Skip to main content
Blogs de autor

Riqueza imaginaria

Por 18 de octubre de 2011 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

El financiero Law inventó el sistema económico basado en el principio de que la riqueza imaginaria de muchos se convierte en riqueza real de algunos. Se trata de un principio muy semejante al de la lotería, negocio que Law explotó en Venecia, Alemania, Holanda y Escocia, antes de llegar a Francia. Para poner en funcionamiento su sistema a gran escala, Law solo necesitaba que una nación le confiase sus finanzas. El parlamento de Edimburgo había rechazado dos veces su propuesta. Pero, cuando la explicó en París, en el salón literario de la marquesa de Tencin, esta se entusiasmó y lo recomendó al primer ministro, quien lo presentó al Regente. 

Como el admirable siglo de Luis XIV dejó a Francia una deuda de tres billones de libras, Law propuso la conversión de la deuda en acciones de la Compañía de Mississipi y la fabricación de dinero de papel. Los miembros del consejo de finanzas no lo veían claro. Entonces, como contó Saint-Simon, “se les habló un poco en francés al oído”. Cobraron su comisión, y dejaron de dudar. Así se estableció aquel sistema prodigioso y, en efecto, el resultado fue mágico: la deuda se marchó a América y Francia se hizo rica.

La Compañía de Missisipi adquirió la Compañía de Senegal, poseedora de una estupenda flota de once navíos, que suministraría los esclavos. Cuando se supo que habían embarcado en África los primeros ciento veinte negros, para trabajar en las futuras plantaciones y minas de Louisiana, toda Francia conoció una euforia sin igual. Gracias al sistema de Law, los franceses eran de repente ricos que podían vivir de sus esclavos negros que trabajaban en América.

Law compró el monopolio de Louisiana al financiero Crozat, quien no sabía con certeza dónde estaba aquel lugar, ni qué hacer con él. El plan de Law consistía en poblarlo en diez años, con seis mil blancos y tres mil negros. Law aseguraba a los inversores que Lousiana era uno de los países más fértiles del mundo, daba tres cosechas al año y poseía minas de oro, plata y cobre, se extendía a lo largo del Mississipi, llegaba hasta Canadá e incluía el río Illinois, el Ohio, el Colorado, las Montañas Rocosas, los Grandes Lagos y otros parajes casi desprovistos de antropófagos. Aquella gran finca se podía colonizar y explotar, simplemente adquiriendo acciones. Era un oportunidad providencial para los franceses. 

La gente acudía en masa a París, a comprar aquellos papeles enriquecedores de Law, y este se convirtió en una celebridad mundial, hasta el Papa envió un nuncio a la fiesta de cumpleaños de su hija. En correspondencia a tal atención, Law se convirtió al catolicismo, renegando de la herejía anglicana. 

Sin embargo, pese a que se imprimieron bellas estampas donde los colonos gozaban de todos los placeres terrenales en una ociosidad perfecta, pese a las tres cosechas por año y a las minas de oro y plata prometidas, sólo unos pocos colonos acudieron por su voluntad al país de Jauja. Hubo que recurrir a convictos, contrabandistas, bandoleros, desertores y embastillados de toda suerte que escapaban así de las galeras. Todos los tribunales de Francia podían imponer la pena de “relegación a Louisiana”.

Como Law encontró que no se condenaba lo suficiente, una ley ordenó que todos los mendigos de París abandonaran la ciudad, bajo pena de deportación a Lousiana. Se crearon brigadas armadas que tenían la misión de detener a vagabundos y sospechosos de toda condición. Como se les pagaba un tanto por cabeza, detuvieron a todo el mundo, obreros, viajeros, aguadores, y hasta burgueses, que tenían que pagar su rescate. Se encerraba a poblaciones enteras en granjas donde no se les daba de comer. Hubo revueltas y muertos. Fue tal el escándalo, que se suspendieron las deportaciones y Louisiana empezó a tomar color de pesadilla. Con todos aquellos esfuerzos, apenas se llegó a establecer una población de quinientos blancos que chapoteaban en los pantanos de Pensacola y las bocas del Mississipi. Ellos debían cultivar y recolectar las tres cosechas, además de extraer el oro y la plata, para pagar los grandes intereses que Law adjudicaba a los inversores de Francia. 

