Juan Lagardera
No he tenido demasiado acceso a la literatura afgana. Su realidad siempre se ha narrado desde el lado extranjero. Por eso la sorpresa fue mayúscula cuando conocí la escritura de Khaled Hosseini. Su novela, Y las montañas hablaron (Salamandra, 2013), es un fascinante relato que se inicia en las estribaciones del doliente Hindukush. En realidad, Hosseini es un afgano privilegiado, hijo de un diplomático de carrera, que terminó asilado en California, donde cursó la carrera de medicina. No sé a día de hoy si Hosseini ha ejercido la medicina o ha seguido su pulsión novelística. Escribe en inglés aunque su lengua materna es esa especie de persa o farsi que se habla en Afganistán. Ha vendido miles de ejemplares y con razón. A veces los best sellers contienen valores serios para seducir a los lectores. Es el caso de Hosseini, un escritor de nervio, emotivo y profundo, sensible y descriptivo. Sus primeras novelas, de enorme éxito, eran más lacrimógenas: Y las montañas hablaron vive en equilibrio, mantiene la emotividad con lucidez. Se trata de un libro de aliento épico en el alma de personajes perdidos. No hay mejor fresco de la extrema cotidianidad en ese país montañoso, uno de los más agrestes del planeta, cruce baldío de caminos y religiones. Allí se muere por nada, por una tierra polvorienta habitada por alacranes y alimentada con cuajos de leche de cabra. Todavía desconozco la traducción española de su último libro, Sea Prayer.
Mientras llega recuperamos a Rudyard Kipling, sus impagables retratos de la aventura colonial británica. Uno de ellos se encuentra muy bien ilustrado en la excelente colección de la editorial Nordica, El hombre que pudo reinar, publicado originalmente en 1888 y llevado al cine con maestría por John Huston en 1975. Kipling se basó en historias reales de soldados y oficiales británicos perdidos por mundos olvidados para imaginar la aventura de dos de ellos en Kafiristán, un territorio perdido de Afganistán, más allá del paso del Noroeste por el que anduvo el ejército macedonio de Alejandro. La película, con los impecables y encanallados Sean Connery y Michael Caine desvela un territorio inhóspito, tan estúpido como violento, sin sombra de la concupiscencia occidental, sin honor ni complejos.
Otro film, menor pero muy bien documentado y también con grandes actores –Tom Hanks lo es, y también Julia Roberts, y no digamos el malogrado Philip Seymour Hoffman–. Se trata de La guerra de Charlie Wilson (dirigida por un excelente profesional, Mike Nichols, en 2007), basada en hechos más o menos reales. A saber, de cómo el comité de defensa del Congreso norteamericano termina apoyando a la guerrilla afgana contra los soviéticos gracias a la secreta ayuda israelí que proporciona a los muyaidines los lanzacohetes de propulsión individual con los que derribar los helicópteros y tanques rusos. La película, de aires progresistas, termina culpando al Congreso de los EEUU por financiar una guerra sin dar continuidad a la paz, sin financiar las escuelas que Charlie Wilson quiere introducir en Afganistán. Lo harán, y no lo cuentan en Hollywood, los wahabitas saudíes inundando de madrasas toda la frontera pakistaní, de Peshawar al Waziristán.
La tercera película para entender el largo conflicto afgano es una producción de Netflix, Máquina de guerra. Un film sin proyección comercial que deviene en una ácida comedia. Una comedia bélica, si eso es posible, superior incluso a aquella famosa Mash de Alan Alda. Protagonizada por el mejor Brad Pitt, narra la historia del general norteamericano que envía Obama a retirar las tropas de Afganistán. El general termina enredado en una trama militar paternalista y lejos de evacuar el país pedirá más refuerzos para terminar la “democratización” del territorio asiático. Un reportaje lunático de la revista Rolling Stone acabará con la carrera de Brad Pitt, cuyas escenas dialogando con los líderes tribales pastunes resultan impagables.
“Máquina de guerra –explicaba el periodista pakistaní Ahmed Rashid en un artículo publicado por El Mundo– nos ayuda a entender por qué la contrainsurgencia está fallando, por qué se extiende el terrorismo, y por qué las guerras han destruido tantos países. Ayuda a entender por qué, tras 16 años, Washington todavía debate sobre el número de soldados a desplegar”. Han pasado 20 y estos días leemos y vemos por televisión, cómo van las cosas en el desastre de Kabul.