Javier Fernández de Castro
Con una constancia digna de elogio RBA sigue apostando por Alice Munro, ya que si en abril de 2009 publicó El amor de una mujer generosa, ahora insiste con El progreso del amor, otra recopilación de narraciones (que no cuentos) publicada en 1986 en forma de libro en su país. Antes aún, y cito sin respetar el orden de aparición, RBA ya había publicado Secreto a voces, La vista desde Castle Rock, Escapada y Odio, amistad, noviazgo, amor y matrimonio. Quien se decida a leerlos todos seguidos y, mejor aún, de una sentada, puede montarse a su aire una especie de Comedia humana del siglo XX, es decir, un recuento de la condición humana localizado en Canadá (a caballo entre Ontario y Vancouver) y que transcurre en un periodo de tiempo que abarca más o menos la segunda mitad del siglo pasado. La mayor diferencia, respecto al precedente de Balzac, es que no se trata de una "suma" de novelas sino de una serie de fugaces apariciones de personajes que durante un lapso de tiempo de unas treinta y pocas páginas, tienen derecho a voz y gesto para luego desaparecer a su vez. A esa relativa unidad de tiempo y lugar se une una tercera circunstancia unificadora: las historias narradas tienen numerosos puntos en común (las protagonistas o narradoras suelen ser mujeres de mediana edad y de clase media, sus vidas promedian por lo general lo que suele ocurrirle al ciudadano medio, etc). Pero al mismo tiempo, y creo que este aspecto ya lo resaltaba en mi reseña de El amor de una mujer generosa, pese a sus muchas similitudes no hay dos historias iguales, o al menos tan parecidas que el lector pueda tener la sensación de estar leyendo "otra vez" las reiteradas "pesadeces de la Munro".
Para no insistir en aspectos generales de la narrativa de Alice Munro ya tratados suficientemente, llamo la atención sobre uno de los relatos que componen el presente volumen, "La esquimal". No creo que sea el mejor, o el de mayor mérito, pero en cambio refleja con absoluta fidelidad la (me atrevería a decir) diabólica destreza de la autora para contar una historia. A primera vista se trata del viaje a Tahiti de la enfermera de un cardiólogo, una especie de premio que recibe la empleada por cortesía del jefe. Toda la acción transcurre en el avión, más o menos durante el tiempo que dura la película que la compañía aérea ofrece a sus pasajeros. Y dicha acción se reduce a que una pareja de rasgos indefinibles pide cambiar de asiento y va a parar a la fila contigua a la de la enfermera. No tardamos en saber que son esquimales, al menos ella, que es casi una adolescente, mientras que él, un hombre bastante mayor, es mestizo. Ambos beben whiskies (y cualquier persona medianamente informada conoce el efecto que tiene el alcohol en los esquimales). Él, el hombre mayor, sólo hace caso a su acompañante para reñirla, llegando a acusarla de estar borracha. Además quiere ver la película y ella le distrae pese a sus reiteradas y malhumoradas peticiones de que le deje en paz. La escena llega a su clímax cuando ella, pese a los rechazos y los malos gestos, besa tiernamente a su maltratador: "Lo hace sin prisas, no ávidamente. Tampoco es algo mecánico. No se aprecia el menor rasgo de compulsión. La chica es sincera; es presa de un trance de cariño, de auténtico cariño. Nada presuntuoso como el perdón o el consuelo. Un rito que requiere toda su concentración y todo su ser, pero en el que su ser se pierde. Podría continuar así eternamente".
Y la enfermera, que observándolos desde su butaca ha fantaseado con la posibilidad de salvar a la chica indicándole cuál es el camino de la liberación, dice sentirse enferma al presenciar ese espectáculo degradante y se sume en un duermevela en el que "empieza a contarse historias en las que todo sale mejor". A esas alturas, y ya digo que con una destreza diabólica, el lector ha sido adecuadamente informado de que la enfermera mantiene con su jefe una relación sexual anodina y sin pasión ni compulsión, con el agravante de que si esa faceta de la relación la hace sentirse muy insatisfecha, en cambio le gusta la rutina del trabajo, la sensación de estar haciendo algo útil por los demás, la seguridad que le produce el estar a la altura de las circunstancia, o sea, y por decirlo en los mismos términos que ella ha usado para juzgar a la chica esquimal, su vida con el doctor es "un rito que requiere toda su concentración y todo su ser, pero en el que su ser se pierde. Podría continuar así eternamente."
De modo que sin decir una sola palabra al respecto, sólo a partir de las reacciones de la observadora al ver cómo la chica joven acepta sumisa el trato vejatorio que le impone el mayor, o a partir de las fantasías en las que la mujer mayor indica a la joven cuál es el camino de salida hacia la liberación, el lector puede colegir cómo, valiéndose de la paráfrasis de una chica esquinal medio tonta, la narradora está saldando cuentas con su propia vida. Pero menos mal, para ella, que todavía le queda la posibilidad de contarse historias en las que todo sale bien.
El progreso del amor
Alice Munro
RBA