Skip to main content
Blogs de autor

El artista y el rey

Por 29 de julio de 2010 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

De todos lo que tienen como oficio atender las necesidades intempestivas de los humanos con prisa y dinero, los cerrajeros podrían ser los menos estudiados por la literatura y el cine, mucho más atentos al trajín de las urgencias de otros gremios estelares, como médicos, taxistas, prostitutas, abogados y repartidores de comida. Es tan grande la desigualdad, que casi es de temer que los expertos de guardia reclamen con urgencia justiciera algún precepto a la superioridad.

Mientras se arregla esa injusticia, cumple proclamar que los artistas de la cerrajería han dado a la humanidad grandes personajes históricos. Hubo uno en Versailles que se llamó François Gamain. Su pedigrí cerrajero remontaba al siglo XVII, cuando su abuelo llegó al suburbio atraído por los numerosos trabajos exigidos en el nuevo palacio y los hoteles en construcción. La habilidad de los Gamain en su oficio les atrajo el favor de la superintendencia encargada de mantener los edificios de Versailles. Y François Gamain ascendió a mantenedor de todas las cerraduras interiores del palacio. Así que andaba el hombre cacharreando en las puertas de acá para allá.

Un rey que no fuera Luis XVI habría ignorado al artista, pero este era un rey que tenía, no ya un palacio escamante y un rebaño sicofante, sino también una gran debilidad por la mecánica y la cerrajería fina. La fascinación ferretera le venía de su abuelo, Luis XV, que era habilidoso con las manos y pasaba reales horas torneando madera, marfil, plata y otras noblezas. 

En el desván del palacio, Luis XVI hizo instalar un taller con torno y herramientas. Allá pasó horas y años trabajando con Gamain, por quien se hacía explicar las honduras y misterios del oficio. Gamain era el típico cerrajero que, de haber sido rey, jamás habría alternado con un cerrajero. En eso, estaba de acuerdo con toda la corte. María Antonieta, que era burlona y leída, solía decir que se había casado con un Vulcano de quien no deseaba ser la Venus.

Entretanto, el rey aprendió el oficio y fabricó en su desván modelos de grúas, barcos y carros para utilidad del ejército, la marina y el comercio, cuya renovación se forjó en aquel desván versallesco. Para recompensar a Gamain, lo nombró “cerrajero de los gabinetes particulares del rey”, lo cual no pasó sin sustanciales provechos para el beneficiario.

Vino la revolución, aunque para la cerrajería todo siguió igual. El rey se fue a París, y Gamain perdió su alto cargo en el desván, aunque siguió manteniendo las cerraduras del palacio de Versailles.

Cuando, en abril de 1791, Luis XVI sólo pudo cumplir su precepto pascual de manos de un cura renegado, decidió huir de París. Como no podía llevar consigo todos los papeles y correspondencia, llamó a su antiguo compañero de trabajos manuales.

El rey condujo al cerrajero a un pasillo, quitó un trozo de zócalo de madera, y mostró a Gamain el agujero que había practicado en la pared. También una puerta de hierro fabricada por su regias manos en el taller que  había instalado en el entresuelo de las Tullerías. Faltaban los goznes, el bulón y la mortaja, labores delicadas que había reservado para Gamain. Éste se puso manos a la obra y, antes del alba, el trabajo estaba listo, el armario cerrado con los papeles dentro, y la llave escondida bajo una baldosa del fondo del pasillo.

Poco después, la revolución llegó a la cerrajería, y Damain fue nombrado miembro del consejo de la comuna de Versailles; y Luis XVI y su familia, encerrados en el Temple. Tras la proclamación de la república, Gamain recibió el encargo de “hacer desaparecer de todos los monumentos de Versailles las pinturas, esculturas e inscripciones que pudieran recordar la realeza y el despotismo”, labor que ejecutó con celo ejemplar.

Mientras tanto, el proceso contra Luis XVI encallaba. Cierto es que todos comprendían que se trataba de cortarle la cabeza, pero eso es menos fácil de lo que parece, porque primero había que armar el proceso, y no encontraban los papeles. ¡Haga usted la revolución, para que luego falten papeles  para cortarle la cabeza al rey! Era tan escandaloso que incluso Gamain, ocupado en labores borrosas, lo entendió con claridad, y se presentó ante el ministro del interior. Un mes más tarde, Gamain ascendió a oficial municipal, y Luis XVI perdió la cabeza.

El munícipe cerrajero siguió con su labor censora de estatuas e inscripciones, y denunció destrozos cometidos en el parque de Versailles en ornamentos que no eran despóticos. Su informe resultó sospechoso de connivencia con el despotismo, y Gamain fue cesado. 

Vejado y avejentado, decidió pasarse a la literatura y obtener la recompensa que pensaba merecer. Escribió una detallada petición a la Convención, donde contó la batalla del armario secreto, con un importante detalle: “En cuanto terminó el trabajo, Capeto trajo en sus propias manos un gran vaso de vino que entregó al ciudadano Gamain y le encareció que lo bebiera, porque hacía calor. Horas después de tomarse el vaso de vino, el ciudadano Gamain sufrió un cólico violento, seguido por una enfermedad terrible, que ha durado catorce meses, en los que ha tenidos los miembros baldados y ninguna esperanza de restablecimiento. Espero de vosotros, ciudadanos legisladores, que pronunciéis la pensión que el ciudadano Gamain espera tras veintiséis años de servicios y los sacrificios que ha hecho.”

El ciudadano Gamain retrasó la fecha de la ejecución del armario secreto un año, no fuera que alguien preguntara por qué tardó dos años y medio en revelar la información revolucionaria. Por fortuna, el ciudadano ministro del interior, suicidado en 1793, no podía recordarlo. La petición fue presentada por el diputado Joseph Musset, cura renegado, que predicó de maravilla: “Era poco, para el último de los tiranos, haber hecho perecer a millares de ciudadanos por el hierro enemigo. Veréis, en la petición que os voy a leer, que se había familiarizado con la crueldad más refinada y administró con su propia mano el veneno a un padre de familia, esperando ocultar así una de sus maniobras pérfidas”. 

El diputado Peyssard, del comité de Socorros Públicos y Liquidaciones, se sumó a la denuncia de la maldad del rey sanguinario: “Se le conocía cruel, traidor y asesino. El objeto de este informe es mostrarlo a Francia entera presentando con sangre fría un vaso de vino envenenado a un desdichado artista que acababa de emplear en la construcción de un armario destinado a esconder los complots de la tiranía. Pensaréis tal vez que ese monstruo había puesto los ojos en una víctima desconocida. Todo lo contrario, es un obrero empleado por él desde veintiséis años atrás, es un hombre de confianza, es un padre de familia al que asesina fingiendo interés y benevolencia. Un violento vomitivo conserva a Gamain en su familia. Su primer cuidado ha sido indicar el famoso armario. Ha cumplido su deber. Hoy, baldados todos sus miembros como consecuencia del veneno del rey, pide a los fundadores de la república los medios de sostener su dolorosa existencia.”

Los diputados aprobaron como un solo hombre el decreto cuyo artículo primero decía: “François Gamain, envenenado por Luis Capeto el 22 de mayo de 1793 (antiguo estilo), gozará de una pensión anual y vitalicia de la suma de 1.200 libras contadas desde el día del envenenamiento.”

  El artista ni siquiera era pobre, sino propietario de la casa donde vivía, en la rue de Maurepas, y de una de las empresas de cerrajería más importantes de la ciudad, en el boulevard de la Liberté, antes du Roi.


profile avatar

Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

Obras asociadas
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.