
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
El libro es una recolección de narraciones cortas ordenadas en una suerte de crescendo que culmina con Las fuentes del afecto, un espléndido relato al que alguien tan poco sospechoso de adulación gratuita o de tener mal ojo para los cuentos como es Alice Munro considera "una de las mejores piezas de la narrativa en inglés".
Los cuentos, todos ellos escritos aleatoriamente entre 1952 y 1973, se han ordenado de acuerdo con tres etapas vitales claramente diferenciadas pero tan íntimamente vinculadas entre sí que, estoy seguro de ello, quien decida saltarse los pasos preparatorios y vaya directamente al relato final, se perderá gran parte de los matices, las propuestas metafóricas y los juegos con los significantes que tanto admiraron a sus contemporáneos.
Como si de una vida se tratara, la primera etapa son relatos de infancia y no hay que investigar mucho en la vida de Maeve Brennan, la autora, para comprender que son autobiográficos. Pero en ellos, pese a la sencillez del lenguaje y la levedad de las tramas, ya se insinúan los grandes temas que conforman el ciclo o etapa siguiente, que correspondería a la juventud y madurez vitales y que se encarnan en dos m atrimonios, los Bagot y los Derdon. Con idéntica sencillez de lenguaje y sin apenas apoyatura argumental, la autora se las arregla para transmitir la vulnerabilidad, los miedos, la desesperación y el sentimiento de soledad que aquejan a todos los personajes, pero que alcanzan cotas de una asombrosa clarividencia y complicidad cuando se trata de mujeres. Cada cual a su manera, Rose Derdon y Delia Bagot encarnan dos tipos de mujer/esposa/madre/esclava/tirana que a todos nos gustaría poder decir que forman parte del pasado y que hoy en día ya no existen. Pero quiá.
Una vez puesta de lleno a sacar a la luz los lazos más profundos que con los años pueden unir inextricablemente a un matrimonio, Maeve Brennan, sigue ahondando en la relación de Hubert y Rose Derdon, dos seres capaces de crear una situación diabólica, pues Hubert, el marido, es consciente de que inspira en su esposa un miedo insuperable, pero sabe también el poder que ello confiere a su esposa, porque ésta conoce a su vez el miedo que insuperable que provoca en su marido la sola posibilidad de herir los sentimientos de ella. No es de extrañar que, con su prosa sencilla y su absoluta falta de tremendismo, la autora se refiera a ellos como dos "agresores pasivos".
Años más tarde (está en el cuento titulado "El ahogado") Huber entra en la habitación de su esposa recién muerta y, entre otras cosas, revisa el contenido de unas cajas de chocolate tan meticulosamente dispuestas como si su contenido fuese precioso. Pero, ¿qué contenían? "Viejos recibos pagados treinta años atrás. Recetas de platos…tan elaborados que debía de haber soñado con una visita de los reyes de Inglaterra…Instrucciones para hacer vestidos que nunca en la vida tendría ocasión de llevar…". ¿Conclusión? "…revelaban una mente completamente dedicada a las trivialidades y lo transitorio…sin desperdiciar nunca nada excepto su tiempo y su vida, así como el tiempo y la vida de él". Todo un responso.
Las fuentes del placer, por seguir con la alegoría de las etapas de la vida simbolizadas en los dos ciclos anteriores, sería la vejez, la sabiduría, la visión final del último, el encargado de dejar constancia de cómo fueron las vidas de todos, es decir, Min Bagot, la hermana gemela de Martin Bagot, a cuyo matrimonio con Delia le han sido dedicados varios relatos de juventud. Resumiendo mucho podría decirse que Min Bagot es un personaje que a William Faulkner le hubiese encantado desarrollar. A sus ochenta y tantos años de edad, instalada en un apartamento del que no ha salido nunca en su vida y amueblado con los enseres de sus padres y hermanos, todos muertos, Min Bagot se considera heredera y superviviente de todos ellos, y una suerte de redentora. Para Min, que nunca ha experimentado placer alguno por sí misma, la satisfacción reside en la venganza de haber sobrevivido a todos cuantos encontraron en la vida más felicidad que ella: lo cual también es una forma de felicidad. Gracias a la información que lleva acumulada, el lector puede alcanzar la visión de una docena de vidas en unas pocas páginas que son como el hilo de agua que surge del aliviadero de una presa, en apariencia mansa pero que corre a impulso de la tensión que le transmiten los millones de toneladas de agua acumulada al otro lado del muro.
El lector curioso que investigue un poco en la vida de esta autora actualmente casi olvidada, encontrará una curiosa (y muy de agradecer) disociación entre la prosa limpia y distendida de estos relatos y los barruntos de tragedia que ya se cernían en el horizonte de Maeve Brennan, a punto de instalarse a vivir en los lavabos de señoras del New Yorker como paso previo a terminar en un asilo por completo ignorante de quién era ella, o qué había hecho para merecer semejante final.
Las fuentes del afecto
Maeve Brennan
Ediciones Alfabia