
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Por unos motivos u otros, Javier Marías viene siendo noticia desde hace semanas. El suceso más controvertido, lógicamente, ha sido su negativa a aceptar el Premio Nacional de Literatura por su novela Los enamoramientos. Significativamente, antes había aceptado de buena gana el premio que los lectores de Babelia le habían concedido por considerar que esa misma novela había sido la mejor de las publicadas en 2011. El premio oficial en cambio lo ha rechazado alegando que hubiese sido una "sinvergonzonería" embolsarse los honores públicos y los 20.000 euros que conllevan dichos honores. Aunque aceptar un reconocimiento "privado" como el que supone a votación de los lectores de una publicación y rechazar otro "oficial", siempre susceptible de manipulación política, parece en principio una postura bastante coherente, no han faltado quienes han considerado que lo sinvergüenza era ponerse digno y no aceptar el premio.
Otra de las razones por las que Javier Marías está siendo noticia, esta vez por razones estrictamente literarias, es la aparición de dos volúmenes de recopilaciones, en ambos casos publicados por Alfaguara. Uno de ellos es Vidas escritas, aquel estupendo libro publicado en los años noventa y en el que se hablaba con desenfado de las manías, fobias, aficiones y rarezas de gente como Conrad, Faulkner, Nabokov, Lampedusa y demás figuras literarias de primer orden, tratadas con evidente cariño pero también en una actitud claramente desmitificadora. Quien se lo perdió entonces tiene ahora una ocasión ahora de rectificar su error.
Por último, aunque literariamente sea lo más ambicioso, está la recopilación casi completa de los cuentos que Javier Marías ha venido escribiendo a lo largo de sus 30 o 40 años de carrera. El volumen lleva por título Mala índole, un relato que el propio Marías considera "el más largo y acaso el más logrado" de sus piezas breves. El subtítulo es engañoso: Cuentos aceptados y aceptables. En principio, podría tratarse de una nueva categorización por géneros, ya que, en palabras del autor, los primeros son aquellos relatos "de los que aún no se avergüenza", mientras que los segundos son "aquellos de los que sí me avergüenzo un poco, pero no demasiado". Sin embargo, no hay que dejarse ofuscar por esta terminología algo engañosa, y creo innecesario resaltar ese guiño de complicidad que es el "aún" incluido en la apreciación de la primera categorización. Aceptados o aceptables, el autor los considera "las mejores piezas cortas de ficción" que ha escrito. El primer epígrafe incluye 23 relatos y el segundo otros 7 más. La mayor parte de ellos estaban incluidos en dos volúmenes titulados "Mientras ellas duermen" y "Cuando fui mortal". Pero los hay, como el que da título al libro aunque también otros, que eran muy difíciles de encontrar.
Por descontado que los lectores asiduos se van a encontrar con viejos conocidos y situaciones que les resultarán muy próximas. Pero sobre todo van a poder disfrutar de la habilidad de Javier Marías para crear un universo de fantasmas, asesinos, obsesos, mujeres peligrosas, situaciones equívocas o encuentros imposibles siempre a partir de la más próxima y reconocible cotidianidad. El narrador desde luego, pero también gran parte de los personajes y las situaciones descritas empiezan siendo perfectamente normales: un tipo que va al hipódromo a pasar el rato, otro que mira la calle desde la ventana de un hotel, el que se sube a un ascensor como hacen tantos millones de personas todos los días. Lo que pasa es que, tras esa primera capa de normalidad cotidiana, hay un universo que bulle de contradicciones, anhelos, deseos inconfesables y desenlaces inesperados. Por ejemplo ese tipo que está en la playa con su mujer y que por no querer sufrir una mezcla tan insoportable como es la arena y las lentillas no ve nada de cuanto le rodea y está obligado a depender de las descripciones que le hace su mujer. Hasta que, intrigado por algo que ella le dice, y siguiendo su consejo, se vale de un sombrero de paja a través de cuyas rendijas verá por si mismo aquello que llama su atención y que por descontado acabará siendo inesperado, intrigante y hasta terrorífico. Porque incluso así, aunque la relación con el mundo sea mediante un vínculo tan extravagante y poco práctico como es un sombrero de paja (un oftalmólogo lo explicaría diciendo que al forzar la vista para ver a través de las rendijas de la paja el ojo miope recupera por un instante la visión normal) el mundo te alcanza igual y te ves tan implicado en la vida como quien se siente protagonista de la misma y pretende estar siempre en primera línea o cree ser quien maneja las riendas. Pero basta con que el ascensor de detenga sin motivo para que todo cambie, quizá de forma decisiva.
Mala índole
Javier Marías
Alfaguara