Javier Rioyo
Empezamos perdiendo. Me acordé de Ángel González, algo bastante frecuente, le echo de menos. De los partidos de España vistos entre amigos poco patrioteros en los que él siempre se ponía a favor del otro. Quizá fuera una pose pero parecía alegrarse de las derrotas. Así era su peculiar manera de ser español. El español que se opone, que juega a la contra, que dice no y camina contracorriente. Algunos de los mejores han sido así. En mi generación, en los años de luchas juveniles, ser español tampoco nos gustaba. Era una fatalidad que se aceptaba. Nos robaron la capacidad de alegrarnos con sus himnos, sus emblemas y desde luego con sus mandatarios. El fútbol era otra cosa. El fútbol era capaz de unir a los contrarios. Con el fútbol todos, menos los angelesgonzález, estábamos con nuestro equipo, primero, y después con la selección. Algunos nunca tuvimos la posibilidad de muchas celebraciones, ni con el equipo, ni con la selección. Ahora parecía que soplaban otros vientos. Veremos si todo ha sido una alucinación colectiva y pasajera. El sueño de unas noches de verano. Jugamos como nunca, perdimos como siempre.
Como dice Javier Marías en su excelente y recuperado libro de amores, opiniones y recuerdos sobre esa pasión tan compartida: "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia". El libro se llama "Salvajes y sentimentales", ahora reeditado por razones obvias, y contiene algunos artículos que por el arte de Javier o porque quizá no cambiamos tanto, están llenos de vigencia. Aunque algunos no disimulen su nostalgia de tiempos en los que nos conmovían las cosas del fútbol. Ahora, cuando más. Nos divierten. Necesitamos esas raciones de "pan y circo", vino y toros o champagne y fútbol. De momento el descorche puede esperar.
Dice Marías que los futboleros tenemos una adicional manera de medir el tiempo que no tienen los no aficionados, los cuatro años que separan un Mundial de otro. Cuatro años en los que a muchos se nos olvida lo mal que estuvimos, las ilusiones frustradas y la decepción que madrugó tanto. Ahora, con nuestros años que pesan aunque sean contados de cuatro en cuatro, como dice mi tocayo "lo más insoportable de todo es que los Mundiales pasen tan monótona e inadvertidamente como cuatro años transcurren a veces en la plena vida adulta".
No sería nada bonito que nos olvidáramos tan pronto del año del mundial en un lugar del sur de África. Curiosamente comenzamos perdiendo en la "otra" ciudad de Pessoa. Fernando Pessoa, ese que fue educado, que creció, estudió y despertó a tantas cosas, a sueños y derrotas, en la ciudad de Durban. El lugar de nuestra derrota. No importa, siempre lo podremos empeorar. Y no es todavía el momento de abrir ese libro tan nuestro. No leeremos, de momento, "el libro del desasosiego".