Eduardo Gil Bera
Este apunte filológico y gramatical va en memoria de Alfonso Irigoyen, con quien discutí con mucho agrado y provecho de estas cosas, y está dedicado a los amables lectores que me preguntan por qué digo que la lengua vasca es, en esencia, latín hablado por aquitanos, pero niego que sea un romance.
Los préstamos latinos conforman la mayoría del vocabulario vasco. Al mismo tiempo, la conjugación perifrástica, la invención del participio pasivo, la fonética, la morfología y la sintaxis de la lengua vasca se deben al latín.
Un ejemplo de palabra vasca sin registrar en los diccionarios sería izkinu, la construcción circular de piedra seca, sin cubierta, y con apertura de entrada, utilizada para guardar las castañas con sus erizos. Deriva del latín ericinum, igual que kirikiño y triku, nombres del erizo en vasco, que ya Corominas señaló como procedentes del latín, contra el parecer de Michelena, quien prefería que fueran onomatopeyas. En cambio, una registrada sería bazka, que significa pasto, comida, y viene del latín pascam, que quiere decir lo mismo. Los nombres de las comidas (gosari, bazkari, afari…) presentan un sufijo derivado del latín escarium (comestible, concerniente a la comida). En cualquier dirección que se mire, aparece el latín.
Ahora, hay una diferencia medular entre los préstamos latinos en vasco y los presentes en las demás lenguas, incluyendo las romances. Todas las palabras latinas en vasco han sido originalmente importadas a partir del acusativo, mientras en las demás lenguas proceden del nominativo. Por ejemplo, bake (paz) no viene del nominativo pax, sino del acusativo pacem; errege (rey) no viene del nominativo rex, sino del acusativo regem, y así en todos los casos.
Y este es el momento de preguntarse por qué la lengua vasca derivó sus préstamos latinos a partir del acusativo. Pues lo hizo porque el latín, como sus parientes del linaje indoeuropeo, era una lengua donde resaltaba el acusativo, que, a su vez, era un caso inexistente en aquitano. Es la prueba de que el aquitano “veía” —entendía— el latín desde fuera. Porque el acusativo es muy acusado visto desde fuera, pero no desde dentro, donde es apreciado como un residuo, como el apéndice o las muelas del juicio, en trance de desaparición. La mayoría de las lenguas indoeuropeas lo han abandonado o van camino de hacerlo. En las romances y el inglés no existe prácticamente, y en alemán y polaco apenas se nota un poco más. Cuando se hace precisa la distinción entre sujeto y objeto, se recurre a las preposiciones.
El aquitano no tenía acusativo, y ante el problema de distinguir el sujeto del objeto, ponía una marca en el sujeto, al contrario del indoeuropeo y la mayoría de las lenguas del mundo, que ponían y ponen la marca en el objeto. Esa marca en el sujeto es lo que se llama caso ergativo, y era una característica del aquitano, mantenida en el vascuence, que se distingue de las lenguas romances en que procede del latín sin acusativo hablado por los aquitanos, que mantenían la hechura fonética del caso, pero no su función.