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Baila, baila, baila

Por 26 de septiembre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Javier Fernández de Castro

Los incontables lectores de este autor estánde enhorabuena porque Baila, baila, baila es un Murakami en estado puro. La novela es de 1988 y está escrita justo después de  que Tokio Blues (Norvegian Wood) se convirtiese en uno de esos fenómenos universales que traspasan ampliamente el ámbito  de la literatura y que muchas veces se han llevado por delante y para siempre al desprevenido autor. De hecho, en el momento de su aparición en Estados Unidos muchos críticos interpretaron que Murakami había escrito esta novela como un antídoto contra el  éxito demoledor de Tokio Blues. Lo cual, bien pensado, era una forma de decir que no la habían entendido. Y con razón.  Porque no se entiende. O por mejor decir, porque leyéndola uno  tiene la sensación de que se le están escapando cosas, más allá de la novela misma.

Y ello es así no porque la trama o el lenguaje o la estructura narrativa presenten problemas de comprensión. Qué va. Los habituales de Murakami se van a encontrar con un ambiente que les resultará muy familiar, hasta el extremo de que en cierto modo es una continuación de La caza del carnero salvaje, cuyo protagonista allí juega un destacado papel aquí. Es decir, que se trata del choque habitual de uno universo onírico, misterioso y que parece de otra dimensión pero que tiene muchos puntos de contacto con este otro universo nuestro, perfectamente conocido, consumista, cotidiano, superficial y terrible.

Las dudas surgen porque, evidentemente, Murakami está haciendo una operación que va mucho más  allá de una purga y que resulta difícil de captar. Reduciendo la cuestión a un esquema brutal, cabría interpretar que el mundo misterioso y onírico, en el que "todo está interconectado" y que "es preciso a toda costa salvar" (hasta el extremo de que el narrador es uno de los encargados de mantener su memoria) podría ser el Japón ancestral, hoy pervertido y emputecido por una potencia colonial (América, claro) que además de derrotarlo militarmente, le impuso unos modos de vida y unos valores encarnados aquí por un  detective aficionado investigando una trama que le viene grande porque "los de arriba" mandan mucho y carecen de escrúpulos; que bebe whisky  sin parar, que se codea con prostitutas de lujo y call girls misteriosamente asesinadas; que oye sin parar música de Elvis,  Duran Duran, Iggy Pop, Police, los Beach Boys y  Genesis o Led Zeppelin  y se infla de café en los Dunkin´ Donuts. O sea que sí, que es una parodia evidente de un thriller  estilo Chandler pero en contemporáneo. Lo que  falta  es la pieza fundamental del lenguaje, y es  una pieza que lamentablemente se pierde con la traducción, por muy buena que sea ésta.

Obviamente, además de las gafas Ray-Ban, las sudaderas con los nombres y efigies de sus grupos de rock favoritos o su frenesí por los complementos Louis Vuitton,  los jóvenes japoneses de la generación de Murakami han tenido por fuerza que elaborar un lenguaje y unos símbolos  propios,  iguales pero  distintos a los de sus padres, y que les sirvan para interactuar con el mundo en que les ha tocado vivir, y es en ese aspecto en el que más sensación de pérdida se tiene al leer a Murakami. Sospecho que es ahí donde reside la razón de ese fluir divagante de una prosa a veces surrealista, con unas incursiones casi a ciegas en el terreno de la metafísica  y a impulso de la cual un héroe sin apenas atributos (un hombre anodino, desganado y sin pasión a la vista)  se adentra en laberintos de altos y misteriosos negocios que es mejor no investigar,  aventuras con mercenarias en las que el lujo está inexcusablemente mezclado con la muerte, idas y venidas sin motivos visibles o encuentros con seres tan inclasificables como el hombre carnero o la niña vidente. A uno le entran ganas de saber algo más del Japón actual para saber qué está pasando allí en realidad y sin tener que tomar al pie de la letra una interpretación como la de Murakami, que justamente por ser un narrador de ficción, vive una  realidad propia  que puede no coincidir del todo con la realidad de sus contemporáneos. O sí. Y no hay más que ver cómo le siguen allí, novela tras novela, para comprender que les dice algo lleno de sentido y significación para ellos.

Lo curioso es que pase lo mismo aquí.

Baila, baila,baila


Haruki Murakami

Tusquets Editores

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Javier Fernández de Castro

Javier Fernández de Castro (Aranda de Duero, Burgos, 1942- Fontrubí, Barcelona, 2020) ejerció entre otros los oficios de corresponsal de prensa (Londres) y profesor universitario (San Sebastián), aunque mayoritariamente su actividad laboral estuvo vinculada al mundo editorial.  En paralelo a sus trabajos para unos y otros, se dedicó asiduamente a la escritura, contando en su haber con una decena de libros, en especial novelas.

Entre sus novelas se podrían destacar Laberinto de fango (1981), La novia del capitán (1986), La guerra de los trofeos (1986), Tiempo de Beleño ( 1995) y La tierra prometida (Premio Ciudad de Barcelona 1999). En el año 2000 publicó El cuento de la mucha muerte, rebautizado como Crónica por el editor, y que es la continuación de La tierra prometida. En 2008 apareció en Editorial  Bruguera,  Tres cuentos de otoño, su primera pero no última incursión en el relato corto. Póstumamente se ha publicado Una casa en el desierto (Alfaguara 2021).

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