
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Los simpatizantes de Edward Abbey y de su insuperable Banda de la Tenaza están (estamos) de enhorabuena porque Editorial Berenice ha vuelto a reunir a Hayduke, Doc, Bonnie y Seldom Seen Smith para reanudar su indesmayable, irredenta e inútil guerra contra las fuerzas del mal. La acción está situada en el terreno favorito de Edward Abbey, un territorio conocido como Cuatro Esquinas porque allí confluyen los estados de Utah, Colorado, Nuevo México y Arizona. Pleno desierto surcado de cañones y barrancas, una de las cuales, la más vistosa, es el Gran Cañón del Colorado.
Las fuerzas del mal están capitaneadas por el reverendo Love, un pantagruélico hombretón padre de once hijos y que por asegurar el bienestar de todos ellos, y el de las nuevas generaciones, defiende incluso a tiros los intereses de una multinacional belga que ha logrado del gobierno federal licencias para la explotación de minas de uranio a cielo abierto. Al decir de los ecologistas,”el estroncio causa leucemia aguda, afecta a la médula, mata a la gente. Sobre todo a los niños”. A lo que responde el reverendo Love:”El uranio me huele como huele el dinero. Huele como huele el trabajo. Me huele a miles de puestos de trabajo. Y no me importa deciros que me gusta ese olor”. Quien se haya molestado en escuchar los argumentos esgrimidos por los partidarios de esa práctica llamada “fracking” verá que la ideología de los actuales reverendos Love no ha avanzado un solo paso respecto a lo que decían hace cincuenta años, más o menos cuando los de la tenaza se alzaron en armas contra la todavía controvertida presa del Cañón de Glen, en el río Colorado.
Abbey no dice cuántos, pero es evidente que han pasado muchos años desde su anterior (y catastrófica) pelea contra las fuerzas del mal. Desde entonces, Doc y Bonnie han formado una pareja estable, tienen un crío y están esperando otro, él ejerce de pediatra y ella de ama de casa. Seldom Seen Smith tiene tres esposas (hay mucho mormón en esta novela) y varios hijos, y se gana más o menos la vida alquilando caballos y barcas a los turistas. De manera que cuando reaparece Hayduke, al que todos daban por muertos, y trata de reconstruir la banda todos se hacen los locos. Doc porque trabaja en una clínica pediátrica y le necesitan, Bonnie porque estando preñada cómo se va a meter en la clase de líos que les propone el reaparecido, y el apenas visto Smith porque con las esposas, los niños, los caballos y las barcas tiene tanto trabajo que no le queda tiempo, ni ganas, de hacer ecoterrorismo.
Pero la propuesta de Hayduke es irrechazable porque se trata de acabar con la máquina malvada total, una explanadora denominada Super G.E.M.A 4240 W, alta de trece pisos, ancha como un campo de fútbol, capaz de desarrollar una potencia que podría iluminar una ciudad de 100.000 habitantes y valorada en 13.500 millones de dólares. Popularmente se la conoce como GOLIAT y es la punta de lanza de la que se valen las fuerzas del mal para arrasar bosques, desmontar montañas y cegar barrancos para construir una superautopista que traerá consigo las minas a cielo abierto pero también urbanizaciones, hoteles de lujo, campos de golf y todo el resto de equipamientos que considera indispensables el progreso.
Si la primera aparición estelar de la Banda de la Tenaza fue escrita en la década de 1970, esta segunda intervención data de diez años más tarde. Para entonces los integrantes de los movimientos ambientalistas eran, como los describe el propio Abbey “un ramillete de fascistas, racistas, terroristas, sexistas, anarquistas, comunistas, demócratas y simples ecofriquis campechanos”. O unos gamberros, en opinión del reverendo Love.
Ya entonces, la evidencia de que la industrialización, el progreso, el crecimiento económico sin límites y la desregulación a ultranza estaban destruyendo el planeta empezaba a encontrar eco en capas cada vez más amplias de la sociedad. Pero el despertar de la conciencia ambiental todavía necesitaba una literatura de combate y eso es lo que hace Abbey: colar sus ideales en defensa de la Tierra a toda costa. Lo que ocurre es que no era un predicador talibán ni tampoco un pelmazo, y la transmisión de su ideología muchas veces parece una mera excusa para contar las disparatadas historias llevadas a cabo por esos sexistas, anarquitas y ecoterroristas que tanto le gustaban. El lector sabe de antemano que la banda no va a ganar la batalla contra el mal y basta ver lo que se le sigue haciendo al planeta para saber cómo andan las cosas. Pero entre que los gamberros pierden la batalla y se salvan por los pelos, la narración ofrece momentos de una comicidad explosiva (con perdón) y sólo cabe lamentar que no habrá una tercera entrega porque Abbey se murió a deshora y hoy forma parte del desierto que los reverendos Love le van arrebatando bocado a bocado.
¡Hayduke vive!
Edward Abbey
Traducción de Juan Bonilla
Berenice