
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Luis Mora
(Pour Patricio Pron, mes régrets et meilleurs souhaits)
Edipo, el aciago rey de Tebas, ha sido visto como el prototipo de hombre que decide buscar sabiduría y anagnórisis (el reconocimiento o saber de sí) a cualquier precio. Edipo persigue la verdad aunque le lleve a un destino funesto, en un papel análogo al filósofo. Su tragedia, según Arturo Leyte, tiene como argumento principal “el descubrimiento de que el saber conduce inexorablemente al fracaso”. La filosofía tiene un papel claro en la obra, pues Edipo usa técnicas lógicas de Parménides en sus diálogos (Mario Mayén). La reciente y notable edición de La Oficina (2013) incluye la versión “moderna” de Hölderlin, la griega original y las traducciones al español de ambas, amén de la versión cinematográfica (infiel y por ello eficaz) de Pasolini. Fue viendo ésta cuando se me ocurrió otra versión del mito, que como explica Rodríguez Adrados en su monumental El río de la literatura (Ariel, 2013), puede verse como “novela policíaca”. Imagino que para un coloniense como Sófocles era complicado asumir el mal absoluto y prefería hacer al destino y los oráculos causantes de cinco muertes y un incesto. Si pensamos en Edipo como un psicópata que elimina a varias personas (Layo, su padre, entre ellas) porque en un cruce de caminos matan a su caballo, y que luego toma sin reparos a su propia madre, entendemos que la ficción trágica podría ser un método para explicar lo inexplicable, para situar comprensiblemente una aberración ante los ojos del espectador griego. Según los traductores, los días finales de Edipo, ciego y desterrado en Colono, son como la vida del condenado en el corredor de la muerte. Aunque Edipo Rey no utiliza la catarsis del modo habitual, este fin postergado de Sófocles tranquiliza, de algún modo, al espectador. // Prohaska, el protagonista de Medusa (2012), la última novela de Ricardo Menéndez Salmón, comparte varias cosas con Edipo. La primera es que también “creció (…) con el lastre mitológico del padre desconocido”; la segunda es que un hijo del terror, alguien superado por las brutales circunstancias de su entorno. La tercera es que puede ser, en cierta forma, un sociópata que asiste impasible a un genocidio registrándolo sin hacer nada para evitarlo. La cuarta es que ambos cambian su vida tras ver morir a sus esposas, y la quinta es que ambos se quejan de la crueldad de los dioses (las memorias de Prohaska se titulan Al dictado de un dios cruel). Sus actos son similares: Edipo recurre a todos los medios posibles para informarse de los hechos, sean testigos o adivinaciones (el oráculo pítico sería el Internet de la Grecia clásica, pues permite ver la verdad a distancia); Prohaska utiliza la fotografía, la pintura y el cine. Pero hay una diferencia esencial: si Edipo se saca los ojos tras la muerte de Yocasta, Prohaska es todo ojos, registra obsesivamente lo terrible que acontece, sin dejar rastro de sí. Ambos pueden ser, según los observemos, víctimas o verdugos. El talento de sus creadores reside en explicar esa ambigüedad sin resolverla.