine, ya es cosa de outsiders. Y, sin embargo, cuando se la recomendé a una persona con la que tenía que entablar conversación por necesidades estrictamente circunstanciales -gajes del oficio-, me dijo que, si salía el tal Esteso no la iba a ver, que eso era muy machista. Vale, mea culpa.
Aquí estamos, viéndolas venir. ¿Qué será de nosotros? Ya no me encuentro tan preocupada por empezar a peinar canas.