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El espía de sí mismo

Por 25 de noviembre de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Basilio Baltasar

 

 Ojalá pudiera preguntarle ahora a Guillermo cuál fue el modelo narrativo elegido para su crónica autobiográfica. Miriam Gómez, su viuda, la encontró entre sus papeles póstumos, junto a La ninfa inconstante y Cuerpos divinos, y se la entregó a Toni Munné, que la ha editado con rigor para Galaxia Gutenberg.

Es tan diferente el Mapa dibujado por un espía a lo que escribía Guillermo en aquellas fechas que uno debe leer con asombro este ejercicio de prosa sobria y exacta, en donde ninguna concesión se hace al lenguaje barroco, coloquial y musical que el malabarista Cabrera consagró con tanta pericia y acrobacia.

Quizá quiso evitar -pienso- que la imaginación literaria perturbara el recuerdo de su infausto viaje a Cuba, y por eso se ciñó a lo que su viva memoria retuvo con precisión fotográfica y pausado ritmo cinematográfico.

Cabrera Infante vuelve a la isla después de tres años de ausencia creyendo que podrá despedirse de su madre enferma. Después de los funerales se dispone a incorporarse a su destino diplomático en la Embajada de Cuba en Bruselas -en dónde lo espera Miriam Gómez y, en Barcelona, Carlos Barral para presentar la primera edición de Tres tristes tigres, novela que acaba de recibir el Premio Biblioteca Breve- pero una extraña orden del ministerio le impide subir al avión.

Desde ese momento Cabrera Infante, mientras devanea por una ciudad cuyos encantos no se parecen a nada de lo que hubo tres años antes en el mismo lugar, se siente vigilado por un ojo insomne y por la mente inquisitiva de unos amigos que podrían dejar de serlo en cualquier momento. Ignora por qué no puede salir de la isla, ni quién ha ordenado su retención o qué podría hacer mientras tanto -salvo esperar lo peor.

Cabrera alude con pudor a sus temores, y al corrosivo pánico del que en ningún caso puede defenderse. No habrá acusaciones tangibles, ni reproches directos, ni amonestaciones que puedan ser refutadas. El silencio de los jefes y la huidiza ausencia de los gerifaltes se prolongan durante semanas y meses, y generan una expectación cada vez más perturbada. Los motivos factibles y las causas imposibles, las razones desconocidas y los propósitos indescifrables se trenzan en una simulación poblada por enemigos emboscados. ¿Quién es el delator? ¿Quién habrá sido el autor de la denuncia? ¿Qué hice yo -dónde y cuándo- para merecerla?

Mientras Cabrera intenta adivinar quién está detrás de su probable desgracia, los servicios de inteligencia y espionaje van perfeccionando su pérfida herramienta: han dejado en manos del resentimiento la persecución de los disidentes. En lugar de fatigar a la policía con inciertas pesquisas, los agentes dejan que los enemistados vayan recogiendo las pruebas del delito cometido: quizá una reservada sonrisa, un comentario irónico, una opinión literaria destemplada, un desinterés desmedido por el cine soviético… Y orquestan las razones que brotan por doquier: alguna vieja rivalidad, los celos de una amante despechada, la venganza larvada de un antiguo pleito… ¡Quién sabe!

La cooperación entusiasta de compañeros, vecinos, subalternos, conductores, conyugues, peatones y camareros contribuirá a identificar a los indeseables: escritores, poetas, burgueses indolentes, proletarios indómitos, creyentes o descreídos, homosexuales o falderos, hedonistas, o cualquier otro ciudadano dispuesto a impedir que Cuba sea feliz.

Cabrera Infante, que va dibujando la topografía moral de su isla aturdida con suma tristeza, y con el inconfundible y ahora amargo sentido del humor, recuerda la profecía que pronuncia Nicolás Guillén bajo las frondosas ramas de un mango: "Castro nos enterrará a todos. ¡A todos!"

Ha muerto Nicolás Guillén, ha muerto Alejo Carpentier, Lezama Lima, Carlos Franqui, Heberto Padilla, Virgilio Piñera, ha muerto Guillermo Cabrera Infante, Miriam Acevedo, Olga Andreu, Juan Arcocha, Humberto Arenal, Frank Emilio, y gran parte de los que dentro y fuera de esta novela, intentaron sobrevivir a la epidemia de delaciones maquinalmente incitada por el régimen e infernalmente celebrada por sus agentes.

No sabemos qué quedará de la gesta cubana, del oprobio de sus derrotados y exiliados, pero mientras tanto podemos leer con deleite estético y terrible melancolía esta obra maestra de la literatura.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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