
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
La cuenca hidrográfica del río Ussuri ocupa una superficie de 201.440 km2 (aproximadamente la mitad de la Península Ibérica) y está situada al norte de Vladivostok, la ciudad ribereña del mar de Japón y destino oriental del mítico tren transiberiano. Geológicamente el territorio está estructurado por la cordillera Sijoté-Alín, que corre más o menos de norte a sur y en paralelo al mar, y que ha dado origen a un sistema hidrográfico de una gran complejidad. El territorio, en el que confluyen Rusia, China y Corea, fue objeto de continuas disputas fronterizas entre las tres naciones hasta que, en 1958, el tratado de Aygunsk se lo atribuyó definitivamente a Rusia, aunque como comprobará el lector, chinos y coreanos son mayoritarios en sus respectivas zonas de influencia geográfica. La etnia local más importante era la gold, a la que pertenecía Dersú Uzalá, aunque posiblemente las extremas condiciones climáticas borraban las diferencias étnicas, religiosas y culturales en favor de la supervivencia. No hay un solo episodio de violencia en todo el libro y en cambio la hospitalidad es una ley inviolable, y lo habitual es que campesinos y cazadores que viven en unas condiciones muy precarias acojan a los viajeros en sus viviendas y compartan con ellos sus alimentos.
Por el territorio del Ussuri tiene su origen en las notas de viaje tomadas por Vladímir Arséniev durante las diversas expediciones por la zona, aunque en el presente libro se concede especial relevancia a la de 1902, en el curso de la cual conoció al hoy célebre cazador gold, y a las de 1906 y 1907, en las que volvió a encontrarse con él. Arséniev era militar y su misión fundamental consistía en explorar y cartografiar ese territorio que la culminación del ferrocarril transiberiano (1904) iba a abrir a la llamada “civilización” y a la consabida explotación que ésta trae consigo. En algún momento Arséniev comenta que muchos de los bosques por los que transita ya no son primarios porque han perecido víctimas del fuego que trae consigo la máquina de vapor. Además de militar y cartógrafo Arséniev era geólogo, naturalista, etnólogo y, sobre todo, un hombre consciente de la destrucción que entrañaba la civilización por él representada. Por eso es tan emocionante su encuentro con Dersú Uzalá, un ser que vive inmerso en una naturaleza de la que forma parte íntegra y con la cual mantiene la misma relación que con su cuerpo o su espíritu, pues todo forma parte de lo mismo. El habla que le atribuye el traductor, Sergio Hernández-Ranera, es todo un acierto porque, a veces rozando el surrealismo, logra transmitir el sencillo panteísmo del cazador. Son magníficas las páginas que Arséniev dedica a su intento de apreciar la naturaleza a través de la sensibilidad y la sabiduría del anciano cazador, sus técnicas para seguir rastros u orientarse en plena taiga, su delicadeza en el trato con las criaturas que le rodean o sus deferencias ( dejar comida después de arreglar un refugio porque mañana alguien puede necesitar ambas cosas, por ejemplo). Y es enternecedora la enumeración de los objetos que Dersú Uzalá lleva consigo, la mayoría de los cuales se podrían encontrar en el vertedero de cualquier ciudad pero que para él son lo suficientemente valiosos como para cargarlos sobre sus hombros.
Son igualmente magníficas las descripciones de los territorios por los que atraviesa en sus exploraciones, los ríos, la fauna y la flora, las personas y, especialmente, todo lo relativo a la vida al aire libre, los campamentos, los fuegos antimosquitos, el aprovisionamiento, o la manera de hacer cruzar ríos turbulentos a los caballos de carga. Pero atención. Arséniev no era un excursionista dominguero. Estaba cartografiando y descubriendo un territorio recién adquirido y que el Alto Mando deseaba conocer bien, caso de tener que realizar una incursión militar. Arséniev sabía que un día algún compañero de armas tendría a lo mejor que confiar en sus observaciones para mover un cuerpo de ejército y que no le gustaría nada ser enviado a callejones sin salida, verse atrapado en un lodazal o malencaminado por culpa de unos mapas mal trazados y unas instrucciones chapuceras. De ahí que sus prolijas explicaciones del curso de los ríos y sus afluyentes, las carácterísticas orográficas o los fenómenos meteorológicos de las diversas zonas puedan resultar un poco excesivas para el lector que no se va a ver nunca en la tesitura de perderse por aquellas extensiones del fin del mundo. Pero un buen día aparece otra vez Dersú Uzalá y la narración sufre un subidón muy de agradecer.
Por el territorio del Ussuri
Vladímir Arséniev
Traducción de Sergio Hernández-Ranera
AKAL