
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Victoria
En aquella película llamada "Amadeus", había un momento en que el mediocre Salieri levantaba compungido los ojos al cielo para quejarse así: " Señor, si necesitabas de alguien que cantase tu gloria entiendo que no te acordaras de mi, un pobre músico sin talento, pero, ¿era necesario que eligieses a un cretino como Mozart?".
Resulta curioso constatar la existencia de innumerables salieris preguntándose quejumbrosos cosas como: "Si era necesario renovar la literatura de principios del siglo XX y buscarle salidas hasta entonces insospechadas, ¿había por fuerza que recurrir a un nazi?".
Tal es exactamente el caso de Hnut Hamsun, un hombre de origen campesino que en tosa su vida apenas si alcanzó 250 días de escolarización, y cuya formación literaria fue nula. A pesar de lo cual cuando llegó a ser galardonado con el premio Nobel (1920), sus libros se vendían en todos los países cultos, ganaba dinero a espuertas y gente tan diferente como Thomas Mann, Kafka, Hesse, Brecht o Singer le tenía por el padre de la literatura moderna universal. Por suerte, incluso Molotov sentía por él una admiración tan grande que intervino personalmente para que no fuese fusilado en el curso de los procesos seguidos en todo Europa a partir de 1945 contra los peores colaboracionistas de los nazis. Al final a Hamsun no lo mataron físicamente pero aparte de retirarle oficialmente todas las medallas y honores le despojaron de su dinero y fue a parar a un manicomio hasta poco antes de su muerte, ocurrida con los 90 años cumplidos.
Su primera novela, Hambre (1890) es un larguísimo y enloquecido monólogo interior en el que ya resuenan ecos de Joyce y Kafka. Victoria (1898) la escribió cuando ya estaba en posesión de una fuerza narrativa que llevaría a su máxima expresión en la Trilogía del vagabundo: Bajo las estrellas de otoño (1906), Un vagabundo toda con sordina (1909) y La última alegría (1912). Tanto en Victoria como en cualquiera de estas novelas están presentes dos de los rasgos que mejor caracterizan a Hamsun. El primero es la ruptura radical con la técnica narrativa entonces al uso. A fuerza de excelencia, los Zola, Twain, Dickens, Flaubert o Dostoyevski habían llevado la novela a un callejón sin salida porque era imposible ir más allá que ellos. Pero, y habla ahora el Salieri de turno, ¿era necesario recurrir a un bárbaro del Norte para hacer saltar en pedazos las sutiles leyes no escritas en las que se basaba la estructura arquitectónica de las maravillosas novelas que todavía escribían los autores antes citados?
Fuese necesario o no, Hamsun y su éxito fulminante y universal pusieron de manifiesto que era posible escribir sin atenerse a las reglas de juego que hasta entonces parecían inamovibles.
El otro rasgo distintivo de la escritura de Hamsun ya claramente visible en Victoria y que será llevado a su máxima expresión en la Trilogía, es una prodigiosa capacidad para la narración que se mantiene incólume pese al tiempo transcurrido desde su redacción y, lo cual es aun más mágico, se transmite al lector incluso a través de la traducción. La trama no puede ser más sencilla: el protagonista es hijo de un molinero y pese a que logrará autoeducarse y llegará a ser un joven y exitoso escritor, a lo ojos de su amor de toda la vida, una niña rica llamada Victoria, nunca dejará de ser un criado y, por ende, siempre lo tratará como a tal, pese a que también ella está enamorada del joven poeta. Lo que diferencia a Victoria de la infinita serie de relatos de tema similar es esa capacidad narrativa de Hamsun a la que estoy haciendo referencia y que le permite desarrollar lo que podría llamarse una visión periférica, gracias a la cual el ámbito de significación que crea el narrador par inscribir la historia tiene tanta o más importancia que la peripecia misma. Es más: desde las primeras páginas queda claro que el desencuentro entre los amantes es insoluble y que la verdadera peripecia es la construcción de un mundo (él ámbito de significación al que ante antes me refería) en el que habrá de vivir el amante cuando la amada, víctima de su propia contradicción, desaparezca. Es posible que quienes hayan leído antes la trilogía que esta novela tengan ya la mirada maleada, pero en la relación del joven hijo del molinero con la naturaleza hay como un anticipo de la inmersión que vivirá en los bosques el vagabundo de la trilogía. Porque no se trata del regreso a un medio del que el hijo del molinero nunca debió salir, como tampoco el vagabundo parece que lo haya abandonado nunca. El bosque y sus habitantes, los olores y el frío, la soledad, el roce de la tierra o los ruidos que producen las ramas al rozar entre ellas son los reflejos de una sensibilidad para la que la ciudad y todo lo que esta representa son terra ignota. Y de la que resulta extrañamente sencillo dejarse expulsar.
Victoria
Knut Hamsun
Nórdica libros