
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Les pasa a todos, pero como este libro lo ha escrito Colm Tóibín le atribuyo a él la dificultad (yo diría que casi metafísica) que tienen los novelistas para escribir otra cosa que no sea ficción. O sea que si un lector ha quedado dubitativo ante la palabra "ensayo" que los editores han incluido en la contraportada del libro puede respirar tranquilo: a Tóibín no parece preocuparle en exceso si las carencias afectivas infantiles de un niño irlandés del montón explican – o no – que años después, cuando ese niño se convirtió en un genio mundialmente reconocido y llamado Samuel Beckett, siguiese manteniendo con su mamá una relación disparatada.
Sólo en la introducción, cuando analiza la curiosa costumbre de Jane Austen y Henry James de escribir novelas cuyas protagonistas eran jóvenes huérfanas que sustituían la figura de la madre por un variopinto surtido de tías (las hay gordas, sutiles, mezquinas, amorosas, extravagantes, entrometidas y malvadas) Tóibín parece hacer caso del asunto que justifica el libro pero no, no pierde ni un segundo en investigar las carencias infantiles de Jane Austen y Henry James, o de sus protagonistas, y en cambio, con esa precisión que tiene un novelista para mostrar los artificios de otro novelista, dictamina: la falta de madre es un simple recurso técnico porque ello permite dibujar más nítidamente a la protagonista, que debe enfrentarse al mundo con la sola fuerza de su carácter. La vieja tía de turno está allí sólo como referente del entorno familiar que a finales del siglo XIX y principios del XX debía rodear obligatoriamente a toda joven que pretendiese labrarse un destino dentro de la sociedad burguesa de la época.
Cuando empieza el desfile de autores irlandeses, Tóibín se olvida rápidamente de matar al padre o la madre para fijarse en los hijos y con razón, porque todos ellos, los Yeats (padre, hijo y hermano), Synge, Brian Moore, Beckett y las esposas, amantes, enemigos, rivales, críticos, musas, espíritus, médiums, revolucionarios o las locuras respectivas de todos ellos demuestran ser un material cuya narración resulta demasiado interesante para perder el tiempo con justificaciones de tipo psicológico y, más adelante, psicoanalítico. Tóibín es además un lector magnífico y se maneja con envidiable soltura con la ingente producción de todos ellos, pues está hablando de uno de los periodos probablemente más creativos de Irlanda y origen de la actual primacía de los narradores irlandeses.
Mientras va de aquí para allá sin más orden ni concierto que los avatares de sus protagonistas, Toíbín da como de pasada unos datos capaces de cambiar para siempre la imagen que uno pueda tener de alguno de sus ídolos personales. Beckett, sin ir más lejos. Cuando lo ha situado en la treintena de su vida, dice de él: "Su problema durante esos años era muy simple y nada fácil de resolver: consistía en cómo vivir, qué hacer y quién ser". En respuesta a esas necesidades vemos a Beckett hacer gestiones para convertirse en publicitario, y como no lo consiguió, decidió hacerse piloto comercial; y en vista de que por ahí tampoco veía un futuro (faltaría más, ¿alguien se imagina a Beckett pilotando un avión?), llegó a buscar influencias para que Eisenstein le ayudara a ingresar en la Escuela de Cinematografía de Moscú (?). Todavía llegó a convencer a su madre para que le pagase (cosa que hizo) una estancia en Alemania porque deseaba hacerse crítico de arte. Después de tantas vueltas acabó en lo suyo, la escritura, y de esa época data una sátira feroz contra el poeta Austin Clark, un pobre diablo del que solo se habla cuando toca hacer la crítica de las novelas de Beckett, y más concretamente de Murphy. Por en medio todavía hizo un desganado esfuerzo por ser contratado en la Universidad de Ciudad del Cabo como profesor de italiano. Como se ve, hay material de sobra para contar disparates, pero Tóibín los presenta casi como de pasada porque después de Beckett le tocaba ocuparse de Brian Moore, que vaya otro.
Y cuando se cansa de los padres y las madres irlandesas, todavía le quedan arrestos para hablar de Thomas Mann, Borges, Tennessee Williams o James Baldwin, con los cuales no tiene una afinidad sentimental tan profunda como la que siente por los irlandeses, pero quien habla sigue siendo un narrador más interesado en las historias que en las ideas y no da ninguna pereza llevar a cabo un repaso a las quisicosas de los Borges y demás compinches yendo en compañía de un maestro de ceremonias como Colm Tóibín.
Nuevas maneras de matar a tu madre
Colm Toíbín
Traducción de Patricia Antón de Vez
Lumen