
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Hace ahora veinte años, y a petición expresa de Pilar Miró, entonces directora general de RTVE, Fernando Savater escribió esta comedia filosófica. Se trata de una pieza simpática, ocurrente y de gran propiedad, en el sentido de que los personajes históricos principales, fundamentalmente el propio Arthur Schopenhauer y la escultora Elisabet Ney, responden con bastante exactitud a los modelos originales. Y sin embargo, mientras se va leyendo es imposible no plantearse en paralelo algunas cuestiones relativas a la obra, pero en absoluto teatrales. Por ejemplo la evidencia de que en la televisión actual (en cualquiera de las cadenas existentes) no cabe un traspiés como este, quizá debido a la misma razón que ha aconsejado a esos dirigentes televisivos esclavos de los índices de audiencia suprimir radicalmente todos los programas culturales. Otra (dolorosa) constatación: ya que Pilar Miró fue la causa primera de este traspiés, y a la vista de la horripilante lista de escándalos de corrupción que desde hace años se amontonan unos encima de otros sin que ninguno de ellos lleve trazas de llegar a un final comprensible para el ciudadano, es imposible no recordar que ella fue literalmente crucificada, con intervención parlamentaria incluida, bajo una acusación de la que posteriormente fue judicialmente exonerada. Como dice el propio Schopenhauer en esta obra, "cualquier idiota se va tranquilo a casa cuando le dicen […] que la historia avanza hacia la libertad y que pronto se resolverán los males de la sociedad". Y remata su afirmación diciendo: "Imbéciles".
La trama es muy sencilla: la escultora Elisabet Ney está terminando de esculpir su hoy famoso busto del anciano e irascible filósofo. Y como la obra está ya casi acabada, la artista permite moverse al modelo y hasta le da réplica a los exabruptos que suelta mientras se le calienta el ánimo y la va emprendiendo contra unos y otros. Sin ir más lejos, le trae a mal traer que durante más de treinta años nadie le haya hecho el menor caso mientras cubrían de medallas y honores a ese falsario llamado Hegel. Su amistad en cambio con Goethe… Y hablando de esto y aquello, a ellos dos, más a una inesperada visita que reciben cuando estaban a punto de dar por finalizada la sesión, les llega el momento de hacer mutis por el foro. Y se van dejando en el lector la sensación de que no han dicho todo lo que tenían que decir. Pero esa sensación de carencia tiene remedio.
En tanto que catedrático de filosofía, y por una evidente afinidad personal, Fernando Savater conoce muy bien a Schopenhauer y, como digo, puede hacerle hablar con toda propiedad. A este respecto, y aquellos no profesionales de la filosofía a quienes les intrigue la figura de aquel viejo gruñón tienen la posibilidad de ver al propio Fernando Savater hablar de Schopenhauer (http://www.youtube.com/watch?v=wEZOpsiy3xI). Y lo mismo cabe decir acerca de información, esta vez escrita, sobre la escultora, Elisabet Ney, una mujer insólita y de gran personalidad, como bien pudo comprobar su padre cuando, por negarle el permiso para matricularse en la Escuela de Bellas Artes, le montó ante su casa una huelga de hambre a la que no renunció hasta que se le concedió el dichoso permiso. El resto de su vida fue igual de voluntariosa y merece la pena seguirle la pista, por ejemplo en http://www.utexas.edu/gtw/ney.php
Aparte de las cuestiones estrictamente filosóficas que pone en boca de Schopenhauer, Fernando Savater explota muy bien las posibilidades cómicas que le ofrecen unos personajes que vivieron hace más de un siglo y medio y que hablan de cuestiones que continúan siendo perfectamente polémicas en la actualidad pero que también lo eran ya entonces, como los toros y la estética, unos gobiernos a los que compara con el comportamiento de los malos amantes, el papel de la monarquía, los sufrimientos de los pueblos y el derecho de éstos a levantarse contra los gobiernos corruptos y crueles…momento que el autor no desaprovecha para hacer que Schopenhauer cuente en primera persona cómo, al serle solicitado permiso para que unos soldados puedan disparar desde el balcón de su casa contra la multitud amotinada, el propio Schopenhauer le ofrece sus prismáticos al oficial al mando para que pueda apuntar mejor…
El traspié
Una tarde con Schopenhauer
Fernando Savater
Anagrama