
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Nunca imaginé hacer algunas cosas que he terminado haciendo. No confesaré en público algunas de las cosas que por azar, necesidad o gusto he tenido que hacer. Que hago. O que seguiré haciendo. Siempre hay que ir derrocando las certezas. La tiranía de lo previsible es una guerra que nunca termina. Sigo intentando que la sorpresa me tome por asalto en las ocasiones que sea necesario.
Y nunca me imaginé bailando con Borbones. No por convicciones republicanas, que las mantengo pero sin fanatismos- tomar el palacio sí, pero dejar libres a sus ocupantes- sino porque no estoy en la lista de los candidatos cortesanos. Y además no me gusta demasiado bailar. Algunos hombres que nos somos tan duros tampoco bailamos. Pues la otra noche bailé al lado de Borbones. Y no era la hermosa Leticia, querida ex compañera de algunos cercanos pupitres profesionales, sino una hermana del rey. No estoy seguro si era una u otra, una de las dos ¿infantas?, ¿princesas? o lo que sean, pero una de ellas estuvo en esa comunión de bailes, estribillos, coros y danzas que son los conciertos de Joaquín Sabina. Ahí estaba la Borbón, la hermanísima del rey, al lado de los piratas cojos con pata de palo, al lado de las banderas negras, rojas y moradas, al lado de los de nombres impropios o de nombres tan peleones como Carmela, ay!. Allí estaba coreando con Benjamín Prado, saltando con Almudena Grandes y cerca del silencio cómplice de Caballero Bonald. Allí estaba de manera real esa señora de nuestra real familia. Bailando entre lobos republicanos. Cantando entre paganos. Participando en esa ceremonia al lado de treinta mil maneras de encontrarse con el mejor comunicador de nuestro cante poético. Después de Serrat, de Miguel Ríos, llegó sabina y no mandó parar. Quiso ser continuador de esos, de otros y dejar camino a los que sean capaces.
El concierto de Madrid fue un emocionante éxito para Sabina. Y un regalo inesperado para los que no bailamos con Borbones. Está claro que en este insólito ruedo ibérico ya hemos enterrado en guerra civilismo, aunque algunos se empeñen en poner puertas al campo. Sabina, lo diga Agamenón o su porquero, es el mejor retratista musical de nuestro tiempo. Con nuestras contradicciones republicanas o monárquicas incluidas. El que lo bailó lo sabe.