
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Nada fue igual después de aquella guerra. Hasta entonces, hasta aquél verano del 1936, las gentes, sus trabajos, sus días y sus noches, tenían sus desiguales fortunas, sus opiniones diversas- incluso divergentes- sus amistades, su suerte o su mala fortuna.
Francisco López Martínez había nacido en aquellos años de final de siglo XIX en los que nacen algunos de nuestros más destacados artistas de la vanguardia. Como Buñuel o Dalí, también nació en "provincia", en Sigüenza, ¡que no es cualquier sitio!
La familia de López Martínez, entre excéntricos y liberales, tenía una tienda de paños fijos y traían las novedades de París. El pequeño López Martínez debió olfatear en algún viaje juvenil con su padre a la capital de las vanguardias. El joven comenzaba a pintar, estudiaba medicina en Madrid, había contactado con pintores y poetas de las primeras vanguardias. Estaba encontrando un hueco vital y creativo en compañía de amigos como Francisco Bores, Carlos Saénz de Tejada o Miguel Pérez Ferrero. Francisco López Martínez, dibujante, ilustrador, pintor, actor ocasional, vanguardista de provincias, joven que se vino a triunfar a la capital, cambió su nombre por el de Santa Cruz. Así, con ese nombre de la tienda de tejidos familiar, fue creciendo en su carrera de pintor en los apasionantes años veinte.
La suerte muchas veces había sido roñosa con este joven artista con maneras. Muertes familiares, aplazamientos de exposiciones, incomprensiones y otras carencias, demostraban a Santa Cruz que el camino no era fácil. Con el tiempo llegaron las colaboraciones, los primeros encargos, los reconocimientos comenzaron a funcionar. Su primera exposición individual sería en uno de los lugares de referencia de "los modernos" de la época, el culto, feminista "Lyceum Club"- ese lugar por el que pasaban casi todos los jóvenes que querían cambiar las cosas en la vida, el arte y la política- se había organizado la primera exposición individual de Santa Cruz. Fue el 13 de Abril de 1931. El mismo día en que la ciudad estaba alegre y a punto de ser republicana. Todos se preparaban para recibir la deseada República. Madrid era una fiesta. El arte había tomado las calles. Nadie se acordó de la exposición de Santa Cruz.
Estaba curtido en la mala suerte. Más proclive a esconderse que a enfrentarse, una vez más el abnegado pintor prefiere callarse. Todo sería mejor, más fácil, más libre con la recién nacida vida republicana. Al menos así lo esperaba la mayoría de su generación. Él también, era un republicano no muy ideologizado. Como su pandilla, ni rojos ni fascistas. Al menos hasta que estalló la guerra. Dos de sus amigos, más republicanos que otra cosa, Saénz de Tejada y Pérez Ferrero se pasaron al franquismo. Francisco Bores se marchó al exilio. Y Santa Cruz se quedó como un indefenso animal asustado entre Sigüenza y Madrid. Escondido, callado, con su obra oculta, con sus obras que caminaban por la vanguardia, el humor y la moderna ilustración, se quedaron atrapados en el miedo y el olvido.
El fue un oscuro funcionario del Ministerio de Industria- ocultando su nombre de pintor, ocultando su familia republicana, ocultando amistades pasadas, olvidado por los que cambiaron la "chaqueta". Juan Manuel Bonet, en su imprescindible "Diccionario de las vanguardias, se preguntaba por el enigma de la obra desaparecida de Santa Cruz. Ahora, para " rescatar las aguas del olvido", el trabajo de dos periodistas, de dos buscadores de rarezas, amantes de "rastros" y de Sigüenza, Alicia Davara y Lorenzo de Grandes, rescataron una obra olvidada en armarios familiares, perdida en pueblos que no querían mirar con rencor el pasado. Pero esa es otra historia.
Lo mejor de éste argumento de intriga, misterio, guerra, miedo y mala fortuna, es que décadas después, la vida y la obra de Santa Cruz, ya no volverá a la región del olvido. Les recomiendo la exposición: "Santa Cruz, la vanguardia oculta" en el museo del Conde Duque madrileño. La suerte tarda. Algunos la siguen esperando.