El señor Vente, cura párroco de Louisiana, propuso que los colonos blancos se casaran con indias. Pero el administrador Duclos rechazó el plan porque, dijo, producirían una colonia de mulatos, elementos naturalmente vagos y libertinos. Así que se recurrió a las recluidas en los hospicios y las cárceles, y a las huérfanas que educaban las religiosas. Las últimas eran más cotizadas y llevaban consigo una dote consistente en un cofrecito con ropa y un rosario. 

Durante cuatro años, toda Francia apostó que, con las grandes riquezas que vendrían de Louisiana, habría cada vez más dinero y prosperidad. Los banqueros hermanos Pâris apostaron lo contrario, lo que en su oficio se llama especular a la baja. 

Todos sabían qué era un financiero: prestaba dinero y había que devolverle algo más. Eso hizo Luis XIV y, antes de él, todos los reyes y particulares del mundo que tomaban dinero prestado. El sistema de Law, en cambio, era mágico y no necesitaba financieros. Francia se hacía cada vez más rica, porque fabricaba el dinero que quería, a cuenta de la colonización de Lousiana. En lugar de los financieros, Law puso la gran burbuja llena de cosechas y minas de Louisiana, y sus acciones de gran rentabilidad.

Llegaban noticias muy esperanzadoras. Los colonos supervivientes habían dejado de merodear y morir de fiebre o masacrados por los indios. La malaria y la lepra habían estabilizado su propagación, apenas quedaba nadie por contagiar. Lo mejor era que los colonos habían hallado un lugar algo menos inundable donde se fundaría Nueva Orleans, en cuanto amainaran los huracanes y hubiera gente suficiente. Tan buenos auspicios produjeron un alza del cuarenta por ciento en los dividendos a finales de 1719.

Se compraban acciones y cada vez valían más; así que, sin hacer nada, se poseeía más oro  y plata. Por escrito. Pero a nadie le parecía extraño. Ser rico limita la capacidad de asombro. 

En enero de 1720, el duque de Bourbon, Jefe del Consejo de Regencia, obedeció a su amante, la marquesa de Prie, quien a su vez seguía las indicaciones del señor Pâris Duverney, banquero de confianza del primer ministro Dubois, e hizo que el señor Law le reembolsara todos sus millones con los intereses acumulados, no en papel, sino en oro. Hubo que transportarlo en carretas hasta su palacio. Enseguida, lo imitaron el príncipe de Conti y otros señores. 

Con ello, los poderosos hicieron caer el sistema que los había enriquecido. Porque esa acción provocó el descrédito general y la pompa de jabón se volatilizó. Todo el mundo quiso ver y tocar su oro. Pero comprobaron que el dinero de papel era eso,  sólo papel, y se devaluaba a toda velocidad. Al cabo de unos días, las acciones valían poco y los billetes, nada.

Como toda aquella riqueza se basaba en la opinión pública, ninguna medida, como rentas, acciones, cuentas bancarias o billetes, podía hacer nada contra la incredulidad generalizada. Los aspirantes a cobrar se amotinaron ante el banco de Law y los guardias dispararon contra ellos. Los billetes tenían tal descrédito que la única manera de calmar al público fue quemarlos en las plazas. Ése fue el preludio de la orden que rebajó a las cuentas bancarias tres cuartas partes de su valor nominal. Law huyó a Holanda, dejando en Francia su sistema y propiedades confiscadas. Después pasó a Venecia, donde implantó con éxito una nueva lotería y volvió a demostrar la validez del terco principio según el cual la riqueza imaginaria de muchos, debidamente apacentada, produce riqueza real de algunos.


profile avatar

Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

Obras asociadas
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.