
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Dentro de esa interminable lista de lecturas para el verano que por estas fechas acaba apoderándose de cualquier rincón de difusión literaria, toca ahora hacer el enésimo esfuerzo por rescatar a James Purdy, un escritor norteamericano cuyo nombre siempre sugiere expresiones tales como "maldito", "incomprendido" o "injustamente olvidado".
Cierto que Purdy es un caso curioso, toda vez que desde sus inicios ejerció una gran fascinación en ese tipo de gente actualmente conocida como "creadora de opinión", notablemente Gore vidal, Edward Albee, Angus Wilson o Edith Sitwell. En el caso de ésta hubo que desenredar un equívoco inicial porque al leer una colección de relatos titulada Don’t Call Me by My Right Name and Other Stories, la gran dama de las letras británicas se lanzó a difundir entre sus influyentes amistades la buena nueva de la aparición de un escritor llamado a "ser el más grande de la literatura actual". El equívoco se debió a que ella, al terminar de leer esos relatos recibidos por iniciativa del editor, pensó que el autor era negro. Cincuenta libros después (sumando novelas (20), recopilaciones de cuentos, piezas teatrales y demás) James Purdy seguía recibiendo reconocimiento e indiferencia a dosis iguales.
Otra de las razones para su estatuto de "maldito" hay que buscarla en un sentido del humor muy especial y que le llevó, en plenos años sesenta y setenta del pasado siglo, a abordar la temática homosexual fuera del paraguas protector del lobby que entonces estaba surgiendo con fuerza y que defendía con agresividad a aquellos de los suyos que se atrevían a dar el paso y la cara y proclamar abiertamente sus preferencias sexuales. Pero incluso en ese tipo de movimientos sociales hay unas reglas de juego muy claras y el recientemente fallecido Gore Vidal es un ejemplo muy claro del hombre que conoce bien dichas reglas y no osa traspasarlas. Cosa que no le ocurría a Purdy. A éste le gustaba jugar con fuego y Cabot Wright vuelve a las andadas es un claro ejemplo de ello. Cabot Wright no es un homosexual más o menos heterodoxo sino un violador que confiesa haber reincidido un mínimo de 300 veces. La provocación, la llamada al rayo exterminador de la justa ira feminista, es que James Purdy no condena al violador a las más horribles penas de la perversión ni lo presenta como escoria social esclavizada por sus bajas pasiones. Tampoco es que pretenda buscar la complicidad del lector describiéndolo como un tipo simpático y sin culpa alguna. No, pero casi. Y aquí sale de nuevo el curioso sentido del humor de Purdy y su afición a jugar con fuego.
La trama es un bien trabado disparate en el que dos matrimonios de Chicago y un gran editor neoyorquino se apoyan y estimulan mutuamente para escribir un gran libro sobre el antiguo violador que, al parecer, al salir de la cárcel se ha instalado en Brooklyn. Con un cierto exceso de lentitud, pero con toda pericia, James Purdy va trenzando una historia plagada de equívocos y ambigüedades y dentro de la cual los personajes van descubriendo que nada de lo que hacen responde a la apariencia primera. En cierto modo, todos están cumpliendo el deseo de otro: la esposa que parece estar animando al esposo a que haga algo con su vida pero que luego aprovecha el vacío conyugal para echarse un robusto amante negro; la amiga que sugiere la idea de mandar al marido de la otra a Brooklyn pero que luego aprovecha sus contactos con un gran editor neoyorquino para apoderarse del proyecto; el gran editor neoyorquino que al principio se presenta en toda su magnificencia y no tarda en confesar que se le han acabado las ideas e iniciativas y se aferra al libro sobre el violador como si fuera su última oportunidad (cosa que se cumple). Y el violador mismo, un hombre al que los años de cárcel lo han dejado sordo y que encima ha perdido la memoria. Recibe con alborozo la aparición de los matrimonios y el gran editor porque está convencido de que el libro que unos u otros escribirán le permitirá recuperar la memoria y saber quién es o qué hizo. Todo ello, como digo, bien trabado y dosificado. No es una novela de fácil lectura, pero la fina ironía de James Purdy es un aliciente más.
Cabot Wright vuelve a las andadas
James Purdy
Editorial Escalera